La Cirugía Espiritual de Oaxaca: El Terror Teológico de los Hermanos Belarde y el Sótano Secreto de San Casimiro de las Nieves (1877)

En lo alto de las montañas de Oaxaca, donde el silencio pesa como lápida y la niebla es una sombra perpetua, existió un pueblo de piedra y adobe llamado San Casimiro de las Nieves. En 1877, este rincón olvidado se convirtió en el escenario de uno de los horrores más velados de la historia eclesiástica mexicana: un infierno privado de tortura y fanatismo, administrado no por un criminal, sino por dos sacerdotes, los hermanos Augusto y Casimiro Belarde.

Llegados a San Casimiro en 1874, en plena convulsión de las Leyes de Reforma, los hermanos Belarde gobernaban las almas con una autoridad absoluta. El padre Augusto, alto y delgado, hablaba con voz hipnótica, mientras que el padre Casimiro, robusto y pragmático, se encargaba de las tareas mundanas. El pueblo les ofreció respeto, pero pronto esa reverencia se transformaría en un miedo palpable, suspendido en el aire como el humo denso del incienso.

La clave de su obra residía en un misterio arquitectónico: un sótano sellado y desconocido, excavado en la roca viva bajo la Iglesia de San Juan Bautista, cuyas llaves los Belarde reclamaron inmediatamente.

La Penitencia Privada y la Puerta de la Desaparición

El terror comenzó sutilmente, a través del sacramento de la confesión.

A diferencia de otros sacerdotes, el padre Augusto no daba la absolución de inmediato. Citaba al penitente para una segunda sesión, en privado, en la sacristía o en la casa cural. La viuda Eufemia Castellanos recordó que, tras confesar un “pecado de ira,” el padre Augusto le dijo que el odio debía ser “limpiado por completo o tu alma arderá eternamente.” En esa sesión, el padre Casimiro encendía hierbas de olor “dulzón y nauseabundo” mientras le vendaban los ojos y los sacerdotes rezaban en un latín que ella no reconocía.

Luego vinieron las desapariciones, siempre siguiendo el mismo patrón:

    La Víctima: Siempre hombres, a menudo con pecados públicos como violencia o vicios. El primero fue Teodoro Aguirre, un minero de 34 años conocido por golpear a su esposa, Amparo.
    La Excusa: Teodoro entró a la iglesia en noviembre de 1877 y nunca salió. El padre Casimiro dijo a Amparo que Teodoro, consumido por la culpa, se había retirado a una ermita en la montaña o había huido para comenzar una nueva vida.
    El Olor: Mientras los hombres desaparecían (Marcelino Bautista, Sixto Morales, Rutilio Vega), los vecinos cercanos a la iglesia comenzaron a percibir gemidos, golpes sordos, chirridos de metal contra piedra, y un olor persistente a cal y a carne quemada. Los sacerdotes lo justificaron como “reparaciones nocturnas” en el sótano para evitar interrupciones en la misa.

La palabra de los sacerdotes era ley divina en San Casimiro. En un México rural y convulsionado por las Leyes de Reforma, la autoridad eclesiástica era la única que permanecía, y nadie se atrevía a cuestionar a hombres que hablaban en nombre de Dios.

 

El Informe Perdido y el Descubrimiento de 1924

 

El terror alcanzó la jerarquía en abril de 1878. El Padre Provincial Ignacio Maldonado, un hombre riguroso enviado por el obispado para una inspección sorpresa, exigió ver el sótano.

A pesar de las excusas de los Belarde sobre derrumbes e inseguridad, Maldonado insistió. Lo que vio en la oscuridad lo obligó a montar a caballo bajo la lluvia esa misma noche, pálido y “perseguido por demonios,” según testigos.

El expediente número 47B del Arzobispado solo conserva el informe de Maldonado con manchas que podrían ser “sudor o lágrimas,” comenzando con una frase aterradora: “Lo que he visto en este lugar no puede ser obra de hombres de Dios. Ruego que esta parroquia sea clausurada de inmediato…” El informe fue archivado; Maldonado murió tres semanas después a los 43 años. Su diario, en su última entrada, solo repetía una palabra escrita con tinta roja (no era tinta): “penitencia.”

La verdad clínica se reveló décadas después, cuando el gobierno revolucionario de Plutarco Elías Calles expropió la iglesia. El informe militar de agosto de 1924 describe el hallazgo en el sótano:

Estructuras de Hierro: Cadenas, grillos y dispositivos de tortura empotrados en las paredes de roca.
La Mesa: Una mesa de piedra en el centro con canales tallados que convergían en un orificio de drenaje.
La Evidencia: Manchas oscuras en el suelo identificadas como sangre humana de más de 40 años de antigüedad.
Inscripciones: Grabados en la piedra con instrumento punzante, inscripciones en latín.

El Capitán Evaristo Montes escribió que lo visto no era producto de la guerra, sino “algo deliberado, metódico, pensado, como si alguien hubiera diseñado un infierno privado y lo hubiera ejecutado con paciencia infinita.”

 

La Teología del Dolor: “La Penitencia Verdadera es el Sufrimiento Físico”

 

El horror fue el resultado de una convicción teológica demente, revelada en el cuaderno personal del padre Augusto Belarde, escrito en latín y español y hallado en 1924.

Fragmentos de este diario, desclasificados en 1981, ofrecen una justificación perturbadora:

“La penitencia verdadera no es la oración… La penitencia verdadera es el sufrimiento físico, la sangre, la carne sometida al fuego purificador… Si el cuerpo es prisión, entonces debe ser destruido para liberar al alma. Si la carne es pecado, entonces debe ser castigada hasta su extinción.”

Los hermanos Belarde creían genuinamente que estaban realizando una “cirugía espiritual” para “vaciar al penitente de su pecado físicamente.” Las herramientas de tortura eran instrumentos de salvación; los gritos eran oraciones. El sadismo fue elevado a la categoría de sacramento.

 

Los Purificados: Cáscaras Rotas y Suicidios

 

No todos los hombres que entraron al sótano murieron. Algunos sobrevivieron, pero lo que regresó de la oscuridad no era el mismo hombre.

Crisanto López, un minero que confesó un robo menor en septiembre de 1878, regresó tres días después vagando por el bosque. Iba descalzo, cubierto de heridas, y no hablaba. Cuando recuperó la voz, solo emitía fragmentos incoherentes: “El agua helada, las cadenas pesan… El padre Augusto reza mientras el padre Casimiro corta. No es sangre, es pecado que sale.”

Crisanto se suicidó dos años después, arrojándose a un barranco. Su esposa, Micaela, declaró: “Mi esposo murió el día que entró a ese sótano. Lo que regresó era solo el cascarón.” Los hermanos Belarde presentaban a estos “supervivientes” como “los purificados,” ejemplos de una “transformación espiritual intensa.”

 

Enero de 1879: La Confrontación en la Noche Helada

 

La ola de desapariciones (y “purificaciones”) continuó. El comisario del pueblo, Timoteo Ruiz, ex-militar, intentó investigar pero fue paralizado por un miedo profundo, muriendo poco después.

La tensión alcanzó su punto de quiebre en enero de 1879, cuando el comerciante Sebastián Montes de Oca, hombre devoto y sin pecados públicos conocidos, entró a confesarse y no regresó.

Su esposa, Dolores Guzmán, y su hijo mayor, Rafael, de 19 años, fueron a buscarlo esa noche, encontrando la iglesia y la casa cural cerradas. El padre Casimiro les abrió con una cortesía forzada y las manos mojadas. Tras una excusa forzada sobre la huida de Sebastián, el joven Rafael se plantó: “Con todo respeto, padre, queremos hablar con mi padre. Sabemos que entró a la iglesia. Si salió, alguien debió verlo. El pueblo es pequeño.”

El padre Casimiro lo miró fijamente. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían evaluar algo. Finalmente dijo, “Tu padre c…”