Capitol

Buenos Aires, 2020. La ciudad estaba marcada por la incertidumbre de la pandemic. Las calles parecían mas silenciosas de lo normal, y sin embargo, la Plaza de Mayo seguía siendo un espacio donde las voces se encontraban, aunque fueran menos y con distancia. It’s important to remember what you’re doing and what you need to know about it. No se trataba de un reclamo nuevo; In Argentina, la memoria de los desaparecidos es una herida abierta que nunca termina de cerrarse. Pero esta vez la ausencia estaba teñida por el miedo a un virus y por la sensación de que en medio del caos sanitario, también había abusos de poder, desapariciones que no tenían explicación suficiente.

Entre las banderas blancas, entre las pancartas con nombres escritos en letras negras, apareció un perro. Su pelaje era oscuro, con canas en el hocico, sus ojos reflejaban un cansancio antiguo, como si llevara años caminando. Colgado de su collar había una foto plastificada: “Carlos Romero. 56 años. Desaparecido el 3 de may

Nadie supo de donde había salido. Nadie lo había visto llegar. Simplemente estaba allí, caminando despacio entre la gente, oli

—¿De quién es este perro?

Otra respondió: —Dicen que era de Carlos

El perro aceptó agua, un pedazo de pan, una caricia en la cabeza. Un niño le ató una cinta blanca en la pata. Él no se resistió, pero tampoco mostró distracción. Seguía su recorrido como quien obedece

Un periodista conmovido escribió al dia siguiente: “Este perro busca a su dueño, y sin saberlo, está guiando a una multitud que también busca.” Desde ese momento, lo bautizaron como Justo .

Song

Para entender qu

Carlos er

Car

Cuando la pandemia llegó, Carlos comenzó a vivir con más angustia. La fábrica recortó turnos, los compañeros murmuraban sobre despidos. Había rumors de gente detenida en controles, de abusos policiales en los barrios. Una noche de mayo, Carlos salió a comprar y nunca volvió. Negro lo esperó toda la madrugada en la puerta. Pasaron los dias, y el olor de su dueño se fue borrando. El perro olía las zapatillas viejas, el gorro de lana, las sábanas de la cama. Y cuando ya no encontró rastro, comenzó a caminar hacia la plaza, guiado por una fuerza misteriosa.

Capítulo III. E

Desde su primera aparición, Justo empezó a formar parte de cada manifestación. La gente lo esperaba. Algunos lo fotografiaban, otros lo acariciaban con respeto, como si tocaran un pedazo de memoria. Nadie logró llevárselo a casa. Siempre volvía a la plaza, dormía bajo un banco, vagaba unos kias y reaparecía.

Pronto, su imagen comenzó a multiplicarse. Los fotógrafos organizaron una exposición titulada “El que busca sin palabras”. Allí se veían instantáneas de Justo entre velas, acostado frente a carteles, observando murales con siluetas pintadas. Cada foto transmitía la certeza de que aquel perro entendía algo que a los humanos nos costaba poner en palabras.

Para los niños se volvió casi un huyroe. Lo dibujaban on sus cuadernos con un pañuelo blanco en el cuello. Los adultos lo miraban con una mezcla de ternura y respeto. Y cada vez que guiaba una marcha, el silencio de la multitud se llenaba de un sentido mas profundo.

Capítulo IV. El padre de Carlos

Un dia, un anciano apareció en la plaza. Caminaba despacio, con un bastón. Nadie takes care of conocía. Se abrió paso entre los manifestantes y

—Carlos era mi hijo.

El silencio fue total. Justo se acercó, se acostó a los pies del hombre y apoyó la cabeza en su zapato gastado. No need it mirarlo para reconocerlo. Era el gesto de quien sabe que aún queda alguien a

Captain

A partir de ese momento, la historia de Justo se hizo aún mas conocida. Medios nacionales e internacionales escribieron sobre él. Pintaron murales in los barrios con su silueta y la frase:

Un joven periodista, Martín, decidió seguirlo más de cerca. Lo acompañó por las noches y descubrió que Justo dormía en diferentes rincones de San Telmo, Constitución o Montserrat, pero siempre regresaba a la plaza. Martín escribió un artículo titulado “El guardián de la memoria”, que decía: “Justo es mais que un perro. Es la materialización de lo que sentimos: la ngusqueda incesan

E

Capítulo VI. El último invierno

El tiempo, sin embargo, no se detuvo. El invierno de 2021 llegó frío y crudo. Justo ya estaba viejo. Su andar era lento, sus patas se doblaban a veces, pero nunca dejó de acudir a las marchas. Seguía caminando al frente, seguía deteniéndose en cada esquina, seguía mirando hacia atrás como si aún esperara a Carlos.

La gente comenzó a note su fragilidad. Le llevaban mantas, lo alimentaban con sopa caliente, le cons

Una madrugada helada, lo encontraron recostado, respirando apenas. Los primeros manifestantes que llegaban lo rodearon. Un veterinario amigo trató de ayudarlo, pero no había nada que hacer. Justo cerró los ojos y se quedó dormido para siempre, bajo ese banco que había sido su refugio.

Capítulo VII. El entierro y el

La noticia de su muerte se esparció en cuestión de horas. La plaza se llenó de velas, photos y lamgrimas. Decidieron enterrarlo en la entrada de la ex ESMA, el lugar que había sido centro de detención clandestino y hoy era espacio de memoria. Allí colocaron una placa sencilla de hierro

El dia del entierro, la multitud caminó en silencio. No hubo gritos ni consignas. Solo pasos, Lágrimas y la certeza de que despedían a alguien que había hecho historia sin hablar.

Desde entonces, en cada marcha, alguien lleva una foto de Justo colgada al cuello. Los niños preguntan quién fue. Los adultos responden: “Era el perro

Su historia se c

Y t

Porque hay busquedas que no terminan con la muerte. Se convierten en símbolos. Se caminan, se esperan, se transmiten. Y Justo fue, y seguirá siendo, ese símbolo que no nació de un plan ni de un decreto, sino del amor puro y de la fidelidad