Esa mañana, Lagos se sentía extraño. Demasiado silencioso, como si el aire mismo contuviera la respiración. Los pájaros no cantaban. Los árboles no se mecían. Y hasta los autobuses que normalmente llenaban la calle de ruido se movían lentamente, como si también tuvieran miedo de algo.
Afuera de una casita en una calle polvorienta, una joven estaba sentada sola. Su nombre era Faith.
Tenía apenas 20 años. Pero la vida ya le había hecho sufrir dolores que muchas mujeres adultas no podrían soportar. Estaba sentada en una silla de plástico rota, con un pareo descolorido alrededor del pecho. Su espalda encorvada. Su rostro escondido entre las palmas de sus manos. Su cuerpo temblaba, pero no de frío. Temblaba de dolor.
No solo del dolor físico de las heridas, sino del que proviene de la traición.
Acababan de echarle agua hirviendo. Y no lo hizo un extraño, ni un ladrón, ni una vecina malvada, sino su propia madre. La misma mujer que la había traído al mundo.
El cuerpo de Faith estaba rojo, su pecho quemado, y las ampollas comenzaban a formarse con rapidez.
Su hombro izquierdo parecía derretido, y su piel se despegaba como tela vieja dejada al sol.
Pero ya no podía gritar. Su voz estaba agotada. Había gritado durante toda la noche.
Ahora solo lloraba en silencio.
No era la primera vez. Así había sido su vida en esa casa.
Su madre nunca la quiso, nunca la abrazó, nunca la besó, nunca la bendijo.
Desde el día en que Faith comenzó a convertirse en una joven hermosa —con un rostro redondo, una nariz delicada, piel radiante y una figura que hacía que la gente se volteara a mirar—, el odio de su madre creció.
Y su hermana menor, Clara… oh, ella la odiaba aún más.
Clara era la favorita de su madre.
Todo lo que Clara quería, lo tenía.
Comía el pedazo más grande de carne.
Usaba la ropa más nueva.
Recibía elogios incluso cuando estaba equivocada.
Pero Faith…
Ella era insultada por respirar demasiado fuerte.
Recibía bofetadas por hacer preguntas.
Era burlada por ser bonita.
Su madre y Clara decían que su belleza traía maldiciones a la casa.
Decían que a los hombres solo les gustaba por tener cuerpo de prostituta.
Faith regresaba de la escuela y encontraba la olla vacía.
Mientras Clara comía en la cocina, ella se sentaba en el suelo con un plato vacío, hambrienta, cansada y llorando.
Los vecinos lo veían. Pero nadie la ayudaba.
Algunos murmuraban: “Esa niña está sufriendo”. Pero eso era todo.
Nadie se acercaba. Nadie se atrevía a hacerle preguntas a la madre.
Su madre se llamaba Mamá Clara, y todos sabían que su lengua era más afilada que una navaja.
Su boca podía destruir la paz.
Esa mañana, antes del agua hirviendo, Faith solo había pedido comida.
Un poco de arroz, algo que calmara su estómago.
Pero Mamá Clara la miró con desprecio.
“¿No eres tú la misma que los hombres persiguen por tu cuerpo? Ve y pídele a uno de ellos que te alimente”, gritó.
Entonces puso agua a hervir. Faith pensó que era para bañarse.
Se equivocó.
Se quedó en la puerta esperando que su hermana le pasara el jabón.
Y de repente el agua hirviendo voló por el aire.
No la vio venir, pero la sintió.
Le cayó primero en el hombro, luego en la espalda, después en el brazo.
Gritó y cayó al suelo, rodando de dolor.
Clara se rió.
Su madre sonrió.
Y los vecinos, desde sus ventanas, miraban en silencio.
Así comenzó ese día.
Ese fue el día en que la ciudad de Lagos se quedó en silencio.
Pero el corazón de Faith gritaba, y nadie lo escuchaba.
Las quemaduras en su cuerpo tardaron semanas en comenzar a sanar.
Los vecinos pensaban que se había ido de viaje.
EPISODIO 2
Ya no la veían sentada frente a la casa. Su silla de plástico seguía vacía. Su voz —la que solía cantar suavemente mientras barría el patio— ya no se escuchaba. Pero Faith seguía dentro, escondida, rota y apenas respirando. Su cuerpo estaba envuelto en telas blancas. El médico que venía una vez por semana negaba la cabeza con frecuencia.
—Tiene suerte de estar viva —dijo después de ver las quemaduras en su pecho y brazos.
Pero Faith no se sentía afortunada. Se sentía perdida. Su rostro —la parte que más temía perder— se había salvado del agua hirviendo. Pero no por mucho tiempo. Algo peor estaba por venir. Cada mañana se despertaba con el sonido de la risa de Clara.
Fuerte, orgullosa, llena de arrogancia. Clara caminaba como una reina. Su cabello siempre recién trenzado, su ropa limpia y bien planchada. Su madre cocinaba comida especial solo para ella: arroz jollof, guiso, carne frita. El olor llenaba toda la casa, pero nunca le daban a Faith un plato. A veces dejaban algunos huesos pequeños para que los chupara.
Eso era todo.
—Ya ni sirve para nada —decía Clara, lo suficientemente fuerte como para que ella escuchara.
El corazón de Faith se rompía un poco más cada día. No podía entender por qué la mujer que le dio la vida la odiaba tan profundamente. Recordaba cuando era niña y se esforzaba tanto por ganarse el amor de su madre. Barría, limpiaba, cocinaba y servía, esperando oír las palabras:
—Bien hecho.
Pero esas palabras nunca llegaron. Solo Clara las recibía. Una vez le preguntó:
—Mamá, ¿qué hice mal?
“Mamá Clara” no respondió. Solo la miró de arriba abajo con ojos llenos de odio.
—Naciste mal —dijo, y se fue.
Faith no lloró ese día. Simplemente se sentó en su rincón y miró sus propias manos.
Manos suaves y limpias que hacían todo el trabajo. Manos que nunca recibieron agradecimientos. Manos que solo conocían el dolor.
Una calurosa tarde de jueves, todo cambió. Un coche se detuvo frente al portón. Era largo, negro y brillante. Los niños de la calle corrieron hacia él. Nadie en el barrio había visto un coche tan limpio.
Un hombre alto bajó, vestido con una túnica blanca y sandalias marrones. Olía a perfume. Su piel brillaba como la de alguien que nunca había trabajado bajo el sol. Se llamaba señor Félix. Estaba buscando esposa.
Venía con un anciano de la iglesia que le había dicho que en esa calle había buenas chicas. Cuando vio a Clara, sonrió con cortesía. Pero cuando vio a Faith —la silenciosa y dulce Faith— de pie al fondo con un pañuelo desteñido en la cabeza, sus ojos se suavizaron. Pidió hablar con ella.
Al principio, ella se escondió detrás de la puerta. Se avergonzaba de su cuerpo, de sus quemaduras y del viejo paño que llevaba puesto. Pero el señor Félix pidió con amabilidad. Y por primera vez en mucho tiempo, alguien la trató como si fuera humana. No hablaba rápido. No se burló de sus cicatrices.
EPISODIO 3
Él dijo que sus ojos eran suaves y su voz gentil. Dijo que le gustaba su corazón. La mano de Faith temblaba mientras le servía agua. Sus ojos permanecían bajos, mirando el suelo. Su madre y Clara observaban en silencio. Sus sonrisas eran tensas. Sus corazones no estaban contentos.
Después de que el señor Félix se fue, Clara rompió un plato en la cocina.
—¿Qué es lo que ve él en ella? —gritó.
Mama Clara no dijo nada. Pero esa noche no pudo dormir. Se sentó afuera con Clara. Susurraron. Planearon.
Y mientras Faith dormía como una niña por primera vez en semanas, soñando con un hombre que vio sus cicatrices pero eligió quedarse, su madre y su hermana tramaban algo oscuro. Algo que cambiaría su vida para siempre.
Los días después de la visita del señor Félix se sintieron como luz rompiendo un cielo oscuro. Faith comenzó a sonreír otra vez, aunque fuera una sonrisa pequeña y temblorosa. Cuando barría el patio, sus pasos eran más ligeros. Cuando iba a buscar agua, ya no arrastraba los pies. Algo dentro de ella había cambiado. Esperanza. Algo que no había sentido en años. Habían notado su existencia.
Escena escogida. El señor Félix regresó días después con su hermano mayor. Trajo regalos: arroz, bebidas, un paquete para su madre, zapatos para Clara. Todos en el patio salieron a ver.
Mama Clara se rió fuerte ese día. Clara sonrió tanto que le dolían las mejillas, pero por dentro ardían. No podían entender cómo una chica que consideraban inútil estaba siendo elegida sobre Clara, la favorita, la que nunca había conocido el rechazo.
El señor Félix les comunicó su decisión: quería casarse con Faith. Y no después, pronto. Iba a viajar al extranjero por negocios y quería regresar con su esposa a su lado.
Faith miró sus manos cuando él lo dijo. Su corazón latía rápido. No pudo hablar, pero las lágrimas llenaron sus ojos. No eran lágrimas de dolor esta vez, sino lágrimas que venían de finalmente ser querida, de finalmente ser elegida, no por su cuerpo, no por su belleza, sino por algo más profundo.
Esa noche, su madre la ayudó a elegir su vestido para la presentación. Incluso le peinó el cabello.
—Ponte este —dijo, sosteniendo un vestido azul suave—. Resalta tu figura.
Clara estaba junto al espejo, sonriendo. Pero no era una sonrisa de hermana. Era una sonrisa con cuchillos detrás.
Le dijeron a Faith que durmiera temprano. Le dijeron que mañana sería el comienzo de una nueva vida. Le dieron comida, buena comida: mermelada hervida y salsa de berenjena. Incluso añadieron dos piezas de pescado. Faith comió despacio.
Estaba confundida pero feliz. No sabía que esa sería su última cena. No sabía que esa sería la última noche en que su rostro se vería igual.
El patio estaba en silencio. Faith se acostó en su estera y durmió. Sostuvo su almohada con fuerza. Su corazón bailaba. Nunca había estado tan cerca de la felicidad antes.
EPISODIO 4
El amanecer trajo consigo una calma inquietante. Los primeros rayos del sol se colaron tímidos por la ventana rota, iluminando el rostro adolorido de Faith. Se despertó con un sabor amargo en la boca, como si algo dentro de ella estuviera roto para siempre.
En la cocina, el eco de las voces de su madre y Clara llegó hasta su cuarto.
—¿Ya está dormida? —preguntó Mamá Clara con voz fría.
—Sí. Mañana será el día. No hay vuelta atrás —respondió Clara con una sonrisa cruel.
Faith intentó levantarse, pero su cuerpo se resistió. Cada movimiento dolía, cada músculo estaba tenso. Sin embargo, una parte de ella se aferraba a esa esperanza débil que el señor Félix le había dado. No podía dejar que la oscuridad la consumiera.
Pero esa esperanza pronto se volvió pesadilla.
En medio de la mañana, cuando la casa estaba llena de olores y sonidos cotidianos, Mamá Clara apareció con un frasco de crema y un pañuelo viejo.
—Ponte esto, hija —ordenó, sin mirar sus ojos.
Faith obedeció, sintiendo el frío de la crema mezclado con la quemazón de sus heridas. La verdad era que la crema estaba caducada y mezclada con sustancias para empeorar las quemaduras, para deformar más su piel, para asegurar que jamás podría escapar.
Clara vigilaba, disfrutando cada minuto de la tortura silenciosa.
Mientras tanto, el señor Félix esperaba afuera, nervioso, sin entender por qué Faith ya no salía al patio a verlo.
Esa tarde, Mamá Clara le dijo:
—Te presentaremos mañana. No fallarás. Y si algo pasa, recuerda que no eres nada sin nosotras.
Pero Faith, por primera vez en mucho tiempo, encontró una chispa de fuerza en su interior. Cerró los ojos, respiró hondo y prometió que esa no sería su última noche en esa casa.
Porque a veces, la fuerza no viene de fuera, sino de lo más profundo de una mujer que sabe que merece algo mejor.
EPISODIO 5
La mañana llegó con un aire pesado y oscuro. La casa estaba en silencio, como si todos esperaran el momento decisivo. Faith se despertó temprano, con la mente nublada pero el corazón firme. Se vistió con cuidado, cubriendo sus heridas con la ropa que le habían dado, pero sin poder ocultar completamente las cicatrices.
Mientras bajaba al patio, vio a Mamá Clara y Clara arreglando todo para la presentación. Los regalos estaban apilados junto a la puerta: arroz, frutas, telas nuevas. Pero para Faith, todo eso no significaba nada.
El señor Félix apareció puntual, con su túnica blanca y sonrisa amable. Miró a Faith con ternura, sin notar las sombras en sus ojos.
—Estás hermosa —dijo con sinceridad—. Hoy es un nuevo comienzo.
Faith sintió un nudo en la garganta. Quería creerle, quería creer que esta vez sí sería diferente.
La ceremonia comenzó. Vecinos se acercaron, murmurando entre ellos. Algunos con curiosidad, otros con envidia.
Pero en medio de la presentación, Clara se acercó a Faith y le susurró al oído:
—Disfruta mientras puedas. Esto termina hoy.
Faith no entendió, pero sintió el veneno en esas palabras.
Cuando el señor Félix se despidió para atender un asunto urgente, la casa volvió a su atmósfera opresiva.
Esa noche, mientras Faith intentaba dormir, Mamá Clara entró en su cuarto con una mirada fría.
—No creas que esto termina con un vestido bonito —dijo—. Tienes que ser perfecta, o sufrirás las consecuencias.
Faith cerró los ojos y recordó las palabras del señor Félix: “Eres mucho más que tus cicatrices.”
En ese momento, algo cambió en ella. Ya no era la niña rota que se escondía en la oscuridad. Ahora había una llama encendida, una determinación que ni el dolor ni la traición podrían apagar.
Sabía que la batalla apenas comenzaba. Y estaba lista para pelear.
EPISODIO FINAL
La mañana siguiente llegó con una calma inquietante. Faith se despertó con una mezcla de miedo y determinación. Se miró en el espejo, viendo no solo las cicatrices físicas, sino también la fuerza que había nacido en su interior.
El día de la boda llegó rápido. La casa estaba decorada con flores y telas, y los vecinos se reunían para ser testigos de lo que muchos llamaban “un milagro”. Pero Faith sabía la verdad: ese día también podría ser su último.
Mientras se preparaba, recordó cada humillación, cada golpe, cada lágrima. Pero también recordó la sonrisa amable del señor Félix, la esperanza que le había dado.
La ceremonia comenzó en la pequeña iglesia del barrio. El señor Félix tomó la mano de Faith con ternura, prometiendo cuidarla y protegerla. Ella respondió con una sonrisa tímida, convencida de que esta vez podría ser diferente.
Sin embargo, Mamá Clara y Clara no se quedaron quietas. Aquella noche, cuando todos dormían, entraron en la habitación de Faith con intención de hacerle daño, de borrar esa chispa de vida que había encontrado.
Pero Faith estaba lista.
Con la ayuda de algunos vecinos que finalmente decidieron protegerla, y con la valentía que había cultivado durante meses, logró escapar de la casa que había sido su prisión.
El señor Félix, al enterarse del ataque, confrontó a Mamá Clara y Clara, y exigió que pagaran por sus crímenes.
Faith encontró refugio en un centro para mujeres maltratadas, donde recibió cuidado, amor y la oportunidad de sanar.
Pasaron los meses. Las quemaduras se convirtieron en cicatrices, las cicatrices en historia. Faith comenzó a estudiar, a soñar con un futuro propio.
Un día, en la plaza del mercado, vio a un grupo de niños jugando. Se acercó y sonrió. En ese instante, supo que había ganado la batalla más difícil: la de amarse a sí misma.
Lagos seguía siendo una ciudad ruidosa y caótica, pero Faith había encontrado su voz.
Y nunca más permitiría que nadie la hiciera sentir invisible.
FIN
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