Te doy $500 si traduces esto. El millonario se ríó,

pero Jesús le dio una lección. La lluvia golpeaba las ventanas del piso 62 del

edificio Mendoza Pharmaceutical Industries en el distrito financiero de Ciudad de México. Desde esa altura, las

personas en la calle parecían hormigas insignificantes, prescindibles,

exactamente como Eduardo Mendoza las veía. A susqu años, Eduardo había

construido un imperio farmacéutico valorado en 3 millones 200 millones de

dólares. Su rostro aparecía en las portadas de Forbes y Fortune. Sus

patentes controlaban medicamentos esenciales para enfermedades crónicas y

sus políticas de precios habían generado protestas en 17 países latinoamericanos.

Pero esa tarde lluviosa de noviembre, Eduardo no pensaba en protestas ni en

pobres que no podían pagar sus medicamentos. Estaba obsesionado con algo mucho más

importante para él, un pedazo de pergamino amarillento que descansaba

bajo cristal blindado sobre su escritorio de mármol italiano. El manuscrito tenía 1990 años de

antigüedad. Había sido descubierto seis meses atrás en una cueva cerca de

Kumran, en las cercanías de Jerusalén por un equipo de arqueólogos que Eduardo

financiaba secretamente. El documento estaba escrito en una mezcla prácticamente indescifrable de

arameo antiguo galileo y hebreo bíblico del siglo iero después de Cristo. Y

Eduardo había gastado exactamente 8 millones de dólares intentando

traducirlo. Cinco equipos de los mejores expertos del mundo habían fallado. Tres

rabinos especialistas en textos antiguos de la Universidad Hebrea de Jerusalén

habían trabajado 4 meses y solo lograron descifrar fragmentos inconexos.

Un equipo de cuatro eruditos del Vaticano, con acceso a los archivos secretos de la Santa Sede habían

traducido aproximadamente el 30% antes de admitir derrota.

lingüistas de Oxford, arqueólogos especializados en los manuscritos del Mar Muerto, expertos en dialectos

arameos extintos. Todos habían fracasado. El manuscrito guardaba sus

secretos celosamente y Eduardo, acostumbrado a comprar cualquier cosa

que quisiera, estaba furioso. Esa tarde los cinco equipos estaban

reunidos nuevamente en su sala de juntas. 18 de las mentes más brillantes

del mundo en lenguas antiguas, sentados alrededor de una mesa de ébano de 12 m

de largo bajo lámparas de cristal de Murano que costaban más que una casa

promedio. También estaban presentes ocho ejecutivos senior de Mendoza

Pharmacéutical, incluyendo a Rodrigo Salinas, su vicepresidente de operaciones.

Damas y caballeros, Eduardo caminaba como depredador entre las sillas. Su

traje Armani de $000 perfectamente planchado, su Rolex de platino

centelleando bajo las luces. Llevamos 6 meses en esto. 6 meses y 8 millones de

dólares. Y lo único que tenemos son fragmentos, suposiciones, teorías.

Señor Mendoza, interrumpió el rabino Abraham Goldstein, un hombre de 72 años

con barba blanca y ojos cansados. Este documento es extraordinariamente

complejo. El dialecto arameo es galileo del siglo primero, prácticamente

extinto. La caligrafía sugiere que fue escrito apresuradamente, quizás

escondido con urgencia, y hay peculiaridades lingüísticas que no coinciden con ningún texto conocido de

ese periodo. No me interesa. Eduardo golpeó la mesa. Les pago por resultados,

no por excusas. Necesito saber qué dice ese manuscrito completo, palabra por

palabra. ¿Está claro? En ese momento, su asistente ejecutiva Mónica Reyes tocó

suavemente la puerta de cristal y entró con expresión incómoda. “Señor Mendoza,

disculpe la interrupción, pero hay una situación en recepción.” “¿Suación?”

Eduardo frunció el seño. Mónica, estoy en reunión importante. Que seguridad

maneje cualquier Es que Mónica tragó saliva. Hay un hombre pidiendo trabajo

como traductor de lenguas antiguas. Dice que puede ayudar con el documento arameo. La recepcionista llamó a

seguridad para expulsarlo, pero él insistió en que usted querría verlo porque trabaja por comida, no por

dinero. La sala explotó en risas. Los ejecutivos se burlaban abiertamente.

Uno de los lingüistas de Oxford murmuró, probablemente otro charlatán que leyó

sobre el proyecto en algún blog de arqueología, pero Eduardo levantó la mano pidiendo silencio. Una sonrisa

cruel se dibujó en su rostro. Una idea deliciosa acababa de formarse en su

mente. ¿Saben qué? dijo lentamente, “Traigan al experto. Esto será

entretenido.” 5 minutos después, la puerta se abrió y entró el hombre más

fuera de lugar que jamás había pisado esas oficinas de lujo extremo. Era de

estatura media, probablemente unos 35 años, aunque su rostro tenía una

cualidad atemporal difícil de definir. Vestía una túnica simple de lino blanco,

desgastada, pero limpia. que le llegaba hasta las rodillas. Sus pies estaban

descalzos, con sandalias de cuero tan gastadas que parecían a punto de

desintegrarse. Tenía barba oscura, ojos profundamente cafés y manos callosas de trabajador

manual, pero lo más impactante era su expresión, calma absoluta. No mostraba

intimidación ante el lujo opulento, ni nerviosismo ante las miradas despectivas

de los presentes. Simplemente caminó hacia el centro de la sala con dignidad serena. “Tu nombre, Eduardo” preguntó

con tono burlón. “No importa mi nombre.” El extraño respondió con voz suave, pero

firme. Tenía acento que ninguno podía ubicar exactamente, como si hablara