El Horror del Lago del Cráter: Dentro del Matrimonio Prohibido y los Grotescos Experimentos Genéticos de las Gemelas Oats
En la profunda y neblinosa extensión del desierto de Oregón, donde los bosques que rodean el Lago del Cráter custodian un siglo de secretos, se esconde una de las sagas de crímenes reales más escalofriantes de la historia estadounidense. Es la historia de Phoebe y Wilbert Oats, gemelos cuyo intenso aislamiento de por vida los llevó a cometer actos tan repulsivos que redefinieron los límites de la crueldad humana, convirtiendo su aislada casa familiar en un deliberado “laboratorio de horrores”. No se trató de un repentino descenso a la locura; fue una lenta y metódica construcción del mal, impulsada por el intelecto y completamente desprovista de conciencia.

Un Lazo Forjado en el Aislamiento
La tragedia de las gemelas Oats comenzó en 1884 con el nacimiento y la posterior muerte de su madre, Margaret. A solas con su desconsolado padre, Waldo Oats, las gemelas quedaron aisladas del mundo. Waldo, temiendo el juicio externo, las protegió con el aislamiento, solo para, sin darse cuenta, fomentar un vínculo que se volvió peligrosamente posesivo.

Las gemelas exhibían una sincronización inquietante. Vecinos y visitantes susurraban que parecían menos hermanos y más “dos mitades de un mismo ser”, moviéndose, pensando y hablando con un ritmo perfecto e inquietante. Su mundo entero era un espejo que solo se reflejaba el uno al otro.

Este universo frágil y cerrado encontró su oscura inspiración en la polvorienta biblioteca de su abuelo, llena de libros sobre herencia, linajes familiares y cría de animales. En algún punto entre la curiosidad infantil y la fascinación obsesiva, las gemelas desarrollaron una convicción distorsionada: estaban destinadas a permanecer juntas para preservar su linaje y alcanzar la “pureza hereditaria”.

Para 1902, las fronteras se habían desdibujado por completo. Waldo los descubrió durmiendo en la misma habitación; su explicación fue simple y escalofriante: “Se siente natural. Siempre ha sido así”.

El Macabro Matrimonio de las Montañas
El paso final, fatal, se dio en la primavera de 1903. Phoebe consiguió metros de tela blanca, hablando de una “ceremonia” familiar. Cuando Waldo los confrontó, los gemelos explicaron con calma su decisión: se casarían.

Las súplicas de Waldo, sus escrituras a gritos y sus apelaciones a la razón fueron respondidas con una serenidad inquietante. “Así debe ser, padre”, susurró Phoebe. “Otros no pueden entender”, añadió Wilbert.

En una fría mañana de mayo de 1903, con solo su destrozado padre como testigo reticente, los gemelos Oats intercambiaron votos privados detrás de la casa. La unión, que nunca se registró legalmente, se selló bajo un cielo gris de Oregón en un silencio tan profundo que Waldo afirmó más tarde que “la naturaleza misma retrocedió”.

Desde ese día, la finca de los Oats se transformó en una fortaleza. Se tapiaron las ventanas, se reforzaron las puertas y los gemelos comenzaron a comprar suministros extraños: herramientas de construcción, cuerdas, barriles de cal. No se preparaban para el invierno, sino para el experimento que definiría su legado.

El nacimiento de los especímenes
Para el otoño de 1903, se reveló el siniestro propósito del matrimonio: Phoebe estaba embarazada. Waldo estaba consumido por el terror, conociendo las escrituras y las consecuencias de tal unión. La casa fue sellada por completo, y en una noche tormentosa de marzo de 1904, nació su primera hija, una niña.

La niña tenía una grave deformidad, el cráneo deforme y los rasgos retorcidos. Waldo retrocedió horrorizado, pero los gemelos la recibieron con admiración. «Es perfecta», murmuró Phoebe. «Tal como debe ser». Mientras tanto, Wilbert tomaba notas meticulosas en un libro de contabilidad, tratando a su hija recién nacida no como un ser humano, sino como un “descubrimiento”.

El segundo hijo, nacido después, fue milagrosamente normal. Para horror de Waldo, los gemelos lo llamaban “el fracasado”, viendo su salud con palpable decepción. Fue entonces cuando Waldo comprendió la monstruosa verdad: sus hijos no actuaban como padres. Actuaban como experimentadores, concibiendo sistemáticamente hijos para comprobar la heredabilidad de los rasgos, buscando específicamente las consecuencias de la consanguinidad. Su hogar se había convertido en la cuna de algo profano: un linaje criado por razones que desafiaban la fe y la naturaleza.

El sótano de la desesperación
El horror de la familia finalmente salió a la luz gracias a dos hombres: el cazador Homer Mixon y, posteriormente, el sheriff Skyler Tucker.

Homer Mixon, un cazador experimentado, notó señales extrañas y un silencio inquietante alrededor de la propiedad. Cuando los visitó en 1905, le impactó la desconcertante cortesía de los gemelos y el penetrante olor a desinfectante y algo metálico. Bajo las tablas del suelo, oyó un sonido que lo paralizó: el llanto apagado e inconfundible de un niño. Huyó, escapando por poco de la velada amenaza de Wilbert, solo para desaparecer por completo días después; su rifle fue el único rastro encontrado.

Durante años, el miedo paralizó a la comunidad, pero las desapariciones —la de Homer y, más tarde, la del Dr. Clarence Benson, quien encontró marcas de arrastre que se alejaban de su carruaje abandonado— obligaron a un ajuste de cuentas.

En marzo de 1913, el sheriff Skyler Tucker y su comisaría