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Lo vi a través del cristal de mi oficina antes de que llegara a recepción. Cinco años después, seguÃa siendo el mismo hombre que una vez me dijo sin parpadear:
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La profesora Mendoza era el terror de la secundaria técnica número 47. Todos le tenÃamos miedo. Era de esas maestras que no toleraban ni un minuto de retraso, que te bajaban puntos si llevabas el uniforme arrugado, que jamás sonreÃan… y que parecÃa disfrutar reprobando estudiantes.
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Servà a mi suegra durante 15 años, y le dejó 3 casas a mi cuñada. Recogà una vieja taza que iba a tirar… y lo que encontré dejó a toda la familia sin palabras.
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El amanecer en aquel barrio olvidado no traÃa esperanza. El aire olÃa a humo y a pan duro, y las calles parecÃan siempre las mismas: charcos de lluvia vieja, paredes descascaradas y un silencio que pesaba más que cualquier ruido. Ahà vivÃa yo, Arjun, un niño de ocho años que ya habÃa aprendido que el hambre no solo se siente en el estómago… también en el corazón.
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El recuerdo más antiguo que conservo no es un cumpleaños, ni un abrazo, ni una voz cantando una canción de cuna. Es el de un estómago vacÃo gruñendo en medio de la noche, mientras me acurrucaba en una cama que olÃa a humedad. TenÃa siete años y ya habÃa aprendido a no llorar; las lágrimas no llenaban el plato, y en la vecindad donde vivÃamos, los niños que lloraban demasiado solo conseguÃan más regaños que consuelo.
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Lo vi a través del cristal de mi oficina antes de que llegara a recepción. Cinco años después, seguÃa siendo el mismo hombre que una vez me dijo sin parpadear:
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