Parte 2: Nacida con Alas y Cola – La Historia de Nur
En lo profundo del bosque, Mariam caminaba descalza bajo la lluvia, su hija Nur envuelta en sus brazos. La niña, con sus alas delicadas y su cola suave, lloraba en silencio mientras Mariam intentaba encontrar un refugio seguro. Sabía que su esposo, Ibrahim, no se detendría hasta encontrarlas. Su miedo no era solo por la seguridad de su hija, sino también por el odio ciego que el pueblo alimentaba con cada murmullo y superstición.
Encontraron una cabaña abandonada junto al río. Mariam limpió el polvo con sus manos temblorosas y, usando hojas secas, creó un pequeño lecho para Nur. Esa noche, mientras el viento golpeaba las ventanas, Mariam prometió a su hija: “Te protegeré. Pase lo que pase, serás libre de ser quien eres”.
Los años pasaron. Mariam y Nur vivieron aisladas, pero en paz. Nur creció fuerte y hermosa. Sus alas se desplegaban doradas al sol, y su cola se movía con gracia. Aunque Mariam temía que su hija se sintiera sola, Nur mostraba una sabiduría y bondad que asombraban. Hablaba con los animales, curaba pájaros heridos y ayudaba a cualquier viajero perdido que llegara a la cabaña.
Un día, mientras recogían bayas, escucharon gritos desesperados. Un niño del pueblo había caído al río. Sin pensarlo, Nur desplegó sus alas y se lanzó al agua. Con fuerza y rapidez, lo sacó antes de que se ahogara. Los aldeanos, que la habían seguido en secreto, vieron todo.
Primero hubo silencio.
Luego, gritos de miedo. Algunos corrieron, otros se quedaron paralizados.
—¡Es un ángel! —gritó una mujer anciana.
—¡No! ¡Es un demonio! —gritó otro.
Mariam llegó corriendo, pero Nur se adelantó, con el niño a salvo en sus brazos. Lo colocó en el suelo con suavidad y levantó las manos en señal de paz.
—No quiero hacerles daño —dijo Nur, su voz suave pero firme—. Solo quiero vivir en paz.
La madre del niño se arrodilló llorando, agradeciendo entre sollozos. Poco a poco, otros aldeanos comenzaron a acercarse, sus rostros llenos de confusión y curiosidad.
Entonces apareció Ibrahim. Su rostro estaba descompuesto por la ira, pero también por el miedo. Miró a Mariam, luego a Nur.
—¡Esto es brujería! —gritó—. ¡Debemos purificar este pueblo!
Pero antes de que pudiera seguir, la mujer anciana que había gritado “ángel” se interpuso.
—¡Basta, Ibrahim! —exclamó—. Esta niña ha salvado una vida. La he observado en secreto durante años. Ella trae vida, no muerte.
Otros aldeanos comenzaron a murmurar en acuerdo. Ibrahim, viendo que su influencia se desmoronaba, intentó agredir a Nur. Pero el padre del niño salvado lo detuvo.
—Hoy has perdido, Ibrahim —le dijo—. Tu odio casi nos cuesta la vida de nuestro hijo.
Ibrahim, derrotado, fue expulsado del pueblo. Nadie volvió a saber de él.
Con el tiempo, Nur fue aceptada. Su historia se convirtió en leyenda viva. Los niños la buscaban para escucharla cantar. Los ancianos la respetaban. Mariam, por primera vez en años, caminaba por el mercado con la cabeza en alto.
Nur creció para ser sanadora, maestra y símbolo de amor incondicional. Su diferencia, que antes fue causa de miedo, se convirtió en su mayor fuerza.
Años después, en una gran celebración bajo un cielo estrellado, se plantó un árbol en el centro del pueblo en su honor. Era un símbolo de unidad, de aceptación y de la lección más grande que Nur había enseñado: que todos, sin importar cómo nacen, merecen amor, respeto y una oportunidad de vivir sin miedo.
Mariam, con lágrimas de orgullo en los ojos, vio a su hija danzar bajo la luz de la luna, sus alas brillando como oro puro.
Y así, lo que comenzó con miedo y odio terminó en redención y esperanza.
FIN
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