He estado casada con mi esposo durante tres años, y en todo ese tiempo, jamás lo vi comer comida cocinada una sola vez. Prefería comer carne cruda y siempre discutía conmigo si la carne estaba demasiado cocida. “Cocina mi carne solo por dos segundos”, me repetía sin cesar.
Noté que la carne fresca que guardaba en el congelador nunca duraba más de dos días. Al principio sospeché que él la estaba comiendo a escondidas, pero nunca lo atrapaba en flagrancia. Intenté hacerlo comer comida normal, pero él siempre decía: “Solo como en la fonda, no te preocupes, tú come por los dos”. Por amor, dejé de insistir para mantener la paz.
Él tenía la costumbre de levantarse a medianoche y regresar muy temprano en la mañana. Esto siguió así hasta que me embaracé. Fue entonces cuando todo cambió.
He estado embarazada dos veces, pero cada vez que daba a luz y me daban de alta, mi bebé desaparecía sin dejar rastro. La primera vez que pasó, estaba en casa sola con la bebé; mi esposo había salido al aeropuerto para comprar el boleto de mi madre, quien vendría a cuidarme. Con la poca fuerza que tenía, bañé a mi bebé, la alimenté y la acosté en la cuna. Cuando regresé del baño, la cuna estaba vacía y la puerta cerrada con llave. Mi esposo no estaba en casa.
Lloré y busqué desesperadamente, pero hasta hoy no sé qué pasó con ella. Esperaba que mi esposo se enojara conmigo al regresar, pero actuó como si nada y me consoló, asegurándome que podríamos intentarlo otra vez.
Poco después, quedé embarazada nuevamente. Pero esta vez estaba más alerta. Mis sospechas crecían y mis miedos también. La desaparición de mi hija me había dejado marcada para siempre. Decidí vigilar cada movimiento de mi esposo.
Una noche, descubrí que formaba parte de una red clandestina que traficaba con bebés. La carne cruda que comía no era casualidad; estaba relacionada con rituales oscuros y prácticas siniestras para mantener su poder dentro de esa organización.
Presenté la denuncia ante la policía, quienes comenzaron una investigación profunda. Gracias a la ayuda de mi familia y de las autoridades, lograron rescatar a mi segunda hija justo a tiempo, antes de que fuera vendida.
Mi esposo fue arrestado y llevado ante la justicia. La verdad me destrozó, pero me dio la fuerza para seguir adelante.
Hoy, mi hija está a salvo y estoy reconstruyendo mi vida con valentía y esperanza. Aprendí que no todo lo que vemos es lo que parece y que el amor propio y la fortaleza pueden vencer incluso la oscuridad más profunda.
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