La caja de cartón golpeó el suelo del vestíbulo corporativo con un sonido seco

que hizo girar todas las cabezas. Stefanie Romero, de 24 años, ingeniera

de sistemas y la mente detrás del proyecto más innovador de Tech Vision

Barcelona, acababa de ser escoltada fuera del edificio como una criminal.

Sus manos temblaban sosteniendo esa caja patética con sus pertenencias

personales. Una taza con la frase el código es poesía, una planta suculenta medio

muerta y la fotografía de su graduación. 24 horas antes de Nochebuena.

El guardia de seguridad ni siquiera la miró a los ojos cuando cerró la puerta de cristal tras ella.

Falsificación de datos, robo de información confidencial.

Las palabras de Mónica Santander, la directora de recursos humanos, todavía

resonaban en sus oídos como campanas funerarias. Todo había sucedido tan

rápido que Stefhanie apenas tuvo tiempo de procesar la acusación.

10 minutos. Eso fue todo lo que necesitaron para destruir 2 años de

trabajo impecable. Noches sin dormir perfeccionando algoritmos y una

reputación construida con sudor y brillantez. Lo peor no fue la humillación pública

frente a sus compañeros, ni siquiera las miradas de lástima mezcladas con alivio

de quienes pensaban mejor ella que yo. Lo peor fue la sonrisa, esa sonrisa

diminuta, casi imperceptible, que cruzó el rostro de Patricia Vidal cuando los

de seguridad llegaron a su escritorio. Patricia, la subdirectora de innovación,

la mujer de 42 años que llevaba una década en la empresa sin producir una

sola idea revolucionaria había sonreído. Stephanie caminó por las ramblas con la

caja en brazos, esquivando turistas y vendedores ambulantes que preparaban sus

últimos artículos navideños. Las luces de colores que adornaban cada árbol y cada fachada le parecieron una

burla cruel. Barcelona brillaba con espíritu festivo mientras su mundo se

desmoronaba. Su teléfono vibró. Mensajes de WhatsApp del grupo de la oficina que

todavía no la habían eliminado. Es verdad lo de Stephanie. No puedo

creerlo. Parecía tan callada. Las aguas tranquilas son las más peligrosas.

Cerró la aplicación sin responder. ¿Qué podía decir? ¿Que era inocente? ¿Que

alguien había plantado esos archivos en su ordenador? ¿Quién le creería a la chica tímida que apenas hablaba en las

reuniones, que comía sola en su escritorio, que rechazaba las copas de los viernes porque prefería quedarse

programando? El apartamento que compartía con dos compañeras en el Rabal

dio la bienvenida con su silencio habitual. Ambas habían viajado a sus pueblos para

Navidad. Stephanie dejó la caja sobre la mesa de la cocina y se dejó caer en el

sofá desgastado. El contrato de alquiler vencía en febrero. Sus ahorros apenas cubrirían

dos meses más. Y ahora, con una acusación de robo corporativo en su historial, ¿qué empresa la contrataría?

Abrió su portátil personal, ese viejo MacBook, que había comprado de segunda mano cuando empezó la universidad. Sus

dedos se movieron por inercia hacia la carpeta donde guardaba copias de seguridad de su trabajo personal. El

proyecto Aurora, 3 años de desarrollo secreto, su bebé, su obra maestra, un

algoritmo de inteligencia artificial capaz de predecir patrones de mercado

con un 94% de precisión. Lo había desarrollado en su tiempo libre

con sus propios recursos, pero lo había presentado a Tech Vision como su contribución a la empresa. Un regalo,

una muestra de lealtad y alguien lo había robado. No, peor que eso. Alguien

había robado su código, había eliminado su nombre de los archivos y luego la

había acusado a ella de robo para cubrir sus huellas. Patricia Vidal. tenía que

ser ella. Stephanie recordó la reunión de tres semanas atrás cuando presentó el

proyecto Aurora al Comité Ejecutivo. El CEO Roberto Maldonado, un hombre de 58

años con fama de visionario y cero tolerancia a la mediocridad,

había escuchado su presentación con atención inusual. Sus ojos grises se

habían iluminado cuando Stephanie mostró las proyecciones financieras.

Este algoritmo podría generar 200 millones de euros en los próximos 5

años. podría posicionar a Tech Vision como líder indiscutible del sector

tecnológico en el sur de Europa. Extraordinario, había dicho Maldonado.

Señorita Romero, usted acaba de asegurar su futuro en esta compañía.

Patricia Vidal había permanecido en silencio durante toda la presentación

tomando notas en su iPad con movimientos mecánicos. Cuando Stefanie terminó,

Patricia hizo una única pregunta. ¿Has compartido este código con alguien más?

No, solo existe en el servidor seguro de la empresa y en mi estación de trabajo.

Perfecto. Patricia había sonreído entonces la misma sonrisa de hoy.

Queremos mantener esto completamente confidencial hasta el lanzamiento oficial en enero. Enero, un mes que

Stephanie jamás vería desde dentro de Tech Vision. Su teléfono vibró de nuevo.

Esta vez no era un mensaje del grupo, sino un número desconocido. Dudó antes

de abrir. Sé que eres inocente. Tengo pruebas. Armario 247,

planta ejecutiva. Esta noche a las 23 horas. Ven sola. Un amigo. El corazón de

Stefanie se aceleró. Una trampa. Alguien que realmente quería ayudarla. El

armario 247 estaba en la séptima planta, donde solo

los ejecutivos de alto nivel tenían acceso. Ella jamás había subido más allá

del cuarto piso. Miró el reloj. 20:37.