LA NOCHE ANTES DE LA BODA — Episodio 1: “Antes del Sí”
La noche antes de nuestra boda, me despertó el sonido de alguien… gimiendo.
Al principio pensé que era un sueño. Pero cuando volteé hacia un lado, noté que mi prometida ya no estaba en la cama.
El sonido venía del baño.
Con curiosidad —y con algo de inquietud— me levanté y caminé hacia la puerta. Estaba entreabierta, lo suficiente como para ver lo que pasaba adentro.
Y ahí estaba ella.
Sentada en el asiento del inodoro, con las piernas separadas, la cabeza echada hacia atrás… y gimiendo. Despacio. Suave. Repetidamente. Con los ojos entrecerrados y una leve sonrisa en los labios.
Pero estaba sola.
Sin juguetes. Sin teléfono. Sin audífonos. Nada.
Solo ella.
Me quedé paralizado, tratando de entender lo que estaba viendo.
Y entonces, como si hubiera sentido mi presencia, volteó hacia mí.
En un segundo, se incorporó como si nada. Ni una palabra. Ni una expresión de vergüenza. Simplemente bajó la palanca del baño, salió caminando a mi lado… y volvió a meterse a la cama.
Yo me quedé ahí, de pie. Atónito. Lleno de preguntas que no sabía cómo formular.
Y lo que más me perturbaba… era que ella había sido la que insistió en que nos mantuviéramos en castidad hasta el matrimonio.
Lo respetamos. Nos bañamos juntos, dormimos juntos… pero nunca hubo un solo intento de intimidad de su parte.
Y ahora, justo la noche antes de convertirnos en marido y mujer… estaba viendo un lado de ella que jamás imaginé.
LA MAÑANA DE LA BODA
Temprano al día siguiente —el día de nuestra boda— ella entró al cuarto que compartíamos y me dijo algo que me sacó completamente de onda:
—Quiero tener mi propio cuarto privado después de la boda.
Lo dijo seco, como si fuera una orden.
Me quedé pasmado.
—¿Vamos a casarnos hoy… y quieres dormir en cuartos separados? ¿Por qué?
Su rostro cambió. Frunció el ceño y, de golpe, su tono se volvió amenazante.
—Si no puedes respetar eso… tal vez esta boda no debería suceder.
Le supliqué que no arruinara nuestro día por algo tan extraño. Al final aceptó —o al menos fingió hacerlo— y seguimos con la ceremonia.
LA NOCHE DE BODAS
Esa misma noche, me arreglé y me acerqué con discreción a su habitación. Quería estar con mi esposa. Por fin.
Pero su puerta estaba cerrada con llave.
Toqué con suavidad.
Nada.
Volví a tocar. Silencio.
Me quedé ahí, esperando, preguntándome si estaba dormida… o simplemente me estaba ignorando. Después de un rato, me rendí y regresé a mi cuarto, convenciéndome de que quizá estaba agotada.
AL DÍA SIGUIENTE
Cuando salió de su cuarto la mañana siguiente, me quedé helado.
Tenía moretones en la cara y en los brazos.
—¿Qué te pasó? —le pregunté, lleno de preocupación.
Ella sonrió como si nada.
—Ah, me caí anoche mientras intentaba quitarme los zapatos —dijo, sin darle importancia.
No quise acusarla de mentir, pero algo no cuadraba.
Más tarde, cuando se inclinó para sacar algo de su bolso, su blusa se levantó un poco. Y fue entonces cuando lo vi.
Una marca larga. Profunda. Roja.
Como si alguien le hubiera dado un latigazo.
—¿Segura que sólo te caíste? —volví a preguntar, con el corazón en la garganta.
Me miró, y soltó una risa suave.
—Ay, ya… preocupón.
ESA MISMA TARDE
Esa tarde, la llamé a mi cuarto. Quería que, por fin, compartiéramos el momento que tanto habíamos esperado. Quería consumar el matrimonio.
Pero desde que intenté besarla, empezó a voltear la cara. A esquivar mis labios. A evitar mi contacto.
—¿Sabes que ya estamos casados, verdad? —le pregunté, mirándola fijamente.
Suspiró.
—No estoy de humor. ¿Podemos dejarlo para otra ocasión?
Y sin decir más… salió del cuarto.
Y ahí me quedé yo. Con más preguntas que respuestas.
¿Qué está escondiendo? ¿Quién le hizo daño? ¿Por qué no quiere estar conmigo?
Sígueme para no perderte el próximo capítulo de esta historia increíble.
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