Mi hija siempre regresa a casa a la 1:00 AM… pero su sombra no la sigue
Episodio 2: “La que duerme en su cama no es Zina”
No dormí.
¿Cómo hacerlo, con esa cosa acostada en la habitación que una vez fue de mi hija?
La escuché respirar durante horas. Un ritmo lento, casi mecánico. Como si cada exhalación no fuera aire, sino el eco de algo que intenta parecer humano.
A las 3:12 AM, escuché cómo crujía la cama.
Luego, pasos.
Descalzos.
Me acerqué en silencio por el pasillo. No quería que me escuchara. Aunque algo me decía que ya sabía que estaba ahí, observándola desde la oscuridad.
Y entonces la vi.
Zina —o lo que fuera— estaba parada frente al espejo del recibidor. El mismo donde, hace años, jugábamos a hacer muecas mientras nos peinábamos para la escuela. Pero esta vez, no se reía. No hacía muecas. Solo… observaba.
El reflejo no era exacto.
Ella estaba de perfil.
Su reflejo, de frente.
Y me miró.
No a través del espejo. Me miró desde el espejo.
—Mamá —dijo en voz baja—, deberías dormir.
Tragué saliva.
—¿Qué haces despierta?
—Te estoy cuidando —sonrió, y sus dientes parecieron más afilados de lo que recordaba.
Regresó a su habitación con pasos suaves. Pero el reflejo en el espejo se quedó ahí unos segundos más, mirando hacia donde yo estaba. Parpadeó. Una vez. Dos. Luego se desvaneció.
**
A las 6:45 AM, la vi salir.
Vestida con su uniforme escolar. Su mochila al hombro. Cabello trenzado como siempre.
—Zina —le dije, bloqueándole el paso en la puerta—. ¿A dónde vas?
—A la escuela —respondió, sin emoción.
—¿A cuál? —quise ver si me mentía.
—A la misma. Siempre la misma —dijo. Y sonrió.
Abrí su mochila. No se quejó. Dentro solo había hojas en blanco. Decenas. Todas con dibujos extraños. Sombras alargadas, ojos en el cielo, relojes sin manecillas.
—¿Quién dibujó esto?
—Mi sombra.
La vi alejarse por la calle. Pero… su sombra no iba con ella.
**
Ese día, llamé a la tía Remedios. Mi hermana. La única cuerda que me queda desde que mamá murió. Me escuchó en silencio mientras le contaba todo. Al final, me dijo algo que me heló la sangre:
—Eso que duerme contigo… no es Zina. Es lo que se llevó su lugar.
Le colgué sin despedirme. No podía aceptar eso.
Mi hija no estaba muerta.
¿O sí?
**
Esa tarde, busqué su álbum de bebé. Fotos, dibujos, los tickets de su primer parque, su primer diente.
Y al fondo, encontré un cuaderno que no recordaba. En él, Zina había escrito cosas extrañas. Frases repetidas, dibujitos de ella con alguien más, una figura negra con ojos rojos.
“Mi amiga del otro lado del vidrio”, decía una página.
“Ella me entiende. Dice que mamá no la dejaría entrar. Pero que si alguna vez salgo sola, puede venir conmigo.”
“Me gusta más que mi sombra. Porque ella también me quiere.”
Sentí náuseas.
**
A la 1:00 AM en punto, volvió.
Yo estaba sentada en la sala, esta vez con la Biblia de mamá en las manos.
—Mamá, ya llegué —dijo desde la puerta, empapada por la lluvia.
—¿Dónde estuviste?
—Donde siempre —contestó.
Pero esta vez, algo era diferente.
Cuando dio el primer paso hacia adentro… la sombra entró primero.
Se arrastró por el suelo, como un líquido negro. Se movía demasiado rápido, demasiado viva.
Y luego… desapareció bajo sus pies.
**
—Zina —dije con voz temblorosa—, ¿quieres que te prepare algo de comer?
—No tengo hambre. Ella me alimenta —respondió.
—¿Quién?
—Mi sombra. Me cuida. Me abraza cuando tengo frío. Me canta cuando sueño. Me prometió que te cuidaría también… si yo se lo pedía.
Me sonrió. Una sonrisa rota. Como de alguien que ya no recuerda cómo se siente ser amado.
**
Fui a su habitación mientras dormía. O eso creía.
Abrí lentamente la puerta.
Pero su cama estaba vacía.
Solo había una figura sentada en el rincón. Dibuja algo en las paredes con los dedos. Las uñas dejaban surcos en el yeso.
Me acerqué con una linterna.
Y lo vi.
No era Zina.
Era su sombra.
Era ella, pero oscura. Deforme. Como si alguien hubiera estirado su alma y la hubiera torcido.
—¿Dónde está mi hija? —pregunté con un nudo en la garganta.
La sombra se giró hacia mí. Sonrió.
—Ella me dejó entrar. Ahora tú debes dejarme quedarme.
Corrí. No miré atrás. Cerré la puerta con llave.
Llamé a Remedios de nuevo. Me dijo que fuera al pueblo. Al lugar donde mamá solía ir cuando soñaba cosas malas.
“El Viejo Canelo”, lo llamaban. Un curandero que vivía a dos horas.
**
Esa mañana, me presenté en su cabaña. El aire olía a ceniza y ruda.
Me miró sin que yo hablara.
—La sombra de tu hija no es suya —dijo.
—¿Cómo que no?
—No todas las sombras pertenecen a la carne que las proyecta. Algunas… esperan mucho tiempo. Y cuando un niño está triste, débil o con miedo, pueden entrar. Robar su lugar.
—¿Y Zina?
—Puede estar atrapada. En el lugar donde habitan las sombras. En el reflejo. En el frío. En el tiempo detenido.
Me dio una vela negra. Un espejo cubierto. Y un sobre con tierra.
—Esta noche, cuando llegue, no le abras la puerta. Haz el ritual frente al espejo más grande de la casa. Si tu hija aún tiene alma… la verás pelear para volver.
**
Son las 12:59 AM ahora.
Estoy frente al espejo.
Vela encendida.
Puerta cerrada.
Sombra esperando del otro lado.
Sé que en segundos, tocará tres veces.
Sé que si abro, no será solo Zina quien entre.
Pero también sé que si no hago esto ahora… mi hija se irá para siempre.
Ya escucho los pasos.
Uno.
Dos.
Tres.
—Mamá —dice la voz—, tengo frío.
La vela parpadea.
El espejo se empaña.
Y justo cuando estoy por decir su nombre…
… algo aparece en el reflejo.
No es ella.
No todavía.
Pero hay una niña.
Gritando.
Golpeando el otro lado del cristal.
Y creo… que es mi Zina.
Continuará…
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