El sol de Chihuahua ardía sin clemencia sobre el poblado de San Miguel de las Cruces, donde las casas de adobe se alzaban como manchas ocres en medio del desierto. Era julio de 1892 y el calor hacía vibrar el aire sobre las calles polvorientas. En la residencia más amplia del lugar vivía Esperanza Morales, una muchacha de 17 años cuya piel nívea y cabellera rubia casi plateada la hacían parecer un fenómeno extraño, señalado por muchos como una desgracia.

—¡Esperanza, ven acá de inmediato! —rugió la voz ronca de don Patricio Morales, haciendo resonar la vajilla en la alacena.
La joven se encontraba en el patio, bajo la sombra de un mezquite, intentando hallar calma mientras tejía un rebozo con hilos de colores que había comprado en secreto en el mercado.

—Ya voy, papá —contestó suavemente, guardando la labor con premura. Conocía bien ese tono y sabía que debía apresurarse. Sus pies desnudos recorrieron las baldosas de barro hasta llegar al salón principal, donde halló a su padre sentado en su sillón de cuero, con el ceño duro y los brazos cruzados.

Don Patricio era un hombre robusto, de bigote espeso y manos curtidas por décadas de trabajo en sus tierras. Había heredado una vasta extensión de terreno y se había consolidado como uno de los más prósperos de la región. Sin embargo, la presencia de su hija era para él una espina, un recordatorio constante de lo que consideraba una deshonra familiar.

—Siéntate —ordenó, señalándole una silla frente a él—. Tenemos que hablar de tu porvenir.
Esperanza obedeció con la vista fija en el suelo. Sus dedos delgados se entrelazaron sobre su falda mientras su corazón latía con fuerza. Cada vez que su padre mencionaba su futuro, presagiaba tormenta.

—Ya has cumplido 17 años —continuó él con voz severa—, y ningún hombre respetable de este pueblo ha querido tomarte por esposa. Tu condición ahuyenta a los pretendientes.

Las frases cayeron sobre ella como piedras. Esperanza había oído los murmullos en el mercado, había sentido las miradas cargadas de compasión y temor de las demás mujeres. “Es un mal augurio”, decían a sus espaldas…

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Los hijos de los albinos nacen ciegos murmuraban otras. Trae mala suerte a la familia”, añadían las más supersticiosas. “Papá, yo no elegí nacer así”, murmuró Esperanza su voz apenas audible. “No me importa lo que elegiste o no, estalló don Patricio golpeando el brazo de su silla. Lo que importa es que eres una carga para esta familia.

Tu madre, que en paz descanse, murió dándote a luz y desde entonces no has traído más que problemas. Esperanza sintió que las lágrimas amenazaban con brotar, pero se las contuvo. Había aprendido desde pequeña que llorar solo empeoraba las cosas con su padre. Sin embargo, continuó don Patricio, levantándose y caminando hacia la ventana, he encontrado una solución.

El silencio se extendió por la habitación como una telaraña. Esperanza podía escuchar el tic tac del reloj de pared y el canto lejano de un gallo. Ayer vino a verme Joaquín Mendoza, el comerciante que trae mercancías desde Nuevo México”, dijo su padre sin voltear a verla.

me contó sobre un apache que vive en las montañas, cerca de la frontera, un hombre llamado Aana, que significa flor eterna en su lengua. Esperanza sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. Una pache, papá. Sí, una pache, confirmó don Patricio, volteándose hacia ella con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Mendoza dice que es un hombre respetado entre su gente, que ha vivido en paz con los mexicanos de la región y lo más importante está buscando esposa.

Pero, papá, yo no puedo casarme con un desconocido y menos con un Se detuvo sabiendo que las palabras que estaba a punto de decir solo enfurecerían más a su padre con un salvaje. Completó don Patricio con sarcasmo. ¿Acaso crees que tienes opciones, esperanza? ¿Crees que algún día vendrá un príncipe a rescatarte de tu maldición? La joven se puso de pie temblando.

No es una maldición, papá. Es solo diferente. Es una vergüenza, gritó su padre. Una vergüenza que he cargado durante 17 años y ahora finalmente puedo librarme de ella. Librarme de ella. susurró Esperanza, sintiendo como si le hubieran clavado un puñal en el pecho. Mendoza ya habló con el Apache, está dispuesto a pagar una dote considerable por ti.

Dice que tu apariencia le resulta interesante, que nunca ha visto a una mujer como tú. Esperanza se dejó caer nuevamente en la silla, sintiendo que las piernas no la sostenían. ¿Ya acordaste mi matrimonio sin siquiera preguntarme? No necesito tu permiso, respondió don Patricio con frialdad. Soy tu padre y es mi derecho y mi deber encontrarte un marido. Deberías estar agradecida de que alguien esté dispuesto a aceptarte.

¿Cuándo?, preguntó Esperanza con voz quebrada. En una semana, Mendoza regresa el próximo sábado y te llevará con él hasta donde vive el Apache, una semana, solo una semana, para despedirse de la única vida que había conocido, por difícil que hubiera sido. Esperanza pensó en su pequeño jardín secreto detrás de la casa, donde cultivaba flores que había logrado hacer crecer a pesar del clima árido.

pensó en doña Carmen, la anciana que le había enseñado a tejer y que era la única persona en el pueblo que la trataba con verdadero cariño. ¿Puedo, puedo al menos conocerlo antes?, preguntó con un hilo de esperanza. No hay tiempo para esas tonterías, respondió su padre. Mendoza dice que es un buen hombre y eso es suficiente para mí. Daete.

Esa noche Esperanza se quedó despierta en su pequeña habitación, mirando por la ventana hacia las estrellas que brillaban como diamantes sobre el desierto. Su cuarto era sencillo, una cama de hierro forjado, un baúl de madera donde guardaba sus pocas pertenencias y un pequeño espejo que evitaba mirar demasiado a menudo.

se levantó y caminó hasta el baúl sacando un daguerro tipo amarillento. Era la única fotografía que tenía de su madre tomada poco antes de su matrimonio. María Elena Morales había sido una mujer hermosa de cabello castaño y ojos verdes. Esperanza siempre se había preguntado de dónde habían venido sus características tan diferentes. Mamá”, susurró al retrato, “¿Qué harías tú en mi lugar?” Por supuesto, no hubo respuesta, solo el silencio de la noche interrumpido por el aullido lejano de un coyote.

Los días siguientes pasaron como en un sueño extraño. Esperanza intentó mantener sus rutinas normales, pero todo se sentía diferente, como si estuviera viendo su vida a través de un cristal empañado. Doña Carmen notó inmediatamente que algo estaba mal.

Niña, ¿qué te pasa? Le preguntó la anciana mientras Esperanza la ayudaba a tender la ropa en el patio de su casa. Tienes los ojos tristes como los de un perro abandonado. Esperanza dudó un momento antes de contarle todo. Doña Carmen la escuchó en silencio, moviendo la cabeza de vez en cuando y haciendo pequeños sonidos de desaprobación.

Ese hombre no tiene corazón”, murmuró cuando Esperanza terminó su relato. “Venderte como si fueras ganado.” “¿Qué puedo hacer, doña Carmen?”, preguntó Esperanza, sintiendo que las lágrimas finalmente se desbordaban. “No tengo a dónde ir. No tengo dinero, no tengo nada.” La anciana se acercó y la abrazó con sus brazos frágiles, pero cálidos. Ay, mi niña hermosa.

La vida a veces nos pone pruebas muy duras, pero siempre hay una razón. Tal vez este apache no sea tan malo como piensas. ¿Cómo puedes decir eso? Es un desconocido y papá dice que es un salvaje. Tu papá dice muchas cosas, respondió doña Carmen con una sonrisa triste. Pero yo he conocido a algunos apaches en mi vida y no todos son como los pintan.

Algunos son hombres de honor que respetan a sus mujeres y las tratan como reinas. ¿De verdad?, preguntó Esperanza, aferrándose a esa pequeña esperanza. De verdad, niña. Y además, añadió doña Carmen tomando el rostro de esperanza entre sus manos arrugadas, “Tú eres especial. No importa lo que diga la gente ignorante de este pueblo.

Tu piel blanca y tu cabello dorado son hermosos como los de un ángel. Los ángeles no existen, doña Carmen. Claro que existen, niña, y tú eres uno de ellos. Vin, el viernes por la noche, Esperanza empacó sus pocas pertenencias en un baúl pequeño, sus vestidos sencillos, su rebozo favorito, el daguerrotipo de su madre y un pequeño crucifijo que había sido de su abuela.

También guardó secretamente algunas semillas de las flores de su jardín con la esperanza de poder plantarlas en su nuevo hogar. Su padre no se molestó en cenar con ella esa última noche. Esperanza comió sola en la cocina, masticando lentamente las tortillas y los frijoles que sabían a despedida. Al amanecer del sábado, Joaquín Mendoza llegó con su carreta y sus mulas. Era un hombre de mediana edad, de barba gris y ojos astutos, que saludó a don Patricio como si fueran viejos amigos. Buenos días, don Patricio.

¿Lista la mercancía? Preguntó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Esperanza sintió una punzada de dolor al escuchar cómo se refería a ella, pero no dijo nada. Su padre le entregó a Mendoza una bolsa de cuero que tintineó con el sonido de monedas. Ahí está la dote acordada”, dijo don Patricio. “cuala bien en el camino.

” “Por supuesto,” respondió Mendoza guardando la bolsa en su chaqueta. “El viaje tomará tres días. Llegaremos el martes por la tarde. Esperanza se despidió de doña Carmen, quien había venido a verla partir. La anciana le susurró al oído, “Recuerda, niña, eres más fuerte de lo que crees. Y si las cosas se ponen muy difíciles, siempre puedes volver conmigo. Gracias, doña Carmen, por todo.

” Su padre no se molestó en abrazarla, simplemente asintió con la cabeza y dijo, “Que tengas buena suerte, Esperanza. Espero que este apache sepa apreciar lo que está recibiendo. Mientras la carreta se alejaba del pueblo, Esperanza se volvió para ver por última vez la casa donde había nacido y crecido.

Las lágrimas corrían libremente por sus mejillas, pero también sintió algo extraño, una pequeña chispa de curiosidad sobre lo que le esperaba. El paisaje cambió gradualmente mientras viajaban hacia el norte. Las llanuras áridas dieron paso a colinas rocosas y luego a montañas cubiertas de pinos y robles.

Mendoza no era un compañero de viaje muy conversador, pero de vez en cuando le contaba historias sobre los lugares por los que pasaban. “Esas montañas de allá”, dijo señalando hacia el este, son territorio apache desde hace siglos. Son gente orgullosa que conoce cada piedra y cada arroyo de esa tierra. ¿Cómo es él? Preguntó Esperanza tímidamente. Hayana. Mendoza se rascó la barba. Es un hombre respetado.

Tiene unos 30 años. Es alto y fuerte. Perdió a su primera esposa hace dos años en un accidente y desde entonces ha estado solo. Tenía hijos. No. Por eso busca una nueva esposa. Quiere formar una familia. Esperanza asintió sintiendo una mezcla de nervios y resignación.

Al menos parecía que no era un hombre cruel, solo alguien que buscaba compañía y la posibilidad de tener hijos. El segundo día de viaje se detuvieron en un pequeño pueblo llamado Agua Fría para descansar y comprar provisiones. Esperanza notó como la gente la miraba con curiosidad y susurraba entre ellos. Estaba acostumbrada a esas miradas, pero aún le dolían. “No les hagas caso”, le dijo Mendoza notando su incomodidad.

“La gente siempre teme lo que no entiende. ¿Cree usted que él que Aana me aceptará cuando me vea?”, preguntó Esperanza. Mendoza la miró con una expresión extraña. Niña, él ya sabe cómo eres. Le describí tu apariencia con detalle y fue eso precisamente lo que despertó su interés. Su interés.

Los apaches tienen sus propias creencias sobre las personas diferentes. Para ellos, alguien como tú podría ser considerada especial, bendecida por los espíritus. Esperanza sintió una pequeña llama de esperanza. encenderse en su pecho. Tal vez, solo tal vez, en este nuevo lugar podría encontrar la aceptación que nunca había tenido en su pueblo natal.

El tercer día, las montañas se alzaron imponentes a su alrededor. El aire era más fresco y limpio, perfumado con el aroma de los pinos y las flores silvestres. Esperanza nunca había visto un paisaje tan hermoso y por primera vez en días sintió algo parecido a la paz. Ya casi llegamos”, anunció Mendoza cuando el sol comenzaba a declinar.

“Su campamento está justo después de esa colina.” El corazón de esperanza comenzó a latir con fuerza. En unos minutos conocería al hombre que sería su esposo, el hombre que determinaría el resto de su vida. Se alisó el cabello y se ajustó el rebozo tratando de verse lo mejor posible.

Cuando la carreta coronó la colina, Esperanza vio un pequeño valle verde atravesado por un arroyo cristalino. Había varias estructuras que parecían una mezcla entre tipis tradicionales y cabañas de madera y jardines cuidadosamente cultivados. El humo se alzaba de varias fogatas y pudo ver figuras moviéndose entre las construcciones. “Es hermoso”, murmuró sin poder evitarlo.

“Ayana es un hombre próspero”, explicó Mendoza. Ha logrado combinar las tradiciones de su pueblo con algunas comodidades modernas. Mientras se acercaban al campamento, varias personas salieron a recibirlos. Esperanza vio hombres y mujeres de diferentes edades, algunos vestidos de manera tradicional y otros con ropa que podría haber visto en cualquier pueblo mexicano.

Todos la miraban con curiosidad, pero no con el temor o el desprecio al que estaba acostumbrada. Y entonces lo vio. Un hombre alto emergió de la cabaña más grande, caminando hacia ellos con pasos seguros y elegantes. Tenía el cabello negro como la noche, recogido parcialmente con una banda de cuero y su piel era del color del bronce bruñido.

Vestía una camisa de algodón blanco y pantalones de cuero y llevaba un collar de turquesas que brillaba contra su pecho. Pero fueron sus ojos los que la impactaron. eran de un color café tan profundo que parecían negros. Y cuando la miraron, Esperanza sintió como si pudiera ver directamente a su alma. Aana se detuvo frente a la carreta y habló con Mendoza en español, aunque con un ligero acento que hacía que su voz sonara musical. Bienvenidos, amigo Mendoza. Fue bueno el viaje.

Muy bueno, Ayana. Te presento a Esperanza Morales. Ayana. dirigió su mirada hacia ella y Esperanza sintió que el mundo se detenía. El hombre la estudió durante un largo momento y ella se preparó para ver disgusto o decepción en sus ojos. En cambio, vio algo que nunca había visto antes cuando alguien la miraba. Admiración.

Luna blanca, murmuró en voz baja, y aunque Esperanza no entendió las palabras en apache que siguieron, el tono reverente de su voz la hizo estremecerse. “Luna blanca”, preguntó ella tímidamente. Aana sonrió y su rostro se transformó completamente. “Es como te llamaré.

Tu belleza es como la de la luna llena en una noche clara, pura, serena y llena de misterio. A por primera vez en su vida, Esperanza se sintió verdaderamente hermosa. Los primeros días en el campamento de Aana fueron como vivir en un sueño extraño para esperanza. Todo era diferente a lo que había conocido, los sonidos, los olores, las costumbres, incluso la forma en que la luz del sol se filtraba entre los pinos de las montañas.

Pero lo más sorprendente de todo era la forma en que la trataban. Aana le había asignado una cabaña pequeña, pero cómoda, separada de la suya por respeto a las tradiciones. “Cuando estés lista”, le había dicho el primer día, “celebraremos nuestra unión según las costumbres de mi pueblo y las tuyas.” Pero no hay prisa. Primero debes sentirte en casa aquí.

La cabaña tenía una cama con mantas tejidas en patrones coloridos, una mesa pequeña, una silla y una ventana que daba al arroyo. En las paredes colgaban tapices hermosos que contaban historias que Esperanza no podía leer, pero que la fascinaban. Lo más sorprendente era que había flores frescas en un jarrón de barro sobre la mesa, renovadas cada mañana por manos invisibles.

¿Quién trae las flores? Le preguntó a durante el desayuno del tercer día. Comían juntos cada mañana en un área común bajo un toldo de lona, acompañados por otros miembros de la comunidad. Yo, respondió él simplemente, como si fuera la cosa más natural del mundo. Me dijeron que te gustan las flores.

¿Quién te dijo eso? Mendoza mencionó que tenías un jardín en tu casa y ayer te vi mirando las flores silvestres cerca del arroyo con mucha atención. Esperanza se sonrojó, sorprendida de que hubiera notado algo tan pequeño. Sí, me gusta mucho. En casa tenía un pequeño jardín. ¿Dónde? ¿Dónde qué? Preguntó Aana gentilmente cuando ella se detuvo, donde cultivaba flores que nadie más quería, las que crecían torcidas o con colores extraños. Mi padre decía que era una pérdida de tiempo.

Aana la miró con una expresión seria. Tu padre estaba equivocado. Las cosas más hermosas a menudo son las que otros no saben apreciar. Esas palabras se quedaron con esperanza durante todo el día. Mientras exploraba los alrededores del campamento, acompañada por Itsel, una mujer apache de mediana edad, que hablaba español perfectamente y se había ofrecido a enseñarle las costumbres del lugar, no podía dejar de pensar en lo diferentes que eran las palabras de Ayana comparadas con las de su padre.

“¿Cómo aprendió español tambén?”, le preguntó a Itzel mientras caminaban por un sendero que bordeaba el arroyo. Aana es muy inteligente, respondió Itsel con orgullo evidente. Cuando era joven pasó tiempo con los misioneros franciscanos. Aprendió español, inglés y hasta algo de francés.

Dice que conocer los idiomas de otros pueblos es importante para proteger al nuestro. proteger. Los tiempos están cambiando, Luna Blanca. Los blancos americanos presionan desde el norte, los mexicanos desde el sur. Aana cree que para sobrevivir debemos ser más listos que nuestros enemigos, no solo más fuertes.

Esperanza notó que Itsel también la llamaba Luna Blanca, como lo hacían todos en el campamento. Al principio le había parecido extraño, pero ahora comenzaba a gustarle. Era mejor que los susurros de la albina o la que había escuchado toda su vida. ¿Puedo preguntarte algo personal?”, dijo Esperanza después de un momento.

“Por supuesto, ¿cómo murió su primera esposa?” Itsel se detuvo y miró hacia las montañas distantes. Se llamaba Aana también. “Flor eterna. Era mi hermana menor. Oh, lo siento mucho. No sabía que No te disculpes. La interrumpió Itzel con una sonrisa triste. Es bueno que preguntes. Ella murió en un accidente mientras recolectaba hierbas medicinales en las montañas.

Una tormenta repentina causó un deslizamiento de rocas. Debe haber sido terrible para él. Lo fue. Durante meses no habló con nadie, apenas comía. Pensamos que se dejaría morir de tristeza, pero poco a poco fue sanando y hace un año dijo que estaba listo para encontrar una nueva compañera.

Caminaron en silencio durante un rato, escuchando el murmullo del agua y el canto de los pájaros. Finalmente, Itzel habló de nuevo. ¿Sabes por qué te eligió? Mi padre dice que fue por mi apariencia extraña. Itzel se ríó, un sonido cálido y musical. Tu padre no entiende nada. Aana te eligió porque cuando Mendoza le describió tu historia, vio en ti a alguien que había sufrido injustamente como él.

Y cuando le contó sobre tu jardín de flores rechazadas, supo que tenías un corazón bondadoso. De verdad, de verdad, además, añadió Itsel con una sonrisa pícara, dijo que cualquier mujer capaz de hacer florecer un jardín en el desierto de Chihuahua, debe tener magia en las manos. Esa tarde Aana la invitó a caminar por los jardines del campamento.

Esperanza se sorprendió al ver la variedad de plantas que crecían allí, vegetales, hierbas medicinales y flores de colores brillantes que nunca había visto antes. “¿Cómo logras que crezcan tantas cosas diferentes aquí?”, preguntó tocando suavemente los pétalos de una flor azul intenso. “Cada planta tiene sus necesidades”, explicó Aana arrodillándose junto a ella. Algunas necesitan mucha agua, otras muy poca.

Algunas aman el sol, otras prefieren la sombra. El secreto es entender qué necesita cada una y dárselo como las personas, murmuró Esperanza sin pensar. Exactamente como las personas, confirmó él mirándola con esos ojos profundos. Tu padre nunca entendió qué necesitabas para florecer. Esperanza sintió que las lágrimas amenazaban con brotar.

¿Cómo puedes saberlo? Apenas me conoces. Conozco el dolor en tus ojos, respondió Ayana suavemente. Es el mismo que yo tuve durante mucho tiempo. El dolor de alguien que nunca ha sido verdaderamente valorado y ahora ya no tienes ese dolor. Ayana sonrió y se puso de pie extendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.

Está sanando cada día un poco más. Esa noche Esperanza se quedó despierta pensando en esa conversación. Por la ventana de su cabaña podía ver las estrellas más brillantes de lo que nunca las había visto en su pueblo natal. El aire de la montaña era fresco y limpio, perfumado con el aroma de los pinos y las flores nocturnas.

se levantó y salió al pequeño porche de su cabaña. A lo lejos podía ver la luz de una fogata donde algunos miembros de la comunidad se habían reunido. Llegaban hasta ella fragmentos de música y risas, sonidos de gente que disfrutaba de la compañía mutua. “No puedes dormir.” La voz de Ayana la sobresaltó. Se volvió y lo vio caminando hacia ella desde la dirección de la fogata.

En la luz tenue de las estrellas parecía una figura salida de un sueño. Estaba pensando, respondió ella, en qué. Esperanza dudó un momento antes de responder. En lo diferente que es todo aquí en mi pueblo, cuando caía la noche, todo se volvía silencioso y solitario.

Aquí, incluso en la oscuridad, se siente lleno de vida. Aana se acercó y se apoyó en la varandilla del porche, mirando hacia las estrellas. Mi pueblo cree que la noche no es el final del día, sino el comienzo de otro tipo de vida. Los espíritus de nuestros ancestros caminan bajo las estrellas, las plantas nocturnas despiertan, los animales nocturnos salen a cazar. La oscuridad no es vacía, está llena de misterios y maravillas.

Es una forma hermosa de verlo. ¿Cómo veías la noche en tu pueblo? Esperanza pensó cuidadosamente antes de responder. Como un refugio. Durante el día todos podían verme y susurrar sobre mí. Pero en la noche, en la oscuridad era solo yo. Nadie me miraba con lástima o miedo.

“Aquí no tienes que esconderte”, dijo Aana volteándose para mirarla. Aquí eres luna blanca y la luna no se esconde de las estrellas. Al día siguiente, Isel la llevó a conocer a las otras mujeres del campamento. Esperanza había estado nerviosa por este encuentro, temiendo encontrar el mismo rechazo que había experimentado en su pueblo.

En cambio, fue recibida con curiosidad amigable y genuina calidez. “¡Qué cabello tan hermoso!”, exclamó una mujer joven llamada Chitlali, tocando suavemente los mechones rubios de esperanza. Es como hilos de sol. Y tus ojos, añadió otra mujer mayor, son como el cielo en el amanecer.

Las mujeres la incluyeron inmediatamente en sus actividades. Le enseñaron a tejer con técnicas diferentes a las que conocía, a preparar alimentos tradicionales apaches y a identificar plantas medicinales. Esperanza se sorprendió de lo rápido que se sentía cómoda con ellas. “¿Por qué son tan amables conmigo?”, le preguntó a Sitlali mientras trabajaban juntas curtiendo una piel de venado. “¿Por qué no habríamos de serlo?”, respondió Sitlali con genuina sorpresa.

“Eres parte de nuestra familia ahora, pero soy diferente. Soy mexicana y mi apariencia, tu apariencia es hermosa.” La interrumpió Sidlali firmemente. “Y en cuanto a ser mexicana, ¿acaso no somos todos hijos de la misma tierra? Las fronteras las hacen los hombres, no los dioses.

Esa tarde, mientras Esperanza ayudaba a preparar la cena comunitaria, Aana se acercó a ella. ¿Te gustaría acompañarme mañana a recolectar plantas medicinales?, le preguntó. Hay un lugar especial en las montañas que quiero mostrarte. Me encantaría, respondió Esperanza sintiendo una emoción que no había experimentado en años, la anticipación de una aventura.

Partiron temprano en la mañana cuando el rocío aún brillaba sobre la hierba y el aire estaba fresco y vigorizante. Aana llevaba una mochila de cuero y un bastón de madera tallada, mientras que Esperanza cargaba una canasta para recolectar plantas. El sendero serpenteaba hacia arriba por la ladera de la montaña, pasando por bosques de pinos y claros llenos de flores silvestres.

A Yana le iba mostrando diferentes plantas y explicándole sus usos medicinales. “Esta es salvia blanca”, dijo señalando una planta de hojas plateadas. “La usamos para purificar el aire y alejar las energías negativas. Energías negativas, tristeza, miedo, ira, todas las emociones que pueden enfermar el espíritu. Esperanza tocó suavemente las hojas de la planta.

¿Crees que podría ayudarme? ¿Con qué? Con los recuerdos dolorosos. A veces, cuando estoy sola, escucho la voz de mi padre diciéndome que soy una carga, una vergüenza. Ayana se detuvo y la miró con una expresión seria. Esas no son tus palabras, luna blanca. Son las palabras de un hombre que no sabía ver la belleza que tenía frente a él. No las hagas tuyas. Es difícil no creerlas cuando las has escuchado toda tu vida.

Lo sé, dijo suavemente, pero aquí tienes la oportunidad de escuchar palabras diferentes, palabras de verdad. Continuaron subiendo hasta llegar a un claro circular rodeado de rocas. altas. En el centro había un pequeño manantial que formaba una poza cristalina rodeada de las flores más hermosas que Esperanza había visto jamás.

“Es mágico”, susurró mirando a su alrededor con asombro. “Este lugar es sagrado para mi pueblo”, explicó Ayana. “Aquí es donde vengo cuando necesito claridad, cuando busco respuestas.” Se sentaron junto al manantial y Aana comenzó a recolectar cuidadosamente algunas plantas específicas. Esperanza lo observaba trabajar, admirando la delicadeza de sus movimientos y el respeto evidente que tenía por cada planta que tocaba.

“¿Puedo preguntarte algo?”, dijo ella después de un rato. “Por supuesto, ¿por qué decidiste casarte conmigo sin conocerme? No tenías miedo de que no fuéramos compatibles dejó de recolectar y se sentó junto a ella en una roca plana. ¿Sabes qué significa mi nombre? Itsel me dijo que significa flor eterna.

Sí, pero hay más. En nuestra tradición, una flor eterna es aquella que puede sobrevivir en cualquier condición, que encuentra la forma de florecer, incluso en los lugares más difíciles. Cuando Mendoza me contó tu historia, supe que eras una flor eterna. No me siento muy fuerte, admitió Esperanza. La verdadera fuerza no siempre se ve, respondió Aana.

A veces es silenciosa como la fuerza de una semilla que rompe la roca para llegar al sol. Pasaron el resto del día en ese lugar sagrado hablando de sus vidas, sus sueños y sus miedos. Esperanza le contó sobre su jardín secreto, sobre las noches solitarias mirando las estrellas sobre su madre que nunca conoció.

Aana le habló de su infancia, de las tradiciones de su pueblo, de los desafíos de mantener viva su cultura en un mundo que cambiaba rápidamente. Cuando comenzó a atardecer, emprendieron el regreso al campamento. Esperanza se sentía diferente, como si algo dentro de ella hubiera cambiado durante ese día.

Por primera vez en su vida había hablado libremente de sus sentimientos sin temor al juicio o al rechazo. “Gracias”, le dijo a Ayana mientras caminaban por el sendero iluminado por la luz dorada del atardecer. ¿Por qué? Por escucharme, ¿por no hacerme sentir extraña o equivocada? Nunca podría ser extraña o equivocada, respondió él. Eres exactamente como debes ser.

Esa noche, durante la cena comunitaria, Esperanza se sintió verdaderamente parte del grupo por primera vez. Participó en las conversaciones, se rió de los chistes e incluso compartió una historia sobre su vida en Chihuahua que hizo reír a todos. Después de la cena, mientras ayudaba a limpiar, Sitlali se acercó a ella.

Te ves diferente esta noche”, observó la joven Apache. Diferente como más luminosa, como si hubieras encontrado algo que habías perdido. Esperanza sonró dándose cuenta de que Chitlali tenía razón. Había encontrado algo que nunca había tenido, un lugar donde podía ser ella misma sin disculpas.

Más tarde, mientras se preparaba para dormir, escuchó un suave golpe en su puerta. Al abrir, encontró a Aana con una pequeña maceta en las manos. Pensé que te gustaría esto, dijo entregándole la maceta. Dentro había una pequeña planta con flores blancas que brillaban como estrellas en la luz de la luna. ¿Qué es flor de luna? Solo florece de noche y solo en lugares donde se siente segura.

Esperanza tomó la maceta con cuidado, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar nuevamente, pero esta vez eran lágrimas de gratitud, no de dolor. Como yo, murmuró, como tú, confirmó Ayana. Buenas noches, luna blanca. Mientras lo veía alejarse en la oscuridad, Esperanza sintió algo que nunca había experimentado antes, la certeza de que había encontrado su hogar.

Habían pasado tres semanas desde la llegada de esperanza al campamento de Aana y cada día se sentía más integrada a la vida de la comunidad. Las mañanas las pasaba ayudando en los jardines, donde había comenzado a aplicar sus conocimientos sobre el cultivo de flores, creando un pequeño rincón dedicado a plantas ornamentales que pronto se convirtió en el orgullo del campamento.

Las tardes las dedicaba a aprender las tradiciones junto a Itzel y las otras mujeres. había aprendido a tejer canastas con técnicas ancestrales, a preparar remedios con hierbas medicinales y a entender los ciclos de la naturaleza que regían la vida de la comunidad. Pero lo que más valoraba eran las conversaciones vespertinas con Aana. Cada noche, después de la cena comunitaria, caminaban juntos por los senderos que rodeaban el campamento, hablando de todo y de nada.

Esperanza había comenzado a enseñarle algunas canciones mexicanas que recordaba de su infancia mientras él le contaba leyendas a Paches sobre las estrellas y los espíritus de las montañas. Una mañana, mientras trabajaba en su jardín, Itzel se acercó con una expresión seria pero alegre. “Luna blanca”, le dijo. Aana ha hablado con los ancianos. quiere celebrar la ceremonia de unión la próxima semana durante la luna llena.

Esperanza sintió que el corazón se le aceleraba. Aunque sabía que este momento llegaría, ahora que estaba tan cerca, se sentía nerviosa y emocionada a la vez. ¿Qué debo hacer?, preguntó. Primero, debes estar segura de que es lo que quieres, respondió Itsel con seriedad. Una vez que se celebre la ceremonia, serás verdaderamente su esposa y él tu esposo.

Es un compromiso sagrado que no se toma a la ligera. Esperanza pensó en las semanas que habían pasado, en la gentileza constante de Aana, en la forma en que la hacía sentir valorada y hermosa. Pensó en la comunidad que la había acogido como familia en el jardín que florecía bajo sus cuidados, en las noches estrelladas llenas de conversaciones y risas.

Estoy segura”, dijo finalmente, “más segura de lo que he estado de cualquier cosa en mi vida”. Itzel sonró y la abrazó. Entonces comenzaremos los preparativos. Hay mucho que hacer. Los siguientes días fueron un torbellino de actividad. Las mujeres del campamento se organizaron para preparar todo lo necesario para la ceremonia.

Sitlali y otras jóvenes se encargaron de recolectar flores silvestres para las decoraciones, mientras que las mujeres mayores preparaban los alimentos tradicionales que se servirían durante la celebración. Esperanza fue llevada a una cabaña especial donde pasaría los tres días previos a la ceremonia en preparación espiritual.

Itsel le explicó que era una tradición apache que la futura esposa pasara este tiempo reflexionando sobre su nueva vida y purificando su espíritu. ¿Qué debo hacer exactamente?, preguntó Esperanza mientras Itzel la ayudaba a instalarse en la cabaña. Meditar, orar si quieres, pensar en lo que significa el matrimonio para ti. También ayunarás parcialmente comiendo solo frutas y bebiendo agua del manantial sagrado.

Viaana, él también está en preparación en las montañas con los hombres mayores. No se verán hasta la ceremonia. Los tres días de preparación fueron una experiencia transformadora para esperanza. Sin las distracciones de la vida diaria, tuvo tiempo para reflexionar profundamente sobre su vida pasada y su futuro. Pensó en su madre, que había muerto sin conocerla, y se preguntó qué habría pensado de su hija casándose con una pache en las montañas de México.

El segundo día, mientras meditaba junto a la ventana de la cabaña, tuvo una visión extraña pero consoladora. vio a una mujer hermosa, de cabello castaño y ojos verdes, que la miraba con amor y orgullo. Aunque nunca había visto a su madre, supo instintivamente que era ella. “Estás haciendo lo correcto, mi niña”, parecía decirle la aparición. “Has encontrado tu lugar en el mundo.

” Cuando Esperanza parpadeó, la visión había desaparecido, pero la sensación de paz y aprobación permaneció con ella. El tercer día, las mujeres vinieron a prepararla para la ceremonia. Le trajeron un vestido hermoso que habían estado cosciendo en secreto, una combinación única de estilos mexicano y apache, hecho de algodón blanco, bordado con hilos de colores brillantes y decorado con cuentas de turquesa y pequeñas conchas.

Es el vestido más hermoso que he visto jamás, murmuró Esperanza tocando suavemente los bordados. Trincados. Cada mujer del campamento contribuyó con algo, explicó Sitlali mientras le trenzaba el cabello con cintas de colores. Las cuentas de turquesa son de Itsel. Las conchas las trajo una mujer que vino desde la costa. Los hilos los tiñieron con plantas que tú misma cultivaste en tu jardín.

Esperanza sintió que las lágrimas amenazaban con arruinar el trabajo de maquillaje que le estaban haciendo. Nunca había imaginado que podría sentirse tan querida y apoyada. Cuando estuvo lista, las mujeres la llevaron al lugar donde se celebraría la ceremonia, el claro sagrado, junto al manantial donde había pasado aquel día especial con Aana.

Pero ahora estaba transformado en un escenario mágico decorado con flores, antorchas y tapices coloridos que ondeaban suavemente en la brisa de la tarde. La comunidad entera estaba reunida formando un círculo alrededor del espacio ceremonial. Esperanza vio rostros familiares que la sonreían con cariño y aprobación.

En el centro del círculo estaba el chamán del grupo, un anciano de cabello blanco llamado Nalnish, vestido con ropas ceremoniales y sosteniendo un bastón tallado con símbolos sagrados. Y entonces vio a Aana. estaba parado al otro lado del círculo, vestido con una camisa de cuero decorada con cuentas y un pantalón tradicional apache. Su cabello estaba suelto y brillaba como seda negra bajo la luz de las antorchas.

Pero fueron sus ojos los que la cautivaron. La miraban con una intensidad y ternura que la hicieron sentir como si fuera la única mujer en el mundo. Naal Nich comenzó la ceremonia hablando en apache, su voz profunda resonando en el claro. Aunque Esperanza no entendía todas las palabras, podía sentir el poder y la solemnidad del momento.

Hoy, dijo el chamán cambiando al español para incluir a Esperanza, unimos no solo a dos personas, sino a dos mundos. Allana, hijo de las montañas, y Luna Blanca, hija del desierto, se convierten en uno solo bajo la bendición de los espíritus y la luna llena. El chamán pidió a Ayana y Esperanza que se acercaran al centro del círculo. Cuando estuvieron frente a frente, Naaln les pidió que se tomaran de las manos.

Aana, dijo el chamán, “¿Prometes proteger y honrar a Luna Blanca, ser su compañero en las alegrías y las tristezas y caminar junto a ella por el sendero de la vida?” Lo prometo respondió Ayana con voz firme, mirando directamente a los ojos de esperanza. Luna blanca, continuó Nalnish, promete ser compañera leal de Ayana, compartir su carga y su felicidad y crear con él un hogar lleno de amor y respeto prometo respondió Esperanza, sorprendida por la firmeza de su propia voz.

El chamán entonces tomó una cuerda hecha de fibras de plantas sagradas y ató suavemente las manos unidas de la pareja. Como esta cuerda los une físicamente, dijo, “Que sus corazones y espíritus permanezcan unidos para siempre.” Luego Nalnich tomó un cuenco de barro lleno de agua del manantial sagrado y lo ofreció primero a Aana, quien bebió, y luego a Esperanza.

Que compartan no solo el agua de la vida, sino todos los recursos y bendiciones que los espíritus les concedan. La ceremonia continuó con cantos tradicionales y danzas. Esperanza se sintió transportada a otro mundo, un mundo donde la música, la naturaleza y la comunidad se fusionaban en una celebración de la vida y el amor.

Cuando terminaron los rituales formales, comenzó la verdadera fiesta. Había comida abundante, venado asado, pescado del río, tortillas de maíz, frutas frescas y dulces hechos con miel silvestre. Los músicos tocaron instrumentos tradicionales mientras las parejas bailaban alrededor del fuego central.

Aana llevó a Esperanza a bailar y aunque ella no conocía los pasos tradicionales apaches, él la guió pacientemente hasta que se movían juntos como si hubieran bailado toda la vida. “¿Cómo te sientes, esposa mía?”, le susurró al oído mientras bailaban. Como si hubiera despertado de un sueño muy largo, respondió ella, como si mi vida real acabara de comenzar.

Para mí también, dijo Aana, apretando suavemente su mano. Eres el regalo más hermoso que los espíritus me han dado. La celebración continuó hasta altas horas de la madrugada. Esperanza recibió bendiciones y regalos de todos los miembros de la comunidad, mantas tejidas a mano, joyas de turquesa, herramientas para el jardín y pequeños objetos sagrados para proteger su nuevo hogar.

Cuando finalmente la fiesta comenzó a declinar, Aana la llevó a su cabaña, que había sido decorada con flores y velas para la ocasión. Era más grande que la cabaña temporal donde había estado viviendo, con una cama amplia cubierta de pieles suaves, una chimenea de piedra y ventanas que daban a las montañas. “Es hermosa”, murmuró Esperanza, mirando a su alrededor. “Es nuestra, respondió, “Nuestro hogar.

” Se sentaron juntos en el borde de la cama, de repente conscientes de que estaban solos por primera vez como esposos. Esperanza sintió una mezcla de nervios y anticipación. ¿Tienes miedo?, preguntó Ayana gentilmente. Un poco, admitió ella, pero no de ti. Es solo que todo es tan nuevo.

No hay prisa, dijo él tomando sus manos entre las suyas. Tenemos toda la vida para conocernos completamente. Esa noche se quedaron despiertos hasta el amanecer, hablando en susurros sobre sus esperanzas para el futuro, sus sueños de tener hijos, los planes para expandir los jardines del campamento. Cuando finalmente se durmieron, lo hicieron abrazados, sintiendo que habían encontrado en el otro no solo un compañero, sino su hogar verdadero.

Los días siguientes fueron como una luna de miel, aunque no se alejaron del campamento. Esperanza se instaló completamente en su nueva vida, combinando sus rutinas con las de Aana. Por las mañanas trabajaban juntos en los jardines. Por las tardes él le enseñaba a montar a caballo y ella le mostraba nuevas técnicas de cultivo que había aprendido en Chihuahua.

Una tarde, mientras plantaban semillas que Esperanza había traído secretamente de su pueblo natal, Aana le hizo una pregunta que la sorprendió. ¿Extrañas tu vida anterior? Esperanza pensó cuidadosamente antes de responder. Extraño algunas cosas. Extraño a doña Carmen, que fue como una madre para mí.

Extraño el paisaje del desierto, tan diferente a estas montañas, pero no extraño la soledad ni la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Y tu padre, respondió ella sin dudar. No extraño su ira ni sus palabras crueles, pero a veces me pregunto si alguna vez se arrepentirá de haberme tratado como lo hizo. Ayana dejó de plantar y la miró.

¿Te gustaría visitarlo algún día? Mostrarle cómo has florecido aquí. La pregunta la tomó por sorpresa. ¿Harías eso? ¿Vendrías conmigo a Chihuahua? Haría cualquier cosa por ti, luna blanca. Si necesitas cerrar esa puerta de tu pasado, te ayudaré a hacerlo. Esperanza sintió una oleada de amor tan intensa que casi la abrumó.

Tal vez algún día, dijo finalmente, pero no ahora. Ahora solo quiero construir nuestra vida aquí. Esa noche, durante la cena comunitaria, Nalnich se acercó a ellos con una expresión seria. Ayana Luna Blanca dijo, “Necesito hablar con ustedes sobre algo importante.” Se alejaron del grupo y se sentaron junto al fuego ceremonial que ardía permanentemente en el centro del campamento.

“¿Qué sucede, abuelo?”, preguntó Aana usando el término de respeto para el anciano. “Han llegado noticias preocupantes”, dijo Naalnis. Los soldados mexicanos han estado haciendo preguntas en los pueblos cercanos sobre apaches que viven en estas montañas. Parece que alguien les dijo que tenemos una mujer mexicana aquí. Esperanza sintió que la sangre se le helaba en las venas.

Mi padre, no lo sabemos, respondió el chamán. Pero debemos estar preparados. Tal vez sea necesario que se muevan a un lugar más seguro por un tiempo. ¿A dónde iríamos? Preguntó Ayana. Hay un campamento, hermano, en las montañas del norte, cerca de la frontera con Nuevo México. Estarían seguros allí hasta que pase el peligro.

Esperanza se sintió abrumada por una mezcla de miedo y culpa. Es por mi culpa, murmuró. He puesto a todos en peligro. No, dijoana firmemente tomando su mano. Tú no has hecho nada malo. Si alguien nos busca es por ignorancia y prejuicio, no por algo que tú hayas hecho. Ayana tiene razón, confirmó Naalnish, pero debemos ser prácticos. ¿Están dispuestos a hacer el viaje si es necesario? Esperanza miró a su esposo, viendo en sus ojos la misma determinación que sentía en su propio corazón.

Iremos a donde sea necesario, dijo ella, esta comunidad me acogió cuando no tenía hogar. No permitiré que sufran por mi causa. Entonces nos prepararemos, dijo Naalnish, pero esperemos que no sea necesario. Esa noche, mientrasan en su cama escuchando los sonidos nocturnos de las montañas, Esperanza se acurrucó contra Aana. ¿Crees que alguna vez podremos vivir en paz? Le preguntó.

Creo que la paz no es un lugar luna blanca, respondió él, acariciando suavemente su cabello. Es un estado del corazón y mi corazón está en paz cuando estás conmigo, sin importar dónde estemos. El mío también, susurró ella. Pero mientras se quedaba dormida en los brazos de su esposo, Esperanza no podía sacudirse la sensación de que su pasado había venido a buscarla y que los días de tranquilidad que habían disfrutado estaban llegando a su fin.

Al amanecer los despertó el sonido de cascos de caballos acercándose al campamento. Aana se levantó inmediatamente y miró por la ventana. Son soldados mexicanos”, dijo con voz tensa. “Muchos Esperanza sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor.

El momento que habían temido había llegado y ahora tendrían que enfrentar las consecuencias de su felicidad. El sonido de los cascos se acercaba cada vez más, acompañado por el tintineo de espuelas y el crujir del cuero. Esperanza se vistió rápidamente mientras Aana se asomaba con cuidado por la ventana, contando a los jinetes que se aproximaban.

Son 12 soldados”, murmuró, “y hombre civil que no reconozco.” El corazón de esperanza se detuvo. Tenía la terrible sospecha de quién podría ser ese hombre civil. Puedes describirlo. Corpulento, bigote, espeso, monta un caballo negro. “Es mi padre”, susurró Esperanza, sintiendo que las piernas le temblaban. “Ha venido por mí. Ayana sejó de la ventana y la tomó por los hombros.

Escúchame, luna blanca, pase lo que pase, recuerda que eres mi esposa. Estás aquí por elección propia. No eres una prisionera, pero él dirá que me secuestraron, que me obligaron. Entonces tendrás que demostrar que no es cierto. Afuera comenzaron a escucharse voces fuertes. Naal Nich había salido a recibir a los visitantes hablando en español con tono diplomático pero firme. Buenos días, señores.

¿En qué podemos ayudarlos? La voz áspera de don Patricio resonó por todo el campamento. Vengo por mi hija. Sé que la tienen aquí y exijo que me la devuelvan inmediatamente. Su hija respondió Nalnis con calma fingida. Aquí no hay ninguna prisionera, señor. No me mienta, indio. Gritó don Patricio. Esperanza Morales está aquí y me la van a devolver ahora mismo.

El capitán de los soldados intervino con voz autoritaria. Soy el capitán Hernández del Ejército Mexicano. Tenemos información de que una ciudadana mexicana está siendo retenida contra su voluntad en este campamento Apache. Esperanza respiró profundamente y miró a Aana. Tengo que salir.

Si no lo hago, van a lastimar a la gente inocente. Ah, saldremos juntos dijo Aana tomando su mano. Eres mi esposa y no enfrentarás esto sola. Salieron de la cabaña tomados de la mano. Esperanza pudo ver que toda la comunidad se había reunido formando un semicírculo protector alrededor de ellos. Los niños se escondían detrás de sus madres, mientras que los hombres se mantenían alerta, pero sin mostrar armas para no provocar a los soldados.

Cuando don Patricio vio a su hija, su rostro se transformó en una máscara de ira y disgusto. Esperanza, ven acá inmediatamente, gritó desmontando de su caballo. ¿Qué te han hecho estos salvajes? No me han hecho nada, papá, respondió Esperanza con voz firme, sorprendiéndose de su propia calma. Estoy aquí por mi propia voluntad. Mentira, estalló don Patricio. Te lavaron el cerebro.

Mira cómo te tienen vestida como una salvaje. Esperanza miró hacia abajo. Llevaba un vestido sencillo de algodón blanco bordado con patrones apaches y su cabello estaba trenzado con cintas de colores. Se veía diferente a como se vestía en su pueblo natal, pero se sentía más ella misma que nunca. Me he visto como me gusta vestirme, papá, y no soy una salvaje.

El capitán Hernández se acercó manteniendo una mano en la empuñadura de su sable. Señorita Morales, su padre nos ha informado que fue secuestrada y vendida a estos apaches. ¿Es esto cierto? No, capitán, respondió Esperanza con voz clara. Vine aquí para casarme con Aana por mi propia voluntad. Eso es imposible”, gritó don Patricio.

“Ninguna mujer decente se casaría voluntariamente con una pache.” Aana dio un paso adelante, manteniendo la compostura a pesar del insulto. “Con el debido respeto, Señor, su hija es mi esposa según las leyes de mi pueblo y ante los ojos de Dios. Celebramos una ceremonia sagrada hace una semana. Oh, una ceremonia pagana no vale nada, escupió don Patricio.

Esperanza, deja de hacer este teatro y ven conmigo ahora mismo. No voy a ir contigo, papá, dijo Esperanza, sintiendo que cada palabra le costaba un gran esfuerzo, pero que era necesario decirlas. Aquí he encontrado un hogar, una familia que me ama y me respeta. Don Patricio se volvió hacia el capitán. ¿Ve usted? está claramente bajo algún tipo de hechizo o amenaza.

Exijo que arreste a estos salvajes y me devuelva a mi hija. El capitán Hernández miró a Esperanza con atención. Señorita, ¿está usted aquí bajo amenaza? ¿La han lastimado o forzado de alguna manera? No, capitán, estoy aquí porque quiero estar aquí. Miren cómo la tienen insistió don Patricio, señalando hacia ella. Pálida como un fantasma, vestida como una india. Esto no es natural.

Siempre he sido pálida, papá, respondió Esperanza con una tristeza profunda. Y tú siempre me has odiado por ello. No te odio. Eres mi hija. Soy tu vergüenza, corrigió Esperanza. Siempre lo he sido. Me vendiste al primer hombre que estuvo dispuesto a aceptarme sin importarte si yo quería o no. Un murmullo se extendió entre los soldados.

Algunos parecían incómodos con la situación, dándose cuenta de que tal vez no era el rescate heroico que habían imaginado. El capitán Hernández frunció el seño. ¿Es cierto que usted arregló este matrimonio, señor Morales? Por supuesto que lo arreglé, respondió don Patricio sin pensar. es mi derecho como padre.

Pero se suponía que sería un matrimonio cristiano, ¿no? Esta esta abominación. Entonces, admite que su hija no fue secuestrada, observó el capitán. Don Patricio se dio cuenta de su error demasiado tarde. Yo, es decir, ella no entendía lo que estaba aceptando. Entendía perfectamente, interrumpió Esperanza. Entendía que me estabas vendiendo porque no podías soportar tenerme cerca.

La diferencia es que Aana me ve como un regalo, no como una maldición. Aana apretó suavemente su mano dándole fuerza para continuar. Capitán, dijo Esperanza, dirigiéndose directamente al oficial. Le doy mi palabra de honor de que estoy aquí por mi propia voluntad. Me casé con Aana porque lo amo y porque él me ama. No soy una prisionera, soy una esposa. Esto es ridículo. Estalló don Patricio.

Capitán, usted tiene la autoridad para llevársela. Es una ciudadana mexicana. Una ciudadana mexicana adulta”, corrigió el capitán, que aparentemente tomó sus propias decisiones. Uno de los soldados más jóvenes se acercó al capitán y le susurró algo al oído. El oficial asintió y se dirigió a don Patricio.

“Señor Morales, mis hombres me informan que en el pueblo cercano hay testimonios de que usted efectivamente arregló este matrimonio y recibió dinero por ello. ¿Es esto cierto? Don Patricio se puso rojo de ira. Recibí una dote como es costumbre, pero no sabía que me estaban engañando. ¿Cómo lo engañaron exactamente?, preguntó el capitán.

Me dijeron que la Pache era un hombre civilizado, no que viviría como un salvaje en las montañas. Ayana habló por primera vez directamente a don Patricio, su voz calmada pero firme. Señor Morales, yo hablo tres idiomas, leo y escribo. Tengo tierras propias y una comunidad próspera. ¿Qué más necesita para considerarme civilizado? Eres un indio”, gritó don Patricio, como si eso fuera argumento suficiente.

“Y usted es un hombre que vendió a su propia hija”, respondió Aana sin perder la calma. “¿Cuál de nosotros dos es realmente el salvaje?” El silencio que siguió fue tenso. Algunos soldados intercambiaron miradas incómodas, claramente comenzando a cuestionar la versión de los hechos que les habían contado. El capitán Hernández suspiró profundamente.

“Señorita Morales, voy a preguntarle una vez más y quiero que responda con total honestidad. ¿Desea usted regresar con su padre?” Esperanza miró a don Patricio, viendo en sus ojos la misma ira y desprecio que había conocido toda su vida. Luego miró a Aana viendo amor, respeto y apoyo incondicional. Finalmente miró a la comunidad que la rodeaba, viendo rostros que la habían acogido como familia. No, capitán, dijo con voz firme.

No deseo regresar. Este es mi hogar ahora. Esperanza! Gritó don Patricio dando un paso hacia ella. Eres mi hija, tienes que venir conmigo.” “No tengo que hacer nada”, respondió ella, sorprendiéndose de su propia valentía. Durante 17 años hice todo lo que me dijiste.

Soporté tus insultos, tu desprecio, tu vergüenza por mi existencia, pero ya no más. Te di un techo, comida, ropa. Me diste lo mínimo necesario para mantenerme viva. Corrigió Esperanza. Pero nunca me diste amor. Nunca me hiciste sentir que tenía valor. Aquí por primera vez en mi vida, soy feliz. Don Patricio se volvió hacia el capitán con desesperación. No puede permitir esto.

Es mi hija. Es una mujer adulta que ha tomado su decisión, respondió el capitán con firmeza. Y según lo que he visto y escuchado aquí, no hay evidencia de que haya sido forzada o engañada, pero es una mexicana viviendo con apaches. Eso no está bien. Señor Morales, dijo el capitán con cansancio evidente. Usted mismo arregló este matrimonio.

No puede quejarse ahora de las consecuencias de sus propias acciones. se acercó desde el grupo de mujeres apaches llevando algo en las manos. Capitán, dijo en español perfecto, si me permite, me gustaría mostrarle algo. El oficial asintió y ella desplegó un hermoso tapiz bordado con escenas de la vida diaria del campamento.

En el centro estaba bordada la figura de una mujer de cabello dorado trabajando en un jardín rodeada de flores de colores brillantes. Esto lo hicimos para luna blanca, para esperanza”, explicó Itsel. “Muestra su lugar en nuestra comunidad. ¿Ve usted aquí a una prisionera o ve a una mujer querida y respetada?” El capitán examinó el tapiz cuidadosamente.

Era claramente una obra de amor creada con tiempo y dedicación. “Es hermoso,”, admitió. Como ella añadió Sitlali acercándose también nos ha enseñado a cultivar flores que nunca habíamos visto antes. Ha traído belleza y conocimiento a nuestro hogar.

Más miembros de la comunidad comenzaron a acercarse, cada uno compartiendo pequeñas historias sobre cómo Esperanza había enriquecido sus vidas. Hablaron de su gentileza, su sabiduría sobre las plantas, su disposición para ayudar a cualquiera que lo necesitara. Don Patricio escuchaba con creciente frustración. Todo esto son mentiras. La está manipulando. Papá, dijo Esperanza suavemente.

Alguna vez, en todos los años que viví contigo, alguien habló de mí con tanto cariño? ¿Alguna vez me defendiste como esta gente me está defendiendo ahora? Don Patricio abrió la boca para responder, pero no salieron palabras. La verdad era demasiado obvia para negarla. El capitán Hernández se dirigió a sus hombres. Soldados, prepárense para partir.

Aquí no hay ningún crimen que investigar. Espere, gritó don Patricio. No puede irse así. Exijo que me devuelva a mi hija. Señor Morales! Dijo el capitán con paciencia agotada. Su hija es una mujer adulta que ha elegido su propio camino. No tengo autoridad legal para forzarla a acompañarlo, ni motivo moral para hacerlo.

Entonces me la llevaré por la fuerza. No lo hará. Dijo Aana dando un paso protector frente a Esperanza. Y si lo intenta, tendrá que pasar sobre mi cadáver. Los hombres apaches del campamento se movieron sutilmente, formando una línea protectora. No mostraron armas, pero su mensaje era claro. El capitán notó la tensión creciente.

Señor Morales, le sugiero que acepte la situación y se retire pacíficamente. No queremos derramamiento de sangre innecesario. Don Patricio miró a su alrededor dándose cuenta de que estaba superado en número y que incluso los soldados parecían estar del lado de esperanza. Esto no ha terminado”, murmuró con amargura. “Sí, papá”, dijo Esperanza con tristeza, pero firmeza. “Sí, ha terminado.

Termina aquí y ahora.” se acercó a él, manteniéndose fuera de su alcance, pero lo suficientemente cerca para hablar en voz baja. “Te perdono por todo el dolor que me causaste”, dijo. “Te perdono porque necesito hacerlo para ser libre, pero no voy a regresar contigo. Esta es mi vida ahora y soy feliz.

” Don Patricio la miró con una mezcla de ira, dolor y algo que podría haber sido arrepentimiento. Eres igual que tu madre, murmuró finalmente. Testaruda hasta el final. ¿Mi madre era testaruda? Preguntó Esperanza, sorprendida por esta primera mención real de su madre. Se negó a casarse conmigo al principio admitió don Patricio con voz quebrada. Dijo que no me amaba.

Tuve que cortejarla durante meses antes de que aceptara. “La amabas, la adoraba”, susurró él. Y cuando murió dándote a luz, no pude soportar mirarte sin recordar lo que había perdido. Por primera vez, Esperanza vio a su padre no como un monstruo, sino como un hombre roto por el dolor. “Lo siento papá”, dijo suavemente.

“Siento que mi nacimiento te causara tanto dolor, pero no puedo seguir pagando por algo que no fue mi culpa.” Don Patricio cerró los ojos por un momento largo. Cuando los abrió, parecía haber envejecido años en segundos. “Cuídate, Esperanza”, dijo finalmente. “Espero, espero que seas feliz.” Se dio la vuelta y caminó hacia su caballo sin mirar atrás.

El capitán Hernández se acercó a Esperanza una última vez. Señora, dijo usando el título de respeto, si alguna vez necesita ayuda o protección, puede enviar un mensaje a la guarnición de agua fría. Estaremos atentos. Gracias, capitán. Su comprensión significa mucho para mí. El oficial asintió y montó su caballo. Los soldados se formaron detrás de él y pronto la comitiva se alejaba por el sendero de la montaña, dejando una nube de polvo que se desvaneció. lentamente en el aire matutino.

Cuando el sonido de los cascos se perdió en la distancia, Esperanza se dejó caer en los brazos de Aana, sintiendo que todas las emociones contenidas finalmente se liberaban. “Ya pasó!”, le susurró él al oído. “Ya pasó, luna blanca, estás a salvo.” La comunidad los rodeó en un abrazo colectivo, ofreciendo palabras de apoyo y consuelo.

Esperanza se sintió abrumada por el amor y la lealtad que habían mostrado, arriesgando su propia seguridad para protegerla. “Gracias”, murmuró a través de las lágrimas. “Gracias a todos. Eres nuestra familia”, dijo Naalnich simplemente. Y la familia se protege mutuamente. Esa tarde, mientras el campamento volvía gradualmente a sus rutinas normales, Esperanza se sentó junto al arroyo con Aana, procesando todo lo que había pasado.

“¿Crees que hice lo correcto?”, le preguntó. “¿Tú qué crees?” Esperanza pensó en la pregunta. Creo que por primera vez en mi vida defendí lo que realmente quería. Fue aterrador, pero también liberador. Entonces hiciste lo correcto. ¿Crees que mi padre cambiará alguna vez? No lo sé, respondió Aana honestamente. Pero eso ya no es tu responsabilidad. Tu responsabilidad ahora es ser feliz. Y tú eres feliz.

Aana sonrió y la besó suavemente, más feliz de lo que jamás pensé que podría ser. Esa noche, durante la cena comunitaria, Naalnich se puso de pie para hacer un anuncio. Hoy, dijo, nuestra comunidad enfrentó una prueba y salimos más fuertes de ella. Luna Blanca mostró el coraje de defender su nueva vida y todos nosotros mostramos que cuando uno de nosotros es amenazado, todos respondemos.

Levantó su copa de agua fresca del manantial por Luna Blanca, quien nos ha enseñado que la verdadera belleza viene de un corazón valiente y por Aana, quien tuvo la sabiduría de reconocer esa belleza. Todos levantaron sus copas en un brindis y Esperanza sintió que su corazón se llenaba de una felicidad tan pura que casi dolía.

Más tarde, mientras se preparaban para dormir, Aana le entregó un pequeño paquete envuelto en tela suave. ¿Qué es?, preguntó ella. Ábrelo. Dentro había un collar hermoso hecho de turquesas y pequeñas flores de plata con un colgante en forma de luna creciente. Es hermoso susurró tocando suavemente las delicadas flores de metal.

Cada flor representa un día que hemos estado juntos explicó Aana. Y la luna, bueno, eres mi luna blanca para siempre. Esperanza se volvió para que él pudiera ponerle el collar. Cuando se miró en el pequeño espejo de su tocador, vio a una mujer que apenas reconocía, segura, amada, radiante de felicidad. “¿Sabes qué es lo más extraño?”, dijo volviéndose hacia él.

“¿Qué? Durante años pensé que mi apariencia era una maldición, pero fue exactamente esa apariencia la que te llamó la atención, la que me trajo hasta aquí, hasta ti. No fue tu apariencia lo que me enamoró, corrigió Aana suavemente. Fue tu espíritu. Tu apariencia solo fue lo que me hizo prestarte atención al principio y ahora, ahora veo tu belleza completa por dentro y por fuera.

Eres exactamente como te llamé la primera vez que te vi. Mi luna blanca, pura, misteriosa y absolutamente perfecta. Se meses después, Esperanza estaba trabajando en su jardín cuando sintió una sensación familiar de náuseas matutinas. sonríó llevando instintivamente una mano a su vientre a un plano.

Esa noche le dio la noticia a Yana, quien la levantó en brazos y la hizo girar bajo las estrellas, riendo de pura alegría. ¿Crees que será niño o niña?, le preguntó mientras yacían en la cama con la mano de él sobre su vientre. No me importa, respondió él. Solo espero que tenga tu corazón bondadoso y tu sabiduría, añadió ella, y si nace con mi cabello y tu piel, o con tu cabello y mi piel, será hermoso sin importar como sea, dijo Esperanza con certeza, porque será nuestro y será amado desde el primer momento.

Mientras se quedaba dormida esa noche, Esperanza pensó en el largo camino que había recorrido desde aquella mañana terrible cuando su padre le anunció su matrimonio forzado. Había perdido una vida que nunca había sido realmente suya, pero había ganado algo infinitamente más valioso, una vida elegida, un amor verdadero y una familia que la valoraba por quien realmente era.

En sus sueños vio a una niña pequeña de cabello dorado y ojos oscuros corriendo por los jardines del campamento, riendo mientras aana la perseguía entre las flores. Y en ese sueño supo que había encontrado no solo su hogar, sino su propósito, crear una nueva generación que crecería sabiendo que ser diferente no era una maldición, sino un regalo. La luna llena brillaba sobre las montañas.

iluminando el campamento donde una mujer que una vez fue rechazada por su diferencia, ahora era celebrada por su singularidad. Y en esa luz plateada, Esperanza Morales, ahora conocida para siempre como Luna Blanca, durmió profundamente, rodeada por el amor que había estado buscando toda su vida sin saberlo.

Su historia se convertiría en leyenda entre los apaches de las montañas. La mujer de piel de luna que llegó como una novia vendida y se convirtió en el corazón de la comunidad, demostrando que el amor verdadero puede florecer en los lugares más inesperados y que la belleza real auténtico. Cool.