Mi Esposo Duerme en el Baño Cada Noche

Episodio 2

No podía creer lo que estaba viendo esa noche.
Ahí estaba él… dentro del baño, a oscuras, con la mirada fija en la nada.

—¡Dios mío! —grité, llevando las manos a la boca.
Me quedé paralizada. Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas sin que pudiera detenerlas.

—¡Felix! —pronuncié su nombre, la voz temblorosa.
—¿Qué…? —alcancé a decir, pero no terminé la frase.

Él levantó la voz de golpe.
—¡Ey! No me preguntes nada. ¡No deberías estar aquí!

Sus ojos estaban rojos, y su voz… grave, amenazante, como un trueno en medio de la noche.
Desde que lo conocí, jamás lo había visto así.

Me invadió un miedo frío. El cuerpo entero me temblaba.
¿Este era el hombre con el que me había casado?

Sin saber si estaba soñando o despierta, él se acercó.
Me miró directo a los ojos y dijo con un tono que me heló la sangre:
—Lo que acabas de ver… jamás debes contarlo. Si lo haces, será bajo tu propio riesgo. Este será tu secreto para siempre.

Hizo una pausa.
—Y sobre este matrimonio… —aspiró profundo— aquí no hay vuelta atrás. No puedes irte. No debes irte. El día que lo intentes… será el día en que desaparezcas.

Dicho eso, cerró la puerta del baño y se quedó adentro.

Mis piernas apenas me sostenían. Tropecé hasta la cama, me senté y me abracé a mí misma, llorando en silencio.

Recordé nuestros días de noviazgo… cómo yo trataba de hacerle preguntas, pero siempre las esquivaba.
Solo me decía:
—Con el tiempo me conocerás mejor. Lo que importa es el amor que siento por ti.

¿Esto era lo que él llamaba “conocerlo mejor”?

Esa noche no pude dormir.
¿Debía quedarme callada o contarle a alguien?
Estaba destrozada… pero algo en mí sabía que debía huir.
Algún día, el mundo tenía que escuchar mi historia.
Pero sus palabras… me tenían paralizada.

Al amanecer, decidí fingir. Sonreír cuando él estuviera, actuar como si nada hubiera pasado… mientras planeaba el momento perfecto para escapar.

En la mañana, salió del baño ya bañado y vestido.
Me miró un segundo y se fue sin decir una palabra sobre lo ocurrido.

Fue entonces cuando algo me golpeó:
Nunca le había preguntado realmente a dónde iba todas las mañanas tan temprano.
Jamás indagué sobre su vida. Yo estaba demasiado ocupada persiguiendo la ilusión del matrimonio perfecto.

Quizá había llegado el momento de averiguarlo.
Pero… ¿y si la verdad era peor de lo que ya sabía?

Ese mismo día, mientras cocinaba, lo escuché entrar.
—Espero que recuerdes lo que te dije anoche —me dijo, con esa mirada que me helaba.
—Aquí no hay de dos: te lo guardas y tendrás paz en este matrimonio. Pero si lo cuentas… algo malo les pasará a los dos. Y no es un consejo, es una ley.

Se dio la vuelta y se fue.

Me quedé muda. La cuchara cayó de mi mano y rebotó en el suelo.
¿Qué clase de vida era esta?
Dicen que el matrimonio es dulce… pero el mío, en apenas una semana, ya era un infierno.

Desde entonces no pude dormir en la recámara.
Pasaba las noches en la sala, sentada, con el silencio como única compañía.

Una tarde, regresó más temprano de lo habitual y se encerró en la habitación.
Yo estaba en la cocina cuando escuché que tocaban la puerta.

No esperaba a nadie.

Abrí… y era mi hermana.

Entró, me miró y frunció el ceño al notar mi rostro apagado.
—Caro, ¿todavía estás preocupada porque tu esposo duerme en el baño todas las noches? —me preguntó, sin saber que él estaba en casa.

Apenas terminó de decirlo…

Detrás de mí, escuché cómo alguien se aclaraba la garganta.

Me giré.

Ahí estaba él.
De pie, observándonos… con una mirada que no supe si era más de enojo o de advertencia.

La habitación se quedó en silencio.