Este es el fragmento que tengo para continuar la historia de Ernesto y Valentina:
“Tu mente está dividida”, observó don Mateo mientras encendía el fuego bajo una olla de barro. “Eo no ayudará a la niña.” Lupita levantó la mirada sorprendida. Lo siento, don Mateo, es que mi hija Carmen está viniendo a Ciudad de México. Debería recogerla esta tarde y no podré hacerlo. El anciano la estudió con intensidad. ¿Cuánto tiempo hace que no la ves? 3 años, admitió Lupita avergonzada. La dejé con mi madre en Oaxaca para poder trabajar en casa del señor Vázquez y ahora está aquí cuidando a la hija de otro mientras tu propia hija te espera. No era una pregunta. sino una constatación que hizo que los ojos de Lupita se llenaran de lágrimas. No tenía opción, don Mateo. Necesitábamos el dinero y este trabajo, ya siempre hay opciones, Lupita, y siempre hay consecuencias por las que elegimos. Mientras la tarde caía sobre el”
A continuación, la continuación de la historia, en español, a partir de ese punto, completando el Capítulo 3 y concluyendo la historia de forma cohesiva.

El Milagro de la Colina: Capítulo 3 (Continuación)
El aire en la cocina de la cabaña olía a tierra, a hierbas secándose y a la incipiente humareda de leña. Lupita se quedó inmóvil, con las manos aferradas al mortero de piedra, sintiendo que las palabras de Don Mateo la golpeaban con la fuerza de una verdad que había evadido por años. No era una reprimenda, sino una simple constatación, y dolía más que cualquier insulto de Ernesto Vázquez.
—No tenía opción, Don Mateo. Necesitábamos el dinero, y este trabajo… —murmuró Lupita, secándose rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano.
—Siempre hay opciones, Lupita —dijo el curandero, con la voz grave—. Y siempre hay consecuencias por las que elegimos. Estás aquí por un amor genuino hacia la hija del magnate, pero ese mismo amor te aleja de tu propia sangre. El cuerpo de la niña solo sanará si todos aquí están en equilibrio, incluido el tuyo.
Don Mateo se levantó y miró el reloj en la pared, un viejo aparato de madera. —Tu hija, Carmen, llegará a las cuatro. Las Lomas de Chapultepec están a tres horas, y el tráfico… Imposible llegar y volver antes de la noche, y no puedes dejar a la niña sola ahora.
Lupita sintió un nudo helado en el pecho. Había prometido estar allí. Después de tres años de ausencia, la decepción de Carmen sería el golpe final a una relación ya rota.
—¿Y qué hago, Don Mateo? —suplicó—. No puedo dejar a la niña. Señor Vázquez me necesita.
—No. Valentina te necesita. Y tu hija, más aún. El destino te ha puesto en esta encrucijada, no para castigarte, sino para forzarte a elegir tu verdad. —Don Mateo señaló una pequeña bolsa de cuero colgada cerca del fuego—. Hay una aldea a cuarenta minutos a pie. Pregunta por el señor Ramiro. Él tiene un teléfono satelital que funciona a veces.
Ernesto entró en la cocina, con el rostro más pálido de lo habitual. —La fiebre de Valentina está subiendo. Está temblando mucho.
Lupita se puso de pie de inmediato. El dilema entre madre y empleada doméstica se desvaneció ante la emergencia.
—Don Mateo, ¿qué hacemos? —preguntó Ernesto, su voz ya no destilaba arrogancia, sino un miedo primitivo.
—Tenemos que bajar la fiebre. —El anciano se dirigió a Lupita—. Vuelve a la habitación. Ayúdalo a desvestirla y a envolverla en sábanas empapadas en agua de manantial. El señor Vázquez tiene un trabajo pendiente.
Don Mateo miró fijamente al magnate. —Señor Vázquez, ahora tiene que elegir. O va por su hija o va por la suya.
Ernesto parpadeó, desconcertado. Lupita, con la voz ahogada por la emoción, le explicó rápidamente. —Mi hija, señor. Llegará sola a la terminal de autobuses. Prometí recogerla.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Ernesto. Estaba a punto de decir algo sobre la irresponsabilidad o el horario de trabajo de Lupita, pero miró hacia la puerta de la habitación de Valentina, donde se escuchaba la tos débil. Su propia hija estaba al borde de la muerte. Y Lupita, la mujer a la que había humillado, estaba dividida entre salvar a Valentina y salvar su relación con su propia hija.
Por primera vez, Ernesto vio a Lupita no como una empleada, sino como un reflejo de su propia culpa paterna.
—Vete, Lupita —dijo Ernesto, con una firmeza inesperada—. Ve por tu hija. Yo me quedaré con Valentina. La ayudaré a bajar la fiebre. Dale mis datos a tu hija, que me llame. No se preocupen por el trabajo.
Lupita sintió que el mundo se detenía. La decisión de Ernesto no era solo un acto de bondad, sino un reconocimiento de su valor y su humanidad.
—Pero, señor… Don Mateo necesita ayuda para los remedios…
—Él y yo nos las arreglaremos —respondió Ernesto, tomando una sábana limpia—. Tu trabajo más importante está en la ciudad. Vuelve a tiempo para el amanecer.
Lupita asintió, incapaz de hablar por la gratitud. Se dirigió a la aldea a toda prisa y, usando el teléfono satelital, logró comunicarse con Carmen justo cuando estaba a punto de tomar un taxi, furiosa y desilusionada.
—Carmen, por favor, ve a la casa de la tía Soledad. Estoy en un lugar sin señal, pero vendré por ti al amanecer. Te amo, mi vida. Esto es por las dos.
A su regreso a la cabaña, la noche era un manto de estrellas. Lupita encontró a Ernesto y Don Mateo en el interior, agotados, pero aliviados. Valentina, envuelta en sábanas húmedas, respiraba con más calma. La fiebre había bajado.
—Lo hicimos, Lupita —murmuró Ernesto, con los ojos hinchados por el cansancio.
Lupita miró a su patrón, el magnate, el hombre que creía que el dinero compraba todo. Ahora, estaba sentado en el suelo de una cabaña rústica, con las manos manchadas de barro y hierbas, por primera vez, un hombre de verdad.
—Ahora, descansa —dijo Don Mateo—. La niña ha resistido. La primera prueba ha pasado.
Al amanecer, Lupita se despidió rápidamente de Valentina y Ernesto. Se subió al Jetta, que Ernesto le había prestado sin dudarlo, y condujo a toda prisa hacia la Ciudad de México. Horas después, en la casa de la tía Soledad, Carmen la esperaba con los brazos cruzados y una expresión fría.
—Siempre es igual, mamá.
—Lo sé, mi amor —dijo Lupita, abrazándola con una fuerza que no usaba desde hacía años—. Pero esta vez, las cosas son diferentes. Ven conmigo. Tienes que conocer a una pequeña princesa y a un padre que está aprendiendo a ser uno de verdad.
Carmen, aunque reacia, se dejó llevar. El viaje de regreso a Valle de Bravo no era solo un camino físico; era el primer paso en la reconstrucción de una familia, impulsado por el inesperado sacrificio de un magnate y el milagro de una cabaña donde, por fin, el dinero no era lo más importante.
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