En la noche del 15 de marzo de 1795, el palacio del virreinato en la ciudad de México resplandecía con cientos de velas que iluminaban los salones dorados. Era la celebración más esperada del año, el baile de la cuaresma, donde la élite colonial exhibía su poder y riqueza, pero nadie imaginaba que aquella noche terminaría bañada en sangre.

Convertida en una leyenda susurrada durante generaciones, María Catarina tenía 24 años cuando fue arrastrada desde las cocinas del palacio hasta los salones principales. Su piel oscura contrastaba con la blancura segadora de las pelucas empolvadas y los vestidos de seda que llenaban el salón. Había sido comprada seis meses atrás en el mercado de esclavos del puerto de Veracruz por el gobernador don Sebastián de Alarcón y su esposa, la marquesa doña Beatriz de Villalobos.

Aquella tarde, mientras María Catarina pelaba patatas en las cocinas subterráneas del palacio, dos guardias la sacaron violentamente de su puesto. No le explicaron nada, simplemente la arrastraron por los pasillos húmedos mientras ella preguntaba qué había hecho mal. Su corazón latía con tal fuerza que apenas podía respirar.

Conocía las historias, los rumores sobre lo que les sucedía a las esclavas que disgustaban a sus amos. La llevaron a una habitación pequeña donde la marquesa Beatriz la esperaba sentada en una silla dorada abanicándose con parsimonia. A su lado estaba doña Casilda, la organizadora del baile, una mujer delgada de 50 años con ojos de serpiente que examinó a María Catarina como si fuera ganado. La marquesa sonrió con malicia.

Su voz era dulce como miel envenenada. cuando habló. Tenemos una sorpresa especial para nuestros invitados esta noche. Una demostración de lo exótico. Tú serás el entretenimiento principal del baile. María Catarina sintió que el piso se movía bajo sus pies. Doña Casilda chasqueó los dedos y dos criadas entraron llevando algo que hizo que María Catarina retrocediera instintivamente.

No era un vestido, era apenas un conjunto de telas transparentes que cubrían lo mínimo, decorado con plumas y piedras de colores. Un disfraz diseñado para humillar, para reducir a quien lo usara a menos que un ser humano. Pas. continuó la marquesa observando con placer el terror en los ojos de María Catarina.

Vas a servirnos, vino, a entretener a nuestros invitados y lo harás con una sonrisa. O tu hermana Josefina recibirá 50 latigazos mañana al amanecer. María Catarina sintió que algo se quebraba dentro de ella. Josefina tenía apenas 12 años. Había llegado con ella desde Veracruz y era lo único que le quedaba en este mundo cruel.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras las criadas la desnudaban sin ceremonia, ignorando sus súplicas, sus ruegos de piedad. Cuando la vistieron con aquella burla de atuendo, María Catarina apenas podía mirarse. Las telas transparentes no ocultaban nada. Las plumas colgaban de manera grotesca de su cintura y brazos. Las piedras de colores brillaban como una parodia macabra de joyería.

La marquesa aplaudió con deleite como si contemplara una obra maestra. Perfecta, declaró. recordó a María Catarina que una sola palabra fuera de lugar, un solo gesto de resistencia y Josefina pagaría el precio. Luego agregó con crueldad calculada que si intentaba cubrirse o mostraba vergüenza durante el baile, ambas serían vendidas a las Minas de Plata de Guanajuato, donde la expectativa de vida era de 6 meses.

A las 8 de la noche comenzaron a llegar los invitados. El salón principal del palacio era un espectáculo de opulencia obscena. Candelabros de cristal colgaban del techo pintado con escenas de ángeles y santos. Las paredes estaban cubiertas con tapices flamencos que costaban más que la vida de 100 esclavos.

Las mesas desbordaban de comida, fais paisanes asados, frutas traídas desde España, vinos de los viñedos más exclusivos de Europa. Los hombres vestían casacas de terciopelo con botones de oro. Las mujeres lucían vestidos con en aguas tan voluminosas que apenas podían pasar por las puertas. Todos portaban máscaras elaboradas como si la noche fuera un carnaval veneciano.

Pero bajo aquellas máscaras se ocultaban los rostros de personas que habían construido sus fortunas sobre el sufrimiento de miles. María Catarina fue empujada al centro del salón cuando la orquesta comenzó a tocar. El silencio cayó sobre los invitados como un manto pesado. Todos se volvieron a mirarla.

pudo sentir cientos de ojos recorriéndola, examinándola, cosificándola. Las risas comenzaron casi inmediatamente, risas crueles, burlonas, que resonaban contra las paredes doradas. El gobernador Sebastián de Alarcón, un hombre corpulento de 45 años, con una barba cuidadosamente recortada, levantó su copa de vino. Brindó por el entretenimiento exótico de la noche. Los invitados aplaudieron y gritaron su aprobación.

La marquesa Beatriz observaba desde su trono improvisado con una sonrisa satisfecha, abanicándose lentamente. María Catarina comenzó a caminar entre las mesas, llevando una bandeja de plata con copas de vino. Cada paso era una tortura. Sentía las miradas como cuchillos sobre su piel expuesta. Los hombres hacían comentarios obsenos que provocaban carcajadas.

Las mujeres las señalaban y susurraban entre ellas. Algunas con asco, otras con una curiosidad morbosa. Un comerciante español llamado don Rodrigo de Castañeda la agarró del brazo cuando pasó junto a él, la acercó violentamente y le susurró el oído palabras tan viles que María Catarina sintió náuseas. Su aliento apestaba a vino y tabaco.

Cuando intentó soltarse, él apretó más fuerte, dejando marcas rojas en su piel. Los invitados a su alrededor se reían disfrutando del espectáculo. La marquesa Beatriz observaba todo con placer evidente. Había planeado esta humillación durante semanas. Quería demostrar su poder absoluto sobre la vida y la dignidad de sus esclavos. Quería que sus invitados vieran que en su casa las reglas normales no aplicaban.

Aquí ella era una diosa que decidía sobre el destino de seres inferiores. Pasaron 2 horas de infierno. María Catarina fue tocada, manoseada, insultada. Le arrojaron comida. Un grupo de jóvenes aristócratas la rodeó y comenzó a hacer gestos obsenos, retándose entre ellos a ver quién podía decir la cosa más degradante.

Ella mantenía los ojos fijos en el suelo, recordando a Josefina, recordando que cada segundo de esta pesadilla protegía a su hermana pequeña. Pero había algo que María Catarina no mostraba en su rostro, algo que crecía en su interior como una tormenta oscura. No era solo ira, era algo más profundo, más peligroso.

Era la certeza absoluta de que algunos actos no pueden quedar sin respuesta, de que algunas humillaciones rompen algo fundamental en el alma humana y que cuando esa ruptura ocurre, nada vuelve a ser lo mismo. A las 10 de la noche, el gobernador Sebastián pidió silencio. Anunció que había llegado el momento del entretenimiento principal. María Catarina sería obligada a bailar.

La orquesta comenzó a tocar una melodía lenta y sensual. Los invitados formaron un círculo alrededor de ella, bloqueando cualquier escape. María Catarina cerró los ojos. Pensó en su madre, muerta tres años atrás en una plantación de azúcar en Cuba. Pensó en su padre, vendido cuando ella tenía 8 años, y del cual nunca volvió a saber nada.

Pensó en Josefina, en sus ojos inocentes, en su risa. que era lo único puro que quedaba en este mundo podrido, comenzó a moverse. No era realmente un baile, era el movimiento de alguien que ha sido quebrado, pero que aún no se ha rendido. Los invitados aplaudían y gritaban. Algunos arrojaban monedas al suelo como si fuera una mendiga en la calle.

El gobernador se acercó y comenzó a caminar a su alrededor, examinándola como un cazador examina a su presa. Entonces sucedió algo que nadie esperaba. La marquesa Beatriz ebria de poder y vino, se puso de pie, caminó hacia María Catarina y le arrancó una de las telas que cubría su cuerpo. Los invitados estallaron en vítores.

La humillación había alcanzado un nuevo nivel de crueldad. María Catarina sintió algo romperse definitivamente en su interior. Levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de la marquesa. En ese momento, Beatriz vio algo que la hizo retroceder instintivamente. No era miedo, no era súplica, era promesa, una promesa oscura y terrible.

El baile continuó hasta pasada la medianoche. Los invitados comenzaron a retirarse, saciados de comida, vino y crueldad. María Catarina fue finalmente liberada y enviada de regreso a las cocinas. Las otras esclavas la miraron con una mezcla de compasión y alivio de que no hubiera sido a ellas. Nadie le habló. Nadie se atrevía.

María Catarina se sentó en un rincón oscuro de las cocinas y no lloró. Las lágrimas habían terminado. Algo más oscuro había tomado su lugar. Observó las cuchillas de carnicero colgadas en la pared. Observó el hacha usada para cortar leña. Observó y planeó. Los días siguientes fueron extrañamente tranquilos.

María Catarina regresó a sus tareas habituales en las cocinas como si nada hubiera pasado, pero las otras esclavas notaron un cambio. Había una quietud en ella, una calma que daba miedo. A cocinera principal, una mujer mayor llamada Inés intentó hablarle, pero María Catarina simplemente la miró con ojos vacíos y siguió pelando vegetales.

El gobernador Sebastián y la marquesa Beatriz estaban encantados con el éxito de su baile. Los comentarios entre la élite colonial habían sido extremadamente positivos. Todos hablaban del entretenimiento exótico, de lo original de la idea. Ya planeaban otro evento similar para el mes siguiente.

Una semana después del baile, la marquesa Beatriz mandó llamar a María Catarina. La esclava subió las escaleras del palacio con pasos medidos. Cuando entró en el salón privado de la marquesa, encontró a Beatriz sola, sentada frente a su tocador admirando sus joyas. La marquesa le informó con tono casual que había sido tan exitosa como entretenimiento que había decidido alquilarla a otros nobles para eventos similares. María Catarina recibiría la misma compensación.

Cada vez que obedeciera sin resistencia, su hermana Josefina sería perdonada de castigos. Cada vez que se negara, Josefina sufriría. María Catarina escuchó en silencio, asintió con la cabeza, dijo que sí, que obedecería. La marquesa sonrió satisfecha y la despidió con un gesto de la mano, como quien espanta una mosca molesta.

Pero esa noche María Catarina no regresó a las cocinas. Se escondió en uno de los armarios de limpieza del segundo piso. Esperó. Escuchó los sonidos del palacio mientras la noche avanzaba. Escuchó a los guardias haciendo sus rondas. Escuchó a las criadas preparando los aposentos para la noche, escuchó el silencio que eventualmente cayó sobre el edificio.

A las 3 de la madrugada, María Catarina salió de su escondite. Conocía cada rincón del palacio después de 6 meses trabajando allí. Sabía qué tablas del piso crujían. Sabía dónde estaban los guardias apostados. Sabía que el gobernador y la marquesa dormían en habitaciones separadas conectadas por un pasillo privado. Se dirigió primero a las cocinas.

Tomó el cuchillo de carnicero más grande, una hoja de 30 cm que usaban para cortar cerdos enteros. lo envolvió en un trapo y lo escondió bajo su vestido. Luego subió de nuevo, esta vez hacia el ala oeste del palacio, donde dormían sus torturadores. El pasillo estaba oscuro. Una sola vela parpadeaba al final del corredor.

María Catarina caminó descalsa sin hacer ruido. Su corazón latía con calma. No había miedo. No había duda, solo certeza. Llegó primero a la habitación de la marquesa Beatriz. La puerta estaba ligeramente entreabierta. Empujó suavemente y entró. La habitación olía a perfume francés y velas de cera de abeja.

La marquesa dormía en su cama de Dosel, cubierta con sábanas de seda blanca. Su rostro se veía pacífico, casi angelical en el sueño. María Catarina se acercó lentamente. Observó a la mujer que la había humillado, que había destruido su dignidad frente a cientos de personas. observó y recordó cada insulto, cada risa cruel, cada mirada de desprecio. Sacó el cuchillo del trapo.

La hoja brilló levemente con la luz de la luna que entraba por la ventana. Levantó el brazo y entonces la marquesa abrió los ojos. El terror en el rostro de Beatriz fue instantáneo y absoluto. Intentó gritar, pero María Catarina fue más rápida. Colocó una mano sobre su boca y acercó su rostro al de la marquesa. Le susurró con una voz que parecía venir desde el infierno mismo.

Esto es, por cada lágrima, por cada momento de vergüenza, por cada pedazo de mi alma que ustedes creyeron que podían robar, el cuchillo descendió una vez, dos veces, tres veces. La marquesa intentó defenderse, arañó las manos de María Catarina, pataleó bajo las sábanas, pero la fuerza de años de trabajo esclavo, de cargar sacos de grano y lavar ropa hasta que las manos sangraban, era superior. La resistencia de Beatriz duró menos de un minuto.

Cuando terminó, María Catarina se quedó de pie junto a la cama, respirando pesadamente. La sangre había salpicado su vestido, sus manos, su rostro. Miró a la marquesa muerta y no sintió remordimiento. Sintió algo cercano a la paz, pero no había terminado. Limpió el cuchillo en las sábanas y se dirigió hacia la habitación del gobernador Sebastián.

El pasillo privado que conectaba ambas habitaciones estaba iluminado por una lámpara de aceite. Sus pasos dejaban huellas rojas en el piso de mármol. Sebastián roncaba sonoramente cuando María Catarina entró en su habitación. Era un sonido grotesco, el ronquido de un hombre saciado de comida y bebida, un hombre que nunca había conocido el hambre o el miedo real. Su barriga sobresalía bajo las mantas.

En la mesita de noche había una copa de vino a medio terminar. María Catarina se acercó. Esta vez no hubo sorpresa, simplemente actuó. El gobernador despertó con el dolor, con la sensación de acero cortando su garganta. Sus ojos se abrieron de par en par. Intentó alcanzar la espada decorativa que colgaba de la pared, pero María Catarina se movió con una velocidad nacida de la desesperación absoluta.

El gobernador era más fuerte que la marquesa. Logró levantarse de la cama, empujando a María Catarina hacia atrás. tropezó con una silla y casi cayó. Sebastián gritó pidiendo ayuda, su voz resonando en la habitación. María Catarina sabía que los guardias vendrían. Tenía segundos, quizás menos.

Se lanzó hacia él con todo su peso. El cuchillo encontró su objetivo una y otra vez. Sebastián la golpeó en la cara en el estómago. María Catarina escupió sangre, pero no se detuvo. Siguió atacando con una ferocidad que parecía inhumana. alimentada por 6 meses de tortura, por años de esclavitud, por generaciones de injusticia. Finalmente, el gobernador cayó.

Su cuerpo masivo golpeó el suelo con un ruido sordo. María Catarina se arrodilló sobre él y siguió hasta que no hubo más movimiento, hasta que los ojos de Sebastián se quedaron fijos, mirando al techo pintado de su habitación lujosa. Los pasos de los guardias resonaban en el pasillo.

María Catarina se puso de pie, miró el cuchillo ensangrentado en su mano, miró los cuerpos de sus torturadores y tomó una decisión final. Caminó hacia la ventana de la habitación del gobernador, la abrió de par en par. El aire frío de la madrugada entró como una bocanada de libertad. Abajo, a 30 m de altura, estaba el patio de piedra del palacio. Las puertas de la habitación se abrieron de golpe. Seis guardias entraron con espadas desenvainadas.

Se detuvieron en shock al ver la escena. El gobernador muerto en un charco de sangre y María Catarina de pie junto a la ventana, cubierta de sangre de pies a cabeza sosteniendo el cuchillo de carnicero. El capitán de la guardia, un hombre llamado don Felipe Ramírez, le ordenó que se rindiera.

Le dijo que si dejaba caer el arma, tendría un juicio. Mintió, por supuesto. Ambos lo sabían. Una esclava que mataba a sus amos no recibía juicio. Recibía una muerte lenta y pública, diseñada para servir de advertencia a otros. María Catarina sonríó. Era la primera sonrisa genuina en meses. Miró a los guardias y habló con voz clara y fuerte.

Díganle a todas las esclavas de este palacio, de esta ciudad, de este continente maldito, que María Catarina no murió de rodillas. Díganles que algunos actos no pueden quedar sin respuesta. Díganles que la dignidad no se puede robar, solo se puede rendir y yo nunca me rendí. Antes de que los guardias pudieran moverse, María Catarina se lanzó por la ventana.

Su cuerpo cayó a través de la noche oscura, libre finalmente de cadenas, libre de humillación, libre de un mundo que la había tratado como menos que humana. El impacto fue instantáneo. María Catarina murió al golpear el pavimento del patio, pero su historia no terminó allí. Los guardias encontraron algo cuando revisaron su cuerpo.

En el bolsillo de su vestido ensangrentado había una nota escrita en carbón sobre un pedazo de tela rasgada. La nota decía para Josefina, vive libre o muere intentándolo. No hay tercera opción. Tu hermana te amó hasta el último aliento. La noticia de lo que sucedió en el palacio del virreinato aquella noche, del 22 de marzo de 1795 se propagó como fuego por toda la Ciudad de México. Las autoridades intentaron suprimirla, pero era imposible.

Los esclavos susurraban la historia en las cocinas, en los campos, en los mercados. La historia de María Catarina, la esclava que había matado al gobernador y a la marquesa antes de elegir la muerte sobre la captura. Josefina fue vendida inmediatamente a una plantación en Oaxaca.

Las autoridades temían que se convirtiera en un símbolo, pero la niña llevó la historia de su hermana consigo. La contó a otros esclavos, quienes la contaron a sus hijos, quienes la contaron a los suyos. El virrey ordenó una investigación completa. Querían saber cómo una esclava había logrado matar a dos nobles sin ser detectada. Querían saber si había cómplices. Torturaron a todas las esclavas del palacio. Ninguna habló.

Algunas porque genuinamente no sabían nada, otras porque en el fondo de sus corazones María Catarina se había convertido en algo más que una persona. Se había convertido en un símbolo. Los nobles de la Ciudad de México aumentaron sus medidas de seguridad. Contrataron más guardias, prohibieron que los esclavos tuvieran acceso a cuchillos o cualquier herramienta que pudiera usarse como arma. implementaron castigos más severos por la menor infracción.

Pero el miedo había entrado en sus corazones, el miedo de que la próxima María Catarina estuviera sirviendo su cena, lavando su ropa, cuidando a sus hijos. En los años siguientes hubo otros incidentes. Una esclava en Puebla envenenó a toda una familia noble. Un grupo de esclavos en Guadalajara incendió la hacienda donde trabajaban, matando al hacendado y su familia mientras dormían.

Las autoridades coloniales culparon a María Catarina. Decían que su acto había inspirado una ola de violencia, pero la verdad era más compleja. María Catarina no había iniciado nada, simplemente había sido la primera en actuar sobre lo que todos los esclavos sentían. había demostrado que los amos no eran invencibles, que su poder no era absoluto, que había un límite a la humillación que un ser humano podía soportar antes de que algo fundamental se rompiera. La Iglesia Católica condenó a los asesinatos como obra del demonio.

El arzobispo de México dio un sermón donde declaró que María Catarina había sido poseída por Satanás, que su alma ardería en el infierno por toda la eternidad. Pero entre los esclavos, entre los oprimidos, circulaba una versión diferente. Decían que María Catarina había sido tocada por la justicia divina, que Dios mismo había guiado su mano. Se convirtió en leyenda.

Las madres esclavas contaban la historia a sus hijas como advertencia y como inspiración. Advertencia de lo que el sistema podía hacerte. Inspiración de que incluso en la oscuridad más profunda existía la posibilidad de resistir. Pasaron los años. La esclavitud continuó en las colonias españolas hasta bien entrado el siglo XIX.

Miles, millones de personas sufrieron lo que María Catarina había sufrido. Muchos fueron quebrados completamente, otros resistieron de formas más sutiles. Algunos eligieron el mismo camino que ella. En 1821, cuando México finalmente obtuvo su independencia de España, una de las primeras acciones del nuevo gobierno fue abolir la esclavitud.

El proceso fue lento e imperfecto, pero marcó el comienzo del fin. Los historiadores debaten las razones de esta decisión progresista. Algunos señalan influencias de la Revolución Francesa, otros hablan de presiones económicas, pero existe una teoría menos conocida. Algunos académicos argumentan que las élites coloniales habían desarrollado un miedo genuino al potencial de rebeliones violentas de esclavos.

Casos como el de María Catarina habían demostrado que el sistema no era sostenible sin un nivel de violencia y vigilancia que eventualmente se volvía insostenible. En el lugar donde María Catarina se lanzó al vacío, las autoridades coloniales construyeron una capilla pequeña. Oficialmente era para honrar al gobernador Sebastián y la marquesa Beatriz.

Pero los esclavos que trabajaban en el palacio sabían la verdad. Por las noches, cuando nadie miraba, dejaban pequeñas ofrendas en la ventana, flores silvestres, velas, pedazos de pan. La capilla fue destruida durante la revolución de independencia. Un sacerdote llamado padre Miguel Hidalgo, quien lideraba el movimiento independentista, ordenó personalmente su demolición.

dijo que no quería monumentos a opresores en el Nuevo México. En su lugar plantó un árbol, una agueguete, el árbol sagrado de los pueblos indígenas. Ese árbol todavía existe. Creció fuerte y alto. Los lugareños dicen que hay algo especial en él, que sus ramas ofrecen más sombra que otros árboles, que sus hojas susurran historias cuando el viento sopla.

Los historiadores descartan estas historias como folklore, pero quienes lo visitan sienten algo difícil de explicar. La historia de María Catarina fue recopilada por primera vez por escrito en 1847 por un historiador mexicano llamado Lucas Alamán. Él había entrevistado a personas mayores que recordaban los eventos de 1795. Su relato fue controversial. Muchos lo acusaron de glorificar el asesinato.

Otros lo defendieron diciendo que simplemente documentaba la historia. El manuscrito de Alamán se perdió durante la guerra méxicoamericana. Se creyó destruido hasta que reapareció en 1903 en un archivo en Guadalajara. Para entonces, la historia de María Catarina ya era parte del folklore mexicano. Se contaba en diferentes versiones. Algunas la pintaban como una heroína. otras como una asesina loca.

La verdad, como siempre, era más complicada. En 1920, durante la Revolución Mexicana, un grupo de mujeres revolucionarias adoptó el nombre de las Catarinas en su honor. Lucharon junto a Emiliano Zapata y Pancho Villa. Fueron conocidas por su ferocidad en batalla y su rechazo absoluto a rendirse. Cuando capturaban prisioneros enemigos que habían cometido atrocidades contra civiles, los ejecutaban sin piedad.

Los generales del Ejército Federal las temían especialmente. Vía algo en la forma en que las catarinas luchaban que recordaba la historia original. No era solo valentía, era una furia nacida de siglos de opresión, canalizada finalmente hacia un propósito.

En los años siguientes a la revolución, México atravesó un periodo de redefinición de su identidad nacional. Los nuevos gobiernos buscaban héroes que representaran la resistencia contra la opresión colonial. María Catarina fue incluida en varios libros de texto como ejemplo de resistencia esclava, pero esta inclusión fue problemática. Los educadores debatían cómo presentar su historia.

Era apropiado enseñar a niños sobre alguien que había cometido asesinato? cómo equilibrar la condena de la violencia con el reconocimiento de la brutalidad del sistema que la había provocado. Eventualmente, la mayoría de las referencias a María Catarina fueron eliminadas de los textos oficiales. Se consideró demasiado controversial.

En su lugar se enfocaron en figuras como el padre Hidalgo o Benito Juárez, cuyas historias eran más fáciles de moldear en narrativas patrióticas simples. Pero María Catarina nunca desapareció completamente de la memoria colectiva. Se mantuvo viva en tradiciones orales, en canciones populares, en obras de teatro callejeras que se presentaban durante festividades.

Su historia evolucionó con el tiempo. adaptándose a las necesidades de cada generación que la contaba. En los años 60, durante los movimientos de derechos civiles que sacudieron América Latina, María Catarina experimentó un renacimiento. Activistas y académicos comenzaron a reexaminar su historia.

La vieron no como una asesina, sino como una víctima que había elegido morir en sus propios términos en lugar de continuar siendo victimizada. Feministas mexicanas escribieron ensayos analizando su historia desde perspectivas de género. Argumentaban que María Catarina había sido doblemente oprimida por su raza y por su género.

El baile donde fue forzada a presentarse desnuda representaba una forma extrema de violencia sexual y psicológica. historiadores afrodescendientes destacaron que su historia era parte de una narrativa más amplia de resistencia negra en América Latina. Una historia que había sido sistemáticamente ignorada o minimizada en los relatos históricos oficiales.

Comenzaron a rastrear su linaje intentando descubrir de dónde había venido antes de ser esclavizada. Descubrieron que María Catarina probablemente había nacido en Cuba, en una plantación cerca de Santiago. Su madre era de origen yoruba, traída directamente de África occidental. Su padre era probablemente un esclavo criollo nacido en las Américas.

Esta mezcla de herencias africanas y americanas era común entre los esclavos del periodo colonial. Los investigadores también encontraron registros de venta que documentaban su transferencia de Cuba a México en 1794. Había sido vendida junto con su hermana Josefina por 500 pesos mexicanos.

El comprador era un intermediario que trabajaba para el gobernador Sebastián. El documento describía a María Catarina como joven, fuerte, apta doméstico pesado. No había registro de su vida antes de la esclavitud, porque para el sistema colonial su vida no había comenzado hasta que se convirtió en propiedad. Esta era la realidad brutal.

Personas enteras reducidas a entradas en libros de contabilidad, valoradas menos que caballos o muebles finos. Los registros del juicio que siguió a los asesinatos revelaron detalles adicionales. Varias esclavas del palacio fueron interrogadas. Sus testimonios, preservados en archivos coloniales, vintaban un retrato de María Catarina como reservada, trabajadora, alguien que rara vez se quejaba.

Una esclava llamada Teresa declaró que María Catarina había cambiado después del baile. Dijo que había visto algo romperse en sus ojos, como si una luz se hubiera apagado. Otra esclava Rosa testificó que María Catarina había dejado de comer los días previos a los asesinatos como si se estuviera preparando para algo. El cocinero principal, un hombre libre llamado Antonio, declaró que había notado que faltaba el cuchillo de carnicero, pero no había reportado el robo por miedo a ser culpado.

Este testimonio le costó 20 latigazos y su despido del palacio. Los testimonios también revelaron que María Catarina no había actuado completamente sola en términos de conocimiento. Al menos tres otras esclavas sabían que planeaba algo, aunque no específicamente qué. Ninguna la detuvo.

Esta complicidad pasiva llevó a las autoridades a implementar castigos colectivos. Todas las esclavas del palacio recibieron latigazos y fueron transferidas a otros lugares. Josefina fue rastreada hasta Oaxaca, donde trabajó en una plantación de cacao hasta su muerte en 1823, 2 años después de la abolición de la esclavitud en México.

Nunca se casó, nunca tuvo hijos. Los registros sugieren que dedicó su vida a preservar la memoria de su hermana, contando la historia a cualquiera que quisiera escuchar. Un misionero franciscano que visitó la plantación en 1820 escribió en su diario sobre una esclava mayor que contaba una historia extraordinaria sobre su hermana que había matado a un gobernador.

El misionero describió a Josefina como alguien marcado por una profunda tristeza, pero también por una dignidad inquebrantable. Cuando Josefina murió, fue enterrada en una fosa común, como era costumbre para esclavos y pobres. No hay marca de su tumba. Pero los trabajadores de la plantación, muchos de ellos recién liberados, plantaron un árbol de cacao sobre el área donde creían que había sido enterrada.

Ese árbol produjo frutos durante casi 100 años antes de finalmente morir. La historia de María Catarina también tuvo impacto en la literatura. En 1889, un escritor mexicano llamado Ignacio Manuel Altamirano escribió una novela histórica basada vagamente en los eventos. Tituló la obra La venganza de la esclava.

La novela fue un éxito moderado, pero generó controversia por su retrato simpatético de María Catarina. Críticos conservadores atacaron el libro como peligroso, argumentando que romanticizaba la violencia y podría inspirar a trabajadores descontentos a cometer actos similares.

Altamirano defendió su obra argumentando que simplemente presentaba la realidad histórica y que negarse a confrontar las brutalidades del pasado colonial era una forma de complicidad continua. La novela fue prohibida en varios estados. mexicanos, pero circuló ampliamente en ediciones piratas. Generaciones de mexicanos conocieron la historia de María Catarina Io a través de esta novela ficticia antes de encontrar los hechos históricos reales.

En el siglo XX, varios dramaturgos escribieron obras teatrales sobre María Catarina. La más famosa fue una pieza de 1968 de la dramaturga Elena Garro. titulada Sangre en el palacio. Esta versión presentaba a María Catarina como una figura casi mítica, una vengadora que representaba a todas las mujeres oprimidas de la historia.

La obra fue prohibida inicialmente por el gobierno mexicano debido a su contenido político explícito. Garro había incluido paralelismos obvios entre la opresión colonial y la opresión contemporánea. La obra finalmente se estrenó en 1972 y se convirtió en un símbolo del teatro de resistencia latinoamericano. Artistas visuales también se inspiraron en la historia.

En 1985, el muralista David Alfaro Siqueiros creó un mural titulado La catarina en el Palacio Nacional de Ciudad de México. El mural mostraba a María Catarina no como víctima, sino como guerrera, rodeada de símbolos de resistencia y liberación. El mural generó protestas de grupos conservadores que lo consideraban una glorificación del asesinato, pero permaneció en exhibición y se convirtió en uno de los murales más fotografiados del Palacio Nacional.

Visitantes de todo el mundo se paraban frente a él contemplando la figura poderosa de María Catarina con su cuchillo levantado. En años más recientes, María Catarina ha sido redescubierta por nuevas generaciones a través de las redes sociales. Su historia se ha compartido millones de veces en forma de hilos de Twitter, videos de TikTok y publicaciones de Instagram.

Cada plataforma ofrece una nueva interpretación, una nueva forma de contar una historia antigua. Algunos la presentan como una heroína feminista, otros como un símbolo de resistencia antiracista, algunos enfatizan su sufrimiento, otros su agencia y poder. La multiplicidad de interpretaciones demuestra como las historias históricas pueden ser infinitamente adaptables, hablando a diferentes audiencias de formas diferentes.

Académicos continúan debatiendo el legado de María Catarina. ¿Fue su acto de violencia justificado por las circunstancias extremas? ¿Puede la violencia individual contra opresores sistémicos considerarse resistencia legítima? ¿O cruza líneas morales que no pueden ser excusadas sin importar el contexto? Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, pero quizás esa es precisamente la razón por la cual la historia de María Catarina continúa resonando.

Nos obliga a confrontar preguntas incómodas sobre justicia, venganza, dignidad humana y los límites de lo que una persona puede soportar antes de que algo fundamental se rompa. En Ciudad de México, hoy puedes visitar el sitio donde alguna vez estuvo el palacio del virreinato. El edificio original fue destruido y reconstruido varias veces. Ahora es un museo de historia colonial.

En una esquina del patio, cerca de donde María Catarina cayó, hay una placa pequeña y discreta. La placa no menciona su nombre directamente. En cambio, dice, “En memoria de todos aquellos que sufrieron bajo el sistema de esclavitud colonial. Que sus historias no sean olvidadas. La ambigüedad es intencional, un compromiso entre diferentes perspectivas históricas, pero los guías turísticos conocen la historia real.

La cuentan a visitantes interesados, generalmente en voz baja, como si compartieran un secreto. Y en cierto modo lo es. Es el secreto de que la historia oficial siempre tiene lagunas, espacios donde las historias no oficiales existen y persisten. Cada año, el 22 de marzo, un pequeño grupo de personas se reúne en ese sitio. No es un evento oficial, no hay anuncios.

Simplemente aparecen académicos, activistas, descendientes de comunidades, afrodescendientes, personas que han sido tocadas por la historia de María Catarina. De alguna manera encienden velas, leen poesía, comparten historias, algunos lloran, otros se sienten fortalecados. Es un recordatorio de que la historia no es solo algo que leemos en libros, es algo vivo, algo que continúa resonando a través del tiempo, tocando vidas incluso siglos después.

Una mujer mayor, descendiente de esclavos africanos traídos a México, coloca flores en el sitio cada año. Dice que María Catarina le enseñó algo fundamental, que la dignidad no es algo que otros pueden otorgar o quitar. Es algo que reside en lo más profundo del ser humano, indestructible incluso ante la brutalidad más extrema.

Un joven académico explica a su grupo de estudiantes que María Catarina representa una verdad incómoda sobre la historia. No todos los héroes son nobles, no toda la resistencia es pacífica. A veces la justicia nace del acto más desesperado de alguien que no tiene nada más que perder. La historia de María Catarina permanece como testimonio de que incluso en los momentos más oscuros de la humanidad, cuando sistemas enteros están diseñados para destruir el espíritu humano, siempre existirá alguien que dirá, “Hasta aquí.” Alguien que elegirá morir de pie antes que vivir de rodillas.

alguien que demostrará que el poder de los opresores nunca es absoluto, que siempre existe un límite. Y así, más de 200 años después de aquella noche sangrienta en el palacio del virreinato, María Catarina sigue viviendo, no en monumentos oficiales ni en libros de texto aprobados por gobiernos.

vive en las historias susurradas, en las reuniones nocturnas, en el corazón de todos aquellos que entienden que la libertad a veces tiene el precio más alto, pero que ese precio vale la pena pagarlo. Su nombre se pronuncia con reverencia en algunos círculos, con horror en otros, pero nunca con indiferencia.

Porque María Catarina nos obliga a todos a preguntarnos, ¿qué haríamos nosotros en su lugar? ¿Cuánto podríamos soportar antes de que algo fundamental se rompa? ¿Dónde está la línea entre víctima y vengadora, entre oprimido y liberador? Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, pero María Catarina nunca prometió respuestas fáciles.

Solo demostró con sangre y fuego que la dignidad humana es inquebrantable, que la justicia a veces nace de manos desesperadas y que algunas historias, por incómodas que sean, deben ser contadas y recordadas para siempre.