La maldición del linaje: Desenterrando el horror de 1864: los asesinatos rituales de bebés y el canibalismo en la plantación Varden
En el invierno de 1864, en plena campaña de tierra arrasada de la marcha del general William T. Sherman, una patrulla de caballería de la Unión se topó con un horror tan profundo en las afueras de Macon, Georgia, que fue inmediatamente clasificado y silenciado por el ejército estadounidense. No se trataba de una historia de guerra, sino de una antigua oscuridad, un meticuloso sistema de asesinatos rituales que se extendió durante décadas, perpetrado por una familia aristocrática consumida por un devastador delirio ancestral.
El lugar era la plantación Varden, una mansión con columnas construida sobre 120 hectáreas de arcilla roja. En los informes militares oficiales, el descubrimiento se describiría simplemente como «evidencia de muertes de civiles». Pero lo que la patrulla del teniente James Courtland encontró en el sótano contradecía toda suposición sobre la naturaleza humana y la sociedad civilizada. Encontraron siete fosas comunes, cada una con huesos que mostraban signos de una matanza sistemática, y una Biblia familiar donde una madre había registrado con orgullo el nacimiento de doce hijos varones, hijos que nunca debieron haber existido.
El origen de una obsesión macabra
La saga de los Varden comenzó en 1842, cuando el coronel Henry Varden se casó con Temperance Blackwell. Temperance aportó al matrimonio dos cosas: sangre aristocrática que se remontaba a la Virginia colonial y registros genealógicos meticulosamente documentados, libros que estudiaba con fervor religioso.
Desde el primer nacimiento en 1843, se instauró un patrón de tragedia y creciente delirio. Doce hijos varones fueron registrados en la Biblia familiar, nacidos a lo largo de dos décadas de Temperance y, posteriormente, de sus hijas. Todos esos bebés varones murieron, oficialmente registrados bajo causas vagas como «fiebre». El médico que los atendía finalmente se negó a atender a la familia, comentando en privado que el primer bebé no mostraba signos de enfermedad. Recordó la actitud “extrañamente tranquila, casi satisfecha” de Temperance al entregarle el pequeño cadáver.

Tras la muerte del coronel Varden en 1857 (después de terribles discusiones sobre los niños y “lo que ella le obligaba a hacer”), Temperance asumió el control absoluto. Gobernaba la casa con implacable eficiencia, aislando a sus cinco hijas supervivientes: Eleanor, Catherine, Margaret, Constance y Abigail. Las hijas, hermosas pero silenciosas, nunca se casaron ni sonrieron, moviéndose por la vasta casa como fantasmas.
Los censistas de 1860 registraron solo cinco hijas. Los doce hijos varones existían únicamente en la Biblia familiar y en los macabros rituales que Temperance perfeccionaba.
El testimonio de la partera y el miedo de las hijas
El primer atisbo real del horror de la plantación surgió a través del diario de la Sra. Sarah Hrix, la partera que se hizo cargo de los partos en Varden después de 1853. Sus entradas a partir de 1858 se leen como crónicas de una zona de guerra. Registró cuatro nacimientos en cuatro años; en cada ocasión, una hija dio a luz a un hijo ilegítimo cuya identidad nunca se reveló.
Cada vez, Temperance despedía a Hrix de inmediato, ofreciéndole sumas de dinero cada vez mayores y utilizando una gran deuda familiar como garantía para imponer su silencio. Cuando Hrix regresaba una semana después, el bebé siempre estaba muerto. Su diario dejó constancia de profunda preocupación: «El cuerpo había sido lavado y vestido… pero observé marcas en las extremidades que parecían de preparación culinaria». La última y escalofriante entrada de Hrix sobre la familia decía: «Han empezado a creer que funcionará».
Las hijas, forzadas a estos ciclos de embarazos forzados y asesinatos ritualizados, vivían aterrorizadas. Una carta escrita por una hija, Margaret, a su hermana Eleanor, reveló el tormento psicológico: «Prefiero lanzarme al río antes que sentarme a esa mesa. Tenías solo doce años cuando todo empezó… Las cicatrices en su espalda forman nuestro apellido».
El último intento: El horror de un desertor
El aislamiento y el horror se intensificaron a medida que la Guerra Civil se extendía por Georgia. En diciembre de 1863, el soldado confederado desertor Daniel Yoast llegó a la plantación. Demacrado y desesperado por comida, Eleanor lo recibió y lo invitó a entrar en una casa que parecía una tumba, donde todos los espejos estaban cubiertos con tela negra.
Temperance le preparó una elaborada comida, acribillándolo a preguntas sobre su soledad y sus planes de viaje. Entonces, llegó el horripilante clímax. Sirvieron un último plato: una carne asada que Yoast no reconoció, preparada con hierbas y presentada como una celebración. Temperance, sonriendo, le dijo que era una «receta familiar» que lo «convertiría en parte de su linaje».
Luego pronunció su escalofriante explicación: la familia cargaba con una maldición que mataba a los niños varones, una debilidad que solo podía corregirse mediante el consumo ritual. Confesó que los intentos anteriores habían sido demasiado tímidos. Esta vez, habían esperado hasta que el niño, Samuel, cumpliera once meses. La preparación estaba finalmente completa.
Yoast corrió, rompiendo una ventana y dejando tras de sí los gritos de las hijas. Huyó en la oscuridad de diciembre, sobreviviendo a base de corteza de árbol y agua helada en lugar de buscar otra vivienda.
El descubrimiento y la verdad silenciada
Las fuerzas de la Unión llegaron a la plantación Varden a finales de febrero de 1864, atraídas por una densa columna de humo. Encontraron la casa principal reducida a cenizas. El hallazgo principal se produjo en el sótano: siete tumbas marcadas con cruces. El soldado Michael Dunn, el enfermero, redactó un informe clínico en el que constaba: «Huesos pequeños compatibles con infantes… evidencia de desarticulación sistemática realizada con instrumentos afilados, marcas de corte en las costillas y huesos largos que coincidían con técnicas de despiece». Los cráneos de seis infantes habían sido abiertos por la parte posterior.
La clave del horror se halló en la séptima tumba: un diario de cuero escrito por Temperance Varden.
El diario de 200 páginas, que abarcaba 21 años, era un plan para un asesinato metódico justificado mediante una aterradora genealogía pseudocientífica y una convicción ocultista. Temperance se había convencido de que el consumo ritual —citando afirmaciones distorsionadas sobre la nobleza romana y europea— era la única forma de «redimir» el linaje familiar.
El diario reveló:
Preparación metódica: Diagramas anatómicos dibujados a mano mostraban qué órganos contenían la esencia necesaria para el ritual.
Coacción: El coronel Varden había participado en el primer ritual, pero comenzó a cuestionarse si estaban desafiando a Dios, un obstáculo que se eliminó apenas dos meses antes de su fatal accidente.
El delirio final: La última entrada, fechada el 4 de enero de 1864, expresaba triunfo tras la tuberculosis de Samuel, concluyendo: «Dentro de tres meses, una hija quedará embarazada. Esta vez, un hijo sobrevivirá».
El trágico final de las hijas Varden
El teniente Courtland, reconociendo el contagio de la locura en el diario, tomó una decisión que atormentaría a los historiadores: selló el sótano e informó únicamente de las «probables atrocidades confederadas», omitiendo los detalles del canibalismo ritual.
Temperance Varden jamás salió de la casa. Isaac, un antiguo esclavo que se quedó en la casa, testificó que Temperance vio cómo sus hijas destrozaban la casa a su alrededor —destrozando muebles y espejos— y luego se encerró dentro antes de que el fuego se propagara simultáneamente por varias habitaciones.
Mientras tanto, las hijas desaparecieron en el caos de la guerra. Llevaban consigo misteriosos bultos envueltos en sábanas.
Margaret Varden fue encontrada muerta dos semanas después, tendida en paz en una zanja. Su bulto contenía huesos de bebé envueltos individualmente y etiquetados: partes de Samuel Varden.
Eleanor Varden fue encontrada colgada de un roble cerca del río Flint, llevando consigo solo una pequeña Biblia con todos los nombres masculinos tachados con tinta negra.
Catherine Varden entró en un campamento de la Unión, incoherente, murmurando: «No funcionó. Mamá mintió. Nunca funcionó». Murió esa noche.
El gobierno estatal, desesperado por restablecer el orden y evitar más propaganda de atrocidades, presionó con éxito al Ejército para que suprimiera el expediente Varden. La historia del canibalismo ritual entre la aristocracia sureña se consideró demasiado devastadora para los esfuerzos de la Reconstrucción. Las dos hijas supervivientes desaparecieron por completo, llevando consigo los últimos vestigios de un linaje que exigía sacrificios rituales. El diario, guardado bajo llave en una caja fuerte, nunca se presentó oficialmente como prueba, lo que garantizó que la horrible verdad de la plantación Varden sobreviviera solo en susurros y cartas militares censuradas.
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