Basta, no aguanto más tenerte en esta casa. La voz de Damián resonaba por el

salón mientras señalaba furiosamente hacia la puerta. Eres un lastre, Aurora.

20 años de mi vida desperdiciados contigo. 20 años aguantando toda esta

mediocridad. Coge tus cosas y sal de aquí ahora mismo. Aurora Mendoza, 45 años,

enfermera dedicada desde hace dos décadas en el Hospital Clínico de Valencia, estaba siendo brutalmente

expulsada de su propia casa por su marido. A su lado, con una sonrisa victoriosa estampada en el rostro,

estaba la doctora Lorena Vega, 35 años. la amante joven y ambiciosa, que ahora

asumía orgullosamente el puesto de nueva dueña de aquella vida que Aurora había construido con tanto sacrificio durante

todos aquellos años. Pero lo que absolutamente nadie allí sabía en aquel

momento devastador de humillación profunda, era que aquella mujer destrozada iba a recibir un regalo

extraordinario de la vida y que estaba a punto de cambiar completamente el

destino de todos los involucrados en aquella historia cruel. Aurora intentó

protestar completamente incrédula con lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. argumentó que aquella era su casa

también, que 20 largos años de matrimonio no podían simplemente ser

tirados a la basura, así como si no valiesen absolutamente nada. Damián se

rió con una crueldad que ella nunca había visto o presenciado antes en él

durante todo el tiempo que estuvieron juntos. Explicó con una frialdad

aterradora y calculada que la casa estaba legalmente registrada únicamente a su nombre. que había sido comprada

exclusivamente con su sueldo a lo largo de todos aquellos años de trabajo. Por

lo tanto, según él, tenía todo el derecho legal de decidir quién se quedaba y quién salía de aquel inmueble

sin necesidad de consultar a nadie. Lorena, usando aquella voz dulce y falsa

que empleaba para parecer gentil cuando en verdad estaba siendo extremadamente cruel, sugirió delicadamente que Aurora

buscase un piso pequeño para alquilar, algo más adecuado y apropiado para una enfermera con aquel sueldo tan modesto y

limitado que ella recibía. comentó que no necesitaba ser nada lujoso o sofisticado, solo algo básico y

funcional que sirviese adecuadamente para alguien en la posición social y financiera de ella. Aurora sintió cada

palabra como una bofetada violenta en la cara. Cada sílaba pronunciada era una humillación adicional que cortaba

profundamente. Damián fue aún más cruel y directo en sus determinaciones. Miró

el reloj caro que usaba en la muñeca y anunció que estaba siendo extremadamente generoso al dar una semana completa para

que Aurora encontrase otro lugar donde vivir y establecerse. Dejó claro que después de ese plazo la quería

completamente fuera de allí, sin ningún tipo de excepción o excusa que pudiese

ser presentada. Y había una condición más absolutamente humillante. Ella solo podría llevarse

consigo ropa personal y objetos de uso individual. Todo lo demás debería

permanecer en la casa, todos los muebles, electrodomésticos, artículos de decoración, porque según él cada

artículo había sido comprado exclusivamente con su dinero y, por lo tanto, pertenecía únicamente a él.

Aurora, con lágrimas corriendo silenciosamente por el rostro, pero aún intentando mantener algún resquicio de

dignidad, cogió apenas dos maletas grandes que encontró en el armario. Las llenó rápidamente con ropa básica,

algunos objetos personales que tenían valor sentimental inestimable, fotografías antiguas, amarillentas de

familia que guardaba desde hace décadas. Salió de aquella casa que había sido su hogar acogedor durante 20 años enteros,

de aquella vida que había construido ladrillo a ladrillo con tanto amor y dedicación absoluta, de aquel matrimonio

que ahora estaba completamente destruido e irreparable. Consiguió con gran dificultad alquilar

un piso absolutamente minúsculo y apretado en las afueras de Valencia. Era tan pequeño y claustrofóbico que apenas

cabía una cama individual estrecha dentro de él. El lugar olía intensamente a humedad antigua. Tenía manchas oscuras

de mo en las paredes descascarilladas y deterioradas, pero desafortunadamente era todo lo que su sueldo de enfermera

permitía pagar mensualmente. Y entonces comenzó el verdadero y terrible calvario de la vida de Aurora.

Al día siguiente de aquella expulsión brutal, Aurora caminaba lentamente por las calles transitadas de la ciudad,

volviendo arrastrada de otro turno nocturno, absolutamente agotador y desgastante en el hospital. Estaba

visiblemente cansada, con un hambre terrible y dolorosa, rollyendo el estómago vacío, sin tener ningún dinero

siquiera para comprar un café simple o un pan. Sus pies dolían intensamente

dentro de los zapatos viejos y gastados por el uso constante. Vio a un hombre aparentemente bien vestido caminando

apresuradamente por la cera y se acercó a él con enorme vergüenza y desconcierto. Pidió disculpas por

molestarlo y preguntó humildemente si él podría prestarle apenas unos pocos euros para que ella pudiese comprar un poco de

comida básica. El hombre paró bruscamente su caminar y la miró de arriba a abajo con un desprecio absoluto

y asqueroso, claramente visible en su rostro. examinó críticamente el uniforme

completamente raído y manchado de enfermera, la apariencia visiblemente cansada y maltratada, las ojeras

profundas y oscuras que marcaban su rostro pálido. Respondió con rabia y

aspereza que ella debería trabajar honestamente en vez de estar pidiendo limosna en las calles como una vagabunda

cualquiera. La acusó de ser una vaga que estaba acabando con el país entero. dijo

que gente parásita como ella quería vivir cómodamente a costa de otros que trabajaban honestamente y duro todos los

días. Y siguió adelante rápidamente, dejando a Aurora allí parada en la cera,

completamente humillada y profundamente avergonzada. Ella respiró hondo, intentando controlar las emociones, secó

las lágrimas que comenzaban a formarse en las esquinas de los ojos e intentó nuevamente con otra persona que pasaba.

Una mujer elegantemente vestida con varias bolsas de compras caras y lujosas colgadas en ambos brazos. Comenzó a

pedir unos pocos euros para comprar algo de comer. La mujer la interrumpió ásperamente antes incluso de que ella

pudiese terminar la frase. Dijo irritada que no quería ser molestada por mendigos. Declaró que trabajaba muy duro

por el dinero que ganaba y definitivamente no iba a simplemente dar a vagabundos y mendigos de la calle.

sugirió sarcásticamente que Aurora buscase un albergue público o alguna institución de caridad en vez de

importunar a personas trabajadoras en las calles. Aurora sintió las lágrimas quemar intensamente en los ojos ya rojos