El reloj en la pared del Hospital General de Guadalajara marcaba las 11:43

UNA ENFERMERA CANSADA ATENDIÓ A UN PACIENTE SIN SEGURO GRATIS... PERO ERA JESÚS EN PERSONA... - YouTube

de la noche del 22 de septiembre de 2024. Margarita Flores, de 54 años, se

apoyaba contra la pared del pasillo del área de emergencias, con los ojos cerrados, tratando desesperadamente

de reunir fuerzas para las siguientes horas de su turno. Sus piernas temblaban

de agotamiento, su espalda gritaba en agonía y su mente, nublada por la falta

de sueño, luchaba por mantenerse enfocada en las tareas básicas que le

quedaban por hacer. 36 horas. Llevaba 36 horas consecutivas trabajando en ese

hospital. Había llegado ayer a las 11 de la mañana para su turno normal de 8

horas. Pero la enfermera del turno de la noche había llamado enferma y Margarita,

siendo la más veterana con 30 años de servicio, había sido la elegida para

cubrir. Luego esta mañana otra enfermera no se presentó y Margarita había tenido

que quedarse para el turno diurno también, 36 horas sin dormir, sin

descansar realmente. Solo pausas breves de 5 o 10 minutos aquí y allá para beber

café aguado de la máquina y comer galletas rancias de la cafetería. Su uniforme blanco, que había sido

inmaculado ayer por la mañana, ahora estaba manchado de sangre, vómito y

quién sabe qué más. Su cabello, que normalmente mantenía perfectamente

recogido en un moño, se había escapado en mechones rebeldes que le caían sobre

el rostro sudoroso. Las ojeras bajo sus ojos eran tan profundas que parecían

moretones. Pero el agotamiento físico era solo una parte de su sufrimiento. El

peso emocional que cargaba era mucho peor. Margarita era viuda desde hacía 8

años. Su esposo, Raúl, había muerto de un infarto masivo a los 52 años,

dejándola sola con una pensión miserable y una hipoteca sin terminar de pagar.

Habían tenido dos hijos, Daniela y Roberto, pero ambos vivían ahora en

Estados Unidos. Habían emigrado hace 5 años buscando mejores oportunidades.

Llamaban ocasionalmente, enviaban unos dólares cuando podían, pero estaban

absortos en sus propias vidas, en sus propias luchas en tierra extranjera. Y

luego estaba su madre, doña Socorro, de 82 años, quien había sido diagnosticada

con Alzheimer progresivo hace 3 años. La enfermedad había avanzado rápidamente,

devorando los recuerdos y la personalidad de la mujer fuerte e independiente que Margarita había

conocido toda su vida. Ahora, su madre no la reconocía la mitad del tiempo. La

llamaba por el nombre de su hermana fallecida. Preguntaba por su esposo, que había muerto hace 20 años. Se perdía en

su propia casa, dejaba la estufa encendida, salía a la calle en pijama a

las 3 de la mañana. Margarita había tenido que contratar a una cuidadora de

tiempo completo, doña Eloisa, una mujer de 60 años que cobraba 4000 pesos a la

semana. 4,000 pesos que Margarita apenas podía permitirse, pero que era

absolutamente necesario porque no podía dejar a su madre sola. Y como si todo

eso no fuera suficiente, las deudas, Dios santo, las deudas. Tres tarjetas de

crédito al límite máximo, 120,000es en total. Había empezado a usar las

tarjetas hace dos años, cuando el salario no era suficiente para pagar todo. La hipoteca, la cuidadora, las

medicinas de su madre, la comida, los servicios y una vez que empezó fue

imposible parar. Los intereses se acumulaban más rápido de lo que podía

pagar. Ahora le llamaban constantemente los cobradores, amenazándola con

demandas, con embargar su casa, con arruinar su crédito completamente.

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corazones. Pero lo peor, lo absolutamente peor había sucedido esta

semana. El doctor había llamado con los resultados de los últimos estudios de su

madre. El Alzheimer estaba causando complicaciones. Había un coágulo formándose en el

cerebro. Necesitaba una operación urgente. Sin la cirugía, su madre podría

sufrir un derrame cerebral masivo en cualquier momento. Podría morir o peor,

podría quedar en estado vegetativo, atrapada en un cuerpo que no respondía mientras su mente se desvanecía

completamente. La operación costaba 200,000es. 200,000es que Margarita no tenía. Había

ido al banco hace 3 días. había suplicado por un préstamo. El gerente,

un hombre joven con traje caro que probablemente nunca había conocido la desesperación real, había revisado su

historial crediticio con expresión de disgusto apenas disimulado. “Señora

Flores”, había dicho con voz condescendiente, “Usted tiene tres tarjetas al máximo, un historial de

pagos atrasados y gana 25,000 pesos al mes. Podemos aprobar un préstamo de

200,000 pesos. Es simplemente demasiado riesgo. Por favor, había suplicado

Margarita, las lágrimas corriendo por su rostro sinvergüenza. Es mi madre, va a

morir sin esta operación. Puedo hacer pagos, puedo trabajar horas extras, lo

que sea. Lo siento, señora. Mi respuesta es no. Margarita había salido de ese

banco sintiendo que acababa de recibir una sentencia de muerte, no para ella,

sino para su madre, la mujer que le había dado la vida, que la había criado

sola después de que su padre los abandonara, que había trabajado limpiando casas para que Margarita

pudiera estudiar enfermería, que la había apoyado cuando Raúl murió, que

había sido su roca durante toda su vida. Y ahora Margarita no podía hacer nada

para salvarla. Había llorado durante 3 horas después de salir del banco. Llorado hasta que no le quedaron