LA PROCESIÓN DE LAS ALMAS
Yeny trabajaba como camarera en un pequeño restaurante del centro, pero más que un trabajo, era una condena diaria. La rutina se le clavaba como agujas invisibles, y cada amanecer sentía el mismo vacío que la consumía por dentro. No recordaba la última vez que había sonreído de verdad. Su vida era un encadenado de luchas pequeñas, pero constantes: clientes groseros, cuentas impagadas, noches de insomnio y una soledad que le pesaba como plomo.
Aquella noche, el restaurante estaba abarrotado. El murmullo de las conversaciones se mezclaba con el sonido de los cubiertos y el chisporroteo de la plancha en la cocina. Yeny caminaba con una bandeja repleta de platos humeantes, intentando esquivar mesas, cuando una mano la agarró del brazo con brusquedad.
—¿Qué tal si me das un besito, nena? —le susurró un joven con una sonrisa repugnante.
Ella se paralizó, sintiendo el sudor frío recorrerle la espalda. Antes de que pudiera reaccionar, otro chico se acercó por detrás y le rodeó la cintura con una mano áspera.
—Qué cinturita más bonita… —susurró—. Qué rico.
Su corazón empezó a golpearle el pecho. La vergüenza y el miedo se mezclaron en un nudo en la garganta. Pero, de repente, una voz fuerte y firme rompió el aire:
—¡Suelten a la camarera! ¿No tienen vergüenza, bola de rufianes?
Yeny giró el rostro y lo vio: un joven alto, con chaqueta de cuero negra, de pie como si fuera un muro imposible de derribar. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa segura.
—Me llamo Rafael —dijo él con calma, como si el peligro no existiera.
Los dos tipos soltaron carcajadas burlonas.
—¿Y tú quién te crees que eres para darnos órdenes? —espetó uno de ellos, cerrando el puño.
El golpe vino directo hacia el rostro de Rafael. Yeny cerró los ojos, segura de que lo derribarían. Pero en el último segundo, él inclinó la cabeza y el puñetazo cortó el aire. En un movimiento rápido y preciso, Rafael hundió su puño en el estómago del agresor. El chico se dobló, cayendo sobre una mesa y haciendo estallar los platos en mil pedazos.
El segundo atacante, enfurecido, tomó un cuchillo de la mesa y lo alzó hacia Rafael.
—¡Vas a pagar por lastimar a mi hermano!
Para sorpresa de Yeny, Rafael volvió a cerrar los ojos, sin moverse un segundo. Cuando el cuchillo bajó, él se ladeó suavemente, dejando que la hoja atravesara solo el vacío.
—Eres tan torpe —dijo con una media sonrisa— que ni siquiera necesito abrir los ojos para esquivarte.
El muchacho rugió de rabia, pero un instante después gritó de dolor cuando Rafael le torció un dedo hasta que sonó un crujido seco. El cuchillo cayó al suelo. Un cabezazo en la boca y un puñetazo certero en la cara terminaron el combate. Los dos hermanos huyeron tambaleándose, y un aplauso espontáneo estalló en el restaurante.
Cuando la calma volvió, Yeny se acercó con un nudo en la garganta.
—Quiero darte las gracias…
—No hace falta —respondió él, sonriendo levemente—. Hoy en día la gente ha olvidado lo que es el respeto. Me gusta recordarles que aún existe.
—Pero… ¿cómo puedes pelear así… con los ojos cerrados?
—Porque no hay diferencia para mí. Soy ciego desde niño.
La revelación dejó a Yeny sin palabras.
Esa noche, cuando cerró el restaurante, Rafael la acompañó en su camino. Hablaron como si se conocieran desde siempre. Pero mientras caminaban, Yeny empezó a sentir una extraña presión en el pecho.
—Rafael… hay algo raro desde que te conocí. Mi corazón me dice que no debo dejarte ir. Es como si… ya te hubiera visto antes. Y tengo un presentimiento. Algo siniestro va a pasar.
Rafael se detuvo, inclinando la cabeza.
—No te pongas triste, Yeny. Recuerda siempre sonreír.
Cuando miró a su alrededor, Yeny se dio cuenta de que estaban frente a un gran portón de hierro. Al alzar la vista, leyó el letrero: Cementerio Municipal.
—¿Tu casa? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Cómo lo sabes… si no ves?
Rafael sonrió, pero no respondió. En ese momento, Yeny vio que decenas de personas entraban al cementerio, todas con una extraña marca en la mejilla… la misma que Rafael tenía.
—¿Qué es esto?
—En esta ciudad —dijo él— existe una tradición. Una vez al año, las almas de los muertos regresan para visitar a quienes aman. Hoy es ese día.
—¿Y qué pasa a medianoche?
—Que debemos volver.
—¿Qué hora es?
—Medianoche.
Un silencio helado se apoderó de Yeny.
—Entonces… tú…
—Estoy muerto, Yeny. Pero fue un placer conocerte.
Él dio media vuelta y caminó hacia la neblina que cubría el interior del cementerio. Justo antes de desaparecer, regresó y depositó un beso frío en su mejilla.
Yeny sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos. Sin pensarlo, corrió tras él. Vagó entre lápidas hasta que la niebla se abrió, revelando una tumba solitaria. La inscripción decía:
“Aquí descansa Rafael Rivas Pulgar. Joven ciego, fallecido en 1970. Siempre feliz, siempre dispuesto a ayudar. Su frase favorita: ‘A pesar de las dificultades de la vida, no te rindas. Lucha, porque solo a través de la victoria se conquistan los sueños’”.
Las lágrimas de Yeny cayeron sobre la fría piedra.
Un año después, la procesión volvió a ocurrir. Rafael emergió de la tierra y, para su sorpresa, allí estaba Yeny, esperándolo junto a su tumba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él, con la voz quebrada.
—Esperarte —respondió ella—. Gracias a ti, volví a querer vivir… pero también aprendí que no puedo vivir sin ti. Te amo, Rafael. Y si solo puedo tenerte una noche al año, entonces será la noche más valiosa de mi vida.
Él sonrió, y por unas horas, en medio de la niebla, Yeny volvió a sentirse viva. Porque a veces, un solo gesto de bondad puede encender una llama que ni la muerte puede apagar.
News
Entré a la panadería con el estómago vacío… y el alma aún más. Tenía ocho años.
El niño que pidió pan La primera vez que el hambre me hizo doblarme por dentro no fue en invierno,…
Millonario deja su caja fuerte abierta para atrapar a su criada, pero su reacción lo hizo llorar
La prueba que lo cambió todo Arthur Sterling nunca había sido un hombre confiado.Había nacido en un barrio pobre, criado…
Mi Hija Siempre Llega a Casa a la 1:00 AM del Colegio—Y Su Sombra No La Sigue….
La Carta del Corredor de la Muerte Julia tenía diecisiete años, una edad en la que el mundo parece enorme,…
La mañana que cambió su vida comenzó como cualquier otra para Julia Ortega. Tenía 17 años, y su mundo giraba en torno a la pequeña casa de adobe donde vivía con su madre y su hermano menor. Su afición más extraña —al menos según sus amigas— era leer cartas antiguas, amarillentas, olvidadas en mercados o ventas de segunda mano. Las coleccionaba en una caja de metal, convencida de que cada letra escrita guardaba un pedazo de alma.
La mañana que cambió su vida comenzó como cualquier otra para Julia Ortega. Tenía 17 años, y su mundo giraba…
At first, I intended to run straight there, but then I changed my mind — I wanted to go home and shower first. On the way back, I called my best friend Jide to ask him to cover for me.
I left my secretary Cynthia’s house to visit my wife in the hospital. I had originally intended to go straight…
La noche estaba fría, y el silencio en aquella pequeña casa solo se rompía por un sonido que le partía el alma: el rugido del estómago vacío de sus hijos. Ese ruido era más cortante que cualquier cuchilla, más doloroso que cualquier golpe.
EL PUÑO DE LA ESPERANZA La noche estaba fría, y el silencio en aquella pequeña casa solo se rompía por…
End of content
No more pages to load