Novia por correspondencia que rechazó a un ranchero robusto, hasta que su hermana ocupó su lugar en la hacienda
Imagina una mañana en la frontera indómita, donde el sol naciente tiñe de oro los campos y la promesa de un futuro mejor se mezcla con el polvo áspero del Viejo Oeste. En ese escenario de leyendas y secretos, los vínculos de familia se ven sometidos a duras pruebas. Así comienza la historia de dos hermanas cuyos caminos se cruzan en una lejana hacienda, cuando la negativa de una novia por correspondencia desata una serie de engaños, corazones desgarrados y decisiones imposibles.
Harriet Edgewater, una joven de figura delgada y 21 años, se encuentra en el antiguo escritorio de caoba de su padre dentro del estrecho estudio de la casa en Filadelfia. Sus dedos, manchados de tinta, golpean suavemente sobre la superficie brillante. La luz del invierno entra por la ventana, iluminando partículas de polvo suspendidas en el aire inmóvil. El olor a carbón consumido y té rancio impregna la estancia. Desde la cocina, su madre evita mirarla directamente. La familia está al borde de la bancarrota tras la enfermedad del padre, y Harriet sabe que el aviso de desalojo llegará pronto. Movida por la desesperación, responde a un anuncio de un ranchero del Oeste que promete estabilidad y un nuevo comienzo para una esposa adecuada.
Ese ranchero se llama Caldwell Bowmont, hombre cuya fama es tan grande como las Montañas Rocosas y con una presencia igualmente imponente. Algunos lo apodan “el Ranchero Gordo”, pero la carta que Harriet recibe de él irradia una calidez inesperada y una humildad sincera. Su padre le aconseja: “Quizá no sea el marido que soñaste, Harriet, pero podría ser la única forma de salvarnos”. A pesar de los prejuicios, en el corazón de Harriet brota una chispa de esperanza: ¿sería Caldwell un hombre noble? ¿Podría hallarse allí una aventura, incluso amor? Con esas dudas y anhelos, decide enviarle una respuesta afirmativa.
Las semanas siguientes se consumen en preparativos apresurados. Harriet vende la mayoría de sus objetos personales para costear el pasaje en tren. El día de la partida, en la estación, su hermana menor Lucy —de ojos grandes y cabello castaño brillante— le aprieta con fuerza las manos que tiemblan. Lucy, siempre alegre y soñadora, le susurra: “¿De verdad estás convencida? ¿Casarte con alguien a quien no conoces?”. Harriet fuerza una sonrisa melancólica: “No tenemos otra opción”. Entre abrazos de sus padres y su amiga Emma, la despedida está cargada de lágrimas. Mientras el tren arranca, Harriet siente nostalgia y temor. ¿Hallará bondad y ternura en aquellas tierras lejanas? No imagina que su elección unirá para siempre el destino de las dos hermanas.

El trayecto dura catorce días. Harriet soporta vagones abarrotados, comida dura y rostros extraños que persiguen fortuna. Aun así, se maravilla con la amplitud de las praderas y los rebaños de bisontes. Finalmente, arriba a Cheyenne, un pueblo bullicioso de vaqueros y comerciantes. El olor a estiércol mezclado con polvo la sacude, pero lo asume como parte del cambio de vida. Espera a Caldwell en la estación, pero confunde a otro pasajero antes de que aparezca un hombre bajo y corpulento que se presenta como Bartholomew O’Connell, capataz del rancho. Explica que Caldwell no pudo acudir por estar en una reunión y lo envió a recogerla.
El viaje en diligencia hacia el rancho Circle B es largo y agotador. Al llegar, Harriet contempla una extensión enorme de praderas, corrales y una casona blanca erguida sobre una colina. La magnitud del lugar la impresiona. Caldwell la recibe en el porche: es un hombre de gran tamaño, con vientre abultado y ojos azules de mirada franca. Su trato resulta cordial, lo que despierta un alivio momentáneo en Harriet. Caldwell la guía con orgullo por los establos, los pastizales y la hacienda, relatando sus logros con detalle. Ella responde con educación, pero una inquietud persiste en su pecho: ¿podrá entregar su vida a un hombre al que apenas conoce, sin amor previo que los una?
Esa noche, Harriet no duerme. Al amanecer, Caldwell la invita a conversar en el porche. Él le explica que busca una compañera para compartir las alegrías y penas del Oeste. Le propone casarse en un mes, pero Harriet pide tiempo. Caldwell acepta, mostrando vulnerabilidad por su tamaño y reputación. Harriet promete intentar ver su verdadero carácter.
En los días siguientes, Harriet se adapta, conoce a los empleados, aprende sobre el negocio y comparte té con Caldwell. Él es respetado y paciente, pero Harriet no siente romance. Escribe cartas a su familia, ocultando sus dudas. Una semana después, Caldwell le pide una decisión. Harriet, abrumada, rechaza la propuesta entre lágrimas. Caldwell se marcha dolido, pero le permite quedarse en la casa y ofrece pagar su regreso si decide irse. Harriet se siente culpable y sola.
Esa noche, escribe a Lucy, confesando sus dudas y pidiendo consejo: ¿debería intentar amar a Caldwell o regresar derrotada? Bartholomew la anima a dar una oportunidad, pero el conflicto la consume. ¿Puede rechazar la salvación de su familia? ¿Puede resignarse a un matrimonio sin amor?
Días después, Harriet intenta disculparse con Caldwell, quien le responde con frialdad pero generosidad. La tensión entre ambos es palpable. Harriet espera la respuesta de Lucy, temiendo su juicio. Cuando llega la carta, Lucy la consuela y le aconseja no forzarse a amar. La madre, preocupada, tampoco quiere que Harriet se sacrifique por ellos. Pero Lucy propone una idea audaz: si Harriet no puede casarse, ella podría viajar al Oeste y conocer a Caldwell. Harriet, sorprendida, ve una esperanza en la propuesta.
Dos semanas después, Lucy llega a Cheyenne, emocionada y decidida. Harriet la recibe entre lágrimas y risas. Lucy explica que desea conocer a Caldwell y, si hay conexión, casarse por el bien de la familia. Harriet advierte sobre la dificultad del papel de novia por correspondencia, pero Lucy está dispuesta a intentarlo.
En el rancho, Harriet presenta a Lucy a Caldwell, quien se muestra incómodo ante la situación. Harriet le explica que Lucy es sincera y valiente. Caldwell, sorprendido, permite que Lucy permanezca y conozca el rancho, aunque no promete nada. Lucy se instala en la habitación de Harriet, quien se siente desplazada y celosa al ver cómo Lucy se adapta y encanta a todos.
Lucy y Caldwell se acercan: pasean por el río, hablan del rancho y la vida en la frontera. Lucy aprende a disparar bajo la tutela de Caldwell. Harriet observa desde lejos, sintiendo alivio por la seguridad familiar, pero también arrepentimiento y temor por los peligros que acechan.
Un día, Harriet encuentra una carta secreta en el escritorio de Caldwell, escrita por Ofilia Farnsworth, una antigua prometida. La carta revela amenazas y chantajes relacionados con los derechos minerales del rancho y advierte sobre violencia. Harriet comprende que Caldwell guarda secretos y que Lucy podría estar en peligro. Decide vigilar y buscar más información antes de alertar a Lucy.
Bartholomew le cuenta a Harriet sobre Zebediah Gley, un vecino rival que quiere los derechos minerales. Harriet teme por la seguridad de Lucy y Caldwell. Lucy, ajena al peligro, sigue disfrutando de la vida en el rancho. Caldwell parece más tenso, vigilando el horizonte.
Lucy y Caldwell se comprometen. Harriet, entre alegría y tristeza, les da su bendición. Pero advierte a Lucy sobre el conflicto con Gley. Lucy promete estar alerta.
Harriet recibe una carta de Addison Pratt, amigo de la familia y ex policía, quien recomienda reunir documentos legales y buscar ayuda del sheriff Wyatt Herp en Cheyenne. Harriet decide prepararse para pedir ayuda si la situación empeora.
Tres días antes de la boda, ocurre un incendio en la cerca sur del rancho. Todos luchan para apagarlo; Harriet sospecha que es obra de Gley. Caldwell contrata guardias y prepara un juez local para la boda. Lucy insiste en seguir adelante, sin dejarse intimidar.
El día de la boda, Harriet ayuda a Lucy a vestirse. Lucy luce radiante con flores silvestres en el cabello. Caldwell espera en el porche, elegante y emocionado. El capataz toca el violín y los empleados observan en silencio. El predicador se retrasa, pero deciden intercambiar votos. Lucy y Caldwell se prometen amor y respeto. Los presentes aplauden discretamente. Harriet se promete proteger a Lucy de cualquier amenaza.
De repente, Gley aparece con hombres armados, interrumpiendo la celebración y amenazando a Caldwell. Lucy lo enfrenta con valentía. Los empleados rodean a Gley, quien promete volver. La tensión es máxima. Harriet recuerda el consejo de Addison y decide buscar a Wyatt Herp.
Harriet viaja a Cheyenne y solicita ayuda al sheriff. Herp promete intervenir en dos días. Harriet espera en la ciudad, temiendo por su hermana.
Herp llega al rancho con hombres armados. Esa noche, estalla un tiroteo: los hombres de Gley atacan, pero Herp y Caldwell resisten. Gley intenta disparar a Caldwell, pero Lucy, desde el porche, dispara y lo distrae. Herp lo detiene y lo arresta. El peligro ha pasado.
La calma regresa al rancho. Gley es juzgado y condenado. Lucy y Caldwell, fortalecidos por la adversidad, encuentran felicidad y respeto. Harriet, orgullosa y aliviada, decide regresar a Filadelfia. Caldwell asegura la deuda familiar y promete cuidar de ellos como familia.
Harriet se despide entre abrazos y lágrimas. Regresa a casa, donde la salud de su padre mejora y las deudas desaparecen. Recibe cartas de Lucy, llenas de alegría y proyectos. Harriet encuentra su vocación como maestra y, aunque no se casó en la frontera, halla un nuevo comienzo.
Una noche, Harriet escribe a Lucy: “La vida es extraña y hermosa. Tú, esposa de un ranchero, yo, en paz en la ciudad. El viento del Oeste aún me llama, y extraño tu risa. Escribe pronto con noticias de un sobrino.”
Así termina la historia de dos hermanas, de resiliencia, amor y redención. El destino puede cambiar con una sola decisión, y el coraje se alza cuando la familia está en juego. Si te conmovió el dilema de Harriet, la valentía de Lucy y el espíritu de Caldwell, comparte esta historia. Porque bajo el cielo más amplio, la esperanza siempre puede florecer.
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