El reloj digital del aeropuerto marcaba las 8:45 de la mañana. Los altavoces repetían avisos de llegadas y salidas mientras decenas de pasajeros arrastraban maletas con prisa. Entre ellos caminaba Adrián Morales. Llevaba un portafolio en la mano derecha y el celular en la izquierda, con el que respondía mensajes de voz en tono seguro, casi altanero.
“Sí, claro que me van a elegir. No hay manera de que prefieran a otro”, decía sin importarle que quienes pasaban a su lado pudieran escucharlo. “Mi proyecto es el mejor, bien estructurado y además tengo experiencia internacional. ¿Qué más podrían pedir?”
Guardó el teléfono y miró alrededor con gesto impaciente. Había recibido la instrucción de que alguien lo recogería a la salida de la terminal para llevarlo directamente a las oficinas de Innova Global, la empresa tecnológica donde postulaba su proyecto para una colaboración estratégica. Era la oportunidad de liderar una expansión que podría catapultarlo a la cima de su carrera.
En la puerta de llegadas, entre conductores con carteles, un hombre mayor sostenía un letrero con su nombre: “Adrián Morales”. Era un señor de cabello cano, traje sencillo y una calma que desentonaba con el ajetreo del aeropuerto.
Adrián frunció el ceño. “En serio”, murmuró para sí mismo. “Me mandan a alguien que parece salido de la jubilación”.
El hombre levantó el letrero y se acercó con amabilidad. “Buenos días. ¿Usted es el señor Morales?”
Adrián asintió con desgano. “Sí, vamos que no tengo mucho tiempo”, respondió casi sin mirarlo.
El hombre, imperturbable, tomó la maleta de ruedas para ayudarlo, pero Adrián se la arrebató con brusquedad. “No, gracias. Prefiero llevar mis cosas yo mismo. No quiero que se lastime.” Lo dijo con un tono cargado de ironía.
El anciano no replicó, simplemente lo condujo hacia un auto negro estacionado en la zona de chóferes. Ya en el coche, el silencio era incómodo. Adrián, con los brazos cruzados, revisaba su correo en el teléfono. El hombre mayor manejaba con paciencia, sin prisa.
A los pocos minutos, el joven no pudo contenerse. “Mire, ¿cuánto tiempo lleva en esto, conduciendo?”

“Bastante. Aunque no siempre me dediqué a lo mismo”, respondió el hombre con voz pausada.
“Ya imagino. Seguro antes trabajaba en otra cosa, pero bueno, ahora toca esto. Lo entiendo. Cada uno tiene sus límites.”
El conductor lo miró de reojo sin perder la serenidad. “Curiosa forma de verlo, joven. Es solo una elección.”
Adrián se encogió de hombros. “Elección o no. No creo que alguien de su edad entienda lo que significa competir a este nivel. Las empresas necesitan gente dinámica, rápida, ¿no? Ya sabe.” Y lo observó de arriba a abajo. “Alguien que parece más listo para un café de jubilados que para una junta de negocios.”
El aire en el coche se volvió denso. A pesar de la provocación, el hombre sonrió levemente y respondió: “La vida siempre sorprende, señor Morales. No todo se mide en velocidad.”
Adrián resopló fastidiado. “Mire, no es personal. Solo digo que a veces las empresas deberían modernizar sus procesos. En lugar de mandarme a alguien como usted, podrían usar un chófer joven con una aplicación GPS actualizada. Eficiencia, ¿me entiende?”
El anciano no contestó. En su lugar, encendió la radio y dejó que una suave melodía instrumental llenara el coche. Adrián bufó, hundiéndose en el asiento. No soportaba que lo ignoraran.
Llegando a la imponente torre de Innova Global en el distrito financiero, el conductor estacionó el coche en la entrada principal y abrió la puerta con cortesía. “Hemos llegado. Le deseo éxito, señor Morales.”
Adrián bajó sin mirarlo, más preocupado por ajustar su corbata y repasar mentalmente su discurso. Caminó hacia el lobby, dejando atrás al hombre mayor. En el ascensor coincidió con otros dos candidatos, todos vestidos con trajes impecables y portafolios en mano. Se saludaron con sonrisas tensas, como rivales que saben que pronto tendrán que enfrentarse.
La sala de juntas en el piso 20 estaba preparada. Una mesa oval, pantallas encendidas y botellas de agua frente a cada asiento. Los aspirantes se acomodaron mientras murmuraban entre sí sobre la importancia del proyecto. Al frente, una mujer elegante de unos 38 años entró con porte seguro y una mirada que imponía respeto.
“Buenos días a todos”, dijo con voz clara. “Soy Clara Salazar, CEO de Innova Global. Les agradezco por estar aquí.” Adrián enderezó la espalda, dispuesto a brillar. “Hoy no solo evaluaremos sus propuestas, sino algo más importante: sus valores y la forma en que se desenvuelven como personas.”
Los candidatos se miraron entre sí, intrigados. De pronto, la puerta se abrió y alguien más entró. Era el conductor del aeropuerto. Octavio sonreía con calma, caminando hacia la mesa.
Adrián sintió un vuelco en el estómago. Clara extendió la mano hacia él con naturalidad.
“Bueno, seguro todos conocen a mi padre, Octavio Salazar, fundador de esta empresa y ahora mi asesor personal.”
Los murmullos recorrieron la sala. Adrián quedó petrificado.
Clara sonrió con cierto brillo en los ojos. “Es su costumbre ir a recoger personalmente algunos candidatos. Dice que es la mejor forma de conocerlos antes de ver un currículum. Y tiene razón. Lo que uno hace en el camino dice más que lo que escribe en una hoja de vida.”
Octavio tomó asiento junto a su hija, cruzando las manos. “En Innova Global creemos que el respeto no se negocia.”
El silencio cayó como un martillo. Adrián bajó la mirada, incapaz de sostenerla. Sentía que todos los ojos estaban clavados en él. Los demás candidatos lo miraban con mezcla de sorpresa y cautela. Sabían que algo había pasado, aunque no conocieran los detalles.
Clara retomó la palabra. “Bien, comencemos.”
Mientras los demás exponían sus proyectos con entusiasmo, Adrián apenas lograba concentrarse. Sus diapositivas, tan cuidadosamente preparadas, se le antojaban inútiles frente al error irreversible que había cometido. Cuando llegó su turno, habló con voz nerviosa, titubeando en frases que antes dominaba de memoria. Clara escuchaba con expresión neutra. Octavio, en cambio, lo observaba con calma, como si lo evaluara más allá de las palabras.
Al terminar, nadie lo cuestionó demasiado, solo un silencio breve, seguido de un “gracias por su participación” que sonó como una sentencia. Adrián comprendió que había quedado fuera desde el mismo instante en que abrió la boca en aquel coche.
Al finalizar la jornada, mientras recogía sus cosas con torpeza, escuchó la voz grave de Octavio a sus espaldas. “Joven Morales, no se desanime, pero que le sirva de lección para no juzgar sin conocer.”
Adrián giró apenas, pero no encontró valor para responder. Salió del edificio con el corazón encogido y la sensación amarga de haber destruido su propia oportunidad. La torre de cristal de Innova Global se elevaba a su espalda como un recordatorio silencioso.
El respeto abre puertas que el talento por sí solo jamás podrá cruzar.
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