Imagina que estás desaparecido. No solo perdido, sino desaparecido. Y luego, 8 años después, te encuentran. No en el bosque, ni en el fondo de un lago, sino en una mina abandonada, sellada por dentro. Estás sentado, apoyado en la pared, junto a tu ser querido. Parece como si simplemente te hubieras quedado dormido, pero estás muerto y tienes las piernas rotas.
Esta no es una historia de monstruos de película. Esta es la historia real de Sarah y Andrew. Es la historia de cómo un viaje de 3 días al desierto se convirtió en un misterio de 8 años, cuya respuesta resultó ser más aterradora de lo que nadie podría haber imaginado. Esta historia comenzó en 2011. Sarah y Andrew eran una pareja normal de Colorado. Ella tenía 26 años. Él, 28.
No eran entusiastas de los deportes extremos ni supervivientes experimentados. Eran simplemente dos personas que se amaban y querían pasar un fin de semana lejos de la ciudad. Su plan era de lo más simple. Tomaron su viejo pero confiable auto, condujeron hasta las tierras desérticas de Utah, acamparon allí durante tres días y dos noches, tomaron fotos del paisaje y simplemente estuvieron juntos.
Eligieron un lugar específico no muy lejos de una zona donde se extraía uranio activamente a mediados del siglo XIX. Ahora solo quedan minas abandonadas, equipo oxidado y caminos que desaparecieron de los mapas oficiales. Para ellos, era simplemente exótico, una oportunidad de ver algo inusual y tomar fotos únicas.
No buscaban aventuras, ni mucho menos problemas. Antes de partir el viernes por la mañana, Sarah le escribió un mensaje a su hermana: «Nos vamos. Volveremos el domingo por la noche. Te quiero». Ese fue el último mensaje que recibió alguno de sus seres queridos. Empacaron agua, comida, una tienda de campaña, sacos de dormir, el equipo turístico estándar.
No llevaron ningún equipo especial para explorar minas ni nada por el estilo porque no tenían intención de hacerlo. Solo les interesaba la superficie, solo las vistas del desierto al atardecer. Pasó el fin de semana. Llegó la noche del domingo. Sarah y Andrew no regresaron. Al principio, nadie entró en pánico.
Bueno, quizá se retrasaron. Quizá había mala señal en algún lugar. Estas cosas pasan. Pero cuando ambos no se presentaron a trabajar el lunes, sus familiares dieron la alarma. Las llamadas a sus teléfonos se desviaron inmediatamente al buzón de voz. Amigos con los que habían estado en contacto confirmaron que habían ido a Utah, a la zona de las antiguas minas.
La familia contactó de inmediato con la policía y se organizó una operación de búsqueda ese mismo día. Al principio, todos tenían esperanza. Policías, voluntarios y decenas de personas peinaron la zona. El desierto de Utah es un espacio enorme, casi infinito. Cañones, rocas, cauces secos. Encontrar a dos personas aquí es como buscar una aguja en un pajar.
Buscadores en coches y vehículos todoterreno revisaron todos los caminos conocidos y abandonados. Un helicóptero sobrevoló la zona durante horas intentando encontrar alguna señal. Un coche, una tienda de campaña, una fogata. Pero pasaban los días y no había pistas. Ninguna en absoluto. Nadie había visto su coche. Nadie se había encontrado con una pareja como ellos. Era como si se hubieran desvanecido en el aire en cuanto dejaron su ciudad.
La esperanza se desvanecía con cada día que pasaba. El clima del desierto no perdona los errores. Durante el día, el calor era insoportable y por la noche, frío. Si se quedaban sin agua o simplemente se perdían, sus posibilidades de supervivencia disminuían cada hora. La policía empezó a considerar otras posibilidades. Quizás nunca llegaron a Utah.
Quizás decidieron huir y empezar una nueva vida. Pero esta teoría fue rápidamente descartada. Sus cuentas bancarias estaban intactas. Sus tarjetas de crédito no habían sido utilizadas. Habían dejado a sus mascotas en casa y le habían pedido a un vecino que las cuidara. Personas que planeaban desaparecer para siempre. No hagan eso. La teoría criminal también parecía improbable.
Casi no había gente en la zona. Estaba en medio de la nada. La probabilidad de un ataque aleatorio era extremadamente baja. La búsqueda continuó durante casi una semana. Los voluntarios y los familiares no se dieron por vencidos, pero la policía ya se preparaba para dar por finalizada la fase activa de la operación. Y entonces, al séptimo día, cuando la esperanza casi se había esfumado, el piloto de un helicóptero notó un destello en el sol. No era solo un destello. Eran luces intermitentes. Encontraron el coche de Sarah y Andrew. Estaba aparcado en uno de esos caminos abandonados que apenas se veían desde el suelo. El camino conducía a antiguas minas de uranio y terminaba a los pocos kilómetros. El coche estaba en medio de la vía, como si acabara de ser abandonado. Lo primero que llamó la atención del grupo que llegó al lugar fueron las luces de emergencia.
La batería estaba casi descargada y las luces parpadeaban tenuemente. Era extraño. Las luces de emergencia se encienden cuando hay una avería o se detiene. Eso significaba que, cuando el coche se detuvo, Sarah y Andrew estaban a su lado. La policía inspeccionó el coche. No había señales de robo ni daños por accidente. Las puertas estaban sin llave.
Dentro, todo parecía…
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