¿Alguna vez has visto tu propio rostro… en un cartel de persona desaparecida?
No alguien que se parece a ti.
No tu gemela.
No una identidad equivocada.
Sino tu cara exacta, con tu mismo nombre, tu misma edad… y la cicatriz que tienes desde la infancia.
Así fue como comenzó la pesadilla de Rejoice.
Ella no era el tipo de chica que alguien notaría en una multitud. Era reservada, tranquila, y siempre sola. Estudiante de tercer año de Bioquímica en una universidad federal de Abuya, llevaba una vida silenciosa: ir a clases, volver a casa, repetir.
Sin novio. Sin dramas en redes sociales. Sin fiestas.
Pero un miércoles por la tarde, algo cambió.
Acababa de terminar su clase y decidió caminar la corta distancia desde su facultad hasta el cruce donde tomaría un triciclo.
La calle estaba inusualmente silenciosa, el tipo de silencio que te hace sentir como si algo invisible te estuviera observando.
Al pasar junto al transformador polvoriento en la esquina, vio un pedazo de papel ondeando débilmente con la brisa. Estaba pegado a un poste de luz.
Por curiosidad, se acercó.
Era un cartel de persona desaparecida.
Y tenía su rostro.
Sus ojos. Sus labios. La cicatriz en su frente de cuando se cayó de la bicicleta a los nueve años.
Todo era idéntico—excepto por el nombre impreso en letras grandes:
“DESAPARECIDA – REJOICE OBI, Edad 22”
Su nombre completo.
Su edad real.
Se quedó mirándolo, confundida. Al principio se rió, pensando que era una especie de broma.
Pero nadie en la universidad la conocía tan a fondo. No tenía amigas cercanas—solo compañeros de clase que le pedían apuntes y miembros de grupos que apenas recordaban su nombre.
¿Pero esto?
Esto era algo mucho más extraño.
Arrancó el cartel del poste y se lo llevó a casa.
Esa noche no pudo dormir.
Miró el cartel una y otra vez, buscando cualquier explicación lógica.
Quizás era Photoshop.
Quizás era alguien parecida.
Quizás alguien había suplantado su identidad.
Pero ningún “quizás” explicaba cómo la cicatriz en su frente era visible en el cartel—la misma cicatriz que su madre siempre le decía que había tenido desde que era “pequeña y terca.”
Al día siguiente se lo mostró a su madre.
Y la reacción fue peor que el propio cartel.
Su madre se quedó congelada. Los ojos abiertos. Los labios temblando. No dijo una sola palabra. Solo tomó el papel y lo rompió en pedazos sin parpadear.
— “¡Nunca vuelvas a traer algo así a esta casa!” —le gritó.
Y eso fue todo.
Sin explicación. Sin consuelo. Sin siquiera intentar disimular el pánico.
Esa noche comenzaron los sueños.
Destellos de un hospital.
Una niña con tubos por todo el cuerpo.
Una habitación oscura llena del sonido de alguien llorando.
Se despertaba sudando, con el corazón desbocado, sin saber qué era real y qué no.
Y empeoró.
Empezó a escuchar la voz de una niña en su cabeza, susurrando cosas como:
— “No deberías estar aquí.”
— “Esta no es tu vida.”
Luego comenzaron las llamadas desde números privados.
Primero una vez al día.
Luego dos veces.
Y luego… por la noche.
Contestaba las llamadas, pero del otro lado solo había silencio. O respiración. O a veces… una voz suave que sonaba como la suya.
— “Devuélveme lo que es mío,” dijo la voz una vez.
Para la segunda semana, ya no pudo más.
Confrontó a sus padres.
Les rogó que le dijeran la verdad.
Su padre no dijo nada. Simplemente se levantó y se fue.
Su madre lloró. Un llanto profundo, doloroso, que resonó en las paredes. Pero aun así… ninguna explicación.
Rejoice sabía que algo iba terriblemente mal.
No estaba loca.
No estaba alucinando.
Estaba recordando algo.
Algo enterrado.
Algo peligroso.
Entonces, en la decimocuarta noche, su puerta crujió y se abrió a las 2:13 a.m.
Se sentó en la cama, aterrada.
No había nadie allí.
Pero en su mesa… había un sobre blanco.
Dentro de él:
Una fotografía.
Una foto borrosa y antigua de una habitación de hospital… y una niña que se veía exactamente como ella, acostada inconsciente en una cama.
Solo que esta niña llevaba una pulsera con un nombre.
Y el nombre era:
Peculiar.
El Nombre en la Pulsera Hizo que Rejoice Se Estremeciera: “Peculiar Obi”
Obi—su apellido.
Peculiar—no era su nombre, pero de alguna manera… le resultaba familiar. Tan familiar que dolía.
Sus dedos temblorosos dieron vuelta la fotografía.
Una línea escrita con mano temblorosa decía:
“Encuentra quién eres antes de que ella te encuentre a ti.”
Esa noche, no pudo dormir.
Las voces en su cabeza se hicieron más fuertes.
Comenzó a ver imágenes fugaces—recuerdos que no parecían suyos.
Una pequeña habitación.
Una mujer con bata blanca.
Una aguja entrando en su brazo.
Llantos. Gritos. Oscuridad.
Al amanecer, ya había tomado una decisión:
Si sus padres no le decían la verdad, ella misma la descubriría.
🏥 La Búsqueda de lo Peculiar
Su única pista era la cama de hospital de la foto.
El logo en la sábana decía: “Centro Médico Sacred Heart”—un hospital psiquiátrico abandonado en las afueras de Abuya.
Rejoice faltó a clases y tomó un autobús. El viaje duró dos horas.
Cuando el sol desapareció tras las nubes, proyectando sombras largas sobre el edificio en ruinas, se encontró de pie ante la entrada de Sacred Heart.
El edificio estaba deteriorado—ventanas rotas, enredaderas trepando por las paredes agrietadas.
Pero el nombre seguía allí, descolorido pero legible.
Su corazón latía con fuerza cuando empujó la oxidada verja para abrirla.
Por dentro, todo olía a humedad y dolor olvidado.
Las paredes descascaradas.
Las sillas de ruedas vacías, cubiertas de polvo.
Pero había algo… algo que la llamaba.
Sus pasos la guiaron por los pasillos hasta llegar a una puerta metálica entreabierta.
Dentro había una pequeña habitación con una solitaria cama de hierro.
Y en la pared, grabadas con letras temblorosas: “Peculiar O.”
Contuvo la respiración.
Tocó las letras grabadas, sus dedos temblaban.
De repente—
Un destello.
Un dolor agudo en la cabeza.
Recuerdos afilados e incontrolables la inundaron.
Una voz de mujer: “¡No responde!”
Una voz de hombre: “Tenemos que estabilizarla—¡ahora mismo!”
Un niño—llorando.
Y luego… oscuridad.
Rejoice retrocedió tambaleante, sosteniéndose la cabeza mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
No solo estaba recordando…
Estaba reviviendo.
🕯️ La Verdad Oculta
Fue su tía—la hermana distante de su madre—quien finalmente le dijo la verdad.
Rejoice la encontró después de días buscando fotos antiguas, documentos y certificados de nacimiento que no coincidían.
Su tía, una mujer frágil con ojos cansados, se sentó y le susurró palabras que derrumbaron todo lo que creía saber:
—“Tu nombre… tu verdadero nombre… es Peculiar.
Fueron dos niñas gemelas—Peculiar y Rejoice.
Pero Peculiar… tú… estabas muy enferma. Los médicos dijeron que no sobrevivirías más allá de los diez años.
Tus padres tomaron una decisión. Enterraron la existencia de Peculiar. Te escondieron en Sacred Heart.
Pero tú—Peculiar—te recuperaste. Lentamente. De manera milagrosa.
Y cuando despertaste… te borraron todo.
Te dieron la vida de tu hermana muerta—Rejoice.
La verdadera Rejoice no sobrevivió.”—
El mundo se desmoronó.
Rejoice—no, Peculiar—no podía respirar.
Los sueños.
Las voces.
Las obsesiones.
No era locura.
Era memoria.
👥 El Fantasma de una Vida Robada
Los que ella llamaba “padres” le habían robado su identidad.
Habían enterrado a una hija para mantener a la otra.
Pero al hacerlo, habían creado una herida demasiado profunda para sanar.
¿El cartel de desaparecida?
No era una broma.
Era un llamado—un fantasma de sí misma, una identidad olvidada, exigiendo ser vista.
¿La voz en el teléfono?
Era su conciencia fracturada, luchando por recuperar la verdad.
¿El hospital?
El lugar donde Peculiar casi muere—era donde realmente había renacido.
🕊️ Un Final… y un Nuevo Comienzo
Rejoice—ahora recuperando su nombre verdadero, Peculiar—se marchó de Abuya.
Cambió su número de teléfono.
Cortó todo vínculo.
Con la ayuda de su tía, legalizó su identidad, recuperó sus documentos y desenterró registros médicos ocultos por décadas.
Se mudó a un pequeño pueblo costero, donde trabajó con una ONG que ayudaba a víctimas de traumas y niños abandonados.
Pero cada año, en el aniversario del día en que vio aquel cartel, encendía una vela.
Una por Rejoice.
Una por Peculiar.
Ambas versiones de sí misma.
Ambas… finalmente en paz.
Porque a veces, la persona que buscas…
es la persona que siempre soñaste ser.
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