Habían pasado cinco meses desde la muerte de Nora, y aún nadie había querido adoptar a Zeus, el gato blanco con una sola oreja. No era viejo, ni estaba enfermo, ni mostraba signos de agresividad. Simplemente, no deja

En el refugio decían que había sido el único compañero de Nora durante mas de diez años. Que cuando ella murió en el hospital, Zeus se quedó solo en el apartamento, maullando sin descanso d

—Es que no quiere a nadie —decía una voluntaria con gesto triste—. Solo a

Y parecía cierto. Zeus comía, bebía y se movía, pero no se dejaba tocar. Dormía siempre en una esquina, mirando la puerta como si esperara que Nora regresara. Los voluntarios intentaban acariciarlo, hablarle o jugar con él, pero él se limitaba a girar la cabeza y observarlos con ojos llenos de una tristeza que nadie se atrevía a nomb

Fue un martes cualquiera cuando Lucía entró al refugio. Tenía cuarenta y dos años, el pelo recogido y ojeras profundas, de aquellas que solo se adquieren después de haber llorado

—No

L

Lu

—¿También perdiste a alguien? —susurró, mientras sostenía sus manos entrelazadas sobre las rodillas—. Yo perdí a mi mamá. Era mi única familia. Así que te entiendo… No

Zeus giró la cabeza lentamente. No se acercó, pero tampoco se fue. Lucía sonrió con tris

Volvió al día siguiente. Y al siguiente. Cada vez se sentaba un poco mas cerca. Cada vez Zeus la observaba durante mas tiempo, hasta que un viernes, después de varias semanas de paciencia silenciosa, el gato finalmente se tumbó a su

—¿Estas segura? —preguntaron en el refugio, sorprendidos—.

—No necesito que me abrace —respondió Lucía—. Solo que esté.

Se lo llevó a casa en una caja de cartón. Zeus no maulló, no se movió; solo la miró con sus ojos azules como si estuviera evaluando aquel nuevo mundo. Los primeros kias no salió de debajo del sofá. Exploró la cocina con cautela al segundo cóa y al tercero se posó en la ventana, observando la calle como un guardián silencioso.

No era un gato cariñoso. No dormía con ella. No pedia mimos. Pero la seguía por la casa, como una sombra que nunca la abandonaba. Y cuando Lucía lloraba, porque el dolor por su madre aún era reciente, Zeus se acercaba despacio y le rozaba el brazo con la cabeza. Un gesto pequeñ

—Gracias por quedarte —le susurraba

Pasaron los dias, las semanas y los meses. Lucía comesnzó a hablarle de todo: de su trabajo, de los recuerdos de su madre, de los libros que le gustaban, incluso de sus pequeñas victorias cotidianas. Zeus no contestaba con palabras, pero con cada mirada y cada roce de cabeza, Lucía sentía que la escuchaba, que comprend

Un dia, mientras leía en el sofá, sintió un peso calido sobre sus piernas. Zeus, por primera vez, se había subido solo. No se acurrucó. No ronroneó fuerte. Simplemente se tumbó encima de ella. Como diciendo:

Y por primera vez en mucho tiempo, Lucía

—Tu también perdiste a tu persona —susurró—. Pero nos encontra

Con el tiempo, la rutina silenciosa de compañía mutua se volvió un refugio para ambos. Zeus envejeció tranquilo, manteniendo su independencia y su distancia afectuosa. Nunca fue un gato mimoso, pero siempre estaba cuando Lucía lo necesitaba: cuando estaba enferma, triste o simple

Lucía empezó a notar que Zeus tenía pequeños rituals: siempre se sentaba junto a la ventana al amanecer, observando los pájaros; cuando ella cocinaba, se colocaba en la alfombra de la cocina; y cuando la tristeza la visitaba, se recostaba

Los vecinos comentaban lo extraño que era aquel gato que “no dejaba entrar a nadie” pero que, paradójicamente, había encontrado a alguien

—Es

—Sí —respondía ella—. Humano y sabio.

Pasaron los años. Lucía aprendió a vivir con la compañía silenciosa de Zeus. Aprendió que no siempre las palabras son necesarias, que el consuelo puede encontrarse on un roce suave, en la cercanía silenciosa, en comp

Cuand

“No

Cad

still

—Él no me eligió, ni yo a él. Nos encontramos. Y eso, a veces, es mas que suficiente.

Porque hay amores silenciosos que dejan huella, sin maullidos, sin abrazos insistentes, solo estando… como Zeus.