comandante como si hubiera perdido la razón completamente. Georgi Sucova acababa de darles la orden más suicida

que habían escuchado en toda la guerra. 23 casas contra más de 60 mesergmit

alemanes. Pero no era eso lo que los tenía aterrorizados. Era la táctica que les ordenaba usar. Van a pensar que

estamos huyendo”, les dijo Sucob con esa voz grave que nunca temblaba, ni siquiera cuando el infierno se desataba

a su alrededor. Los pilotos se miraron entre sí, algunos tragaron saliva, otros

apretaron los puños. Ninguno se atrevió a decir lo que todos pensaban, que esta maniobra no era brillante, era una

locura absoluta que los condenaría a todos. Pero déjame llevarte al momento exacto en que todo cambió, porque lo que

pasó en los siguientes 18 minutos no solo destruyó 22 casas alemanes, cambió

para siempre la forma en que se combatía en el aire sobre el frente oriental. Hacía tres días que el cielo pertenecía

a los alemanes, tres días de masacres aéreas donde los soviéticos perdían dos, tres, a veces cuatro aviones por cada

mesergmit derribado. Los pilotos alemanes volaban con esa arrogancia que solo da la superioridad absoluta. Habían

perfeccionado sus tácticas, conocían cada debilidad de los casas soviéticos y

lo peor de todo lo sabían. El capitán Nikolay Boronov todavía podía sentir el

sabor a sangre en su boca de la última misión. Había visto morir a su compañero de ala, Pavel, cuando un BF109 apareció

de la nada y lo destrozó con una ráfaga de cañón. Pel tuvo tiempo ni de gritar.

Su avión simplemente se convirtió en una bola de fuego que cayó girando hacia la tierra congelada. Nikolay había vuelto a

la base con las manos temblando, tanto que apenas pudo apagar el motor. Y ahora su cob les pedía volar de nuevo, pero no

solo volar, les pedía hacer algo que desafiaba todo el entrenamiento que habían recibido, toda la lógica del

combate aéreo, todo lo que sabían sobre sobrevivir en el cielo. Cuando los vean venir, continuó Suov, caminando entre

los pilotos reunidos en el hangar medio destruido, van a girar hacia el este, todos ustedes al unísono como si huyeran

despavoridos hacia nuestras líneas. El teniente Alexei Sokolob no pudo contenerse. Era joven, 20 años apenas,

pero había derribado cuatro aviones alemanes y eso le daba cierta autoridad. retirarnos, darles la espalda.

Comandante, eso es. Se detuvo. Su cobble le estaba mirando con esos ojos que

habían visto caer Berlín, que habían planeado la defensa de Moscú, que habían enviado a miles de hombres a morir

sabiendo exactamente por qué era necesario. Suicidió, completó su cobla frase, “No, teniente, es psicología. Los

alemanes están acostumbrados a que corramos. Esperan que corramos, pero esta vez cuando corran, no estarán

huyendo. Estarán preparando la trampa más letal que esos bastardos hayan visto en su vida. Los pilotos escuchaban en

silencio. El viento gélido de febrero soplaba a través de los agujeros de metralla en las paredes del hangar.

Afuera, los mecánicos trabajaban febrilmente preparando los Yaakuno para lo que todos asumían sería otra masacre,

pero su cob una vez. Cuando giren hacia el este, los

Mesergmit lo seguirán. Es su naturaleza. Son cazadores, pero van a estar

concentrados en ustedes, en la presa fácil que huye. No verán las nubes bajas a 400 m de altura. No verán al escuadrón

de reserva escondido allí. Y cuando estén encima de ustedes saboreando la victoria, cuando estén tan cerca que

puedan ver sus caras aterrorizadas en los espejos retrovisores, entonces y solo entonces ustedes van a hacer algo

que nunca en sus vidas han hecho. Sucob hizo una pausa. El silencio era tan

denso que se podía escuchar el corazón de cada hombre latiendo contra su pecho. Van a picar en vertical los 23

directamente hacia el suelo, a máxima potencia. Hubo un murmullo colectivo. El

sargento Dimitri Volkov, un veterano de 38 años que había sobrevivido a Stalingrado, se adelantó. Comandante, su

voz era ronca, cansada. Si picamos a esa velocidad, a esa altura, no habrá tiempo

de recuperar. Nos estrellaremos contra el suelo antes de Exacto. Interrumpió

Sucov. Los alemanes pensarán lo mismo, por eso no lo seguirán en la picada. Se

quedarán arriba esperando recoger los pedazos, pero lo que no saben es que ustedes van a salir de esa picada porque

han practicado maniobras de recuperación de emergencia, porque conocen sus aviones mejor que nadie y porque cuando

salgan de esa picada estarán a 50 m del suelo volando a velocidad máxima y los

Mesergmit estarán exactamente donde los queremos. El capitán Boronob empezaba a

entenderlo. Sus ojos se abrieron, expuestos, vulnerables, justo debajo del

escuadrón de reserva que baja de las nubes. Sucob sonrió. No era una sonrisa

amable, era la sonrisa de un hombre que había calculado cada movimiento, cada segundo, cada gota de sangre que

costaría esta victoria. 18 Jack nu armados con cañones de 37 mm esperando

en las nubes. Los alemanes no sabrán que los golpeo. Estarán mirando hacia abajo,

esperando ver sus aviones estrellarse cuando el infierno caiga sobre ellos desde arriba. Pero no todos estaban

convencidos. El teniente Socolob preguntó lo que todos pensaban. ¿Y si no salimos de la picada? ¿Y si los cálculos

están mal por un segundo, por medio segundo? Sucob se le acercó, puso una mano en su

hombro. Entonces morirán, pero morirán haciendo lo que vinieron a hacer aquí,

destruir al enemigo. Solo que esta vez se llevarán a 22 de esos malditos con

ustedes en lugar de morir inútilmente uno por uno. Hizo una pausa. Piénsenlo

así. Pueden morir hoy de todas formas, perseguidos como animales por pilotos que se burlan de ustedes por radio

mientras los matan. O pueden morir siendo los que cerraron la trampa más mortal de esta guerra aérea. ¿Qué

prefieren? No hubo más preguntas, solo el sonido de botas contra el concreto. Mientras los

pilotos se dirigían a sus aviones. El capitán Boronob caminaba hacia su Yakuno

cuando sintió una mano en su brazo. Era Sukob. Nikolay le dijo usando su nombre

de pila, algo que nunca hacía. Se lo de Pabel. Sé que fue tu amigo. Sé que

quieres venganza, pero hoy no se trata de venganza. Se trata de romperles la espina dorsal de tal manera que nunca

olviden este día. Haz exactamente lo que te dije. Confía en los números. Confía

en el plan. Boronova asintió. Pero mientras subía a su cabina, mientras

sentía el cuero frío del asiento contra su espalda, mientras sus manos revisaban los controles por pura memoria muscular,

una sola pregunta lo atormentaba. era su cob un genio o simplemente estaba dispuesto a sacrificarlos a todos por