Todos le temían a la novia arrogante del conde, pero la nueva empleada hizo algo que nadie esperaba. Antes de comenzar

esta hermosa historia de romance de época, respóndeme en los comentarios desde dónde estás escuchando esta
bellísima historia. Me encanta saber desde dónde me acompañas. El carruaje se
detuvo con un chirrido suave frente al portón de hierro. Clire Fournier apretó
entre sus dedos el pequeño atillo donde llevaba sus pocas cosas y respiró hondo.
El aire era frío, pero lo que le heleló de veras fue la visión del enorme Cható de Belerois al fondo del camino,
elevado, silencioso, con las ventanas altas como ojos que la miraban desde lejos. Pensó en su aldea, en la casa
baja de madera donde había crecido y por un segundo quiso decirle al cochero que diera la vuelta. Pero el hombre ya
estaba bajando para abrir la portezuela. Madmoel, dijo él extendiéndole la mano
con un respeto que la sorprendió. Aquí es. Clire se apoyó en su mano y bajó con
cuidado. Gracias, murmuró acomodándose la falda de lana gastada. El portón se
abrió desde adentro con un chirrido largo. Un hombre de mediana edad, traje oscuro, rostro severo, la observó de
arriba a abajo. Tenía el cabello gris cuidadosamente peinado y un aire de
cansancio que no se movía ni cuando hablaba. “Clire Furnier”, preguntó sin
presentarse. “Sí, monsieur, soy Bernard, el mayordomo. Venga, no tenemos tiempo
que perder. No hubo sonrisa ni palabras de bienvenida. Clire lo siguió por el
camino de Grava, oyendo el crujido de las piedras bajo sus zapatos. Notó que
ningún otro criado se acercaba a ayudar con su pequeño equipaje. Nadie aparecía
en el patio. Era raro. En otras casas donde había trabajado siempre había
movimiento, voces, pasos corriendo. Aquí todo parecía contener la respiración.
Llegó puntual, dijo Bernard como hablando para sí. Eso es conveniente. Me
dijeron en el pueblo que necesitaban personal con urgencia, se atrevió a comentar Claire. No preguntaron mucho,
solo mi nombre y si sabía trabajar. Bernard lanzó una mirada rápida hacia
ella, como si evaluara cuánto podía decir. La urgencia es real, Madmoisel
Fugnier. Y más vale que aprenda rápido. Las personas que no se adaptan al ritmo
del chat no duran mucho aquí. Clire frunció el ceño. ¿Por el conde? Preguntó
en voz baja. Por la casa, respondió él esquivando. Luego agregó, y por la
señorita Moró. El nombre resonó raro en el aire. Clire no preguntó quién era. La
carta que recibió ya lo decía con claridad. Chateau de Belgo, residencia
del conde Etien Darjan. Actualmente comprometido con la señorita Adeline
Morrow. Aún así, algo en la forma en que Bernard pronunció el apellido, la hizo
sentir un ligero escalofrío. Entraron por la puerta lateral reservada
al servicio. El interior olía a acera, a tela limpia, a pan recién horneado. El
cható era grande, sí, pero no estaba lleno de risas ni pasos. Los sonidos
parecían apagados, recortados a la mitad. Clire siguió al mayordomo por un
pasillo estrecho hasta la cocina. Ahí sí había movimiento. Una mujer robusta con mejillas coloradas y
delantal manchado de harina daba órdenes a dos muchachas que pelaban verduras.
Madame Ru anunció Bernard. Esta es la nueva. Claire Fournier se queda en la
casa desde hoy. La mujer se limpió las manos en el delantal y se acercó observando a Clire con un dejo de
curiosidad. Pues por fin entra alguien, dijo, “ya pensé que íbamos a tener que
cocinar y servir nosotras solas.” Ven, muchacha, acércate. Clire obedeció.
“Buenos días, madame.” Bueno, si no se nos quema nada antes de la noche, refunfuñó la cocinera. ¿Sabes pelar,
servir, limpiar? Todo eso lo he hecho desde niña. Bien, aquí no hay mucho
espacio para aprender equivocándose, intervino Bernard. Madmoiselle furnie,
su cama está en el ala de los criados, cuarto del fondo. Madame Ru le explicará las tareas de hoy. Y una cosa se
enderezó mirándola con seriedad. En esta casa hay reglas. La primera, se habla
poco. La segunda, se obedece rápido. La tercera no se mira a la señorita Moró a
los ojos a menos que ella lo pida. Entendido. Claire parpadeó. La señorita
Moró, la prometida del conde. La misma, respondió Bernard, y por un segundo sus
labios se apretaron. La verá pronto. Por ahora, ocúpese de aprender. Se retiró
sin esperar respuesta. Claire se quedó unos segundos en silencio, procesando lo que había oído. No mirar a los ojos a la
prometida del conde no era una regla común. Madame Rooks resopló. No lo tomes
todo tan en serio, muchacha. Bueno, sí, tómatelo en serio, pero sin
que se te note en la cara. Ven, ayúdame con esto. Mientras trabajaba, Claire
intentó sacar información con cuidado. Hace mucho que sirven aquí, madam.
Demasiado como para andar contando los años, contestó la cocinera rebanando pan con fuerza. Antes esto era distinto, más
gente, más ruido. La primera esposa del conde era, ¿cómo decirlo? más cálida, ya
no vive. Falleció hace algunos años. El conde no habla de eso y tú no debes
preguntar. Solo te digo que la casa cambió desde entonces y cambió todavía
más cuando la señorita Moró empezó a venir. Una de las muchachas que pelaban zanahorias levantó la cabeza alarmada.
Madame, no deberíamos. Tranquila, Sofi, la cortó la cocinera. Solo le estoy
dando contexto a la nueva. Mejor que sepa en dónde se metió. Claire tragó saliva. Tan difícil es la señorita.
Madame Ru dejó el cuchillo sobre la mesa y la miró fijamente. No levanta la mano.
Nunca la he visto hacerlo. Y sin embargo, las criadas se van una tras
otra. ¿Por qué crees que te contrataron sin hacer preguntas? La cuchara de madera golpeando contra una olla fue la
única respuesta durante unos segundos. Aquí el miedo no viene de gritos,
continuó la cocinera bajando un poco la voz. Viene de la vergüenza. A la
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