FREUD Y JUNG EN LA ERA DE LAS PANTALLAS
“Los niños ya no sueñan”
El cielo de Viena no era gris por las nubes, sino por algo más extraño: una bruma invisible hecha de pantallas, notificaciones y luces azules. En medio de ese paisaje, dos hombres caminaban como si hubieran escapado de otra época. Sus ropas eran del siglo XIX, pero sus ojos brillaban con la misma lucidez de siempre: Sigmund Freud y Carl Gustav Jung habían regresado, convocados —quién sabe cómo— a un congreso del año 2025.
El salón estaba lleno de pantallas táctiles, auriculares y niños conectados a móviles. Freud los observaba con desconfianza.
—No comprendo cómo sobreviven sin silencio —murmuró—. Antes, el inconsciente se revelaba en sueños. Ahora, ni tiempo para reprimir tienen. ¿Qué clase de neurosis podrá surgir sin represión?
Jung esbozó una sonrisa cansada.
—Lo preocupante no es que no repriman, querido Freud. Es que no integran. Sus mentes están tan fragmentadas como sus redes sociales.
La conferencia comenzó. En la pantalla gigante apareció la pregunta que todos evitaban:
“¿Los niños de hoy aún pueden soñar?”
Freud habló primero, su voz cortaba como bisturí:
—Los sueños eran la vía real al inconsciente. Pero ahora los algoritmos han ocupado ese lugar. Dirigen el deseo, lo domestican. Ya no hay Edipo, solo entretenimiento.
Jung lo interrumpió, con firmeza pero sin violencia:
—El héroe ha sido reemplazado por el influencer. El inconsciente colectivo ya no se nutre de mitos, sino de tendencias. Y lo peor… los padres ya no guían: solo comparten Wi-Fi.
El público rió nervioso. Hasta que una voz infantil rompió el aire.
Era Leni, una niña de doce años, que levantó la mano con timidez.
—¿Y qué podemos hacer?
Freud la miró intrigado.
—¿Dibujas, pequeña?
—No. Solo edito vídeos.
—¿Y sueñas?
—No… solo veo series hasta dormirme.
Entonces Jung se levantó y le tendió un cuaderno en blanco.
—No pienses. Dibuja tu miedo más profundo.
La niña dudó, pero tomó el lápiz. Pronto, el papel se llenó con una imagen inquietante: un ojo enorme saliendo de la pantalla de un móvil, que la absorbía en forma de píxeles.
El auditorio quedó en silencio. Freud apretó su pluma. Jung asintió.
—Aquí está —dijo en voz baja—. La Sombra. Tu miedo. Y también tu mapa.
—¿Mapa? —preguntó la niña.
—Sí —respondió Freud—. Has mirado hacia adentro, aunque duela. Ese es el primer paso de cualquier héroe.
Leni bajó la vista al dibujo, y por primera vez en años, sintió algo parecido a un sueño.
Cuando la conferencia terminó, Freud y Jung se quedaron en silencio. Observaban a la niña hojeando libros físicos que alguien le había prestado, tocando las páginas como si fueran un nuevo mundo.
Jung habló el primero:
—Tal vez aún no esté todo perdido.
Freud no contestó. Solo apagó su cigarro electrónico, cerró los ojos y, por un instante, dejó que en su interior naciera un pequeño sueño.
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