CAPÍTULO 1

No tenía pensado ir a su casa esa noche. De hecho, ya me había quitado los pendientes y me había atado el pañuelo cuando llegó su mensaje.
—“¿Sigues despierta?”
Eso fue todo lo que escribió. Sin emojis. Sin explicación. Solo esas cuatro palabras. Y, de alguna manera, fue suficiente para que me levantara, me desatara el pañuelo y empezara a buscar mis jeans negros —esos que él decía que abrazaban mi cintura como si hubieran sido hechos para mí.

Cuando llegué a su urbanización, ya eran pasadas las diez de la noche. El vigilante ya no me hacía preguntas. Simplemente abría la reja, como siempre lo hacía. Como si ya hubiera aceptado que yo era una de las cosas que llegaban con la noche.

Entré al patio y vi al boxeador. Otra vez. El mismo chico alto, de piel clara, con pantalones cortos rojos y camiseta blanca, boxeando al aire en el pasillo como si viviera allí. Era la tercera vez que lo veía —y siempre de noche. Mismo atuendo. Mismo estilo. Misma hora. Pero eso no era lo que me confundía.

Lo que me desconcertaba era que nunca me saludaba. Ni una sola vez. Me miraba, con la mirada fija, y luego lanzaba otro golpe al aire, como si yo fuera invisible. La primera vez pensé que quizá solo era grosero. La segunda, me preocupé un poco. Pero esta tercera vez…

Me quedé paralizada por un segundo. Él volvió a mirar. Y sonrió.

Pasé rápidamente junto a él y toqué la puerta de Victor.

Él la abrió con esa mirada perezosa y soñolienta que siempre ponía cuando intentaba fingir que no me había estado esperando. Sin camiseta. Y oliendo a sudor mezclado con un perfume caro. Pero esta vez había algo diferente.

La luz de su cuarto estaba encendida, pero las cortinas estaban cerradas. El ambiente se sentía tenso. Como si acabara de esconder algo. O a alguien.

—¿Quién era ese tipo afuera? —pregunté mientras entraba.

Cerró la puerta y se giró hacia mí lentamente.

—¿Qué tipo?

Me volví hacia la ventana y miré al pasillo.

Pero el boxeador ya no estaba allí.

Volví a mirar a Victor y, por una fracción de segundo, lo juro —parecía que él era el mismo que acababa de ver afuera.

Misma altura. Misma complexión. Mismo silencio.

CAPÍTULO 2: El golpe que no vi venir

Esa noche no dormí. Me quedé recostada a su lado, observando cómo respiraba, con el ceño apenas fruncido incluso en el sueño. Quería preguntarle otra vez sobre el chico del pasillo, pero temía parecer paranoica. Y, honestamente, también temía su respuesta.

A la mañana siguiente, cuando salí del apartamento, volví a mirar al pasillo. Estaba vacío. Sin rastros del boxeador. Sin rastros de nada extraño. Solo el eco de mis pasos.

Pasaron los días. Victor se volvió más distante. Respondía mis mensajes con monosílabos. Tardaba más en invitarme a su casa. Y cada vez que iba, notaba algo fuera de lugar: marcas en sus nudillos, un vendaje mal puesto en su costado, o un espejo roto que antes no estaba.

Una noche, decidí llegar sin avisar. Llevaba una botella de vino y una excusa barata sobre que quería “hablar”. El guardia me dejó pasar sin preguntar. De nuevo.

Y ahí estaba él.

El boxeador.

En el mismo lugar, a la misma hora, con los mismos movimientos. Pero esta vez… estaba sangrando. Una gota de sangre le bajaba por la ceja, y al verme, no sonrió. Solo me miró. Y levantó los puños como si estuviera listo para pelearme a mí.

Corrí hasta la puerta de Victor y toqué. Fuerte. Una vez. Dos. Tres.

Él abrió, sin camiseta, otra vez. Pero esta vez, estaba completamente vendado. El torso cubierto por vendas manchadas. Y en su ojo… un moretón del tamaño de una moneda.

—¿Qué te pasó? —pregunté, sin ni siquiera entrar.

—Nada. Estuve entrenando. ¿Por qué viniste?

—¿Entrenando con quién? ¿Con el tipo que está afuera en el pasillo todas las noches?

Su expresión se congeló.

—¿De qué hablas?

—¡Del boxeador! El que siempre está afuera. Mismo lugar. Mismo atuendo. ¡Cada vez que vengo!

Victor me miró fijamente por un momento… y luego rió. No una risa natural. No una divertida. Una risa tensa. Forzada.

—No hay ningún boxeador afuera, Mariana. Estás cansada.

—No me trates como si estuviera loca —le dije, con la voz temblando.

Pero cuando volví a mirar al pasillo… estaba vacío. Otra vez.

CAPÍTULO 3: La verdad debajo del vendaje

Empecé a investigar.

Pregunté al vigilante. Me dijo que nunca había visto a ningún boxeador por ahí. Que solo me veía a mí, llegando siempre a la misma hora, y a Victor… que casi nunca salía.

Le pregunté a una vecina. Me miró raro y me dijo que Victor vivía solo. Que no recibía visitas. Ni entrenaba. Que era callado. Que pasaba encerrado. Que le daba “cosas raras”.

Volví a casa esa noche con una sensación de vacío en el estómago.

Y soñé con el boxeador.

Esta vez, no estaba solo en el pasillo. Me seguía. Me hablaba. Pero su voz no era una voz cualquiera. Era mi voz. Diciendo cosas que yo había dicho. Gritando frases que había lanzado en discusiones con Victor. Llorando con el mismo tono que yo había usado cuando supe que me había engañado meses atrás.

Me desperté empapada en sudor. Algo no estaba bien. Algo no era real.

Así que decidí hacer lo impensable.

Coloqué una cámara pequeña en el pasillo frente a su departamento, escondida en una planta. Y esperé.

Dos días después, revisé la grabación.

Y lo vi.

A mí.

Entrando sola. Hablando sola. Mirando al pasillo… vacío.

Y luego, en una toma confusa, borrosa… la figura de un hombre boxeando. Solo visible por un segundo. Con el mismo atuendo de siempre. Pero con una cara que, ahora sí, podía reconocer con claridad.

Era Victor.

O… lo que alguna vez fue él.

Porque entonces recordé algo que había borrado de mi mente.

Victor no estaba vivo.

Murió hace cuatro meses en una pelea clandestina. Recibió un golpe fatal. Cayó. No se levantó.

Fui al entierro. Lloré. Me costó aceptar su muerte… tanto, que aparentemente nunca lo hice.

Todo esto… sus mensajes, sus puertas que se abrían, sus vendajes, su perfume, su cuerpo caliente junto al mío por las noches…

Todo era mi mente, aferrándose a su fantasma.

Pero entonces, ¿quién grabó el video?

¿Quién me envió los mensajes?

¿Y por qué cada vez que cierro los ojos… sigo viendo al mismo boxeador, con la misma mirada, con los mismos golpes… esperándome en el pasillo?

FIN