Un hombre no entiende por qué sus padres, que estaban sanos, mueren de repente. Pero cuando llega al velorio y

ve a ambos en el mismo ataúd, nota un detalle extraño en los cuerpos de los

ancianos que lo hace interrumpir el entierro de inmediato y llamar a la

policía completamente desesperado. Pero, ¿qué demonios está pasando aquí?

¿Por qué mis padres están en el mismo ataúd? ¿A quién se le ocurrió esta idea? Diego sintió que el mundo le daba

vueltas cuando encaró aquel ataú doble en el centro del salón velatorio. El

olor fuerte de flores mezclado con el perfume suave de los arreglos, decoraba el ambiente, pero nada conseguía apagar

el choque que lo atravesaba. Abrió los brazos trastornado y gritó,

“¿Pero qué demonios está pasando aquí? ¿Por qué mis padres están en el mismo ataúd? ¿A quién se le ocurrió esta

idea?” Su voz resonó. Cortando el murmullo de las decenas de invitados.

Todos se giraron para mirar al hijo mayor de la familia, el primogénito de un matrimonio poderoso que dirigía

varias empresas. Diego, que siempre había sido conocido como un hombre firme, ahora temblaba. La

muerte reciente de sus padres lo había devastado por completo. No había

conseguido encargarse de la organización del entierro. Solo pensar en la despedida definitiva ya era suficiente

para dejarlo al borde del colapso. Amanda, su esposa, corrió hacia él. Tomó

la mano de su marido con cuidado, intentando transmitirle algo de seguridad.

Amor, cálmate. Tú sabes muy bien que fui yo quien organizó todo.

Dijo con voz suave y mirada preocupada. Pero él respondió de inmediato, casi

escupiendo las palabras. Entonces, dime, ¿por qué están en el mismo ataúd? ¿Acaso estás intentando

ahorrar en la tumba o qué? La expresión de Amanda no cambió, solo

respiró hondo, negó con la cabeza y habló en voz baja pero firme.

Ese fue un deseo de ellos, cariño. Lo hicieron por una promesa, ¿recuerdas? Cuando renovaron los votos este año.

Las cejas de Diego se fruncieron. Parpadeó varias veces intentando

alcanzar aquella memoria. Sí, lo recuerdo, pero ellos nunca

hablaron de eso y yo soy su hijo dijo él

aún sin aceptar. Al notar que todos alrededor murmuraban y miraban fijamente al matrimonio,

Amanda tiró del brazo de Diego y lo llevó a un rincón más apartado del cementerio, donde no había nadie. Allí,

finalmente, lejos de las miradas curiosas, explicó con más calma.

En el testamento de tus padres dejaron un guion para el entierro. Todo detallado, exactamente lo que debía

ocurrir y cómo debía hacerse. Como nosotros decidimos dejar la lectura de la herencia para después de la

ceremonia, tú no llegaste a tener acceso a esa parte. El abogado me lo mostró porque yo era la responsable de

organizar todo. Diego bajó la mirada. Su expresión perdió un poco de furia, pero no de

extrañeza. Aquello simplemente no encajaba con sus padres. Su madre, una

mujer extranjera, orgullosa de sus raíces, siempre afirmaba que quería ser

enterrada en su tierra natal. Su padre, por otro lado, decía desde joven que

deseaba ser cremado y que sus cenizas fueran arrojadas en el antiguo campo de

fútbol donde creció entre sus amigos de infancia. Nada de aquella situación

tenía sentido. Aún así, por el amor profundo que sentía por Amanda y por la

confianza que le tenía desde que se conocieron, respiró hondo, asintió y

volvió a la ceremonia. Cuando se acercó nuevamente al ataú, el sacerdote, un señor de voz calma y

mirada bondadosa, levantó discretamente la mano como preguntándole si estaba

bien. Diego respondió con un gesto rápido y el padre le indicó que se

aproximara al micrófono. Era su turno de hablar. Su corazón se

oprimió. Diego nunca había sido bueno dando discursos y el dolor reciente

hacía todo aún más difícil, pero sabía que aquella sería su última oportunidad

de decir algo a sus padres, aunque ya no pudieran escucharlo. Caminó hacia el

micrófono pasando al lado del ataúd. Sin embargo, en medio de aquel paso lento y

doloroso, algo llamó su atención. En los dedos de los dos había unos

anillos, pero no eran anillos comunes, eran piezas rústicas hechas de madera

oscura. Lo entendió al instante. Sus padres jamás habrían elegido algo así. Y

justo en ese instante supo con absoluta certeza que esa historia de la promesa

no venía de sus padres. Había algo mucho mayor allí, algo incorrecto, algo

oculto. Sin pensar se inclinó hacia el ataúd y tomó la mano de su padre. Y lo

que sintió hizo que sus entrañas se revolvieran. La reacción fue tan

violenta que dio dos pasos hacia atrás. tropezó con su propio pie y cayó sentado

en el suelo frío con el rostro completamente aterrorizado.

Los invitados, antes silenciosos, soltaron suspiros asustados. Amanda

corrió hacia él extendiendo la mano para ayudarlo, pero cuando sus dedos tocaron

el brazo de Diego, él se apartó como si lo hubiera quemado. En un movimiento

impulsivo le dio un manotazo y gritó, “¡No te me acerques, no puedo confiar en

ti.” Todo el salón quedó paralizado. Miradas de espanto, murmullos apagados. Amanda

quedó inmóvil, sin entender lo que estaba pasando. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no volvió a acercarse.

Diego la miraba como si estuviera viendo un fantasma, o peor, como si viera en

ella algo que nadie más veía. Y fue en ese preciso instante que los recuerdos

comenzaron a invadir su mente como una película pasando demasiado rápido. Lo

que todos allí ignoraban y solo Diego recordaba con claridad era todo lo que

había ocurrido en los últimos meses. 5co meses antes de aquella escena