Episodio 1
La primera vez que vi a mi esposa con un vestido rojo a medianoche, pensé que era normal.
CreÃa que lo sabÃa todo sobre ella. Pero habÃa algo que nunca supe de mi esposa… sus noches.
Poco a poco, empecé a notar algo extraño.
Cada noche, se iba a dormir con su camisón habitual. Pero exactamente a medianoche, la encontraba de pie, con un vestido rojo. Y por la mañana… volvÃa a estar en su ropa normal.
La primera noche lo ignoré.
La segunda, me dije que era una coincidencia.
Pero a la tercera entendà que no era un error. Y a veces… ni siquiera estaba en la cama.
Una mañana, le pregunté:
—Cariño, a veces te veo de noche con un vestido rojo. Pero por la mañana… llevas otra cosa. ¿Por qué cambias de ropa?
Ella se quedó paralizada, luego rió suavemente.
—¿Yo? ¿Un vestido rojo? Vamos, amor. Te preocupas demasiado. Ya te he dicho que ni siquiera me gusta el rojo.
Me abrazó fuerte, sonriendo.
Pero yo lo sentÃ.
Estaba escondiendo algo.
Esa noche, tomé una decisión: me quedarÃa despierto para atraparla. Pero por más que lo intentaba, siempre terminaba quedándome dormido. Y al amanecer, ella me tocaba suavemente el hombro, sonriendo mientras decÃa:
—Amor, ya son las 6 a.m.
Me sorprendÃa, no podÃa recordar en qué momento me habÃa dormido.
Me volvà inquieto, asà que ideé un plan más inteligente. Si lograba quitarle ese vestido rojo antes de medianoche, tal vez por fin sabrÃa la verdad.
Esa tarde, la llevé a su cine favorito. Ella estaba tan concentrada en la pantalla, riendo en cada escena, que no notaba mis ojos puestos en ella.
—Cariño —dije con naturalidad—, ¿te apetece un helado?
Su rostro se iluminó. —Claro. Sabes que nunca puedo decir que no.
SonreÃ, fingiendo salir a comprarlo.
Pero en lugar de eso, conduje directo a casa, hasta el armario.
Busqué frenéticamente, tirando la ropa a un lado, desesperado por encontrarlo. Y entonces lo vi, escondido en el fondo. Un destello rojo.
Mis manos temblaban mientras lo alcanzaba.
Y de pronto,
una voz detrás de mÃ.
—¿Qué estás buscando?
Me quedé helado.
Era mi esposa.
Esta vez… no sonreÃa.
Episodio 2
Mis manos aún sostenÃan el vestido rojo dentro del armario cuando levanté la vista y la vi. Sus ojos parecÃan ahora más afilados, más frÃos, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos.
—¿Qué estás buscando? —repitió, con una voz tranquila pero pesada. Cada paso que daba hacia mà hacÃa que mi corazón latiera más rápido.
Forcé una sonrisa débil, buscando desesperadamente una excusa. Pero antes de que pudiera hablar, alguien golpeó la puerta. La voz de nuestra vecina la llamó por su nombre. Ella giró de inmediato y salió de la habitación.
En cuanto se fue, saqué el vestido con manos temblorosas y lo escondà apresuradamente debajo de la cama. Mi pecho subÃa y bajaba con fuerza mientras me susurraba:
—Esta noche, la verdad tiene que salir a la luz. Como ella sigue negándolo, veré lo que realmente pasa.
Cuando regresó, tuve que actuar con normalidad, asà que puse una sonrisa juguetona.
—Cariño —dije con naturalidad—, pensé que habÃa perdido mi tarjeta del cajero. Corrà a revisar el armario.
Ella me observó atentamente, sus ojos buscando los mÃos, luego sonrió suavemente y asintió. Pero, en el fondo, supe que no estaba convencida.
—Está bien —dijo—. También salà del cine porque no me sentÃa cómoda. Pero… ¿y el helado?
Solté una risa ligera, fingiendo estar tranquilo.
—Mañana —le promet×. Cariño, tengo un chisme para ti.
Su ánimo cambió al instante, a mi esposa le encantaban los chismes. ReÃmos, bromeamos y jugamos como cualquier pareja normal. Para cualquiera que nos viera, parecÃa una noche feliz. Pero dentro de mà no habÃa calma. Cada palabra, cada sonrisa, la observaba con atención, esperando la medianoche.
Alrededor de las 10 p.m., otro golpe sonó en la puerta. Fruncà el ceño. ¿Quién visita a esta hora?
—Oh, deben ser mis amigas —dijo rápidamente.
—¿Amigas? Nunca me dijiste que vendrÃa alguien —repliqué.
—Lo siento, cariño —respondió con voz suave—. Su coche se averió… y me pidieron quedarse aquà esta noche.
Caminó hacia la puerta y la abrió. Mi sangre se heló. Entraron dos mujeres… y ambas eran exactamente iguales a mi esposa. La semejanza era increÃble.
Forcé una sonrisa, tratando de ocultar mi confusión, y las recibÃ.
Como vivÃamos en un pequeño piso de una sola habitación, ofrecà dormir en la sala mientras ellas usaban el dormitorio. Pero el sueño estaba lejos de mÃ. Me quedé en el sofá, mirando el techo, con los oÃdos atentos, esperando.
Cerca de la medianoche, la puerta del dormitorio chirrió al abrirse.
Mi esposa salió primero, su rostro sereno pero indescifrable. Detrás de ella estaban sus dos amigas, cada una vestida con un vestido rojo, igual al que mi esposa llevaba a medianoche.
Un escalofrÃo recorrió mi espalda.
Se detuvieron frente a mÃ, sus ojos fijos en los mÃos. Por un instante, sentà que mi esposa era una de ellas, parte de aquel secreto que cargaban.
Entonces, una de ellas habló con voz baja y escalofriante:
—Hay cosas que nunca deben tocarse… o no acabarán bien.
Me quedé helado. Mi boca se secó. ¿Qué querÃa decir?
Los ojos de la segunda se entrecerraron.
—¿Dónde… lo escondiste? —susurró.
Y entonces… la mirada de mi esposa se posó en mÃ. Su rostro era indescifrable, sus ojos fijos, como esperando mi respuesta.
El aire en la sala se volvió más pesado, más frÃo. Mi corazón latÃa tan fuerte que pensé que ellas podÃan escucharlo. En ese
Episodio 3
El silencio era insoportable. Las tres mujeres me miraban como depredadoras estudiando a su presa. Yo seguÃa sentado en el sofá, con las manos húmedas por el sudor y el corazón golpeando mi pecho como un tambor de guerra.
—¿Dónde lo escondiste? —repitió una de ellas, con voz grave.
Sentà cómo el aire se espesaba alrededor. Era como si la sala se hubiera convertido en una jaula invisible. Tragué saliva y fingà ignorancia.
—¿De qué hablan? No entiendo nada…
Las tres sonrieron al mismo tiempo. Esa sonrisa idéntica, helada, imposible de imitar por casualidad. Por primera vez lo acepté: no podÃan ser simples amigas de mi esposa.
Mi esposa avanzó un paso. Su vestido rojo caÃa hasta el suelo como un rÃo de sangre.
—Amor… si lo tienes, devuélvelo ahora. O todo será peor.
Mi mente dio un vuelco. ¿SabÃa ella que habÃa escondido el vestido bajo la cama? ¿Era una trampa?
Decidà arriesgarme.
—¿Por qué cada medianoche usas ese vestido? ¿Por qué dices que no te gusta el rojo si… claramente es lo contrario?
Ella me observó en silencio. Sus labios se abrieron, pero fue otra de ellas quien respondió:
—Porque ese vestido no es un vestido. Es un pacto.
Episodio 4
Las palabras me atravesaron como cuchillas.
—¿Un… pacto?
La segunda mujer se adelantó, con los ojos brillando en la penumbra.
—Hace muchos años, tu esposa hizo un juramento. No era más que una niña. Una noche de luna nueva, aceptó el vestido rojo de nosotras… y desde entonces, su vida no le pertenece solo a ella.
Me giré hacia mi esposa.
—¿Es eso cierto?
Ella cerró los ojos, con un gesto de dolor.
—Lo hice por sobrevivir… —murmuró—. Cuando mi madre estaba muriendo, me prometieron salvarla si aceptaba el pacto. Pero no me dijeron el precio.
Las otras dos se miraron y rieron con un eco que erizó mis brazos.
—Siempre hay un precio.
Yo apreté los puños.
—¿Qué quieren de mà entonces? ¿Por qué ahora?
Las tres se inclinaron al mismo tiempo. Sus rostros idénticos parecÃan espejos malditos.
—Porque tú… descubriste el secreto. Y quien lo sabe, debe elegir: unirse… o desaparecer.
Episodio 5
La palabra “desaparecer” me heló hasta los huesos. Miré hacia la puerta, pero algo en el aire me dijo que escapar serÃa inútil.
—No… —murmuré—. Yo no voy a formar parte de esto.
Las luces parpadearon. Una ráfaga de viento sacudió las ventanas aunque todas estaban cerradas. Mi esposa me sostuvo la mano.
—Escúchame —susurró con urgencia—. No los provoques. Déjame hablar por ti.
Las otras dos se acercaron.
—No puedes salvarlo, hermana. El pacto es claro.
Mi esposa me miró fijamente, sus ojos brillando con lágrimas.
—ConfÃa en mÃ.
Entonces se volvió hacia ellas.
—Déjenlo fuera. Este no es su destino. El vestido es mÃo.
Las otras dos rieron otra vez.
—¿Y crees que puedes romper el cÃrculo asà de fácil? Solo hay una salida… y tú lo sabes.
Mi esposa bajó la cabeza.
Yo la apreté fuerte.
—¿De qué salida hablan?
Ella no respondió.
Episodio 6
Esa noche no dormimos. Las dos mujeres idénticas desaparecieron al amanecer, como si nunca hubieran estado allÃ. Pero el silencio que dejaron fue aún más aterrador.
Durante el desayuno, mi esposa me confesó la verdad.
—El vestido rojo está maldito —me dijo con voz apagada—. No es solo tela. Es un vÃnculo. Cada vez que lo visto, ellas me poseen. Me llevan a lugares que tú no ves, que nadie ve. Y cada vez… me siento menos yo.
Yo me levanté de golpe.
—Entonces, ¡quémalo! ¡Destrúyelo!
Ella me miró con desesperanza.
—Ya lo intenté. Una vez lo arrojé al fuego… y regresó colgado en el armario al dÃa siguiente.
Me llevé las manos a la cabeza.
—Esto es una locura.
—Lo sé —susurró—. Pero hay una manera. Solo una.
Se acercó a mà y apoyó su frente en mi pecho.
—Debemos volver al lugar donde acepté el pacto. La vieja casa en el bosque, la de mi abuela. Allà empezó todo… y allà puede terminar.
Episodio 7
El viaje fue como atravesar un túnel de recuerdos oscuros. La carretera se volvÃa más estrecha, y los árboles parecÃan inclinarse hacia nosotros como si quisieran tragarnos.
Finalmente llegamos a la casona. Era un esqueleto de madera podrida, con ventanas rotas y un aire de abandono. Pero al cruzar el umbral, sentà que no estaba vacÃa.
—Aquà fue —susurró ella—. Aquà juré con sangre.
En el centro de la sala, sobre una mesa vieja, apareció el vestido rojo. Nadie lo habÃa puesto ahÃ. Simplemente estaba.
Mi esposa se acercó con pasos temblorosos.
—Si lo visto por última vez aquÃ, frente a ellas, puedo romper el pacto. Pero necesito que me prometas algo.
La miré fijamente.
—Lo que sea.
Ella tomó mi rostro entre sus manos.
—Si no lo logro… no intentes salvarme. Solo huye.
Mi garganta se cerró.
—No me pidas eso.
Pero no hubo tiempo para más. Las paredes comenzaron a temblar. Las dos mujeres idénticas aparecieron de las sombras, y sus voces se mezclaron en un canto macabro.
Episodio 8
Mi esposa tomó el vestido y, con lágrimas corriendo por sus mejillas, se lo puso. El aire se volvió helado. Sus ojos se nublaron, como si ya no fuera ella.
Las otras dos comenzaron a girar alrededor de la mesa, murmurando en un idioma que no comprendÃa. Yo sentÃa que mi piel se desgarraba con cada palabra.
Entonces, mi esposa gritó:
—¡No más! ¡Yo elijo mi destino!
Se arrancó el vestido con violencia y lo lanzó al suelo. El tejido ardió en llamas negras sin que nadie lo tocara.
Las dos mujeres gemelas aullaron, su piel agrietándose como vidrio roto.
—¡No puedes romper lo que está sellado!
Pero el fuego creció, envolviéndolas. Yo corrà hacia mi esposa, la abracé fuerte mientras todo alrededor ardÃa en sombras.
—¡Aguanta! —le grité.
Ella me miró, débil, pero con una sonrisa.
—Gracias por quedarte conmigo.
En ese instante, las gemelas explotaron en un grito insoportable… y desaparecieron. El vestido quedó reducido a cenizas.
Episodio 9 (Final)
Despertamos al amanecer, en medio de la sala vacÃa. El fuego habÃa desaparecido. El vestido ya no existÃa.
Mi esposa respiraba con dificultad, pero estaba viva.
—¿Se acabó? —pregunté con voz temblorosa.
Ella asintió lentamente.
—El pacto se rompió. Ya no volverán.
Lloré, abrazándola con todas mis fuerzas. Por primera vez en meses, sentà que podÃa creerle.
Salimos de la casa tomados de la mano. El sol iluminaba el bosque como si todo fuera nuevo. La maldición habÃa terminado.
Esa noche, al acostarnos juntos, la miré profundamente a los ojos.
Por primera vez en tanto tiempo, no habÃa vestido rojo.
Solo ella.
Y en su sonrisa cansada, comprendà que el verdadero pacto era el amor que habÃamos elegido, incluso en la oscuridad.
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