Suéltalo. Suelta ese frasco ahora mismo. El grito de Carmela resonó por toda la

mansión como un trueno. Sus manos temblorosas arrancaron el pequeño frasco
de cristal de las manos de Isabela con tanta fuerza que casi lo rompe contra el
suelo de mármol. La novia del billonario quedó paralizada con los ojos
desorbitados, viendo como aquella empleada de limpieza, esa mujer
invisible, que llevaba 3 años fregando pisos en silencio, acababa de irrumpir
en la habitación de Tiago como una furia desatada. ¿Cómo te atreves a entrar así?
Isabela recuperó la compostura con esa frialdad calculada que había
perfeccionado durante sus 5 años junto a Alejandro Montes, uno de los hombres más
ricos de Barcelona. Sales de aquí inmediatamente, o llamaré a seguridad.
Pero Carmela no se movió. Sus 62 años parecían haberle dado una valentía que
antes no tenía. sostuvo el frasco en alto a la luz que entraba por los
ventanales con vista al Mediterráneo y lo que vio confirmó sus peores
sospechas. El líquido transparente tenía un brillo aceitoso, casi imperceptible,
pero ella lo había notado después de semanas observando la rutina matutina.
“¿Qué es esto que le pones en los ojos al niño cada mañana?” La voz de Carmela salió más firme de lo
que ella misma esperaba. He visto como Tiago grita de dolor, cómo se frota
desesperado, cómo cada día ve menos y tú sonríes.
Siempre sonríes después. El silencio que siguió fue ensordecedor.
Isabela dio dos pasos hacia Carmela. Su figura esbelta, enfundada en un vestido
de diseñador que costaba más que el salario anual de la empleada.
Su rostro, enmarcado por una melena rubia, perfectamente planchada, mostraba
ahora una sonrisa que no llegaba a sus ojos azules y fríos como el hielo. “Eres
una simple criada que no entiende nada”, susurró Isabela con veneno en cada
palabra. “Eso son gotas oftálmicas recetadas por el mejor especialista de
Barcelona. Mi pequeño Tiago tiene una condición degenerativa.
Pronto estará completamente ciego y no hay nada que nadie pueda hacer. ¿O acaso
tus tres años limpiando inodoros te han convertido en doctora?
Pero había algo que Isabela no sabía. Carmela había sido enfermera durante 35
años antes de que la crisis económica la obligara a aceptar trabajos de limpieza
para sobrevivir y reconocía perfectamente el olor acre que emanaba
de ese frasco. No era medicina, era veneno disfrazado. Todo había comenzado
seis meses atrás, cuando Alejandro Montes trajo a casa el resultado de una
prueba de paternidad que cambiaría todo. Tiago Lucas, de solo 7 años, era su hijo
biológico, fruto de una relación anterior que Alejandro había tenido con
una joven brasileña llamada Elena. La madre había muerto en un accidente de
tráfico en Sopaulo y las autoridades habían localizado a Alejandro como el
padre en el testamento de Elena. El magnate, con su imperio de tecnología y
bienes raíces valorado en más de 800 millones de euros, había volado
personalmente a Brasil para traer al niño. Isabela lo recibió con lágrimas en
los ojos y brazos abiertos, jurando que lo amaría como si fuera su propio hijo.
Alejandro, conmovido por su generosidad, le había propuesto matrimonio esa misma
noche con un anillo de diamantes de 12 kilates. Pero Carmela había visto la
verdad en los ojos de Isabela cuando Alejandro no miraba.
Había visto el odio puro, el resentimiento burbujeando bajo esa
máscara perfecta de futura madrastra amorosa. Y tres meses después de la
llegada de Tiago, cuando el niño comenzó a quejarse de que veía borroso, Carmela
empezó a sospechar. Tiago es ciego de nacimiento. había anunciado Isabela un día durante
el desayuno con Alejandro sentado a la cabecera de la mesa revisando sus
correos en la tablet. El oftalmólogo me lo confirmó ayer. Una condición genética
heredada de su madre. Pobre angelito, necesitará cuidados especiales el resto
de su vida. Alejandro había levantado la vista. El dolor evidente en su rostro
curtido por 52 años de decisiones empresariales despiadadas.
Pero cuando se trataba de su hijo recién descubierto, ese titán de los negocios
se volvía vulnerable como un cordero. ¿Estás segura? Yo yo no recuerdo que
Elena tuviera problemas de visión. Estas condiciones pueden ser recesivas.
Amor. Isabela había posado su mano perfectamente arreglada sobre la de él.
No te culpes. Lo importante es que Tiago nos tiene a nosotros ahora. Yo me
encargaré personalmente de sus tratamientos. Ya contraté al mejor especialista de Europa. Pero ese
especialista nunca existió. Carmela lo sabía porque ella misma contestaba la
puerta. recibía las entregas, veía entrar y salir a cada visitante de esa
mansión de tres pisos en el barrio alto de Barcelona. Nunca había venido ningún
médico a examinar a Tiago. Solo Isabela entraba cada mañana a la habitación del
niño con ese frasco de cristal. Cerraba la puerta con pestillo e ignoraba los
gritos ahogados que a veces se filtraban por las rendijas.
El niño tiene que acostumbrarse a la oscuridad. Isabela había explicado cuando Carmela
preguntó por qué las cortinas de Tiago permanecían cerradas todo el día. Los
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