Solo un leve murmullo había roto el silencio. Diego se levantó, el corazón latiéndole con la angustia que solo un padre viudo conoce. Se acercó a la habitación de su bebé, esperando encontrarlo inquieto. Y lo que vio lo dejó helado: su empleada, la mujer que contrató para cuidar a su hijo, lo estaba amamantando. Sí, lo impensable, lo prohibido, lo que nadie esperaría. “¿Qué harías? ¿Cómo reaccionarías?” La voz de Diego cortó el silencio como un cuchillo afilado.

“¿Qué estás haciendo?” Camila se quedó paralizada en la mecedora. El pequeño Mateo aún prendido a su pecho. La luz tenue de la lámpara iluminaba una escena que Diego jamás esperó encontrar a las 3 de la mañana. “Señor Castellanos, yo… yo puedo explicarle,” susurró Camila, sus manos temblorosas mientras intentaba cubrir al bebé con la mantita. Sus ojos enormes y llenos de lágrimas se encontraron con la mirada atónita de Diego. El silencio se extendió entre ellos como un abismo insondable.

“Explícame entonces,” dijo Diego, su voz más suave ahora pero cargada de una confusión abrumadora. “¿Desde cuándo?” “Desde que llegué,” susurró Camila. “Mateo tenía hambre y el biberón no lo calmaba. Yo… yo tenía leche.” Diego se pasó las manos por el cabello tratando de procesar lo que veía.

Tres meses atrás, cuando Isabela murió en el parto, su mundo se había derrumbado. Mateo lloraba constantemente, rechazaba la fórmula y Diego se sentía completamente perdido. Entonces llegó Camila, la recordaba perfectamente. Una mañana de octubre tocando la puerta de su apartamento en Polanco. Diego había entrevistado a una docena de niñeras y todas habían sido un desastre, pero Camila era diferente. Llegó con una carta de recomendación algo vaga. Habló muy poco durante la entrevista. Sin embargo, cuando tomó a Mateo en brazos, algo mágico sucedió. El bebé que había estado inconsolable toda la mañana se calmó al instante. “¿De dónde vienes exactamente?” Le había preguntado Diego ese día. “De Oaxaca, señor. Vine a la capital buscando trabajo.” “¿Tienes experiencia con bebés?” Camila había bajado la mirada. “Sí, señor. Mucha experiencia.” No había mentido. Desde el primer día, Mateo pareció transformarse. Comía mejor, dormía más. Y por primera vez desde la muerte de Isabela, Diego pudo dormir una noche completa. Camila se levantaba con el bebé, lo calmaba y parecía entender cada uno de sus pequeños llanos.

 

Un Secreto Compartido

 

Diego notó cosas extrañas. Claro, Camila apenas comía. Siempre parecía triste cuando pensaba que nadie la veía, y varias veces la encontró en el baño con un extractor de leche que él pensó que usaba por higiene. Nunca se le ocurrió preguntarle. “¿Por qué tienes leche?” preguntó Diego ahora, su voz apenas un murmullo. Camila asintió lentamente. “Tuve una hija. La perdí hace tres meses.” Las palabras cayeron como piedras en el silencio del cuarto. Diego sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Todo comenzó a tener sentido. La tristeza en sus ojos, su manera de abrazar a Mateo como si fuera lo más preciado del mundo, la forma en que se levantaba en las noches sin que él se lo pidiera. “Comencé,” Camila comenzó, pero no sabía qué decir. No quería engañarlo. Continuó, las lágrimas rodando por sus mejillas. “Pero Mateo tenía tanta hambre y yo necesitaba… necesitaba sentir que podía salvar a alguien.”

Diego se acercó lentamente. Mateo había terminado de comer y dormía plácidamente en los brazos de Camila. Su hijo, que durante semanas había sido un bebé irritable y difícil, se veía completamente en paz. “¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?” “Desde la segunda semana. Al principio solo cuando usted no estaba, pero después él me buscaba y yo no podía negarme.” Diego se sentó en la silla al lado de la mecedora. Por primera vez en meses, realmente observó a Camila, no como la empleada que había contratado, sino como la mujer que había estado cuidando a su hijo con una dedicación que iba más allá de cualquier trabajo.

“¿Cómo se llamaba?” preguntó suavemente. “Esperanza,” respondió Camila, su voz quebrada. “Se llamaba Esperanza.” El nombre flotó entre ellos como una oración. Diego extendió la mano y después de un momento de duda, Camila se la entregó. Sus dedos estaban fríos y temblorosos. “Perdóname,” susurró ella. “Sé que no tenía derecho, pero…” “No te disculpes,” la interrumpió Diego. “Míralo.” Ambos bajaron la vista hacia Mateo, que dormía con una expresión de completa satisfacción que Diego no había visto en meses. “¿Desde cuándo no lloraba así de poco?” Camila sonrió a pesar de las lágrimas. “Ha estado durmiendo 6 horas seguidas toda la semana.” Diego no podía creerlo. Las ojeras que había cargado durante meses comenzaron a tener sentido. No era solo el cansancio del duelo, era la falta de sueño por las noches interminables con un bebé inconsolable. “¿Tienes suficiente leche para él?” La pregunta sorprendió a Camila. “Sí, señor. Demasiada, de hecho.”

Diego se quedó callado un largo momento, procesando todo. La ética de la situación, las complicaciones legales, lo que diría la gente. Pero luego miró a su hijo. Realmente lo miró y vio algo que no había visto desde antes de que Isabela muriera: un bebé completamente feliz. “Mañana hablamos,” dijo finalmente, poniéndose de pie. “Pero por ahora, gracias.” Camila lo miró con sorpresa. “¿No me va a despedir?” Diego se detuvo en la puerta del cuarto. “Camila, por primera vez en tres meses mi hijo está sano y feliz. Por primera vez en tres meses yo pude dormir una noche completa. Si me preguntas si te voy a despedir por eso, la respuesta es no, definitivamente no.” Cuando cerró la puerta detrás de él, Diego se recargó contra la pared del pasillo. Su mundo acababa de cambiar otra vez, pero esta vez, por primera vez desde la muerte de Isabela, el cambio no se sentía como una tragedia. En el cuarto, Camila siguió meciendo a Mateo, sus lágrimas ahora mezcladas con algo que no había sentido en meses: Esperanza, revelaciones y esperanza.

 

La Tormenta Llamada Esperanza Morales

 

“Diego, ¿dónde está mi nieto?” La voz de Esperanza Morales resonó desde la entrada del apartamento como un trueno en cielo despejado. Diego casi se atragantó con el café. Habían pasado 4 meses desde la última vez que vio a su suegra, y no esperaba verla nunca más. “Esperanza,” dijo, levantándose rápidamente. “No sabía que venías.” “Obviamente,” respondió ella, entrando con dos maletas grandes. “Llamé tres veces la semana pasada. Nunca contestaste.” Diego recordó las llamadas perdidas. Había estado evitando hablar con la familia de Isabela porque cada conversación terminaba en lágrimas o reproches. “¿Dónde está Mateo?” insistió Esperanza, mirando alrededor del departamento. “Arriba. Durmiendo la siesta.” “No puedes llegar así sin avisar.” “Soy la abuela de ese niño,” lo interrumpió. “Tengo derecho a verlo cuando quiera.” En ese momento, Camila bajó las escaleras con Mateo en brazos. El bebé había crecido notablemente en los últimos meses. Estaba gordito, sonriente y claramente saludable. “Señor Castellanos, Mateo ya se despertó y…” Camila se detuvo al ver a la mujer mayor en la sala. Esperanza la observó de arriba a abajo con ojos críticos. Camila era joven, bonita y obviamente tenía una relación muy cercana con el bebé, quien se veía completamente cómodo en sus brazos. “¿Y esta quién es?” preguntó Esperanza con tono seco. “Es Camila, la niñera de Mateo,” respondió Diego. “Camila, ella es Esperanza, la mamá de Isabela.” Camila hizo una pequeña reverencia. “Mucho gusto, señora.” Esperanza no respondió. Se acercó y extendió los brazos hacia Mateo. “Dame a mi nieto.” Camila miró a Diego, quien asintió. Cuando Esperanza tomó al bebé, Mateo comenzó a llorar inmediatamente. “¿Qué le pasa?” preguntó Esperanza sorprendida. “No la conoce,” explicó Diego. “Ha estado solo conmigo y con Camila estos meses.” “¿Solo con ustedes?” El tono de Esperanza se volvió acusatorio. “Una extraña está criando al hijo de mi hija.” Mateo seguía llorando. Camila se acercó instintivamente. “¿Puedo?” preguntó suavemente. En cuanto Mateo volvió a los brazos de Camila, se calmó inmediatamente. Esperanza observó la escena con ojos entrecerrados. “Necesito hablar contigo,” le dijo a Diego. “A solas. Camila, ¿puedes llevar a Mateo al jardín?”

Cuando se quedaron solos, Esperanza no perdió tiempo. “¿Qué está pasando aquí, Diego?” “¿A qué te refieres?” “Esa muchacha no es solo una niñera. Se ve la forma en que mira al bebé, la forma en que él responde a ella. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?” “4 meses.” “¿Y dónde encontraste a esta Camila?” Diego se sintió a la defensiva. “Respondió a un anuncio. Tiene experiencia con bebés, referencias.” “Esperanza, ¿a dónde quieres llegar?” “A que mi nieto está siendo criado por una completa desconocida mientras tú…” Hizo una pausa, observándolo. “Mírate, te ves mejor, descansado. ¿Hace cuánto que no te veías así?” Diego no respondió, pero Esperanza continuó. “Ella vive aquí.” “Sí, es interna.” “Una mujer joven y bonita viviendo en tu casa, cuidando a tu hijo. Diego, por favor, dime que no eres tan ingenuo.” “¿Qué insinúas?” “Que Isabela murió hace apenas seis meses y ya tienes a una sustituta. ¿Crees que no me doy cuenta?” La acusación golpeó a Diego como una bofetada. “No es una sustituta, es alguien que cuida muy bien a mi hijo y nada más.” Diego se quedó callado demasiado tiempo. En las últimas semanas había comenzado a sentir algo por Camila, la manera en que cantaba mientras cocinaba, cómo se reía con Mateo, la forma en que lo escuchaba cuando llegaba cansado del trabajo. Pero no estaba listo para admitirlo ni siquiera a sí mismo. “Esperanza, vine acá para ayudar,” continuó su suegra. “Isabela era mi única hija. Mateo es lo único que me queda de ella. No voy a permitir que una oportunista se aproveche de tu dolor para meterse en esta familia.” “Camila no es una oportunista.” “¿Cómo lo sabes? ¿Investigaste su pasado? ¿Hablaste con sus referencias anteriores? ¿Sabes por qué una mujer joven viene sola a la ciudad capital a cuidar hijos ajenos?” Diego se dio cuenta de que en realidad sabía muy poco sobre el pasado de Camila, aparte de lo que ella le había contado sobre su hija. “Voy a quedarme aquí un tiempo,” anunció Esperanza. “Para conocer mejor la situación y asegurarme de que mi nieto esté bien cuidado.” “Esperanza, no es necesario.” “Es completamente necesario. Y si descubro que esa muchacha no es lo que aparenta, voy a hacer todo lo posible para proteger a Mateo, incluso si eso significa llevármelo conmigo a Guadalajara.” La amenaza quedó suspendida en el aire como una espada. Diego sabía que Esperanza tenía recursos y conexiones. Si decidía pelear por la custodia de Mateo, podría complicar mucho las cosas.

 

Un Giro Inesperado del Destino

 

Esa noche, durante la cena, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Esperanza observaba cada movimiento de Camila, cada interacción con Mateo, cada mirada que intercambiaba con Diego. “Camila,” dijo Esperanza de repente, “cuéntame de tu familia.” Camila se tensó. “Mi familia, señora…” “Sí. ¿De dónde vienes? ¿Qué hacían tus padres? ¿Por qué dejaste tu ciudad para venir acá?” “Esperanza,” intervino Diego. “No está bien.” “Está bien,” dijo Camila. “Vengo de Oaxaca. Mi padre era campesino. Mi madre vendía comida en el mercado. Vine a México City buscando mejores oportunidades.” “¿No tienes familia propia? ¿Novio? ¿Hijos?” El rostro de Camila se descompuso por un momento. “No, señora.” Esperanza notó la reacción. “¿Estás segura?” “Esperanza, ya basta,” dijo Diego firmemente. “Solo quiero conocer a la persona que está cuidando a mi nieto.” Después de la cena, Diego encontró a Camila en el cuarto de Mateo dándole de comer. La puerta estaba cerrada y Diego pudo ver la intimidad del momento. Camila cantando suavemente mientras Mateo comía, completamente relajado y feliz.

Cuando Camila salió del cuarto, se encontró con Diego en el pasillo. “Siento mucho la forma en que te trató durante la cena,” le dijo en voz baja. “No se preocupe, entiendo que esté protegiendo a su nieto.” “¿Estás bien, Camila?” Él la miró a los ojos. “¿Quiere que me vaya?” La pregunta lo tomó por sorpresa. “¿Qué? No. ¿Por qué dices eso?” “Porque tal vez sea lo mejor si mi presencia va a causar problemas entre usted y su familia.” “Camila, tú no vas a ningún lado.” Se quedaron parados en el pasillo oscuro, muy cerca el uno del otro. Diego pudo oler el perfume suave de Camila, ver la preocupación en sus ojos. “¿Por qué?” susurró ella. “¿Por qué es importante para usted que me quede?” Diego no pudo responder con palabras. En lugar de eso, levantó la mano y tocó suavemente la mejilla de Camila. Ella no se apartó, y entonces, sin pensarlo, Diego se inclinó y la besó. Fue un beso lleno de meses de gratitud, de noches compartidas cuidando a Mateo, de conversaciones silenciosas y de una conexión que había crecido sin que se dieran cuenta. Cuando se separaron, ambos estaban temblando.

“Diego,” susurró Camila. “Lo siento,” dijo él. “No debí…” “No se disculpe,” lo interrumpió ella. “Pero esto… esto complica todo.” Diego asintió. Tenía razón. Con Esperanza en la casa vigilando cada movimiento, un romance entre ellos sería imposible de ocultar. “Tal vez deberíamos mantener distancia,” dijo Camila, “hasta que ella se vaya.” “¿Y si no se va?” Camila lo miró con tristeza. “Entonces tal vez sí tenga que irme yo.” Esa noche, Diego se quedó despierto pensando en el beso, en las amenazas de Esperanza y en la terrible posibilidad de perder a Camila justo cuando se daba cuenta de que sus sentimientos por ella eran mucho más profundos de lo que había admitido. En el cuarto de al lado, Esperanza también estaba despierta, planeando su próximo movimiento. Había visto el beso desde la ventana de su cuarto y ahora tenía toda la información que necesitaba para actuar.

 

La Verdad Sale a la Luz

 

“Tengo una cita con el licenciado Ramírez mañana a las 10.” Esperanza dejó caer la frase durante el desayuno como si fuera la cosa más natural del mundo. Diego casi se atragantó con el jugo de naranja. “¿Qué tipo de cita es?” “Es un abogado familiar. Quiero entender cuáles son mis derechos como abuela.” Camila, que estaba preparando el biberón de Mateo en la cocina, se quedó inmóvil. Diego sintió que la sangre se le helaba. “Esperanza, no necesitas un abogado. Puedes ver a Mateo cuando quieras.” “¿Puedo?” preguntó ella, mirándolo directamente. “Porque me parece que mi nieto está siendo criado por una extraña en una situación que, bueno… que no me parece apropiada para un niño.” “¿Qué quieres decir con eso?” Esperanza miró hacia la cocina donde Camila fingía no estar escuchando. “Creo que ya sabes qué quiero decir.”

Los siguientes días fueron un infierno. Esperanza documentaba todo. Las horas que Diego pasaba en el trabajo, la forma en que Camila cuidaba a Mateo, cada interacción entre ellos. Tomaba fotos, hacía notas y hablaba por teléfono en voz baja con su abogado. Diego y Camila apenas se dirigían la palabra cuando Esperanza estaba presente. El beso que habían compartido se sentía como algo que había ocurrido en otra vida. La tensión en la casa era tan espesa que hasta Mateo había comenzado a ponerse inquieto.

Una tarde, Diego llegó temprano del trabajo y encontró a Esperanza revisando los papeles de Camila en la cocina. “¿Qué haces?” preguntó furioso. “Verificando información,” respondió ella sin inmutarse. “¿Sabías que no tiene referencias verificables de trabajos anteriores con niños?” “Ya sabía eso cuando la contraté.” “¿Y sabías que llegó a la ciudad exactamente tres días después de responder a tu anuncio? ¿No te parece conveniente?” Diego se quedó callado. No había pensado en esos detalles. “Y otra cosa,” continuó Esperanza. “He estado observando. Esa muchacha se levanta en las noches con Mateo. Lo calma de una manera que no es normal.” El corazón de Diego comenzó a latir más rápido. “¿Qué quieres decir?” “Quiero decir que anoche la seguí. Vi lo que hace.” Diego sintió que el mundo se le venía encima. Esperanza había descubierto el secreto. “¿Y qué viste exactamente?” “Vi a esa muchacha dándole pecho a mi nieto. Vi algo que ninguna niñera normal haría jamás.” El silencio se extendió entre ellos como un campo minado. Diego sabía que había llegado el momento de la verdad. “¿Puedo explicarlo?” “¿Explicar qué?” gritó Esperanza. “¿Que has permitido que una completa extraña amamante a mi nieto? ¿Que has puesto en riesgo la salud de Mateo? ¿Por… por qué? ¿Por acostarte con la empleada?” “¡No es así!” rugió Diego. “¡Y no estoy acostándome con nadie!” “¡Ah, no? ¡Porque yo vi ese beso hace tres noches! ¡Los vi en el pasillo comportándose como… como si Isabela nunca hubiera existido!” La mención de Isabela fue como una apuñalada. Diego sintió que toda la culpa y el dolor que había estado enterrando durante meses salían a la superficie. “Isabela está muerta,” dijo, su voz quebrada. “Y Mateo está vivo y por primera vez en meses, mi hijo está sano y feliz gracias a…” “A esa manipuladora que aprovechó tu dolor.” “¡Camila no es una manipuladora!”

En ese momento, Camila entró a la cocina con Mateo en brazos. Había escuchado los gritos desde el jardín. “¿Qué pasa?” preguntó preocupada. “Lo que pasa,” dijo Esperanza, volteándose hacia ella con ojos furiosos, “es que ya sé tu sucio secreto.” Camila palideció. “Señora, yo…” “¿Cuánto le cobraste a mi yerno por amamantar a su hijo, o era gratis, parte de tus servicios completos?” “¡Esperanza!” gritó Diego. Pero Camila había comenzado a llorar. “No es lo que usted piensa.” “¡Ah, no? ¡Entonces explícame, niñita! ¿Cómo es que tienes leche para darle a un bebé que no es tuyo?” “¡Porque perdí a mi hija!” gritó Camila, las lágrimas corriendo por su rostro. “¡Porque mi hija murió y mi cuerpo siguió produciendo leche! Y cuando vi que Mateo tenía hambre, no pude… pude dejarlo llorar.” La confesión cayó como una bomba en la cocina. Esperanza se quedó callada por primera vez desde que había llegado. “¿Qué dijiste?” preguntó, su voz más suave. “Tuve una hija. Nació prematura, vivió tres días. Vine a México City porque no podía quedarme en Oaxaca con… con esto.” Se tocó el pecho. “Con esta leche que no servía para nada hasta que conocí a Mateo.” Diego se acercó a Camila. “Esperanza, ella no me está cobrando nada. Ella…” Pero Esperanza lo interrumpió con una mano levantada. Su rostro había cambiado completamente. La furia había sido reemplazada por algo parecido al shock. “¿Cuándo murió tu hija?” preguntó. “El 18 de julio,” susurró Camila. Esperanza se sentó pesadamente en una silla. “Isabela murió el 15 de julio.” El silencio que siguió fue ensordecedor. Las dos mujeres se miraron, reconociendo en los ojos de la otra el mismo dolor devastador de perder a un hijo.

 

Un Futuro Inesperado

 

“Ustedes dos,” comenzó Esperanza, su voz temblando. “Ustedes dos perdieron al mismo tiempo.” Diego asintió. “Por eso funciona tan bien. Los dos necesitaban sanar y Mateo necesitaba lo que Camila podía darle.” Esperanza se cubrió la cara con las manos. Cuando las bajó, tenía los ojos llenos de lágrimas. “Diego,” dijo su voz completamente diferente, “tengo que decirte algo, algo que debí decirte hace meses.” El tono de Esperanza hizo que Diego sintiera un escalofrío. “¿Qué cosa?” Esperanza miró a Camila, quien seguía de pie con Mateo en brazos, y luego volvió a mirar a Diego. “Isabela… Isabela no era feliz en su matrimonio.” “¿Qué?” “Los últimos tres meses antes de morir ella… ella me confesó cosas, dudas, sentimientos que había enterrado.” Diego sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. “¿Qué tipo de sentimientos?” Esperanza respiró profundamente. “Isabela tuvo una aventura, Diego, los últimos tres meses de embarazo, con alguien de su trabajo.” La revelación golpeó a Diego como un rayo. Camila hizo un ruido de sorpresa y abrazó más fuerte a Mateo. “¿Qué? ¿Qué estás diciendo?” “Estoy diciendo que Isabela no estaba segura de quién era el padre de Mateo,” continuó Esperanza, las lágrimas corriendo por su rostro. “Me lo dijo dos días antes de morir. Estaba aterrada, llena de culpa y me hizo prometerle que nunca te lo diría.” Diego se tambaleó y tuvo que apoyarse en la mesa. “¿Por qué? ¿Por qué me dices esto ahora?” “Porque he estado furiosa contigo durante meses. Furiosa porque parecías estar superando su muerte tan fácil. Furiosa porque encontraste a alguien que te ayudara cuando yo… cuando yo no podía ni levantarme de la cama.” Esperanza se quebró completamente. “Pero viendo a esta muchacha, entendiendo su dolor, me di cuenta de que mi enojo no era contigo. Era con Isabela y conmigo misma por guardar secretos, por estar tan perdida en mi propio dolor que no pude ver que tú también estabas sufriendo.”

Diego se acercó lentamente a Camila y tomó a Mateo en sus brazos. El bebé lo miró con sus ojos grandes y confiados, y Diego sintió que el amor que tenía por su hijo no había cambiado ni un ápice. “No me importa,” dijo finalmente. “Biológicamente o no, Mateo es mi hijo y siempre lo será.” Camila se limpió las lágrimas. “Diego, ¿y tú?” dijo, mirándola directamente. “Tú has sido más madre para él en estos meses que… que muchas personas en toda una vida.” Esperanza se levantó lentamente. “Lo siento,” dijo. “Siento todo. Siento haber guardado el secreto. Siento haber llegado aquí con tanta rabia. Y siento… siento no haber visto que ustedes dos han creado algo hermoso de tanto dolor.” Diego extendió su brazo libre hacia su suegra. “Esperanza, todos estamos tratando de sanar. Tal vez… tal vez podamos hacerlo juntos.” Por primera vez desde que había llegado, Esperanza sonrió. Una sonrisa triste pero real. “¿Creen que hay lugar para una abuela loca en esta familia tan poco convencional?” Camila se acercó y, para sorpresa de todos, abrazó a Esperanza. “Siempre hay lugar para más amor,” susurró. Y por primera vez en meses, los tres adultos se permitieron creer que tal vez juntos podrían crear algo nuevo y hermoso de los pedazos rotos de sus vidas.

 

Un Futuro Inesperado

 

Seis meses después, la casa había cambiado completamente. Ya no se sentía como el lugar donde Diego había sobrevivido a su dolor, sino como un verdadero hogar donde una familia poco convencional había aprendido a florecer. Esperanza había decidido mudarse permanentemente a México City. Rentó un apartamento a dos cuadras de distancia, lo suficientemente cerca para ser parte de la vida diaria de Mateo pero lo suficientemente lejos para darle espacio a la nueva dinámica familiar que se había formado.

La relación entre Esperanza y Camila había evolucionado de manera sorprendente. La mujer mayor se había convertido en una especie de mentora para Camila, enseñándole las historias familiares, las tradiciones y compartiendo recuerdos de Isabela que ayudaban a todos a sanar. “¿Cómo va el proyecto del centro comunitario?” preguntó Esperanza mientras observaba a Camila preparar la comida. “Bien,” respondió Camila, sonriendo. “Diego dice que la propuesta está casi lista para presentar.” Durante los últimos meses, Diego había descubierto que Camila tenía ideas brillantes sobre diseño de espacios familiares. Su experiencia en trabajo social combinada con su perspectiva única sobre las necesidades de las madres jóvenes había inspirado a Diego a desarrollar un proyecto completamente nuevo: un centro comunitario con espacios de lactancia, guarderías y áreas de apoyo para familias. “Es increíble lo que pueden lograr cuando se junta el talento de ustedes dos,” comentó Esperanza. Camila se sonrojó. A pesar de los meses que habían pasado, aún no se acostumbraba completamente a ser tratada como parte integral de la familia.

Diego llegó temprano del trabajo, algo que había comenzado a hacer más frecuentemente. Su empresa había crecido gracias al éxito del proyecto del centro comunitario, pero él había aprendido a valorar el equilibrio entre trabajo y familia. “¿Dónde está mi pequeño arquitecto?” preguntó, refiriéndose a Mateo. “En el jardín con sus bloques,” respondió Camila. “Está construyendo algo que dice que es como papá.” Diego sonrió. Mateo, ahora de un año y medio, había desarrollado una personalidad vibrante. Era un niño seguro, cariñoso y extraordinariamente feliz. Hablaba una mezcla divertida de español y las palabras en zapoteco que Camila le había enseñado. “¿Podemos hablar?” le preguntó Diego a Camila cuando Esperanza se fue a jugar con Mateo. “Claro.” Se sentaron en la terraza, el lugar donde habían tenido muchas conversaciones importantes durante los últimos meses.

“¿Recuerdas cuando hablamos de hacer esto oficial?” preguntó Diego. “¿Te refieres a la adopción?” Durante los últimos meses habían discutido la posibilidad de que Camila adoptara legalmente a Mateo. Aunque ella funcionaba como su madre en todos los sentidos prácticos, querían formalizar la relación para proteger a la familia que habían creado. “Sí, pero también me refiero a nosotros.” Camila lo miró con curiosidad. “¿Nosotros?” Diego se puso nervioso de repente. Había estado planeando este momento durante semanas, pero ahora que había llegado, se sentía como un adolescente en su primera cita. “Camila, estos meses contigo han sido… han sido los más felices de mi vida desde que murió Isabela. No solo porque Mateo esté bien, sino porque tú me has devuelto algo que pensé que había perdido para siempre.” “¿Qué cosa?” “La capacidad de amar, de confiar, de creer que es posible construir algo hermoso después de tanta pérdida.”

Camila sintió que se le aceleraba el corazón. “Diego, sé que empezamos de una manera poco convencional. Sé que la gente va a pensar que es demasiado pronto o que es raro o que no está bien, pero no me importa lo que piense la gente.” Diego se levantó de la silla y se arrodilló frente a ella. Camila se cubrió la boca con las manos, comprendiendo lo que estaba pasando. “Lo que me importa es que somos una familia. Ya somos una familia. Mateo te llama mamá, Esperanza te trata como a una hija y yo… yo me enamoré de ti sin darme cuenta, viéndote cuidar a mi hijo, viéndote sanar, viéndote florecer.” Diego sacó una pequeña caja de terciopelo del bolsillo. “Camila Rosas, ¿te quieres casar conmigo?” Las lágrimas corrían por el rostro de Camila. “Diego, yo…” “Antes de que respondas,” la interrumpió. “Tengo que decirte algo más.” Camila lo miró con expectación. “Estoy embarazada.” Diego parpadeó confundido. “¿Qué?” Camila se rió a través de las lágrimas. “Dije que estoy embarazada. Ese era mi secreto. Iba a decírtelo esta noche.” Diego se quedó paralizado, aún arrodillado con la caja del anillo en las manos. “¿Estás… estás embarazada?” “De 8 semanas,” confirmó Camila. “Fui al doctor ayer, por eso Esperanza me acompañó, aunque dijimos que íbamos de compras.” “¿Esperanza ya lo sabe?” “Sí. Ella insistió en que te dijera hoy. Dijo que ya habíamos tenido suficientes secretos en esta familia.” Diego se sentó en el suelo, abrumado. “Vamos a tener un bebé.” “Vamos a tener un bebé,” confirmó Camila. “¿Y mi propuesta?” Camila se bajó de la silla y se arrodilló frente a él. “Mi respuesta es sí. Sí a todo. Sí al matrimonio.”