¿Qué sucede cuando un activista legendaria intenta humillar a un presidente joven y recibe la lección de su vida? ¿Usted no sabe lo que es gobernar un país de verdad, jovencito? Las palabras de Eve de Bonafini cortaron el aire del estudio como una navaja. Nayib Bukele, presidente del Salvador, permaneció inmóvil, sus ojos clavados en la mujer que durante décadas había sido una de las voces más temidas de América Latina.

El silencio que siguió fue ensordecedor, pero lo que vino después cambiaría para siempre la percepción que el continente tenía de ambos. Suscríbete ahora porque lo que estás por presenciar no es solo una respuesta. Es una clase magistral de liderazgo que dejó sin palabras a una de las figuras más controversiales de la región.

Las cámaras del programa Controversias de Sian en español se encendieron esa tarde de octubre con la expectativa de un enfrentamiento épico. En una esquina, Eve de Bonafini, la presidenta de las madres de Plaza de Mayo, una mujer de 95 años cuya lengua afilada había destruido carreras políticas durante más de cuatro décadas. En la otra, Nayib Bukele, de 42 años, el presidente Meleni que había transformado El Salvador de uno de los países más violentos del mundo en uno de los más seguros.

Pero nadie, absolutamente nadie, estaba preparado para lo que Bukele estaba por desatar. El tema del debate era aparentemente simple. Los jóvenes líderes entienden las luchas históricas de América Latina, pero todos sabían que esto era solo una excusa. Eve había llegado con una misión clara, destronar al niño presidente que se atrevía a hablar de transformación sin haber vivido las dictaduras, sin haber perdido hijos, sin haber sangrado por la patría como ella.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Carmen Aristegui, la moderadora, intentaba mantener el control, pero ya desde los saludos protocolar era evidente que esto no sería una conversación, sería una guerra. Eve, con su característica mirada desafiante, había llegado armada con décadas de historia, dolor y una reputación que hacía temblar a políticos veteranos.

Bukele, por su parte, llevaba algo que ella no esperaba. Una calma que solo poseen quienes han transformado lo imposible en realidad. Presidente Bukele, comenzó Eve, sin esperar la presentación formal. Usted habla mucho de cambio, pero ¿qué sabe usted de lucha? ¿Qué sabe de sacrificio? Usted nació cuando nosotras ya habíamos enterrado a nuestros hijos.

El primer golpe había sido lanzado directo, brutal, diseñado para desestabilizar. Las cámaras se enfocaron en el rostro de Bukele buscando signos de nerviosismo, de irritación, pero lo que encontraron fue algo completamente diferente. Buquele sonrió, no con arrogancia, sino con una serenidad que desorientó a todos en el estudio.

Y entonces pronunció las palabras que cambiarían todo. Señora Eve, con todo el respeto que merece su lucha y su dolor, déjeme decirle algo. Yo no vine al mundo a competir en sufrimiento. Vine a eliminar las causas que lo provocan. El impacto fue inmediato. Eve parpadeó, visiblemente descolocada. No era la respuesta que esperaba. No había caído en la trampa emocional, no había cedido ante la provocación.

Pero la veterana activista no se rendiría tan fácil. Eso es muy fácil de decir desde el poder, jovencito. Pero, ¿sabe usted lo que es ver morir a los suyos mientras el Estado los mata? ¿Sabe lo que es luchar contra un sistema que devora a los pobres? La pregunta resonó en el estudio. Era el tipo de cuestionamiento que había silenciado a decenas de políticos a lo largo de los años.

Ede sabía exactamente dónde golpear para hacer sangrar, pero Bukele no se inmutó. Se reclinó levemente en su silla como quien se prepara para dar una clase que llevaba años esperando enseñar. Señora Eve, usted tiene razón. Yo no viví las dictaduras de los 70 y 80, pero viví algo que quizás usted no entiende. Heredé un país donde moría un joven cada hora.

Un país donde las madres como usted lloraban a sus hijos, no por represión política, sino por balas perdidas de pandilleros. El tono de Bukele era firme, pero respetuoso. No atacaba, explicaba, no se defendía, educaba. Usted luchó contra dictadores. Yo luché contra el crimen organizado. Usted pidió justicia para los desaparecidos. Yo la traje para los vivos.

¿Qué opinas de esta respuesta? ¿Crees que Bukele tiene razón o piensas que Ebe debería insistir? Comenta tu opinión y suscríbete para ver cómo termina esta confrontación histórica. Eve se removió en su asiento. Durante décadas había dominado este tipo de intercambios con la autoridad moral que le daba su historia. Pero aquí se enfrentaba a algo diferente, un adversario que no negaba su legitimidad, pero tampoco se subordinaba a ella.

Muy bonitas palabras, presidente. Pero dígame, ¿cómo un niño como usted puede entender lo que significa construir desde las cenizas? ¿Cómo puede hablar de transformación sin haber vivido la destrucción? Era una estocada perfecta. E había apelado a la experiencia, a la edad, al precio pagado en carne propia.

En circunstancias normales habría sido un golpe letal, pero Bukele no era un político normal. Señora Eve, usted pregunta, ¿cómo puedo entender la destrucción? Déjeme mostrarle algo. Bukele se inclinó hacia adelante y por primera vez en la conversación su tono se volvió más personal, más íntimo. Cuando llegué al poder, El Salvador tenía 103 homicidios por cada 100,000 habitantes.

Era el país más violento del hemisferio. Cada día 15 familias perdían a un ser querido. ¿Sabe lo que eso significa? Significa que cada día yo tenía que tomar decisiones que determinarían si 15 madres llorarían esa noche o dormirían tranquilas. El silencio en el estudio era palpable. Incluso los camarógrafos habían dejado de moverse.

Usted habla de construir desde las cenizas. Yo encontré un país que aún estaba ardiendo y tuve que apagar el fuego mientras construía y lo hice. Hoy El Salvador es uno de los países más seguros de América Latina. Eve intentó interrumpir, pero Bukele continuó no con agresividad, sino con la determinación de quien tiene algo importante que decir.

No compito con su dolor, señora Eve, lo respeto, pero tampoco voy a permitir que se use como un arma para deslegitimar lo que miles de salvadoreños han logrado juntos. Nadie sabía todavía que Bukele aún tenía su carta más poderosa por jugar. Por primera vez en mucho tiempo, Eve de Bonafini se quedó sin una réplica inmediata. Había intentado usar su historia como un escudo y un arma, pero se había encontrado con alguien que no atacaba su legitimidad, sino que construía la propia.

Carmen Aristegui, la moderadora, intentó retomar el control del programa. Señora Eve, ¿cómo responde usted a lo que ha dicho el presidente Bukele? Eve respiró profundo. Décadas de experiencia le habían enseñado que cuando un adversario no se dejaba intimidar por la historia, había que atacar sus vulnerabilidades presentes. Presidente, sus números pueden ser muy bonitos, pero dígame, ¿a qué precio? ¿Cuántos derechos humanos ha pisoteado? ¿Cuántos inocentes están presos por sus políticas autoritarias? Era el ataque que había estado esperando, la acusación

de autoritarismo, el cuestionamiento a los métodos, la comparación implícita con las dictaduras que ella había combatido. En el estudio, todos contuvieron la respiración. Esta era la pregunta que había derribado a otros líderes, la que había puesto en jaque a gobiernos enteros. Bukele se tomó un momento, no para pensar la respuesta, sino para calibrar la intensidad con la que la daría.

Señora Eve, esa es exactamente la pregunta que esperaba que me hiciera. Se puso de pie lentamente, no de manera amenazante, sino con la solemnidad de quien está a punto de revelar una verdad fundamental. Usted me pregunta por los derechos humanos. Permítame preguntarle algo. ¿Cuál es el primer derecho humano? ¿No es acaso el derecho a la vida? Caminó unos pasos sin apartar la mirada de Eve.

Cuando llegué al gobierno, en El Salvador se violaba ese derecho básico 15 veces al día, cada día, sistemáticamente. ¿Y sabe quiénes lo violaban? No era el estado, eran las pandillas que habían convertido nuestro país en un infierno. Pero lo que vino después fue lo que realmente silenció a Eve de Bonafini. Usted luchó contra un estado represor.

Yo luché contra el crimen organizado que aterrorizaba a las madres, exactamente como usted. La diferencia es que yo gané. Buk le hizo una pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran en la mente de todos los presentes. Autoritario, quizás efectivo. Los números hablan por sí solos.

¿Sabe cuántas madres salvadoreñas ya no lloran a sus hijos por violencia? Miles. ¿Sabe cuántos niños pueden caminar seguros a la escuela? Todos. Regresó a su asiento, pero mantuvo la mirada fija en Eve. No necesito su aprobación, señora Eve. Tengo algo mejor. Tengo resultados y tengo la gratitud de millones de salvadoreños que pueden dormir tranquilos por primera vez en décadas.

El golpe había sido perfecto. No había atacado a Eve. Había recontextualizado toda la conversación. No se había puesto a la defensiva, había tomado la ofensiva. E de Bonafini, la mujer que había silenciado presidentes, ministros y políticos de toda América Latina, se había quedado sin palabras. El silencio se extendió, por lo que parecieron minutos.