Sergio Massa criticó a Bukele… y su respuesta paralizó al estudio entero

Sergio Masa lanzó la pregunta que creía letal. Lo que no sabía era que acababa de cabar su propia tumba. El estudio de televisión en Buenos Aires brillaba bajo las luces blancas. Sergio Masa, con esa sonrisa de quien se sabe ganador, se inclinó hacia adelante. Frente a él, conectado vía satélite desde San Salvador, Nayib Bukele lo observaba con calma absoluta.

Los técnicos ajustaban los últimos detalles. La entrevista estaba por comenzar. Nadie en ese estudio sabía que los próximos 15 minutos serían transmitidos en todo el continente como el momento en que un presidente centroamericano destruyó la narrativa completa de un político argentino en vivo y en directo. Masa abrió con lo que él consideraba su golpe maestro.

Presidente Bukele, usted ha encarcelado a miles de personas sin juicio. ¿No cree que eso lo convierta exactamente en aquello que dice combatir? La pregunta flotó en el aire. El equipo de producción intercambió miradas. Algunos sonrieron. Creían que Bukele tartamudearía, que buscaría excusas, que el presidente  salvadoreño caería en la trampa perfectamente diseñada, pero lo que ocurrió después nadie lo había previsto. Bukele no se inmutó.

Sus ojos se clavaron en la cámara con una intensidad que atravesó la pantalla. Dejó pasar 3 segundos de silencio absoluto. Luego habló. Señor Masa, antes de responderle, déjeme hacerle una pregunta. ¿Cuántos argentinos fueron asesinados el año pasado por el crimen organizado? El rostro de Masa cambió imperceptiblemente.

No esperaba una contrapregunta. Eso no es. Son más de 2000. Lo interrumpió Bukele sin elevar la voz. 2000 familias destruidas. 2,000 madres que no volverán a ver a sus hijos. Y usted viene a preguntarme sobre los derechos de los criminales que masacraban a mi pueblo. El silencio que siguió fue tan denso que se podía cortar con un cuchillo.

Y esto apenas comenzaba. Masa intentó recuperar el control. Presidente, con todo respeto, estamos hablando de debido proceso, de derechos fundamentales. ¿Qué? Hablemos de derechos fundamentales”, lo cortó Bukele nuevamente. Su voz era tranquila, casi pedagógica, pero cada palabra caía como un martillo.

“El derecho más fundamental es el derecho a la vida. ¿Sabe cuántos salvadoreños morían cada día antes de mi gobierno?” 15. 15 personas asesinadas diariamente. Familias enteras masacradas. Niños reclutados a la fuerza por pandillas. Mujeres violadas como ritual de iniciación. ¿Dónde estaban entonces sus preguntas sobre derechos humanos? El conductor del programa intentó intervenir.

Presidente Bukele, pero los organismos internacionales han señalado que los organismos internacionales, repitió Bukele con una media sonrisa que el heló la sangre de todos los presentes. Hablemos de esos organismos. ¿Sabe cuántas veces vinieron a El Salvador cuando las pandillas controlaban el 80% del territorio? Cero. ¿Cuántos informes emitieron cuando las maras cobraban extorsión hasta los vendedores de tortillas? Ninguno.

Pero ahora que los criminales están en prisión, ahora sí les preocupan los derechos humanos. Masa se removió en su asiento. La entrevista no estaba yendo como había planeado. Decidió cambiar de estrategia. Presidente, nadie niega el problema de seguridad que enfrentaba El Salvador, pero la solución no puede ser suspender garantías constitucionales indefinidamente.

Eso es lo que hacen las dictaduras. La palabra quedó suspendida en el aire. Dictadura era la carta que Masa había guardado para el momento decisivo, pero Bukele ni siquiera parpadeó. “Dictadura”, repitió saboreando la palabra. Señor Masa, en las dictaduras la gente huye del país. ¿Sabe qué está pasando en El Salvador? Los salvadoreños están regresando.

Por primera vez en 40 años hay más personas entrando que saliendo. ¿Sabe por qué? Porque ya no tienen miedo de que maten a sus hijos camino a la escuela. Pero lo que Masan no sabía era que Bukele estaba apenas calentando. La verdadera demolición estaba por comenzar. Bukele se reclinó ligeramente en su silla.

Su lenguaje corporal proyectaba una calma absoluta, la calma de quien tiene todas las cartas ganadoras y sabe exactamente cuándo jugarlas. Señor Masa, permítame contarle algo que quizás usted no sepa o quizás prefiera ignorar. Cuando asumí la presidencia, había zonas enteras de El Salvador donde el estado no existía. Las pandillas controlaban quién entraba, quién salía, quién vivía y quién moría.

Los maestros tenían que pagar extorsión para poder enseñar. Los médicos tenían que pedir permiso a los mareros para atender enfermos. ¿Y sabe qué hacían los gobiernos anteriores? Hizo una pausa calculada. Negociaban, pactaban, le daban dinero a los criminales para que mataran menos. Eso sí era aceptable para la comunidad internacional.

Eso sí respetaba los derechos humanos. El sarcasmo en su voz era quirúrgico. Masa intentó contraatacar. Presidente, nadie está defendiendo a las pandillas. Lo que se cuestiona es el método arrestos masivos, asinamiento en prisiones. Denuncias de denuncias de los familiares de los pandilleros, completó Bukele. Sí, las conozco todas.

También conozco las denuncias de las 20,000 familias que perdieron a alguien por la violencia. También conozco el llanto de los padres que encontraban a sus hijos descuartizados. También conozco el terror de las niñas que eran entregadas como premio a los cabecillas de las klicas. De esas denuncias quiere que hablemos.

El productor del programa hacía señas desesperadas. La entrevista se había salido completamente de control, pero las cámaras seguían rodando. Esto era televisión en estado puro. Ahora escucha esto con atención porque lo que viene después cambió el tono de toda la conversación. Si este contenido te está impactando, deja tu comentario ahora y suscríbete al canal para no perderte lo que sigue.

Masa decidió jugar su última carta, una carta que creía imbatible. Presidente Bukele, usted menciona los logros en seguridad, pero hablemos de economía. El Salvador adoptó el Bitcoin como moneda de curso legal. Esa decisión ha sido catalogada como un desastre económico por todos los expertos.

El Fondo Monetario Internacional ha advertido sobre Bukele soltó una risa breve. No era una risa burlona, era la risa de quien escucha el mismo argumento por centésima vez. El Fondo Monetario Internacional, repitió, el mismo organismo que durante décadas recomendó políticas que hundieron a Argentina en crisis recurrentes. El mismo FMI con el que su país tiene una deuda impagable, el mismo fondo que aconsejó a El Salvador durante 40 años mientras éramos el país más violento del mundo.

Esos son los expertos que debo escuchar. Masa abrió la boca para responder, pero Bukele continuó sin darle espacio. Señor Masa, cuando asumí la presidencia, El Salvador tenía una deuda externa equivalente al 70% de su PIB. ¿Sabe cuánto tiene Argentina? Más del 100%. ¿Y usted viene a darme lecciones de economía? El silencio en el estudio era total.

Los técnicos habían dejado de hacer su trabajo. Todos miraban las pantallas hipnotizados por lo que estaban presenciando. Pero hablemos del Bitcoin, continuó Bukele. Usted dice que fue un desastre. ¿Sabe cuántos salvadoreños tenían cuenta bancaria antes del Bitcoin? 30%. ¿Sabe cuántos tienen acceso a servicios financieros hoy? Más del 70%.

¿Sabe cuánto dinero ahorran los salvadoreños en el exterior al enviar remesas comisiones bancarias? Más de 400 millones de dólares al año. Eso no aparece en los informes del FMI, ¿verdad? Masa estaba visiblemente incómodo. Su estrategia de acorralar a Bukele había fracasado espectacularmente, pero el presidente  salvadoreño no había terminado.

Y entonces llegó el momento que nadie esperaba, el momento que se volvería viral en cuestión de horas. “Señor Masa”, dijo Bukele inclinándose hacia la cámara. “Usted me preguntó al principio si no me he convertido en aquello que digo combatir. Permítame devolverle la pregunta. Argentina tiene uno de los índices de pobreza más altos de su historia.

Tiene una inflación que destruye el salario de los trabajadores cada mes. Tiene una inseguridad que crece año tras año. Tiene una clase política que lleva décadas prometiendo soluciones y entregando fracasos. Y usted tiene a un estudio de televisión a cuestionar al país que logró reducir los homicidios en un 90%. Masa intentó interrumpir.

Presidente, las situaciones no son comparables. Tiene razón. Lo cortó Bukele. No son comparables. Porque nosotros sí resolvimos nuestro problema. Ustedes llevan décadas empeorando el suyo. El golpe fue demoledor. No había respuesta posible. Masa buscó palabras, pero estas no llegaron.

Buele aprovechó el silencio para continuar. Señor Masa, yo respeto a Argentina, respeto su historia, su cultura, su gente, pero no voy a aceptar lecciones de quienes no han podido resolver los problemas de su propio país. Cuando Argentina logre lo que El Salvador logró, cuando sus calles sean seguras, cuando sus familias puedan dormir tranquilas, cuando su economía deje de ser un chiste internacional, entonces tendrán autoridad moral para cuestionarnos.

Hasta entonces les sugiero que se concentren en sus propios desafíos. El conductor del programa intentó salvar la situación. Presidente Bukele, agradecemos su tiempo. ¿Algún mensaje final para nuestros televidentes? Bukele miró directamente a la cámara. Su expresión cambió. Ya no era la del presidente que acababa de demoler a su entrevistador.

Era algo más profundo, más personal. Sí, tengo un mensaje para todos los latinoamericanos que están viendo esto. Durante demasiado tiempo nos dijeron que era imposible, que la violencia era parte de nuestra cultura, que la corrupción era inevitable, que la pobreza era nuestro destino. Nos mintieron. Su voz se volvió más intensa.

El Salvador era el país más peligroso del mundo. Hoy es uno de los más seguros de América. No lo logramos con teorías. No lo logramos con buenas intenciones, lo logramos con decisiones difíciles que nadie más se atrevía a tomar y lo logramos porque el pueblo salvadoreño decidió que ya era suficiente, que ya no íbamos a ser víctimas, que íbamos a recuperar nuestro país sin importar lo que dijeran los que nunca vivieron nuestro terror.

Lo que nadie sabía en ese momento era que este mensaje llegaría mucho más lejos de lo que cualquiera imaginaba y las consecuencias apenas estaban por verse. Bukele le hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, sus palabras tenían el peso de quien ha visto demasiado sufrimiento. Hay algo que la gente no entiende cuando critica nuestras políticas de seguridad.

No entienden lo que significa vivir con miedo todos los días. No entienden lo que significa despedirte de tu hijo cada mañana sin saber si volverá vivo. No entienden lo que significa pagar la mitad de tu sueldo a criminales solo para que te permitan trabajar. Los ojos de Bukele brillaban con una intensidad que atravesaba la pantalla.

Yo sí lo entiendo. Crecí en es El Salvador. Vi a mis compañeros de escuela unirse a las pandillas porque no había otra opción. Vi a familias enteras huir del país dejando todo atrás. Vi a mi propia comunidad destruida por la violencia. Se detuvo un momento. Por eso cuando me eligieron, presidente, hice una promesa.

No al FMI, no a los organismos internacionales, no a los políticos de otros países. Hice una promesa al pueblo salvadoreño. Les prometí que sus hijos podrían ir a la escuela sin miedo, que sus hijas podrían caminar por la calle sin ser acosadas, que podrían construir un negocio sin pagar extorsión. Y esa promesa la voy a cumplir, cueste lo que cueste.

Masa permanecía en silencio. Toda su preparación, todos sus argumentos cuidadosamente elaborados habían sido desarmados uno por uno. Señor Masa, continuó Bukele. Usted habló de dictadura. Permítame explicarle qué es una dictadura. Una dictadura es cuando el pueblo no puede elegir a sus gobernantes. En El Salvador, el pueblo me eligió con el 85% de los votos.

Una dictadura es cuando no hay libertad de expresión. En El Salvador usted puede criticar al gobierno sin ir a prisión. Una dictadura es cuando el poder se ejerce para beneficio de unos pocos. En El Salvador, cada decisión que tomamos es para proteger a los más vulnerables. Su tono se endureció. Lo que ustedes llaman dictadura, nosotros lo llamamos orden.

Lo que ustedes llaman violación de derechos, nosotros lo llamamos protección del pueblo. Lo que ustedes llaman autoritarismo, nosotros lo llamamos liderazgo. El conductor del programa miraba nerviosamente a su productor. Nadie sabía cómo terminar esta entrevista. Nadie había imaginado que llegaría a este punto.

“Hay una diferencia fundamental entre El Salvador y muchos países de América Latina”, prosiguió Bukele. Nosotros dejamos de pedirle permiso a los que nunca resolvieron nada. Dejamos de consultar a los expertos que nos mantuvieron en la miseria durante décadas. Dejamos de escuchar a los que desde sus oficinas cómodas nos decían cómo debíamos vivir.

Este es el momento donde todo cambió. Si quieres ver contenido que desafía las narrativas establecidas, suscríbete ahora y activa la campanita. Comparte este video con alguien que necesite escuchar esto. Bukele respiró profundamente antes de continuar. Cuando implementamos el régimen de excepción, todo el mundo nos criticó.

Los mismos que nunca habían pisado las zonas controladas por pandillas. Los mismos que vivían en barrios seguros y mandaban a sus hijos a escuelas privadas. Los mismos que nunca tuvieron que elegir entre pagar la extorsión o ver morir a su familia. Su voz adquirió un tono casi paternal. Les voy a contar lo que nadie les cuenta. En los primeros días del régimen de excepción, recibíamos llamadas de madres salvadoreñas llorando.

¿Saben por qué lloraban? No lloraban porque arrestamos a sus hijos pandilleros. Lloraban de alegría porque finalmente podían caminar a la tienda sin miedo. Lloraban porque sus nietos podían jugar en la calle. Lloraban porque después de 30 años volvieron a sentirse libres en su propio país. Masa intentó una última intervención.

Presidente, pero los casos de detenciones arbitrarias. Detenciones arbitrarias, repitió Bukele sin perder la calma. ¿Sabe cuántos casos documentados de detenciones verdaderamente arbitrarias tenemos? Menos del 1%. ¿Sabe cuántos de esos casos ya fueron corregidos? Casi todos. ¿Sabe qué porcentaje de detenidos eran efectivamente miembros de pandillas? Más del 97%.

Pero claro, esos números no aparecen en los titulares sensacionalistas. Hizo otra pausa dramática. Mientras tanto, ¿cuántos inocentes morían cada año por la violencia de las pandillas? miles, miles de personas que nunca cometieron ningún delito, excepto nacer en el barrio equivocado. Pero esas muertes eran aceptables.

Esas muertes no generaban condenas internacionales. Esas muertes eran simplemente parte del paisaje latinoamericano. El sarcasmo en su voz era cortante. Ahora que los asesinos están en prisión, ahora sí les importan los derechos humanos. Ahora sí hay condenas. Ahora sí hay informes. Es curioso cómo funciona la indignación selectiva.

Masa había dejado de intentar responder. Su lenguaje corporal mostraba derrota. Su preparación había sido insuficiente. Sus argumentos habían sido demolidos sistemáticamente. “Señor Masa”, dijo Bukele dirigiéndose directamente a él por última vez. Yo no tengo nada personal contra usted. Entiendo que usted representa una forma de pensar muy extendida en ciertos círculos.

Una forma de pensar que prioriza las teorías sobre los resultados, que valora más la opinión de los organismos internacionales que el sufrimiento real de la gente. ¿Qué prefiere la comodidad del abstracto a la dificultad de tomar decisiones reales? Sus ojos se clavaron en la cámara. Pero déjeme decirle algo.

Mientras ustedes debaten, nosotros actuamos. Mientras ustedes teorizan, nosotros transformamos. Mientras ustedes nos critican desde sus estudios de televisión, nosotros estamos en las calles reconstruyendo un país que todos daban por perdido. El conductor finalmente encontró las palabras. Presidente Bukele, agradecemos enormemente su participación en este programa.

Ha sido una entrevista memorable. Gracias a ustedes por la invitación”, respondió Bukele con una sonrisa cordial. Y gracias a todos los argentinos que están viendo esto. Les mando un abrazo fraterno y les dejo un mensaje. Lo que hicimos en El Salvador, ustedes también pueden hacerlo. Solo necesitan líderes que estén dispuestos a tomar las decisiones difíciles.

Líderes que respondan al pueblo, no a los organismos internacionales. Líderes que prioricen los resultados sobre las teorías. hizo una última pausa. El cambio es posible. Nosotros somos la prueba viviente. Buenas noches. La conexión se cortó. El estudio quedó en silencio. Masa miraba a un punto indefinido, procesando lo que acababa de ocurrir.

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El conductor balbuceaba algo sobre una pausa comercial, pero la verdadera historia estaba apenas comenzando. Lo que sucedió después de esa entrevista superó todas las expectativas. En las horas siguientes, fragmentos de la entrevista comenzaron a circular en redes sociales. Primero en Argentina, luego en toda Latinoamérica, finalmente en el mundo entero.

Los clips de Bukele respondiendo a masa se volvieron virales en cuestión de horas. En Twitter, los hashtags Bukel le cierra la boca y más humillado se convirtieron en tendencia mundial. En YouTube, la entrevista completa acumuló millones de vistas en menos de 24 horas. En TikTok, los fragmentos más impactantes fueron vistos cientos de millones de veces.

Los comentarios eran abrumadoramente favorables a Bukele. Gente de Argentina, México, Colombia, Perú, todos los países latinoamericanos expresaban lo mismo. Por fin alguien decía las cosas como eran. Por fin un líder respondía sin miedo a las críticas de los que nunca habían resuelto nada. En El Salvador, la entrevista fue recibida con orgullo nacional.

Las calles se llenaron de celebraciones espontáneas. “Nuestro presidente nos defiende”, decían los salvadoreños. “Nuestro presidente no se arrodilla ante nadie, pero la reacción más significativa vino de los lugares menos esperados. Políticos de diferentes países latinoamericanos comenzaron a estudiar el modelo  salvadoreño, algunos en secreto, otros abiertamente.

Todos se hacían la misma pregunta. ¿Cómo lo hizo Sergio Masa?” Por su parte, evitó declaraciones públicas durante días. Cuando finalmente habló, lo hizo brevemente, fue una entrevista interesante. Tenemos diferencias ideológicas, pero respeto al presidente Bukele. Lo que no dijo fue que esa entrevista había cambiado algo en él, que por primera vez había enfrentado a alguien que no respondía con excusas, sino con hechos, alguien que no se intimidaba ante las acusaciones, sino que las devolvía multiplicadas.

La entrevista quedó grabada en la memoria colectiva latinoamericana como un momento de infección. El momento en que un presidente de un pequeño país centroamericano demostró que era posible desafiar las narrativas establecidas y salir victorioso. Porque a veces la verdad no necesita permiso, solo necesita a alguien dispuesto a decirla.