Él le entregó un anillo que prometía un para siempre, pero con un papel de divorcio en la mano, le exigió que destruyera la única prueba de su amor. Lo que no sabía era que el corazón de Sofía era más fuerte que su orgullo y su ambición.

Ella lo perdió todo para proteger la vida que él había despreciado, eligiendo la soledad antes que la traición. Y el destino estaba a punto de cobrarle a Damián la deuda más dolorosa y devastadora de toda su vida.

Ahora comencemos. El sol de la mañana se filtraba perezosamente a través de las cortinas de seda del lático que coronaba el edificio más alto de la ciudad, pintando rayas doradas sobre la piel de Sofía. Se removió entre las sábanas de algodón egipcio, un suspiro de placer escapando de sus labios mientras sentía el peso cálido y familiar del brazo de Damián rodeando su cintura. Él estaba profundamente dormido.

Su respiración era un murmullo constante y tranquilizador contra su nuca. Sofía sonrió. girándose con cuidado para no despertarlo. Lo observó durante un largo momento, memorizando cada detalle de su rostro, la mandíbula fuerte y ligeramente sombreada por la barba de la mañana, los labios llenos que sabían a café y a promesas, y las cejas oscuras que se fruncían incluso en sueños, como si estuviera resolviendo complejos problemas empresariales.

Damián Solano era un hombre forjado en la ambición y el poder, el seo de la naviera más importante del país, un imperio heredado de su padre y que él había expandido a niveles insospechados. Pero aquí, en la intimidad de su cama, era solo suyo. Con la punta de los dedos, trazó suavemente el contorno de su boca. Él se movió y un murmullo profundo vibró en su pecho.

“¿Ya estás conspirando contra mí, señora Solano?”, preguntó con la voz ronca por el sueño, sin abrir los ojos. Sofía soltó una risita. Estaba pensando en todas las formas en las que podría convencerte de que te quedes en la cama todo el día conmigo”, susurró ella, inclinándose para besar la comisura de sus labios.Damián finalmente abrió los ojos de un azul tan intenso que a Sofía todavía le robaban el aliento, incluso después de tres años de matrimonio. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro. Eso suena como una propuesta de negocios muy interesante, dijo su brazo apretándola más contra su cuerpo musculoso. Pero necesitaría conocer los términos y condiciones.

¿Qué beneficios me ofreces? Ella mordió su labio inferior de forma juguetona, deslizando una mano por su pecho firme. Te ofrezco desayuno en la cama, seguido de un maratón de películas clásicas y negociaciones muy privadas que podrían extenderse hasta la tarde, propuso ella, su voz convirtiéndose en un ronroneo sensual.

Damián soltó una carcajada profunda y resonante que hizo vibrar todo su cuerpo. Eres una negociadora despiadada, Sofía, pero creo que aceptaré tu oferta. La atrajó para un beso profundo y apasionado, un beso que hablaba de mañanas perezosas y de un amor que parecía inquebrantable. Sus manos se movían con una familiaridad experta sobre el cuerpo de ella, encendiendo fuegos que solo él sabía avivar. “Eres una bruja”, le dijo entre besos.

sabes perfectamente cómo distraerme de mis responsabilidades. Ella se rió contra su boca. Es mi principal responsabilidad como tu esposa, señor Seo, mantenerte feliz y bien atendido. Se amaban con una urgencia que no había disminuido con el tiempo, una mezcla de ternura y deseo ardiente que los dejaba sin aliento y con sonrisas lánguidas.

Más tarde, mientras compartían el desayuno en la cama, tal como ella había prometido, Sofía lo observaba mientras él revisaba distraídamente las noticias financieras en su tableta. Había una tensión en sus hombros que no estaba allí antes.

En las últimas semanas, Damián había estado más preocupado de lo normal, con la mirada perdida en el horizonte, absorto en llamadas telefónicas que terminaban con un golpe seco en su escritorio de Caoba. Damián, ¿todo bien en el trabajo? Preguntó ella con suavidad, dejando su taza de café sobre la bandeja. Él levantó la vista forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. Lo de siempre, amor.

Ricardo Montenegro está intentando una nueva jugada para desestabilizarnos, pero no es nada que no pueda manejar. Ricardo Montenegro era el eterno rival de la familia Solano. Su empresa, Consorcio Marítimo Global, llevaba dos generaciones intentando arrebatarles el dominio del mercado. Últimamente, los rumores de una oferta de adquisición hostil se habían vuelto ensordecedores.

Sofía frunció el ceño. Parece más que lo de siempre. Apenas duermes y anoche te oí hablar por teléfono en tu despacho hasta las 3 de la mañana. Damián suspiró dejando la tableta a un lado y tomándole la mano. Estamos en medio de una negociación crucial, Sofi. Una alianza estratégica con un conglomerado asiático.

Si la conseguimos, Naviera Solano será intocable por décadas. asegurará el legado de mi padre y el futuro de nuestra familia, pero es delicado. El inversor principal, el señor Isicaba, es increíblemente tradicionalista y valora la estabilidad por encima de todo. Cualquier indicio de inestabilidad, personal o profesional, y podría echarse atrás.

Sofía apretó su mano, sintiendo el peso de su responsabilidad. Lo conseguirás, Damián. Siempre lo haces. Eres el hombre más brillante y decidido que conozco. Él le dedicó una sonrisa genuina esta vez llena de gratitud. Tenerte a mi lado es mi verdadera arma secreta dijo y la besó tiernamente. Esa misma tarde, mientras Damián estaba en una reunión interminable, Sofía sintió esa pequeña pero persistente náusea que la había estado molestando durante la última semana.

Al principio la atribuyó al estrés de ver a su marido tan preocupado, pero luego un pensamiento eléctrico, una posibilidad emocionante y aterradora, se apoderó de ella. Con el corazón latiéndole a mí por hora, buscó en el fondo del botiquín del baño la pequeña caja que había comprado por si acaso. 10 minutos después estaba sentada en el borde de la bañera de mármol, mirando las dos líneas rosas que confirmaban sus esperanzas. estaba embarazada.

Una oleada de alegría pura y abrumadora la inundó y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Iba a tener un bebé con el hombre que amaba. Su familia, su futuro, todo estaba empezando a tomar una forma maravillosa. No podía esperar a decírselo a Damián. Sería la noticia perfecta para sacarlo de su estrés, para recordarle lo que realmente importaba. Pasó el resto de la tarde planeando la sorpresa.

Cocinó su cena favorita, abrió una botella del mejor vino, aunque ella solo bebería agua con gas, y colocó la prueba de embarazo en una pequeña caja de regalo sobre su plato. Cuando Damián llegó a casa esa noche, el agotamiento estaba grabado en su rostro. Se aflojó la corbata con un gruñido y dejó caer su maletín junto a la puerta. Día infernal”, murmuró a modo de saludo.

Sofía se acercó y lo abrazó por la espalda, apoyando la cabeza en su hombro. “Pues he preparado una noche perfecta para que te olvides de todo”, le dijo al oído. “Sí”, preguntó él girándose para abrazarla, su rostro suavizándose al verla. “¿Y a qué debo este honor?” “A que te amo,”, respondió ella con una sonrisa radiante. “¿Y a que tengo una noticia que va a cambiar nuestras vidas? para siempre.

La curiosidad reemplazó al cansancio en los ojos de Damián. La siguió hasta el comedor, donde la mesa estaba elegantemente puesta. Su mirada se posó en la pequeña caja. Un regalo. No es mi cumpleaños. Ábrelo! Le instó ella, mordiéndose el labio de la emoción. Con el ce seño fruncido, Damián abrió la caja.

Su confusión se convirtió en asombro y luego en incredulidad cuando vio la prueba de embarazo. Levantó la vista hacia Sofía, sus ojos azules muy abiertos. Esto es Es en serio, Sofía. Ella asintió, incapaz de hablar, con lágrimas de felicidad brillando en sus ojos. Él se quedó inmóvil por un segundo y luego una sonrisa enorme, la más genuina que ella había visto en meses, iluminó su rostro.

La levantó en brazos dándole vueltas mientras ella reía y lloraba al mismo tiempo. “Vamos a ser padres. ¡Voy a ser papá!”, gritó él, su voz llena de un júbilo puro. La bajó y le tomó el rostro entre las manos, besándola con una mezcla de amor y reverencia. Sofi, esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. Un bebé, nuestro bebé. Esa noche hicieron el amor de una manera diferente. Había una nueva ternura en sus caricias, una nueva profundidad en sus besos.

Hablaron hasta el amanecer, haciendo planes, eligiendo nombres, soñando con el futuro. Damián parecía haber olvidado por completo la presión del trabajo, el señor Isicava y a Ricardo Montenegro. por primera vez en semanas era completamente suyo de nuevo. La felicidad, sin embargo, fue efímera como un sueño al despertar. A la mañana siguiente, Damián recibió una llamada.

Sofía estaba en la cocina preparando un desayuno especial cuando lo oyó maldecir en su despacho. Entró y lo encontró pálido con el teléfono apretado en la mano. ¿Qué pasa?, preguntó alarmada. Él la miró y la alegría de la noche anterior se había desvanecido, reemplazada por una máscara de pánico helado. Era Isicaba. Alguien ha filtrado la noticia de tu embarazo.

Un topo en la empresa probablemente pagado por Montenegro. Y siikaba considera que esto es la inestabilidad personal de la que me advirtió. Quiere cancelar la alianza. El mundo de Sofía se tambaleó. ¿Pero por qué? Un bebé una bendición, no un problema. Es la cosa más estable para él. No, replicó Damián su voz tensa.

Para él un SEO a punto de ser padre primerizo es un SEO distraído, emocional y poco fiable. Es un hombre de la vieja escuela. Sofi no lo entiende. En los días siguientes, Damián se convirtió en una sombra de sí mismo. Pasaba horas encerrado en su despacho en frenéticas llamadas telefónicas intentando salvar el acuerdo. Sofía intentaba apoyarlo, llevarle comida, hablar con él, pero él la apartaba con una impaciencia fría.

La alegría del embarazo se vio empañada por la nube oscura que se cernía sobre ellos. El golpe final llegó una semana después. Damián regresó a casa tarde con el olor a whisky en el aliento y la derrota en los ojos. Se sirvió otro vaso mirando por la ventana panorámica las luces de la ciudad que parecía pertenecerle.

“Se acabó”, dijo con voz hueca. Y si se retira y Montenegro ha lanzado su oferta de adquisición hostil. Con el fracaso de la alianza, nuestras acciones se desplomarán mañana. Estaremos vulnerables. Podríamos perderlo todo. El trabajo de mi padre, su legado, todo.

Sofía se acercó y le rodeó la cintura con los brazos. Lucharemos, Damián, juntos. Lo superaremos. Siempre lo hacemos. Él no le devolvió el abrazo, se quedó rígido como una estatua de hielo. Luego se giró lentamente para mirarla. La expresión de su rostro la asustó. Estaba vacía de todo sentimiento, excepto de una desesperación fría y calculadora. “Hay una manera de salvarlo”, dijo en voz baja, casi inaudible.

“Y si me ha dado una última oportunidad.” “¿Una condición?” “¿Cuál?”, preguntó Sofía, el miedo empezando a serpentear por sus venas. Damián tragó saliva, sus ojos azules fijos en los de ella, pero era como si estuviera mirando a través de ella. me ha dicho que si demuestro que mi compromiso con la empresa es absoluto, que nada se interpondrá en mi camino durante los próximos 5 años, reconsiderará el acuerdo.

Si le demuestro que la distracción ha sido eliminada, Sofía tardó un momento en comprender. La palabra distracción resonó en su mente fría y afilada. miró su vientre donde su pequeño bebé, su milagro estaba creciendo. La sangre se le heló en las venas. Damián, ¿qué estás diciendo? Susurró, aunque ya sabía la respuesta. Y el miedo dio paso a un horror helado.

Te estoy pidiendo que elijas, Sofía, dijo él, su voz rota, pero firme, cada palabra como un puñal en el corazón de ella. Te pido que elijas nuestro futuro, el legado de mi familia. nuestra vida juntos. Te pido que que pospongamos esto, que te deshagas de él. Sofía retrocedió como si la hubieran abofeteado. El aire le faltó en los pulmones.

El hombre que la miraba no era su damián. El hombre que había llorado de alegría hacía apenas unos días. Este era un extraño, un monstruo con sus ojos. “Me estás me estás pidiendo que aborte a nuestro hijo”, dijo ella. la voz temblorosa de incredulidad y dolor. “Por un negocio, por dinero.

” “No es solo dinero”, gritó él golpeando la mesa con el puño, haciendo que los vasos tintinearan. “Es el honor de mi familia. Es todo por lo que mi padre trabajó. ¿Crees que quiero esto?” Lo odio, pero es un sacrificio que tenemos que hacer. Lo intentaremos de nuevo en unos años, cuando todo esté estable. Sofía lo miraba con lágrimas silenciosas rodando por su rostro.

El amor que sentía por él se estaba quebrando, fragmentándose en mil pedazos. No hay nada que discutir, Damián. No hay elección que hacer. La única distracción que veo aquí es tu ambición, tu orgullo. Un orgullo que te ha cegado hasta el punto de pedirme que mate a nuestro hijo. Sofía, por favor, sé razonable, suplicó él intentando acercarse, pero ella retrocedió.

No, no te acerques a mí, dijo ella, su voz ahora firme, endurecida por el dolor y la resolución. Tú has tomado tu decisión. pusiste tu empresa por encima de tu familia. Ahora yo voy a tomar la mía. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y caminó hacia su habitación. Damián la siguió suplicando. Sofi, no lo entiendes. Es la única manera. Por favor, no me hagas esto.

Ella no lo miró, abrió el armario y sacó una maleta. con movimientos metódicos, casi robóticos, comenzó a guardar su ropa, sus cosas, los pedazos de la vida que habían construido juntos. Cada prenda doblada era un adiós.

“¿Puedes decirle a tu señor Isicava que su distracción ha sido eliminada?”, dijo ella con una calma aterradora, su voz desprovista de toda emoción. “Has hecho tu elección, Damián, y me has obligado a hacer la mía.” Él la agarró del brazo. No puedes irte. Te amo. Podemos superar esto. Sofía se soltó de su agarre con una fuerza que no sabía que poseía.

Lo miró a los ojos por última vez y lo que él vio allí lo destrozó. No había amor, no había dolor, solo un vacío inmenso. El hombre que yo amaba nunca me habría pedido esto. El hombre que yo amaba murió esta noche en esta sala. Tú, tú solo eres el SEO de Naviera Solano. Cerró la maleta y caminó hacia la puerta principal sin mirar atrás.

Cada paso era una puñalada, pero cada paso también la alejaba del hombre que había destrozado su corazón y le había pedido que destruyera el fruto de su amor. Damián se quedó paralizado en medio de lujoso ático, que de repente parecía una tumba fría y vacía. escuchó el sonido de la puerta cerrándose, un sonido definitivo y atronador que marcó el final de su mundo.

En ese momento, en su desesperación, se convenció a sí mismo de que había hecho lo correcto, que era un sacrificio necesario. Se aferró a esa mentira mientras se servía otro whisky y llamaba a su abogado para iniciar los trámites del divorcio. ha decidido no continuar con el embarazo y dejarme, le mintió al abogado y así mismo. Quiero que sea rápido y silencioso.

En los meses siguientes, Damián se sumergió en el trabajo como un hombre ahogándose que busca aire y funcionó. Con la distracción fuera del camino, convenció a Isikaba. La alianza se firmó. Naviera Solano no solo se salvó, sino que alcanzó nuevas cotas de éxito. Las acciones se dispararon. Damián se convirtió en una leyenda en el mundo empresarial.

Compró un yate nuevo, expandió su colección de arte, apareció en las portadas de las revistas financieras. Tenía todo lo que siempre había creído desear, pero el éxito tenía un sabor a ceniza. Su ático, antes lleno de risas y amor, ahora era silencioso y estéril. Cada rincón le recordaba a Sofía. La almohada vacía a su lado en la cama, su perfume persistente en el armario, el eco de su risa en los pasillos.

Intentó llenar el vacío con otras mujeres, modelos y herederas que se sentían atraídas por su poder y su riqueza. Pero todas eran sombras pálidas en comparación con Sofía. Ninguna tenía su calor, su inteligencia, su risa contagiosa. Ninguna podía llenar el agujero que ella había dejado en su alma, un agujero que se hacía más grande cada día.

A veces, por la noche, cuando el whisky no era suficiente para callar sus demonios, se permitía pensar en ella. Se preguntaba dónde estaría, qué estaría haciendo y una imagen terrible, una que él mismo había creado, lo asaltaba Sofía, sola en una clínica fría, despidiéndose del pequeño pedazo de ellos que había anidado en su interior.

El dolor y la culpa lo consumían en esos momentos y se odiaba a sí mismo con una ferocidad que lo dejaba sin aliento. Pero por la mañana se ponía su armadura de SEO implacable y volvía a conquistar el mundo, empujando esos pensamientos a lo más profundo de su ser. Había hecho su elección, tenía que vivir con ella. Mientras tanto, Sofía, con la ayuda de su mejor amiga Elena, había desaparecido sin dejar rastro.

Se había mudado a un pequeño pueblo costero a cientos de kilómetros de distancia, un lugar tranquilo donde nadie conocía su apellido ni su conexión con el Imperio Solano. Alquiló un pequeño apartamento con vistas al mar y consiguió un trabajo como diseñadora en un pequeño estudio de arquitectura local. Los primeros meses fueron un infierno.

El dolor de la traición de Damián era una herida abierta que se negaba a cicatrizar. Lloró hasta quedarse sin lágrimas. noches enteras abrazando su vientre creciente, pidiéndole perdón a su bebé por el padre que le había tocado. Pero con cada patada, con cada movimiento dentro de ella, la resolución de Sofía se fortalecía. Este bebé era todo lo que le quedaba de su amor por Damián, la única parte pura e inocente que no había sido manchada por la ambición y lo protegería con su vida.

Somos tú y yo contra el mundo, pequeñín”, le susurraba a su vientre mientras caminaba por la playa, sintiendo la brisa salada en su rostro. “Y te prometo que nunca te faltará amor. Tendrás todo el amor que tu padre no supo darte.” Con el tiempo, el dolor agudo se transformó en una tristeza sorda y la tristeza dio paso a una serena determinación. Sofía encontró una paz inesperada en su nueva vida sencilla.

Se hizo amiga de sus vecinos, redescubrió su pasión por la pintura y se deleitó con las pequeñas alegrías del embarazo. Elena la visitaba a menudo, siendo su roca y su sistema de apoyo incondicional. “Eres la mujer más fuerte que conozco”, le dijo Elena un día mientras la ayudaba a montar la cuna. Cualquier otra se habría derrumbado. Sofía sonrió. Una sonrisa genuina.

Tuve que serlo por él”, dijo acariciando su enorme barriga. Había elegido a su hijo y en esa elección se había encontrado a sí misma. Ya no era la esposa trofeo de un SEO millonario, era una madre y eso era más valioso que todo el dinero del mundo. No odiaba a Damián. Odiar requería energía y toda su energía estaba centrada en la vida que crecía dentro de ella.

simplemente lo había borrado, lo había archivado en un rincón de su corazón etiquetado como un hermoso error. El pasado estaba muerto. Solo importaba el futuro, un futuro que estaba a punto de nacer. 8 meses. Habían pasado ocho largos meses desde la noche en que su mundo se había hecho añicos.

Damián estaba atrapado en el tráfico del centro de la ciudad, un atasco monumental causado por algún tipo de festival local. tamborileaba los dedos con impaciencia sobre el volante de cuero de su astón Martín. Tenía una reunión importante, una cena con inversores para celebrar el éxito del primer trimestre del año fiscal. Debería estar eufórico. En cambio, se sentía vacío, aburrido.

Miró por la ventanilla, observando a la gente que paseaba por las aceras, riendo, comiendo helado, disfrutando de la vida. Familias con niños pequeños, parejas cogidas de la mano. Un dolor agudo, familiar y no deseado, le retorció el corazón. Esa podría haber sido su vida, su familia, su hijo. Se frotó la cara cansado.

¿Cuándo va a parar esto?, se preguntó. ¿Cuándo dejaría de doler? El tráfico avanzó unos metros y se detuvo de nuevo, justo frente a una pequeña librería con un encantador escaparate lleno de libros infantiles y entonces la vio. El tiempo se detuvo. El ruido de la ciudad se desvaneció en un zumbido sordo. El aire se espesó en sus pulmones.

En la acera, de pie frente al escaparate, había una mujer. Su cabello castaño brillaba bajo el sol de la tarde. Llevaba un sencillo vestido de verano azul que no podía ocultar la curva prominente y perfecta de su vientre. Estaba de perfil, una mano descansando protectoramente sobre su barriga, la otra señalando un libro en el escaparate mientras hablaba con otra mujer a su lado.

Se giró ligeramente y Damián sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Era Sofía, su Sofía. Y estaba embarazada, muy embarazada. Su mente se cortocircuitó. No podía ser. Era imposible. Él la había obligado a Él asumió que ella, la cruel demanda, el divorcio, su silencio. Él había construido toda su nueva vida sobre la base de esa horrible suposición.

Ha decidido no continuar con el embarazo. Su propia mentira, la que se había repetido a sí mismo un millón de veces para poder mirarse en el espejo, se hizo añicos. La verdad, innegable y redonda bajo ese vestido azul, lo golpeó con la fuerza de un tren de mercancías. Ella nunca abortó. Ella lo eligió a él, a su bebé, por encima de todo. Por encima de Damián.

Había estado sola todo este tiempo, llevando a su hijo, su hijo, mientras él brindaba con champán y cerraba tratos millonarios. Una ola de náusea, de arrepentimiento tan potente que lo dejó sin aliento, lo barrió. Cada trato cerrado, cada millón ganado, cada portada de revista se convirtió en ceniza en su boca.

Todo su imperio, todo el legado por el que había sacrificado su felicidad, parecía patético e insignificante frente a la imagen de Sofía, radiante y embarazada, a solo unos metros de distancia. Ella no lo había visto. Se rió de algo que le dijo su amiga y el sonido, aunque Damián no podía oírlo, resonó en su memoria y le rompió el corazón en pedazos aún más pequeños. Se veía feliz.

en paz. Sin él, el claxon del coche de detrás lo sacó de su estupor. El tráfico había empezado a moverse. Instintivamente, sin pensar, Damián giró el volante, metiendo el coche en el primer aparcamiento disponible, ignorando las bocinas furiosas de los otros conductores.

Saltó del coche sin siquiera molestarse en cerrar la puerta y corrió hacia la acera. Sofía gritó, su voz sonando extraña, desesperada. Ella se giró al oír su nombre. Sus ojos, esos ojos color miel que habían perseguido sus sueños durante 8 meses, se abrieron de par en choque. El color desapareció de su rostro. Su amiga Elena se interpusó instintivamente entre ellos con una mirada feroz.

Pero Damián solo tenía ojos para Sofía y para el vientre que llevaba la prueba viviente de su amor y de su traición. Se detuvo a unos pasos de ella sin aliento, con el corazón martillándole en el pecho. Las palabras no le salían. ¿Qué podía decir? Lo siento. Era una palabra tan pequeña, tan inadecuada para la magnitud de su error. Él, Damián Solano, el hombre que lo controlaba todo, el hombre que nunca dudaba, estaba allí temblando.

Un hombre que se daba cuenta de que lo había perdido todo por nada, suplicando con la mirada a lo único que realmente importaba en el mundo. Sofía fue la primera en hablar. Su voz era un susurro helado, cortante como el cristal. ¿Qué estás haciendo aquí, Damián? La frialdad de su tono era más dolorosa que cualquier grito. Yo, empezó él, la voz rota. Yo no, yo no lo sabía.

Sus ojos se desviaron hacia su vientre. Tú nunca lo hiciste. Una sonrisa triste, sin rastro de alegría, curvó los labios de Sofía. No, no lo hice. Elegí a mi hijo. Te lo dije esa noche. No me creíste. La culpa lo aplastó. Una fuerza física que casi lo puso de rodillas.

Había estado tan ciego, tan consumido por su propio pánico y su orgullo, que ni siquiera había considerado la posibilidad de que ella fuera lo suficientemente fuerte como para desafiarlo. Había subestimado su amor de madre. Elena intervino, su voz llena de veneno. No tienes derecho a estar aquí, Damián.

Después de lo que le hiciste, ¿cómo te atreves a aparecer ahora? Elena, por favor, dijo Sofía en voz baja, poniendo una mano en el brazo de su amiga. Luego volvió a mirar a Damián y por primera vez él vio más allá de la frialdad. vio el dolor que había estado ocultando, el agotamiento, los meses de lucha solitaria y vio una fuerza de acero que no reconoció. Esta no era la misma mujer que había dejado su ático 8 meses atrás.

Esta mujer había sido forjada en el fuego de su abandono y había salido más fuerte. “Deberías irte”, dijo ella con una finalidad que no admitía discusión. “No hay nada de que hablar.” se dio la vuelta para marcharse, para desaparecer de su vida una vez más, llevándose consigo su futuro. Pero esta vez Damián no podía dejarla ir.

El pánico, un terror primal a perderla para siempre, se apoderó de él. “Espera”, dijo dando un paso adelante. “Sofía, por favor, tenemos que hablar.” Él Él es mi hijo también. Sofía se detuvo en seco, su espalda rígida. Se giró lentamente y sus ojos color miel ardían ahora con una furia fría y controlada que lo hizo retroceder.

“Tu hijo”, repitió su voz peligrosamente baja. “Dejaste de tener derecho a llamarlo así la noche que me pediste que lo matara para salvar un negocio. Este es mi hijo. Yo lo he protegido. Yo lo he sentido crecer. Yo he pasado cada noche en vela preocupada por él. ¿Dónde estabas tú, Damián? Ah, sí, celebrando tus victorias.

Así que no te atrevas a venir aquí 8 meses después a reclamar unos derechos que tú mismo quemaste y convertiste en cenizas. Cada una de sus palabras fue una bofetada, una verdad ineludible que lo dejó desnudo y expuesto en medio de la acera. La furia en los ojos de Sofía no era histérica ni descontrolada.

Era una llama fría, una fuerza tranquila que lo aterrorizaba mucho más que cualquier grito. Damián se quedó sin palabras. Su cerebro, que manejaba fusiones multimillonarias y estrategias de mercado globales, era completamente incapaz de formular una respuesta. ¿Qué podía decir? Ella tenía razón. Cada palabra que había pronunciado era la verdad absoluta.

Él había sido un cobarde, un necio que había cambiado un reino por un puñado de monedas de oro. Vio como Elena ponía un brazo protector alrededor de los hombros de Sofía y la guiaba suavemente para que se alejara. El movimiento fue lento, deliberado, una última oportunidad para que él dijera algo, cualquier cosa.

Pero el nudo en su garganta era tan grueso como el hormigón. simplemente las vio alejarse a Sofía caminando con esa dignidad herida, su silueta embarazada, una acusación andante que se grabó a fuego en su retina. Se quedó allí en medio del bullicio de la ciudad hasta que desaparecieron al doblar una esquina. El mundo volvió a enfocarse a su alrededor, los coches, las bocinas, la gente.

Se sintió como un extraño en su propia vida. El Astón Martín con la puerta abierta parecía ridículo, un juguete inútil. Volvió a su coche, cerró la puerta y apoyó la frente en el volante. La imagen de Sofía, de su vientre, de la ira justa en sus ojos, se repetía en su mente como una película de terror.

Su hijo tenía un hijo, un hijo que no conocía, un hijo que su madre protegía de él, su propio padre. La magnitud de su pérdida, de lo que había desechado con tanta arrogancia, lo aplastó. Ya no era una idea abstracta, un sacrificio teórico, era real. Estaba vivo y creciendo dentro de la mujer que él amaba y que ahora lo despreciaba. Sacó su teléfono con manos temblorosas.

Marcó el número de su asistente, Carlos. Cancela todo dijo con voz ronca y reconocible. Señor Solano, la cena con los inversores. Dije que canceles todo, ladró Damián, su autocontrol hecho añicos. No me importa lo que tengas que decirles. Di que estoy enfermo. Di que ha habido una emergencia familiar. Simplemente hazlo.

Colgó antes de que Carlos pudiera responder. Luego llamó a su jefe de seguridad, un exmitar llamado Javier, un hombre discreto y eficiente. Javier, necesito que encuentres a alguien. Mi a Sofía Álvarez, mi exesposa. Sé que está en la ciudad. Necesito saber dónde vive, dónde trabaja, todo. Y lo necesito para ayer.

Usa todos los recursos que necesites, pero sé invisible. Ella no puede saber que la estoy buscando. Entendido. Entendido, señor, respondió Javier sin hacer preguntas. Era su trabajo. Damián condujo sin rumbo durante horas las luces de la ciudad desenfocadas a través de sus ojos llenos de una furia dirigida enteramente hacia sí mismo. Regresó a su ático al amanecer.

El lugar que antes representaba el pináculo del éxito, ahora le parecía una prisión de cristal fría y desalmada. Se sirvió un whisky, el primero de muchos. Durante los dos días siguientes, vivió en una neblina de alcohol y arrepentimiento. Ignoró las docenas de llamadas de su oficina.

El imperio solano podía arder hasta los cimientos. No le importaba. Lo único que importaba era la llamada que esperaba de Javier. Al tercer día la llamada llegó. La tenemos, señor. Sofía Álvarez. Reside en un pequeño apartamento en el barrio de la Marina, un pueblo costero a una hora de aquí. Trabaja a tiempo parcial en un pequeño estudio de arquitectura, diseños costeros.

Su mejor amiga, Elena Castro la visita con frecuencia. Parece llevar una vida muy tranquila. Javier hizo una pausa. ¿Hay algo más, señor? Según nuestros informes financieros, sus ahorros se están agotando. Ha estado vendiendo algunas de sus joyas, las que no formaban parte del acuerdo de divorcio, para llegar a fin de mes. La información fue como un puñetazo en las tripas.

no solo la había abandonado emocionalmente, sino que la había dejado en una situación precaria mientras él nadaba en dinero. Había asumido que ella, con el generoso acuerdo de divorcio que él había impuesto para silenciar su conciencia, estaría bien. Pero claro, su orgullo nunca le habría permitido tocar un céntimo de ese dinero. Era dinero manchado de sangre.

Envíame la dirección y toda la información”, ordenó Damián, su mente comenzando a trabajar de nuevo, afilada por la desesperación. Se duchó, se afeitó y se vistió. Por primera vez en días, el SEO calculador resurgió, pero con un único y nuevo objetivo, Sofía y su hijo. Mientras tanto, en el tranquilo apartamento con vistas al mar, el ambiente era tenso.

El inesperado encuentro con Damián había destrozado la paz que Sofía había luchado tanto por construir. Elena se había quedado con ella, demasiado furiosa y preocupada para dejarla sola. “No puedo creer que tuviera el descaro de aparecer así”, decía Elena. por enésima vez paseándose por el pequeño salón.

¿Y qué fue esa estupidez de es mi hijo también? Ahora, ahora se acuerda de que es su hijo. Sofía estaba sentada en el sofá acariciando su vientre con movimientos lentos y tranquilizadores, como si estuviera calmando al bebé y a sí misma al mismo tiempo. Estaba pálida, con ojeras oscuras bajo los ojos. No había dormido en dos noches.

No lo sé, Elena. No sé qué quiere, susurró. Pero no puedo, no puedo lidiar con esto ahora. Necesito estar tranquila por el bebé. Por supuesto que sí”, dijo Elena, sentándose a su lado y tomándole la mano. “Y yo me aseguraré de ello. Si ese hombre vuelve a acercarse a ti, juro que lo demandaré por acoso.

No tiene ningún derecho.” Pero en el fondo, Sofía sabía que Damián no era un hombre que se rindiera fácilmente. Si había decidido algo, movería cielo y tierra para conseguirlo. Y eso la aterrorizaba. Al día siguiente intentó volver a su rutina. Fue a trabajar tratando de concentrarse en los planos de una casa de verano que estaba diseñando.

Su jefe, Marcos, un arquitecto de unos 35 años, amable y con una sonrisa cálida, notó su distracción de inmediato. “Sofía, ¿estás bien?”, le preguntó en voz baja, acercándose a su escritorio. “Pareces en otro mundo.” Sofía forzó una sonrisa. Solo una mala noche, Marcos. No es nada. Si necesitas algo, tomarte el día libre, lo que sea, solo tienes que decirlo.

Lo más importante ahora es que te cuides. Su genuina preocupación fue un bálsamo para su alma herida. Marcos era todo lo que Damián no era, tranquilo, considerado, sin una agenda oculta. Desde que había empezado a trabajar allí, él había sido increíblemente comprensivo con su situación, sin hacer preguntas indiscretas. Sofía sentía una creciente afecto por él, una amistad segura y cómoda.

“Gracias, Marcos. Lo aprecio de verdad”, dijo y por un momento se sintió un poco menos sola. Pero la sombra de Damián era larga. Al volver a casa esa tarde, notó un coche de lujo de color negro aparcado al otro lado de la calle, el mismo modelo que Damián solía usar. El corazón le dio un vuelco.

Se obligó a pensar que era una coincidencia, que estaba siendo paranoica, pero al día siguiente el coche seguía allí. Damián estaba moviendo sus fichas, pero de una manera que Sofía no esperaba. No se acercó, no la llamó. simplemente observaba. Con la información de Javier, Damián había pasado días reconstruyendo la vida de Sofía. Cada detalle era una tortura.

Supo que iba a sus citas prenatales sola en autobús. Supo que a veces se quedaba mirando el menú de un restaurante antes de decidir que no podía permitírselo. Y supo, para su creciente ira, de la existencia de Marcos. Lo vio llevarle un café por la mañana. lo vio ayudarla a llevar una pesada caja de muestras.

Cada gesto amable de ese hombre hacia Sofía era una espina en el costado de Damián, un recordatorio de que él no estaba allí para cuidarla. Los celos, un sentimiento que rara vez había experimentado, lo consumían. Eran irracionales. Lo sabía. No tenía ningún derecho sobre ella.

Pero ver a otro hombre ocupando su lugar, aunque fuera de forma platónica, era insoportable. decidió que la observación pasiva no era suficiente. Tenía que actuar. Su primer instinto fue usar el dinero, su herramienta más poderosa. A través de una de sus corporaciones, localizó al propietario del edificio de apartamentos de Sofía. En 24 horas había comprado todo el edificio.

Su primera orden a la nueva empresa administradora fue anular el próximo aumento de alquiler y notificar a los inquilinos que todas las reparaciones pendientes se llevarían a cabo de inmediato. También les informó que el alquiler de la señora Álvarez sería cubierto por un benefactor anónimo durante los próximos 2 años.

Dos días después, Sofía recibió una carta oficial. La leyó tres veces con el seño fruncido. Un benefactor anónimo, el alquiler pagado. Inmediatamente supo quién estaba detrás. La rabia la invadió. Creía que podía comprar su perdón. ¿Qué podía arreglar su traición con dinero? Marcó el número de Elena, su voz temblando de furia. Es él. ha comprado mi edificio.

Está tratando de controlarme con su maldito dinero. Elena escuchó y luego dijo con calma, Sofía, respira. No dejes que te afecte. Simplemente ignóralo. Vive tu vida. No le debes nada, ni siquiera un acuse de recibo. Sofía intentó seguir su consejo, pero era difícil ignorar la sensación de estar en una jaula dorada que él estaba construyendo a su alrededor. Se sentía vigilada, manejada.

La siguiente jugada de Damián fue aún más audaz. Se enteró de que Diseños Costeros, el estudio de Marcos estaba luchando por conseguir proyectos más grandes. A través de otro intermediario, Damián creó un concurso de diseño falso para un lujoso complejo hotelero, un proyecto que podría poner al pequeño estudio en el mapa. La noticia llegó a la oficina de Marcos como un milagro.

estaba eufórico. “Sofía, esta es la oportunidad que hemos estado esperando”, le dijo, mostrándole el correo electrónico. “Si ganamos esto, estaremos hechos.” Sofía leyó los detalles. La empresa patrocinadora Horizontes de lujo, SA le resultaba vagamente familiar una de las muchas filiales del Imperio Solano. El hielo se extendió por sus venas. No podía ser una coincidencia.

esa tarde le dijo a Marcos, “Marcos, no creo que debamos participar en esto.” Él la miró desconcertado. ¿Qué? ¿Por qué no es la oportunidad de nuestra vida? Tengo un mal presentimiento. Algo no está bien, insistió ella, incapaz de explicarle la verdad. Sofía, respeto tu intuición, pero no podemos dejar pasar esto por un presentimiento dijo él amablemente, pero con firmeza.

Lo siento, pero voy a presentar nuestra propuesta. Sofía se sintió atrapada. Damián estaba infiltrándose en cada aspecto de su vida, usando su poder para manipular su entorno, para acercarse a ella sin dar la cara. Era sofocante. La tensión y el estrés estaban empezando a pasarle factura.

Una tarde, mientras trabajaba en los planos del concurso, a pesar de sus objeciones, se sentía obligada a ayudar a Marcos, un dolor agudo y punzsante le atravesó el bajo vientre. Jadeó, soltando el lápiz y agarrándose la barriga. Marco se dio cuenta al instante. Sofía, ¿qué pasa? No sé. Un dolor fuerte, logró decir, mientras otra ola de dolor la golpeaba, dejándola sin aliento.

El pánico se apoderó del rostro de Marcos. Vale, tranquila, vamos al hospital ahora mismo. La ayudó a levantarse y prácticamente la llevó hasta su coche. Desde el otro lado de la calle, Damián, en su coche oscuro, lo vio todo. Había estado a punto de acercarse, de enfrentarla, pero se había contenido.

Ver a Marcos llevársela, ver la expresión de dolor en el rostro de Sofía, hizo que el mundo se le cayera encima. El pánico lo inundó. un terror frío y absoluto por la seguridad de ella y de su hijo. Arrancó el coche y lo siguió a una distancia prudente hasta el hospital, con el corazón martillándole contra las costillas. En urgencias, una enfermera llevó a Sofía en una silla de ruedas a una sala de examen. Marco se quedó en la sala de espera, paseándose nerviosamente.

Damián entró en el hospital unos minutos después, con el rostro pálido y tenso. Vio a Marcos y se dirigió directamente hacia él. Marcos lo reconoció por las fotos de las revistas de negocios. ¿Qué hace usted aquí?, preguntó Marcos poniéndose a la defensiva. Es usted, continuó las piezas encajando en su cabeza. El concurso, el edificio, es todo obra suya.

Damián lo ignoró, sus ojos fijos en la puerta por la que había desaparecido Sofía. ¿Cómo está ella? ¿Qué ha pasado? No lo sé. Tuvo un dolor fuerte. Y si es por el estrés que usted le está causando, comenzó a decir Marcos. Su voz llena de acusación. Mire, lo interrumpió Damián, su voz baja y peligrosa.

Ahora mismo lo único que me importa es ella, así que puede ahorrarse sus juicios y decirme si el médico ha dicho algo. En ese momento, un médico salió de la sala de examen. Ambos hombres se giraron hacia él. Familiares de la señora Álvarez. Yo, dijo Damián dando un paso al frente sin dudar. Soy su marido. Marcos lo miró con incredulidad, pero se mantuvo en silencio. Soy el doctor Ramírez, dijo el médico.

La señora Álvarez y el bebé están estables por ahora. Parece ser un caso de estrés agudo que ha provocado contracciones prematuras. Necesita reposo absoluto y, sobre todo, evitar cualquier tipo de tensión o preocupación. Su embarazo ha entrado en una fase delicada.

La mantendremos en observación esta noche, pero la clave ahora es un ambiente tranquilo y sin estrés. Cada palabra del doctor era un martillazo en la conciencia de Damián. Era su culpa. Su acoso, su manipulación, su reaparición en la vida de ella casi le cuesta lo más preciado. Se sentía como el peor de los monstruos. ¿Puedo puedo verla?, preguntó Damián. El médico asintió. Sí, pero solo unos minutos. Está sedada y necesita descansar.

Damián entró en la habitación. Sofía estaba tumbada en la cama, pálida, con una vía intravenosa en el brazo. Un monitor a su lado mostraba el latido rítmico y constante del corazón de su bebé. Era el sonido más hermoso y doloroso que Damián había oído en su vida. Se acercó a la cama, el corazón encogido de culpa y de un amor tan inmenso que lo ahogaba.

le apartó con cuidado un mechón de pelo de la frente. Su piel estaba fría. Sofía susurró su voz rota. Lo siento, Dios, lo siento tanto. Ella abrió los ojos lentamente, la cedación haciéndolos parecer pesados. Lo miró sin expresión. Vete”, murmuró su voz apenas un hilo. “Estás haciéndole daño.

” “No”, dijo él con una desesperación feroz, tomándole la mano a pesar de que ella intentó retirarla. “No me iré. No te dejaré sola otra vez. Cometí el peor error de mi vida, Sofía. Fui un idiota, un ciego, pero ya no. El médico ha dicho que necesitas estar sin estrés y yo me voy a encargar de ello. Me voy a encargar de ti y de nuestro hijo, te guste o no.

Sus palabras, que pretendían ser tranquilizadoras, sonaron como una amenaza, una sentencia. Ella cerró los ojos, demasiado agotada para discutir, pero el miedo volvió a apoderarse de ella. Él no iba a rendirse. Iba a usar esto, su momento de mayor vulnerabilidad para tomar el control.

Al día siguiente, cuando Sofía recibió el alta, Damián la estaba esperando. Marcos también estaba allí con una expresión sombría. “He contratado a la mejor enfermera especializada en embarazos de alto riesgo”, anunció Damián como si fuera un director ejecutivo presentando un plan de negocios. vendrá a tu apartamento todos los días.

También he organizado un servicio de catering para que no tengas que preocuparte por cocinar. Y por supuesto, te pondré un chófer a tu disposición. Sofía lo miró incrédula. No quiero nada de ti, Damián. Quiero que me dejes en paz. Eso no va a pasar, replicó él con una calma de acero. Esto ya no se trata de lo que tú o yo queramos. Se trata de la salud de nuestro hijo y no me arriesgaré a que nada le pase.

El médico dijo, cero estrés y eso es lo que vas a tener, aunque tenga que atarte a la cama yo mismo. Su tono era dominante, el del SEO acostumbrado a dar órdenes, pero bajo la superficie ella pudo ver el miedo en sus ojos. un miedo genuino. “Marcos, llévame a casa, por favor”, dijo Sofía ignorándolo. Marcos asintió, pero Damián se interpusó. “No irá conmigo. Me aseguraré de que llegue segura.

” Hubo un momento de tensión entre los dos hombres, un duelo silencioso. Finalmente, Sofía, sintiéndose demasiado débil para luchar, suspiró con resignación. Está bien. Llévame a casa, Damián. Pero que te quede una cosa clara, esto no cambia nada entre nosotros. El viaje en su lujoso coche fue silencioso y tenso.

Cuando llegaron a su edificio, él la ayudó a salir y la acompañó hasta la puerta de su apartamento. Antes de que ella pudiera abrir, él sacó una llave y abrió la puerta contigua. “Me he mudado al apartamento de al lado”, anunció sin mirarla. Si necesitas algo, cualquier cosa, a cualquier hora, solo tienes que golpear la pared. Sofía se quedó helada. Esto era peor de lo que había imaginado.

No solo había invadido su barrio, sino que ahora era su vecino. Era una ocupación, una toma de control en toda regla. “Estás loco”, susurró ella. Él finalmente la miró y la máscara de SEO se desvaneció, dejando al descubierto al hombre roto que había debajo. Sí, admitió su voz ronca de emoción. Estoy loco. Loco por ti, loco por haberte perdido y loco por este bebé.

No voy a cometer el mismo error dos veces, Sofía. No voy a abandonaros. Voy a estar aquí y voy a demostrarte día tras día que el hombre del que te enamoraste todavía existe en alguna parte, aunque me cueste el resto de mi vida. Con esas palabras entró en su nuevo apartamento, dejándola sola en el pasillo, temblando.

No sabía si era de rabia, de miedo o de la peligrosa y diminuta chispa de esperanza que sus palabras, a pesar de todo, habían encendido en el rincón más profundo de su traicionado corazón. estaba atrapada y la convivencia forzada, la proximidad constante con el hombre que era a la vez la causa de su mayor dolor y el padre del hijo que amaba más que a su propia vida, estaba a punto de comenzar. La convivencia forzada se instaló con la incomodidad de un traje mal ajustado.

Damián cumplió su palabra con una eficiencia casi militar. Por la mañana, un discreto servicio de Catherine dejaba en la puerta de Sofía un desayuno nutritivo diseñado por un nutricionista especializado en embarazos. A las 10 en punto, la enfermera, una mujer mayor llamada Clara, de rostro amable pero firme, llegaba para controlar la tensión de Sofía, asegurarse de que tomaba las vitaminas y de que guardaba el reposo recomendado.

Por la tarde llegaba la cena y Damián en su apartamento contiguo era una presencia constante y silenciosa. Sofía lo oía a través de las paredes, el sonido de sus pasos, el murmullo de sus llamadas de negocios, el tintineo del hielo en un vaso por la noche. Cada sonido era un recordatorio de que él estaba allí, a solo unos metros, vigilando, esperando. Al principio, Sofía intentó ignorarlo.

Mantenía sus puertas cerradas apenas salía y cuando lo hacía, era con Elena o Marcos como si necesitara escudos humanos. rechazaba todos sus intentos de comunicación. Cuando él le dejaba una nota bajo la puerta preguntando si necesitaba algo de la tienda, ella no respondía.

Cuando él se cruzaba con ella en el pasillo y le preguntaba cómo se sentía, ella respondía con un monosílabo y seguía su camino. Era una guerra fría, silenciosa, librada en el pequeño pasillo que separaba sus apartamentos. Elena era su principal aliada en esta resistencia. ¿Cómo puede soportarlo? Le preguntó un día mientras la ayudaba a organizar la ropa del bebé que habían comprado.

Es como si te hubiera puesto en una prisión de cinco estrellas. Sofía suspiró doblando una diminuta camiseta. No lo sé. Intento centrarme en el bebé en que solo faltan unas semanas. Pero es agotador, Elena. Sentir su presencia constantemente es como tener una herida que no para de rozarse contra la ropa.

“Pues tienes que ser fuerte”, la animó su amiga. “No dejes que te gane por agotamiento.” Él tomó su decisión hace meses. No puede simplemente aparecer y jugar al padre preocupado ahora que le conviene. Marcos también se convirtió en una fuente de apoyo. visitaba a Sofía con regularidad, llevándole libros de arquitectura para mantenerla ocupada, contándole los progresos del concurso.

“Por cierto, retiré nuestra propuesta”, le confesó un día con cierta vergüenza. “Tenías razón, Sofía. Había algo raro. Investigué un poco y vi la conexión entre la empresa patrocinadora y las industrias Solano. Me siento como un idiota por no haberme dado cuenta. Sofía le dirigió una mirada agradecida. Gracias, Marcos.

Sé que era una gran oportunidad para ti. Él se encogió de hombros. Hay oportunidades que no valen el precio que hay que pagar. Y no me gustaba nada la idea de que ese tipo estuviera metiendo las narices en mi empresa y en tu vida. Marcos empezó a llevarle la compra, a pasear con ella por la playa durante los cortos periodos que el médico le permitía, e incluso se ofreció a llevarla a su próxima cita prenatal.

No quiero ser una molestia, Marcos, dijo ella. No eres ninguna molestia, respondió él con su sonrisa fácil. Somos amigos, ¿no? Desde el otro lado de la calle, sentado en su coche con las ventanas tintadas, Damián no observaba todo. Cada sonrisa que Marcos le dedicaba a Sofía, cada vez que le tocaba el brazo de forma casual, cada risa que compartían era como un cuchillo retorciéndose en sus entrañas. Los celos se habían convertido en un monstruo voraz dentro de él.

Sabía que no tenía derecho, pero la lógica era inútil contra la emoción cruda que sentía al ver a otro hombre cuidando de la mujer y el hijo que él había despreciado. Una tarde vio a Marcos ayudando a Sofía a subir la compra.

Vio como Marco se inclinaba para decirle algo al oído y Sofía se reía, una risa genuina y feliz que Damián no había oído en casi un año. Fue la gota que colmó el vaso. Esperó a que Marco se fuera y un minuto después llamó a la puerta de Sofía. Ella abrió sorprendida de verlo allí de pie en su umbral. ¿Qué quieres, Damián? Su voz era fría. Necesito hablar contigo dijo él. su propia voz tensa.

No tengo nada que hablar contigo intentó cerrar la puerta, pero él puso una mano para detenerla. Por favor, Sofía. 5 minutos. Ella dudó, pero vio algo en sus ojos, una desesperación cruda que la hizo ceder. Lo dejó pasar, pero se quedó de pie junto a la puerta cruzada de brazos.

Sé que lo que voy a decirte sonará hipócrita, que no tengo ningún derecho, pero no puedo no decirlo. Comenzó Damián paseando por la pequeña sala, demasiado grande y enérgico para el espacio. Ese tipo, Marcos, no me gusta que esté tan cerca de ti. Sofía lo miró incrédula y entonces la incredulidad dio paso a una risa amarga. No te gusta.

¿Estás bromeando, Damián? ¿Vienes a mi casa a decirme quién puede y quién no puede ser mi amigo? No es tu amigo, Sofía. Se ve a la leggua que está interesado en ti y que si lo está, replicó ella, su voz subiendo de volumen. Es un hombre bueno, amable y decente, todo lo que tú no fuiste. Me ha ayudado, me ha apoyado, ha estado ahí para mí cuando no tenía a nadie.

¿Y tú? ¿Dónde estabas tú mientras yo intentaba averiguar cómo iba a pagar el alquiler y la comida? ¿Dónde estabas cuando tenía miedo por la noche? Estabas en tu yate celebrando con tus modelos, así que no te atrevas a venir aquí a hablarme de Marcos. No tienes ningún derecho. Cada palabra lo golpeaba con más fuerza que la anterior.

Se quedó callado, absorbiendo su furia, porque sabía que se la merecía toda. Cuando ella terminó respirando con dificultad, él se acercó a ella lentamente. “Tienes razón”, dijo en voz baja. Su propia ida desaparecida, reemplazada por una vulnerabilidad total. Tienes toda la razón y lo odio. Odio que él te haya dado todo lo que yo debería haberte dado.

Odio verlo sonreírte de esa manera y lo odio porque estoy muerto de celos, Sofía. Celoso de él, celoso de la vida que podrías tener una vida feliz sin mí. La sinceridad en su voz la desarmó. No esperaba esa confesión. Esperaba arrogancia, exigencias, no una admisión de debilidad tan cruda.

El silencio se instaló entre ellos, cargado de casi un año de dolor, malentendidos y palabras no dichas. El aire se sentía espeso, vibrante. Se miraron a los ojos y por primera vez desde su reencuentro no había solo ira y culpa entre ellos. Había algo más. El fantasma del amor que una vez compartieron.

Damián levantó una mano dudando por un momento y luego con una delicadeza infinita le rozó la mejilla con los nudillos. “Aún te amo, Sofía”, susurró su voz rota. “Sé que he destruido cualquier posibilidad. Sé que es demasiado tarde, pero nunca he dejado de amarte ni un solo día.” Una lágrima solitaria se deslizó por la mejilla de Sofía. No por pena, sino por la abrumadora tristeza de lo que habían perdido.

No se apartó de su toque. Estaban tan cerca que ella podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, oler su colonia familiar, esa mezcla de sándalo y cítricos que una vez la había vuelto loca. Sus ojos se desviaron hacia los labios de él y su respiración se atascó en su garganta.

Damián se inclinó lentamente, dándole todo el tiempo del mundo para que se apartara, pero ella no se movió. Se quedó allí paralizada por una mezcla de anhelo y traición, y entonces sus labios se encontraron. El beso no fue como los de antes, no era apasionado ni juguetón. Estaba cargado de arrepentimiento, de dolor y de un anhelo tan profundo que dolía.

Era un beso salado por las lágrimas silenciosas de ambos, un beso que pedía perdón, un beso que lo decía todo. Él la atrajó hacia sí, su mano ahuecando su nuca, mientras la otra mano se posaba con una reverencia casi sagrada en su vientre embarazado. En ese momento, Damián sintió el movimiento de su hijo contra su palma. Un pequeño aleteo, una patada. Su corazón se detuvo.

Abrió los ojos y miró a Sofía. su propia mirada reflejando asombro y una emoción tan pura que la dejó sin aliento. Se separó de ella con la frente apoyada en la suya, su mano todavía en el vientre de ella. “Se ha movido”, susurró como si hubiera presenciado un milagro. Sofía sintió las lágrimas ahora corriendo libremente. Fue el momento de conexión más profundo que habían compartido en meses.

Una conexión a través del hijo que los había separado y que ahora quizás podría volver a unirlos. Pero la realidad volvió a estrellarse contra ellos tan rápido como había desaparecido. Sofía dio un paso atrás, apartándose de su calor, sintiéndose expuesta y confundida. El beso la había sacudido hasta la médula.

despertando sentimientos que había intentado enterrar bajo capas de resentimiento. “¿Por qué, Damián?”, preguntó su voz un susurro roto. “Si me amabas, ¿por qué hiciste lo que hiciste?” La pregunta que había estado suspendida entre ellos durante 8 meses. Damián pasó una mano por su cabello, la agonía grabada en su rostro. “Porque soy un idiota”, dijo sin rodeos. Porque el miedo a fracasar, a defraudar el legado de mi padre me cegó.

Creí que la empresa era lo único que definía quién era yo. Pensé que el éxito era lo único que importaba y en esa estupidez sacrifiqué lo único que realmente tenía valor. A ti y a él, señaló el vientre de ella. Me he pasado cada día desde entonces lamentándolo. Sofía, si pudiera volver atrás. Si pudiera cambiar esa noche, quemaría mi empresa hasta los cimientos sin pensarlo dos veces, con tal de recuperarte.

Sus palabras eran todo lo que ella había anhelado oír durante meses, pero oírlas ahora era casi más doloroso. No puedes cambiar el pasado, Damián. No, asintió él, pero puede intentar construir un futuro. Déjame demostrártelo. No te pido que me perdones ahora. Sé que es imposible.

Solo te pido una oportunidad, una oportunidad para ser el padre que nuestro hijo se merece y quizás algún día una oportunidad para volver a ser el hombre del que te enamoraste. Justo en ese momento, la enfermera Clara llegó para su visita diaria. Su aparición rompió la burbuja de intensidad que los rodeaba. Sofía, agradecida por la interrupción, usó la excusa para poner fin a la conversación.

Tengo que descansar”, dijo sin mirarlo. Damián entendió, asintió, le dirigió una última mirada llena de súplica y se fue. Sofía se quedó temblando con una mano en sus labios. El sabor de él todavía allí. El beso lo había complicado todo. Ya no era tan fácil odiarlo. Ya no era una lucha de blanco y negro, de víctima y villano. La línea se había difuminado.

En los días siguientes, Damián cambió de táctica. La vigilancia autoritaria fue reemplazada por una presencia amable y servicial. dejó de usar chóferes e intermediarios y empezó a hacer las cosas el mismo. Una mañana la llamó a la puerta con una caja de fresas frescas. “Sé que son tus favoritas”, dijo simplemente y se fue.

Otro día notó que la bombilla del porche se había fundido. 5 minutos después apareció con una escalera y una bombilla nueva y la cambió sin decir una palabra. empezó a hablarle no sobre ellos, sino sobre cosas triviales, el tiempo, una noticia que había leído, el trabajo. Le contó que había delegado la mayor parte de sus responsabilidades en la empresa para poder estar allí.

Le habló de su padre, de la presión que siempre había sentido por estar a la altura de sus expectativas. Lentamente, metódicamente, estaba derribando sus defensas. le estaba mostrando al hombre que había bajo la armadura de Seo, el hombre que ella había amado una vez. Sofía se encontraba a sí misma esperándolo, anticipando esas pequeñas interacciones.

La situación seguía siendo incómoda, pero el miedo y la rabia estaban siendo reemplazados por una confusa mezcla de viejos sentimientos y una nueva curiosidad. Un día, a pocas semanas de la fecha prevista del parto, Sofía estaba montando la cuna que Elena le había regalado. Las instrucciones eran confusas y las piezas parecían no encajar. Se sentía frustrada y a punto de llorar.

La puerta de su apartamento estaba entreabierta para que entrara la brisa. Damián al pasar la vio luchando con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo. Llamó suavemente. ¿Necesitas ayuda con eso? Sofía quiso decir que no por puro orgullo, pero estaba cansada y abrumada. Suspiró. No entiendo estas malditas instrucciones. Damián sonrió.

Déjame intentarlo. Monté muchos muebles en mi época de estudiante. Entró y se puso a trabajar. Mientras él montaba la cuna, charlaban. Él le contó anécdotas divertidas de sus torpes intentos de ser humanitas. Ella se encontró riéndose, una risa relajada y genuina.

Durante una hora no fueron el exmarido traidor y la exesposa herida. Solo eran dos personas montando una cuna para su bebé. Cuando terminó, la cuna estaba perfecta y sólida. “Gracias, Damián”, dijo ella sinceramente. “De nada”, respondió él limpiándose el polvo de las manos. Se quedó mirando la cuna un momento y una expresión de infinita tristeza cruzó su rostro.

“Casi me pierdo esto”, dijo en voz baja. “Más para sí mismo que para ella. Casi me lo pierdo todo. Sofía sintió una punzada de compasión. En ese momento no vio al poderoso SEO, sino un hombre atormentado por sus errores, desesperado por tener una segunda oportunidad. se acercó y por instinto le puso una mano en el brazo.

“Aún estás a tiempo”, dijo ella en voz baja. Él la miró sorprendido por su gesto. Sus ojos se llenaron de una esperanza tan intensa que casi dolía mirarla. Pero antes de que pudiera decir nada, el teléfono de Sofía sonó. Era Elena. Su voz sonaba alterada, urgente. Sofía, tienes que poner las noticias. Canal 7.

Ahora confundida, Sofía encendió el pequeño televisor de su sala. Un reportero de investigación estaba de pie frente al edificio de la naviera Solano. La cara de Ricardo Montenegro apareció en la pantalla con un gesto de furia. El titular en la parte inferior de la pantalla lo decía todo.

Escándalo en Aviera Solano, filtraciones, sabotaje y una guerra sucia. El reportero comenzó a hablar. Fuentes internas nos han proporcionado pruebas irrefutables de que el intento de adquisición hostil de la naviera solano por parte del consorcio marítimo global el año pasado fue el resultado de un sabotaje deliberado. Tenemos correos electrónicos y grabaciones que demuestran que Ricardo Montenegro pagó a un ejecutivo de alto nivel de la empresa japonesa del señor Isikaba para que le aconsejara cancelar su alianza estratégica con Solano, usando como excusa el embarazo de la

entonces esposa del CEO Damián Solano. Sofía se quedó helada, su mano todavía en el brazo de Damián. se giró para mirarlo. Él estaba pálido, con la mandíbula apretada, sus ojos fijos en la pantalla, una expresión de comprensión y furia helada extendiéndose por su rostro. No fue una filtración al azar de un topo, fue un ataque calculado.

Ricardo Montenegro no solo había intentado arruinar su negocio, sino que había usado la noticia más personal y sagrada de sus vidas como arma para destruirlos. Toda la base sobre la que Damián había tomado su terrible decisión, todo el pánico y la presión habían sido fabricados por su rival. La verdad, al fin revelada era mucho más fea y cruel de lo que ninguno de los dos había imaginado.

Se miraron y en esa mirada compartida de Sok y horror se dieron cuenta de que ambos habían sido víctimas de una manipulación mucho más grande y que la guerra por el legado de Solano les había costado mucho más que un negocio. Casi les cuesta su familia.

Y ahora, con esa verdad explosiva entre ellos, la verdadera batalla estaba a punto de comenzar. La revelación en las noticias dejó la pequeña sala en un silencio sepulcral, solo roto por la voz del reportero detallando la elaborada red de mentiras de Montenegro. Sofía retiró su mano del brazo de Damián sintiendo un escalofrío. Toda su vida, su matrimonio, se había derrumbado sobre una mentira.

Una mentira cruel orquestada por un hombre sin escrúpulos. Pero aunque la causa externa de la presión ahora tenía un nombre y un rostro, no borraba la elección que Damián había hecho. Él se giró hacia ella, sus ojos azules ardiendo con una mezcla de ira por la traición de Montenegro y un dolor renovado por su propia falta de fe. “Sofía, yo no tenía ni idea”, dijo su voz ronca.

Creí que la presión era real. El pánico fue genuino, pero eso no es excusa. Debería haber confiado en nosotros. Debería haber luchado por ti, por nuestro hijo, en lugar de ceder. Fuiste su peón, Damián, susurró Sofía. Más para sí misma que para él. Te manipuló. jugó con tu mayor miedo, el de fallarle a tu padre, y tú caíste directamente en su trampa.

Hubo un momento de conexión extraña entre ellos, ya no como adversarios, sino como dos sobrevivientes de un naufragio, que finalmente entendían la verdadera naturaleza de la tormenta que los había hundido. La rabia de Sofía hacia Damián se vio mitigada por un atisbo de compasión. había sido manipulado, presionado hasta el límite.

Y aunque su elección final fue imperdonable, ahora entendía el por qué. Damián cogió su teléfono, su rostro transformado en una máscara de hielo y determinación. El SEO implacable había regresado, pero esta vez su furia no estaba dirigida a ella. va a pagar por esto, Siseo. Voy a destruirlo, no solo por mi empresa, sino por lo que nos hizo, por cada lágrima que derramaste, por cada noche que pasaste sola.

Hizo una llamada a su equipo legal. Sus órdenes eran cortantes y precisas. Quiero una demanda que lo entierre. Quiero una investigación criminal. Usen las pruebas de las noticias, encuentren más. Quiero que Ricardo Montenegro pierda hasta el último céntimo de su nombre y su fortuna.

La ferocidad con la que la defendía ahora, con la que defendía el honor de la familia que él mismo había estado dispuesto a sacrificar, era a la vez impresionante y desgarradora. Era el hombre del que se había enamorado, el luchador, el protector, el hombre que había echado de menos desesperadamente durante los últimos 8 meses. En los días siguientes, el escándalo explotó. Las acciones de la empresa de Montenegro se desplomaron.

El señor Isikicava, furioso por haber sido utilizado, emitió una declaración pública de apoyo a Damián y anunció planes para una colaboración aún mayor con Aviera Solano. El imperio de Damián no solo estaba seguro, sino que se había fortalecido. La victoria, sin embargo, se sentía hueca para Damián.

La noticia lo había exonerado a los ojos del mundo de los negocios, pero no a sus propios ojos. Se dio cuenta de que incluso sin la manipulación de Montenegro, su propia debilidad había sido el verdadero catalizador de la ruptura. Podría haber luchado, podría haber buscado otra solución, podría haber elegido a su familia por encima de todo.

Dejó que sus abogados se encargaran de la carnicería legal y se centró por completo en Sofía. Su fecha de parto se acercaba rápidamente y la tensión, a pesar de todo, estaba aumentando. Una noche, mientras una tormenta de verano azotaba la costa, la electricidad se fue. El apartamento de Sofía quedó a oscuras y un trueno cercano la hizo saltar de miedo. Inmediatamente hubo un golpe en su puerta.

Era Damián sosteniendo una linterna. ¿Estás bien? preguntó su rostro preocupado visible en el as de luz. Ella asintió, aunque estaba temblando ligeramente. Entra. No quiero estar sola. Se sentaron en el sofá a la luz de las velas que Damián había traído. La tormenta rugía fuera, pero dentro se sentían extrañamente seguros, aislados del resto del mundo.

“Solíamos hacer esto cuando éramos novios”, dijo Sofía en voz baja. “Apagones en tu viejo apartamento. Pedíamos pizza y nos contábamos historias de miedo.” Damián sonrió con tristeza. Lo recuerdo. Tú siempre te asustabas y te escondías bajo mi brazo. Se quedaron en silencio por un momento, perdidos en el recuerdo.

Lo hecho de menos, Sofi, admitió él, su voz apenas un susurro por encima de la lluvia. Echo de menos la facilidad, la risa, lo echo de menos todo, sobre todo a ti. Sofía lo miró, el juego de luces y sombras de las velas suavizando sus rasgos. Yo también”, confesó ella, la palabra saliendo antes de que pudiera detenerla. Era la verdad.

Podía negarlo, podía luchar contra ello, pero una parte de ella todavía lo amaba. Todavía anhelaba la vida que habían tenido antes de que todo se rompiera. En ese momento de vulnerabilidad se acercaron. Damián le tomó la mano entrelazando sus dedos con los de ella. Te juro, Sofía, que si me das otra oportunidad, pasaré cada día de mi vida compensándote por el dolor que te he causado.

Dejaría la empresa mañana si me lo pidieras. Nada me importa más que tú y nuestro hijo. Absolutamente nada. Justo cuando ella iba a responder, un dolor agudo, mucho más fuerte que antes, la recorrió. Soltó un grito ahogado y se agarró el vientre. Damián, creo, creo que es la hora. El pánico se apoderó de los ojos de Damián por un segundo, pero luego la determinación lo reemplazó.

Se había preparado para ese momento. Está bien, respira. Todo está bien, te tengo. Le dijo con una calma que la sorprendió y la tranquilizó. Con una eficiencia increíble. la levantó en brazos con cuidado, agarró la bolsa del hospital que ella había preparado junto a la puerta y la llevó a través de la tormenta hasta su coche.

Durante todo el trayecto hasta el hospital, mientras conducía con cuidado por las calles inundadas, le mantuvo una mano en el brazo, hablándole, tranquilizándola, contándole historias, recordándole que respirara. En ese momento de caos, él era su roca, su ancla. En el hospital todo fue un torbellino de enfermeras y médicos. Damián no se apartó de su lado ni un segundo. Se negó a que lo sacaran de la sala de partos.

Le sostuvo la mano, le secó el sudor de la frente y le susurró palabras de aliento y amor. Y cuando, al amanecer, con los primeros rayos de sol filtrándose por la ventana después de la tormenta, el llanto de un bebé sano y fuerte llenó la habitación. Damián y Sofía lloraron juntos. sus lágrimas de alegría y alivio mezclándose.

La enfermera les entregó a su hijo un pequeño bulto envuelto en una manta azul. Es un niño”, dijo sonriendo. Sofía lo tomó en sus brazos, abrumada por un amor tan feroz que le robó el aliento. Damián se inclinó sobre ellos con una mano temblorosa acariciando la cabeza de su hijo. Era perfecto. 10 dedos, 10 dedos de los pies y un mechón de pelo oscuro, igual que el suyo.

“Se parece a ti”, susurró Sofía, exhausta pero radiante. “Tiene tus ojos, respondió Damián. su voz quebrada por la emoción. En ese momento, mirándola a ella, tan fuerte y hermosa, y a su hijo, la prueba viviente de su segunda oportunidad, Damián sintió que su corazón, que había estado roto y vacío durante tanto tiempo, volvía a estar completo.

Pasaron los siguientes días en el hospital en una burbuja de felicidad y agotamiento. Damián se encargó de todo, atendió todas las llamadas, gestionó las visitas y se aseguró de que Sofía tuviera todo lo que necesitaba. se quedaba a dormir en un incómodo sillón junto a su cama, negándose a irse a casa. Sofía lo observaba mientras él cambiaba torpemente el primer pañal de su hijo, mientras le cantaba en voz baja para dormirlo, mientras simplemente lo sostenía y lo miraba con una adoración que ella reconocía en su propio corazón, vio al padre que su hijo se merecía, al hombre por el que siempre había sabido que podía convertirse.

Cuando llegó el momento de volver a casa, fue Damián quien los llevó no a su pequeño apartamento en la costa, sino al ático que una vez habían compartido. ¿Qué estamos haciendo aquí?, preguntó ella con cautela. Damián apagó el motor y se volvió hacia ella. Nuestro hijo merece crecer en un hogar, Sofía, con sus dos padres.

Te compré el edificio de apartamentos para asegurarme de que estuvieras a salvo, pero nunca quise que esa fuera tu jaula. Quiero que este sea nuestro hogar de nuevo, si tú quieres. La miró con el corazón en la mano. Sé que un bebé no arregla el pasado, pero quizás quizás pueda ser el comienzo de nuestro futuro. He vendido la mayoría de mis acciones en la empresa, Sofi.

Me he quedado con un puesto en el consejo, pero he dejado el cargo de SEO. He comprendido demasiado tarde que mi legado no está en un edificio de oficinas ni en un balance financiero. Mi legado es él, dijo mirando al bebé dormido en el asiento trasero. Y eres tú. Sofía lo miró viendo la sinceridad y el arrepentimiento en cada línea de su rostro.

Vio al hombre que había desafiado una tormenta por ella, que se había enfrentado a un escándalo por ella, que estaba dispuesto a renunciar a su imperio por ella. El amor que había intentado sofocar floreció de nuevo, más fuerte y maduro que antes, forjado en el dolor y la separación. “Le pondremos Nicolás”, dijo ella en voz baja. “Nicolás Solano.

” Él la miró conteniendo la respiración. Ella sintió una pequeña sonrisa formándose en sus labios. “Sí, Nicolás Solano. Y sí, Damián, volvamos a casa.” La alegría que iluminó el rostro de Damián fue más brillante que cualquier éxito empresarial. La ayudó a salir del coche y juntos, llevando a su hijo, entraron en el edificio, no como dos extraños rotos, sino como una familia.

Dispuesta a reconstruir su vida sobre los cimientos de un amor que había sobrevivido al peor de los errores. La vida no fue perfecta de la noche a la mañana. La reconstrucción de la confianza fue un proceso lento, lleno de conversaciones difíciles y cicatrices que se reabrían, pero lo afrontaron juntos. Damián le demostró cada día con acciones, no solo con palabras, que había cambiado.

Se convirtió en un padre práctico, levantándose por la noche, cambiando pañales, aprendiendo a ser el compañero que ella siempre había necesitado. Dos años después, en el primer cumpleaños de su segundo hijo, una niña llamada Valentina, la familia Solano estaba reunida en el jardín de su casa. Sofía observaba a Damián jugando con Nicolás, lanzándolo al aire mientras el pequeño reía a carcajadas.

Sostenía a Valentín en sus brazos, sintiendo una paz y una felicidad que una vez creyó perdidas para siempre. Damián se acercó a ella y la besó suavemente, un beso lleno de amor, gratitud y promesas cumplidas. Él abandonó a la mujer que amaba y a su hijo no nacido por una ambición ciega, creyendo que la única herencia que importaba era la de los negocios.

Pero cuando el destino lo enfrentó a la verdad, se dio cuenta de que casi pierde su verdadero legado. La historia de Damián y Sofía es un poderoso recordatorio de que los imperios se construyen y se destruyen, pero el amor de una familia, si se cuida, es eterno. El arrepentimiento puede ser una prisión o puede ser el catalizador del cambio más profundo.

Para Damián fue el fuego que quemó al SEO despiadado para dar a luz al esposo y padre que siempre debió ser, demostrando que las segundas oportunidades más valiosas no son las que recuperan lo que perdimos, sino las que nos transforman en quienes realmente estamos destinados a ser.