Tras descubrir que nunca podrá ser madre y que además padece una enfermedad terminal, una mujer encuentra a una niña

caída en el patio de su casa y decide criarla como si fuera su hija, aún

sabiendo que le quedan solo unos meses de vida. Pero cuando finalmente nota un detalle

que antes no había visto en la pequeña, cae de rodillas incrédula al comprender

quién era realmente esa niña. Dios mío, no lo puedo creer. No, esto no

puede ser. dice completamente en shock, dándose

cuenta de que esa niña llevaba consigo algo que cambiaría todo, incluso su

propio destino. María sostenía la prueba de farmacia

entre las manos, con los ojos llenos de lágrimas. El corazón le latía acelerado

y una amplia sonrisa iluminaba su rostro. Estoy embarazada. Lo sé, amiga, esta vez

es seguro. No puedo creer que después de tanto pedirle a Dios, él por fin me dará

un angelito para cuidar. Tal vez dos. Oh, Dios mío. Sería increíble si fueran

gemelos. Dijo casi sin aliento por la emoción. Cristina, su mejor amiga, observaba la

escena con el corazón apretado. Conocía bien esa mirada llena de esperanza.

María, una mujer de 42 años, llevaba en el pecho el sueño de ser madre, un sueño

que el tiempo y el destino parecían arrebatarle una y otra vez. Había

intentado quedar embarazada durante muchos años, pero nada sucedía. Cuando

su marido la abandonó, decidió luchar sola, creyendo que Dios aún cumpliría el

deseo más profundo de su corazón. Con el paso del tiempo, ese sueño se había

transformado en una obsesión. María creía que la maternidad era lo

único capaz de darle sentido a su vida. Cristina, en cambio, ya había

presenciado muchas desilusiones, muchos falsos positivos, muchos llantos en el

baño y ahora, una vez más veía a su amiga aferrarse a una esperanza frágil.

María, sé que estás emocionada, pero tienes que ir con calma, controlar tus expectativas”,

dijo Cristina con voz serena, pero firme. “¿Sabes que puede que no sea lo que estás esperando?”

Pero María no quiso escuchar. Estaba confiada, casi radiante.

“Amiga, hice la prueba de farmacia y salió positiva,”, respondió emocionada.

“Además, tengo todos los síntomas. Mi ciclo está hace más de un mes.

Siento cólicos, náuseas y estoy más sensible que de costumbre. Mira, sé que

estoy embarazada y deberías alegrarte por mí. Cristina respiró hondo, intentando no

mostrar preocupación. Lo estoy, amiga. De todo corazón deseo que realmente estés embarazada y tengas

un hermoso bebé. Pero antes de que pudiera terminar, una enfermera apareció en la recepción del

consultorio llamando, “María de Jesús, por favor, pase a la sala del Dr.

Wilmer.” Las dos se miraron. Cristina intentó disimular la inquietud mientras María se

levantaba con una sonrisa tímida y las manos temblorosas.

Caminaron juntas hasta la sala del médico. El ambiente estaba silencioso.

Solo se oía el zumbido del aire acondicionado y el eco de los pasos sobre el suelo frío. El doctor, un

hombre de mediana edad y semblante sereno, pidió a María que se recostara en la camilla.

“Vamos a ver qué tenemos aquí, señora María”, dijo mientras preparaba el ultrasonido. El corazón de la mujer

latía con fuerza. apretaba la mano de su amiga y miraba fijamente la pantalla,

esperando escuchar el sonido más anhelado de su vida, el latido de un

pequeño corazón. Pero Cristina notó algo distinto. La

mirada del médico comenzó a cambiar. Su sonrisa desapareció poco a poco. Su

expresión se volvió tensa, preocupada. El silencio en la sala se volvió pesado.

María, todavía sonriente, no se daba cuenta de lo que estaba a punto de suceder. Su amiga, en cambio, sintió un

escalofrío recorrerle la espalda. De pronto, el médico se detuvo, guardó el

aparato y se acercó. Mire, siga recostada, señora María,

porque esta no será una noticia fácil de escuchar. María lo miró sin entender. Él

respiró hondo antes de continuar. “La verdad es que usted no está embarazada.” Hizo una pausa, preparado

para dar una noticia aún peor. “Y lamentablemente hay un tumor creciendo

en su ovario.” Cristina llevó las manos a la boca impactada. María quedó inmóvil

intentando procesar lo que acababa de oír. Pero, doctor, yo siento siento

exactamente lo que siente una embarazada. Balbuceó con los ojos llenos de lágrimas.

Hice la prueba, vi el resultado. ¿Cómo puede ser que no esté embarazada? El Dr. Wilmer se acercó y puso una mano

sobre su hombro. Lamentablemente lo que usted tiene es un falso positivo”, explicó con voz serena.

“Es raro, pero puede suceder cuando hay tumores en los ovarios. Lo siento mucho,

María, pero tendremos que retirar su útero. Y siendo sincero, esta cirugía es

de alto riesgo. Las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de la mujer.

Cristina se acercó y la abrazó con fuerza, intentando contener el llanto.

Mi útero, pero doctor, murmuró María temblorosa. Tengo el sueño de ser madre. Necesito mi

útero. No puedo hacer esa cirugía. El médico la interrumpió con la voz

entrecortada. Lo siento mucho, María, pero la cirugía en su caso es indispensable y con ella,

lamentablemente, usted nunca más podrá tener hijos.

Aquellas palabras cayeron sobre ella como una sentencia. María giró el rostro y lloró en

silencio. Cristina le tomó la mano, pero nada de lo que dijera sería suficiente.

Poco después, ambas salieron del consultorio. María caminaba tambaleante,

apoyada en el brazo de su amiga. Las lágrimas corrían sin control y su rostro