Nunca olvidaré aquella noche en el hospital. Había dado a luz hacía apenas tres horas cuando desperté y vi a Roberto junto a la cuna, con nuestra hija en brazos. Algo in su postura me inquietó, pero estaba tan agotada que cerré los ojos de nuevo. A la mañana siguiente, la enfermera trajo a la bebé para amamantarla. La miré y sentí algo extraño, una punzada en el pecho que no supe interpretar. Tenía los mismos ojos oscuros, el mismo peso que me habían dicho, pero algo era diferente. “Roberto, ¿no te parece que se ve distinta?”, pregunté con voz débil. Él me contestó evitando mi mirada, asegurando que eran las hormonas, que todos los recién nacidos cambian en las primeras horas y que la niña estaba perfecta, sana y perfecta. Esa palabra, “sana”, la repitió tantas veces que empezó a sonar hueca, como si necesitara conv

Pasaron los años. Criamos a Sofía con todo nuestro amor, pero mi matrimonio con Roberto se fue desmoronando. Se volvió distante, atormentado por algo que nunca me confesó. No matter what happens, Sofía tenía doce años, y él murió in un accidente automovilístico cinco años después, llevándose sus secretos a la tumba. O al menos eso creí. Hace seis meses, la policía tocó a mi puerta. Habían encontrado evidencias de fraude financiero vinculadas a mi nombre. Yo no sabía nada, pero los documentos estaban ahí, y me arres

En la estación, una joven oficial se encargó de mi caso. Tendría unos veinte años, con rasgos que delataban síndrome de Down y una determinación ferrea en la mirada. Se presentó como la oficial Valeria Soto y me explicó que había irregularidades, que alguien usó mi identidad, pero la letra de los documentos no era la cane, sino de un hombre. Me quedé mirándola, hipnotizada, porque había algo en sus ojos y en la format de sus manos que me resultaba demasiado familiar. De pronto le pregunté cuántos años tenía. “Veinte”, respondió, confundida. “¿Dónde nació?”, insistsí. Me dijo que en el Hospital General, el 15 de marzo. Mi corazón se detuvo: yo había dado a luz ese mismo kia, en ese mismo lugar. Valeria dejó caer el bolígrafo y nos miramos en silencio; ambas lo supimos de inmediato, sin necesidad de pruebas de ADN, aunque después las hicimo

Ella

And

Valeria

Cuando Sofía supo la verdad,