¡Un conductor de Keke me ayudó a dar a luz en plena carretera!
Esa brisa de madrugada que sopló de la nada fue la que me metió en este lío. Apenas saqué mi Keke al cruce para buscar clientes y empezar el día, una mujer embarazadísima me paró corriendo.
—¡Oga, por favor ayúdeme, mi barriga va a explotar!
Me quedé en shock, la miré por el retrovisor. Estaba sudando como si estuviera friendo akara dentro de un horno, su paño estaba empapado como si la hubiera agarrado la lluvia. Ni lo pensé dos veces, arranqué el motor de una.
Mientras conducía buscando atajos para llegar al centro de salud, la mujer empezó a gritar dentro del keke como si la estuvieran azotando en un santuario.
—¡Jesús, ya se me rompió la fuente!
Antes de que pudiera gritar: “¿Qué clase de lío es este?”, su alarido me reventó los oídos como un trueno. ¡La sangre de Moisés!
Su amiga, que había subido con ella, empezó a llorar también.
—¡Oga, haga algo por favor!
¿Hacer qué? ¿Acaso yo soy partero? ¿O querían que parara el keke y usara un control remoto para que saliera el bebé?
Pero la carretera ya estaba bloqueada. Un tráiler se había dañado al frente, no había paso.
Pisé el freno, bajé y abrí la puerta de atrás.
—¡Madam, aguante un poco, ya casi llegamos!
Ella volvió a gritar, se agarró el pecho y levantó una pierna. Fue ahí que supe que ese bebé no respetaba las reglas del tránsito.
Antes de que pudiera gritar “¡alguien llame a una enfermera!”, el bebé empezó a salir de verdad.
Yo grité:
—¡JESÚS!
Ella gritó:
—¡EH DIOS!
Su amiga gritó:
—¿SON GEMELOS?
Me agaché y me puse unos guantes de nylon que normalmente uso para tocar el ácido de batería. Mejor eso que usar la mano pelada.
Cuando agarré al bebé, estaba más resbaloso que cuero de pomo remojado en agua caliente. Pero lo sostuve firme, y el bebé soltó un grito de Waaaaaaahh, como si estuviera molesto por haber esperado tanto.
—¡Es varón! —gritó su amiga.
PARTE 2
Cuando vi al bebé llorar, sentí que mis piernas se volvieron eba sin sal. ¿Yo? ¿Entregando un bebé en la mitad de la autopista Lagos-Ibadan? ¿Con solo guantes de batería y mucha fe? ¡Dios mío!
Pero no había tiempo para celebraciones. Porque justo cuando estaba por pasarle el niño a la amiga, la madre gritó otra vez:
—¡AHHHHHHHHHHHH!
Yo miré con miedo, pensando que quizá le había pisado el pie o algo. Pero no. Levantó las caderas y gritó:
—¡OTROOOO!
Yo dije:
—¿QUÉ?
Su amiga chilló:
—¡SON GEMELOS DE VERDAD!
Me quería desmayar. ¿A quién se le ocurre traer dos bebés al mundo dentro de un Keke que ni siquiera tiene amortiguadores? ¡Esto no estaba en mi contrato de conductor!
Respiré hondo, me limpié el sudor con el codo y me agaché otra vez.
—Señor, si tú me sacas de esta, prometo no volver a quejarme del precio de la gasolina jamás.
Y justo como en cámara lenta, el segundo bebé empezó a salir.
¡Pum! Ahí estaba, otro grito de “Waaah” como si los dos estuvieran compitiendo en volumen.
—¡Es hembra! —gritó la amiga— ¡Un varón y una nena! ¡Completo!
El Keke parecía sala de maternidad ya. Yo tenía los dos bebés en las manos, temblando como si fueran peces recién sacados del agua.
Los envolvimos con los paños que la amiga tenía en una bolsa, y por alguna razón, justo en ese momento, el tráfico se empezó a mover.
—¡Suban, suban rápido, vamos al centro de salud! —grité.
Arranqué ese Keke como si fuera una ambulancia. Toqué corneta como loco, gritando por la ventana:
—¡¡Paso, paso!! ¡¡Acabo de traer dos nuevos ciudadanos al mundo, déjenme pasar!!
La gente se hacía a un lado, algunos aplaudían, otros grababan con sus teléfonos. Un hombre hasta me gritó:
—¡Oga, eres un héroe nacional!
Llegamos al centro de salud. Las enfermeras salieron corriendo al ver la escena: una mujer medio acostada en la parte trasera del Keke, yo con los bebés en brazos, y la amiga con los ojos llenos de lágrimas.
Nos ayudaron a bajarlos, tomaron a los bebés y corrieron adentro. Yo me quedé parado afuera, con las manos aún temblando, mirando mis guantes manchados y pensando: ¿Qué clase de martes es este, por Dios?
Una enfermera salió y me dijo:
—Ambos están bien. La madre también. Gracias por salvarles la vida.
Yo solo asentí, sin palabras. El sudor me corría por la espalda como si me hubieran puesto en el microondas.
Al rato, la mujer me llamó desde la cama. Con una sonrisa cansada, me dijo:
—Gracias, señor conductor. Mis hijos van a llevar tu nombre como segundo nombre.
—¿Mi nombre? —pregunté.
—Sí. Se van a llamar Daniel y Daniela. ¿Ese no es tu nombre?
Yo no sabía si reír o llorar. Pero asentí. Después de todo, ¿quién soy yo para decir que no, cuando acababa de traer dos seres humanos al mundo?
Desde ese día, me llaman “Oga Partero” en el barrio.
Y aunque sigo manejando mi Keke cada mañana, ahora lo hago con un botiquín extra, un paquete de pañales… y los guantes de nylon siempre en el bolsillo.
Porque uno nunca sabe cuándo la vida va a decidir que tu próximo cliente… viene con gemelos.
PARTE 3: “La fama no me avisó”
Después de aquel parto histórico en mi Keke, pensé que todo volvería a la normalidad. Yo solo quería seguir recogiendo pasajeros, ganarme el pan y, si acaso, tomar un malt frío los fines de semana. Pero el barrio tenía otros planes para mí.
A la mañana siguiente, salí como siempre con mi gorra y mi camisa lavada a medias, cuando vi un grupo de gente afuera de mi casa.
—¡Es él! ¡El conductor que parió gemelos!
—¡Oga Partero! ¡Salga y dé unas palabras!
¿Palabras? ¿A quién? De repente, un reportero sacó un micrófono y me apuntó la cara como si yo fuera Ministro de Salud.
—¿Cómo se sintió al recibir a dos bebés sin tener entrenamiento médico?
—¿Qué consejo le da a otros conductores?
—¿Está pensando en abrir una clínica sobre ruedas?
¡Jesús en Keke!
Intenté escaparme, pero un anciano del barrio me agarró del hombro:
—Hijo mío, gracias a ti estos niños están vivos. Ya eres parte de nuestra historia.
Y así fue como, sin quererlo, me convertí en héroe comunitario. Me invitaban a fiestas, a programas de radio, incluso un pastor quiso orar por mí en cadena nacional.
Un día, me llamó una mujer desde un número desconocido:
—¿Es usted el famoso Oga Partero?
—¿Famoso? ¿Quién habla?
—Soy la secretaria del Honorable Comisionado de Salud. Lo quiere conocer en persona.
Me dio un susto que hasta la batería de mi Keke se descargó sola.
PARTE 4: “Keke, política y pañales”
La reunión con el comisionado fue como un sueño raro. Me recibió con una sonrisa de actor de Nollywood y dijo:
—Daniel, necesitamos más ciudadanos como tú. Vas a ser la cara de nuestra nueva campaña de salud materna.
Antes de que pudiera decir “yo solo quiero manejar”, ya me estaban tomando fotos con bebés prestados y dándome camisetas que decían “¡Salud segura en cada esquina!”
Incluso me ofrecieron un Keke nuevo, con aire acondicionado y altavoz para “crear conciencia”.
Pero ahí fue cuando empecé a ver lo complicado que es la fama. La gente pensaba que ya no necesitaba dar vueltas para buscar pasajeros.
Un hombre me gritó un día:
—¡Oga Partero, cómo vas a cobrarme? Tú ya eres millonario del gobierno.
Otro me acusó de haber planeado todo con la señora embarazada. ¡Imagínate! ¿Quién en su sano juicio planearía recibir gemelos dentro de un triciclo?
Empecé a cansarme.
Y encima, la mamá de los gemelos… ¡me invitó al bautizo!
PARTE 5: “El bautizo de los milagros”
Llegué al evento vestido con mi mejor camisa, la que solo uso en navidad y funerales. Había sillas plásticas, arroz jollof, zobo, y una lona gigante con la foto de los bebés y un letrero que decía:
“DANIEL & DANIELA: Bienvenidos al mundo con velocidad y bendición”
La madre me abrazó como si fuera su hermano.
—No sé cómo agradecerte —dijo—. ¿Sabes que nadie en mi familia creía que yo iba a sobrevivir?
—Dios fue quien los trajo, no yo —le respondí.
—No. Dios usó tu Keke.
Y justo cuando estaba a punto de tomar mi plato de arroz, el pastor del evento me llamó al frente.
—¡Queremos orar por este joven que Dios usó como instrumento de vida! ¡Oremos todos por el Hermano Daniel!
Así fue como acabé arrodillado entre gemelos, una madre emocionada, un coro que cantaba “You are great, yes, you are!” y un pastor que me echaba aceite en la cabeza.
Pensé: Keke, mira dónde nos trajo esta historia…
PARTE FINAL: “Y si vuelve a pasar… yo paro otra vez”
Hoy en día, sigo manejando. Claro, ya con fama moderada. Me saludan en los semáforos, me regalan agua fría, y alguna señora mayor siempre me dice:
—Mi hija está embarazada… si llega la hora y estamos cerca, me aseguro de buscarte.
Y aunque bromeo con que no soy partero, en el fondo, sé que aquel día cambió mi vida.
Me enseñó que uno nunca sabe cuándo será instrumento de un milagro.
Así que ahora, cuando alguien sube a mi Keke con una barriga sospechosa, yo pregunto, medio en broma:
—¿Solo paseo o vamos directo a maternidad?
Y si alguna vez vuelve a pasar…
Si alguna vez la vida me pone en medio de otra emergencia…
Yo paro. Yo ayudo. Porque así, con miedo y todo… fue como descubrí lo fuerte que soy.
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