ritual ancestral para pedir fuerza a tu

linaje. Y si decides acompañarme hasta

el final, descubrirás que la verdadera

herencia no está en la sangre, sino en

la memoria espiritual que llevas dentro.

Una fuerza que una vez despierta te

conectará con las raíces vivas de tu

alma y cambiará tu forma de caminar por

esta tierra.

Los sabios del linaje mazateco decían

que la vela blanca es el oído de los

dioses.

Así lo transmitía María Sabina,

curandera y guardiana de la palabra

sagrada, cuando al encender la llama

decía, “Yo no hablo. La voz que habla a

través de mí es la voz de los que

vinieron antes. En su fuego no había

superstición, sino una antigua

tecnología espiritual. que permitía a

los vivos conversar con los que ya se

habían ido. Y tú estás por emprender ese

mismo viaje, no hacia fuera, sino hacia

dentro. Descenderás suavemente a las

capas más hondas de tu árbol familiar.

Escucharás los susurros del dolor no

dicho, del amor reprimido, de las

promesas inconclusas.

Caminarás entre símbolos, nieblas,

cantos, raíces y huesos antiguos. Y

allí, en el corazón mismo del fuego,

aprenderás cómo convertir la herida

heredada en una llama de poder. La

atmósfera es íntima y ancestral. Hay

neblina. Las hojas del bosque murmuran

nombres antiguos.

El suelo está húmedo bajo tus pies

descalzos.

Un círculo de piedras protege el centro

sagrado donde una vela blanca espera,

quieta como un corazón sin ritmo. Apenas

la enciendas, algo en ti recordará.

¿De dónde provienen tus emociones más

profundas? Y si gran parte de lo que

sientes no nace en ti, sino que te fue

entregado por quienes te precedieron.

No todas las memorias están en la mente.

Algunas viven en el cuerpo, otras en la

llama. Y hoy vas a escucharlas,

porque cuando el fuego comience a

hablar, nada volverá a ser igual.

Desde tiempos que no caben en los

calendarios, las culturas ancestrales

comprendieron algo que la modernidad

apenas comienza a intuir. La historia de

un ser humano no comienza en su

nacimiento, sino mucho antes, en los

suspiros de sus abuelos, en los

silencios de sus madres, en los cantos

olvidados de sus linajes.

Los pueblos originarios del continente

americano, mazatecos, quechuas, mapuches

y lacotas,

han sostenido siempre que cada persona

nace dentro de un tejido sagrado de

relaciones, un entramado de espíritus,

experiencias, emociones y memorias

compartidas.

En ese tejido los ancestros no están