🖤 La Viuda Eterna: El Expediente de Catalina Romero de los Santos (Granada, 1879-1899)
En las laderas del histórico Albaisín, bajo la sombra de la Alhambra, Doña Catalina Romero de los Santos se convirtió en la protagonista del caso criminal más incomprensible y perturbador de la Granada de finales del siglo XIX. Criada por monjas en el convento de Santa Isabel la Real, la joven, de ojos oscuros y belleza melancólica, mostró desde niña una fijación particular con la muerte. Sor Amparo Ruiz, su tutora, dejó escrito en sus memorias: “La niña Catalina pasaba horas en la cripta conventual… respondía, ‘Porque los muertos no se van, madre, solo cambian de habitación.’ Recuerdo que esa frase me heló la sangre.”
Catalina no buscaba la riqueza; buscaba la eternidad conyugal. Entre 1879 y 1899, se casó 20 veces y enviudó 19. Cada matrimonio duraba entre seis meses y un año. Cada muerte era certificada por diferentes médicos, con causas distintas y creíbles: fallo cardíaco, neumonía, fiebre tifoidea, accidente doméstico. Los rumores la llamaban la “viuda negra,” pero nadie podía probar nada.
El párroco de San Nicolás, Don Justino Herrera, fue uno de los pocos en enfrentarla. Ella le respondió con una sonrisa helada: “Padre, ¿acaso el amor no es eterno? Yo cuido de los míos para siempre.”
🔎 El Descubrimiento del Ingeniero: 20 Cuerpos en la Sala de los Recuerdos
En abril de 1899, Don Adolfo Montilla Rivera, ingeniero de caminos y viudo, se convirtió en el vigésimo marido de Catalina. Adolfo era culto y observador. Rápidamente notó la rutina inquietante de su esposa: cada noche, a las 11 en punto, Catalina se retiraba a una habitación grande y siempre cerrada, la que ella llamaba la “sala de los recuerdos.”

Una noche de octubre, mientras Catalina estaba ausente, Adolfo usó una llave robada y abrió la puerta. El olor lo golpeó primero: no a putrefacción, sino a algo dulce, penetrante, medicinal, como incienso mezclado con químicos.
Lo que vio desafiaba toda lógica y ley natural:
20 camas dispuestas en círculo, y en cada cama, un cuerpo: 20 hombres, vestidos con sus mejores ropas de domingo, todos muertos, pero notablemente conservados.
Al confrontarla, Catalina confesó con una calma absoluta: “Son mis esposos, todos ellos.” Explicó que había aprendido los “secretos antiguos de la preservación” de las monjas del convento — “hierbas, sales, aceites, métodos que los moros usaban hace siglos”— para que sus maridos pudieran “quedarse conmigo para siempre.”
⚖️ La Denuncia y la Confesión
Adolfo Montilla, aterrorizado y bajo una amenaza velada, huyó y se presentó ante el notario Don Rafael Menéndez Vega, un hombre que había sospechado durante años al registrar las herencias. Menéndez, tras revisar sus archivos que documentaban 20 muertes de maridos en menos de un año de matrimonio, creyó al ingeniero.
Menéndez descubrió que la obsesión de Catalina no era reciente: archivos del convento revelaron que desde los nueve años, la niña fue hallada conversando con cadáveres en la cripta y más tarde había conseguido libros prohibidos sobre embalsamamiento egipcio y métodos árabes de momificación.
El notario presentó una denuncia formal ante el alcalde, que resultó en una inspección oficial el 2 de noviembre de 1899, Día de los Fieles Difuntos.
Frente al alcalde, el juez, el forense y los alguaciles, Catalina no opuso resistencia y los condujo a la habitación. El médico forense, Dr. Emilio Sans Robles, confirmó que los cuerpos estaban “fríos, pero no rígidos” y que la preservación de Don Gonzalo, el primer marido, por 20 años era “imposible” sin métodos complejos.
Presionada por el alcalde, Catalina confesó:
“Todos los hombres mueren, alcalde. Yo solo elegí el momento para que pudieran quedarse conmigo para siempre.… Los maté, continuó con voz serena, uno por uno, con paciencia, con amor. Cada uno de ellos murió en mis brazos, mirándome a los ojos…”
Se arrodilló junto a la cama de Don Gonzalo, describiendo cómo usó veneno de tejo a dosis lentas. Recorrió el círculo de camas, detallando los venenos y métodos utilizados en cada uno de los 19 hombres.
🕊️ La Amenaza Final y el Destino
Al ser arrestada por los alguaciles, Catalina hizo una revelación final al pálido Adolfo Montilla, señalando una cama vacía y recién tendida: “Esa es para Don Adolfo, mi vigésimo esposo.”
Continuó con una calma espeluznante:
“Aún le quedan unas semanas. El arsénico que he estado poniendo en su café actúa despacio, pero es inevitable. Pronto estarás en paz y nunca, nunca estarás solo.”
Adolfo Montilla, el único testigo y víctima sobreviviente, fue enviado inmediatamente al Hospital Real para un tratamiento de desintoxicación urgente. Su vida fue salvada por la rápida acción del notario y por el propio fanatismo de Catalina, cuya confesión lo expuso todo.
La detención de Catalina Romero, la “Viuda Eterna,” conmocionó a Granada. Los periódicos publicaron la historia con voracidad, revelando el “caso criminal más perturbador de su historia moderna” de una mujer que había cometido 20 asesinatos por la única razón de mantener su amor más allá de la muerte.
El relato original termina abruptamente aquí. El caso de Catalina Romero es un punto final.
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