En el verano de 1943, mientras las llamas consumían los campos de Ucrania y el humo de miles de tanques

oscurecía el cielo, un hombre tomó la decisión más audaz de la Segunda Guerra Mundial. Georgiukov, el mariscal que
Hitler temía más que a ningún otro comandante soviético, estaba a punto de ejecutar la trampa militar más
devastadora de la historia. Y Heines Guderian, el genio alemán de la guerra blindada, el hombre que había
conquistado Francia en semanas, estaba caminando directo hacia ella sin darse cuenta. Pero antes de revelarte como
3,000 tanques alemanes fueron convertidos en chatarra humeante en cuestión de días, déjame preguntarte
algo. Si tuvieras que elegir entre atacar primero o esperar el golpe perfecto, ¿qué harías? Porque Sob eligió
algo que ningún general racional habría considerado, algo tan arriesgado que sus propios oficiales pensaron que había
perdido la cordura. Y ese algo cambió el curso de la guerra para siempre. Comenta
abajo qué habrías hecho tú en su lugar. Y si ya estás sintiendo la atención, dale like a este video porque lo que
viene te dejará sin palabras. Era julio de 1943 y la WeMCH te estaba preparando
la operación militar más grande desde la invasión de la Unión Soviética. Operación ciudadela. El objetivo era
simple en teoría, pero brutal en la práctica. Destruir el saliente de Kursk, una protuberancia gigante en las líneas
soviéticas que se adentraba profundamente en territorio controlado por los alemanes. Si lograban cerrar esa
bolsa, atraparían a casi un millón de soldados soviéticos. Sería el golpe definitivo que devolvería la iniciativa
al tercer rage después del desastre de Stalingrado. Hitler estaba obsesionado.
Había reunido todo lo que le quedaba. 900,000 soldados, 2,700 tanques y
cañones de asalto, 2,000 aviones. Las mejores divisiones Pancer de Alemania
estaban ahí. Los nuevos tanques Tiger y Pancer, máquinas de guerra que hacían temblar la Tierra cuando avanzaban. Los
veteranos de la división Totenkotf, la Lipstandarte, la Das Rage, hombres que
habían conquistado Polonia, Francia, los Balcanes, hombres que creían que eran
invencibles. Guderian estaba inquieto. Él había advertido a Hitler que esto era
un error. Los soviéticos sabían que venía el ataque. Los informes de inteligencia eran claros, pero Hitler no
escuchaba. Necesitaba una victoria. Necesitaba demostrar al mundo que Alemania aún podía ganar y Guderian, el
maestro de la Blitzc, tuvo que obedecer. Pero había algo que Guderian no sabía,
algo que ningún oficial alemán sabía. Sucobía que venía el ataque, sabía
exactamente cuándo, dónde y cómo, y había preparado algo que los alemanes jamás imaginaron. Imagina por un momento
que eres un comandante de tanques alemán. Has conquistado medio continente. Tu Tiger pesa 56 toneladas y
puede destruir cualquier tanque enemigo a 2 km de distancia. Tu tripulación está formada por veteranos con años de
experiencia. Te sientes confiado, invencible y entonces recibes la orden
de avanzar hacia Kursk. Los primeros kilómetros son extraños. Esperabas
resistencia feroz, pero solo encuentras algunos disparos dispersos, pequeñas escaramuzas. Los soviéticos parecen
estar retrocediendo. Tu comandante sonríe. Tal vez esto será más fácil de
lo que pensaban. Tal vez los rusos están acabados después de Estalingrado. Tal
vez esta guerra terminará antes de fin de año. Pero entonces tu tanque golpea algo. Un estruendo metálico terrible. Te
detienes bruscamente. Minas. El campo está sembrado de minas. Miles de ellas.
Cientos de miles. Intentas esquivarlas, pero están en todas partes. Y cuando
finalmente logras atravesar el primer campo de minas, llegas a otro y luego a otro. Seis cinturones de minas, uno tras
otro, como si los soviéticos hubieran minado todo el maldito frente. Y ahí es
cuando empiezas a entender. Esto no es un retroceso, es una trampa. Sukoba
había pasado meses preparándose mientras los alemanes concentraban sus fuerzas. Él había convertido el saliente de Kursk
en la fortaleza más impenetrable de la historia militar. Ocho líneas defensivas, cada una con trincheras,
búnkeres de hormigón, nidos de ametralladoras, posiciones de artillería, 3,000 km de trincheras, más
de 1 millón de minas. Y detrás de todo eso mantenía su verdadera arma secreta
completamente oculta. Piénsalo bien. Los alemanes estaban haciendo exactamente lo
que su copía. Se estaban lanzando contra defensas preparadas, agotando su combustible, destruyendo sus tanques en
campos de minas, perdiendo su impulso. Cada kilómetro que avanzaban los debilitaba más y su cob esperaba.
Esperaba el momento perfecto para destruirlos. El 5 de julio comenzó la ofensiva alemana y fue un infierno desde
el primer segundo. Los pancer avanzaban lentamente, tropezando con minas, siendo
atacados desde posiciones ocultas. Los soldados soviéticos luchaban con una ferocidad desesperada. Cada metro de
terreno costaba sangre. Los Tiger y los PER eran poderosos. Sí, pero cuando
quedaban inmóviles por una mina se convertían en blancos fáciles para la artillería soviética. Guderian observaba
los informes con creciente preocupación. Las pérdidas eran enormes, peores de lo
esperado, y el avance era lento, demasiado lento. Pero la orden era
continuar. Hitler había apostado todo a esta operación. No había marcha atrás.
En el norte, el avance alemán se detuvo completamente después de solo 8 km. 8 km
en una semana. Un fracaso absoluto. En el sur las cosas iban un poco mejor. La
cuarta división Pancer logró penetrar más profundo. Llegaron a un pequeño pueblo llamado Procoropka y ahí, el 12
de julio, se libró la batalla de tanques más grande de la historia. más de 100
tanques enfrentándose en un espacio reducido. El ruido era ensordecedor, el
calor insoportable, el humo tan denso que no podías ver a 30 m. Los tanques
soviéticos T34 se lanzaban directamente contra los alemanes tratando de acercarse lo suficiente para que sus
cañones pudieran penetrar el blindaje de los Tiger. Era suicida. Cientos de T34
fueron destruidos, pero seguían viniendo oleada tras oleada, sin parar. Y los
alemanes empezaron a comprender algo terrible. No importaba cuántos tanques soviéticos destruyeran, siempre había
más. Las fábricas soviéticas producían tanques más rápido de lo que los alemanes podían destruirlos. Por cada
tiger que Alemania construía, la Unión Soviética producía 20 T34. Era una
guerra de desgaste y Alemania la estaba perdiendo. Pero aquí viene lo realmente
devastador, lo que ningún soldado alemán sabía mientras luchaba desesperadamente en Kursk. Mientras ellos agotaban sus
fuerzas tratando de romper las defensas soviéticas, Sucov estaba acumulando un ejército masivo en secreto. Más de medio
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