El Corazón del Gorila

 

El cuidador Diego Vargas estaba desesperado. Hacía tres meses que su antiguo tratador, Luis, había desaparecido sin dar explicaciones, y desde entonces nadie más conseguía acercarse al gorila emperador sin recibir una reacción violenta. El animal de casi 200 kg se había convertido en un peligro en el zoológico San Benito en Cali, Colombia.

Fue entonces cuando apareció el niño Samuel. Tenía solo 5 años y llegó una mañana de martes traído por la asistente social de la ciudad. Era hijo de la prima lejana de la fallecida esposa de Diego y no tenía a nadie más en el mundo. El cuidador dudó en recibir al niño, pero su empleada doméstica, Doña Sofía, una señora de 62 años que cuidaba la casa desde hacía más de 15, insistió en que el niño se quedara.

“Este pequeño no tiene a dónde ir, don Diego”, argumentó Sofía mientras preparaba un plato de comida para Samuel. “La señora Alejandra siempre decía que familia es familia, no importa cuán lejana sea.”

Diego resopló, pasándose la mano por el cabello canoso. A sus 58 años, había perdido a su esposa hacía dos años por una enfermedad del corazón y desde entonces vivía solo para el trabajo en el zoológico. La idea de cuidar a un niño lo asustaba más que cualquier gorila bravo. “No sé nada sobre criar niños, Sofía. Aquí no es lugar para un niño.”

“Tonterías”, replicó la empleada, poniendo las manos en la cintura. “Este zoológico ya ha visto nacer y crecer a mucha gente buena. El niño se adaptará.”

Samuel comió en silencio, sus ojos castaños observando todo a su alrededor con curiosidad. Era un niño delgado con cabello castaño desordenado y ropa sencilla que ya le quedaba pequeña. No hablaba mucho, solo asentía cuando le preguntaban algo.

Al día siguiente, mientras Diego discutía con sus empleados sobre qué hacer con Emperador, Samuel desapareció de la casa. Sofía lo buscó por todas partes hasta que escuchó un murmullo bajo proveniente del recinto del gorila. Cuando llegó allí, casi gritó de susto: Samuel estaba dentro del cercado, muy cerca del gorila Emperador, que desde hacía meses reaccionaba agresivamente contra cualquiera que se acercara. El animal estaba quieto, mirando al niño con curiosidad, sus fosas nasales dilatadas mientras olfateaba al pequeño, pero sin mostrar ninguna señal de agresividad.

“¡Samuel!”, susurró Sofía con miedo de hacer cualquier movimiento brusco. “Ven aquí, despacito, pequeño.” El niño se giró hacia ella y saludó con la mano como si estuviera solo jugando en el patio. Luego extendió su pequeña mano hacia el hocico del gorila. Emperador bajó su enorme cabeza y permitió que Samuel lo tocara.

Sofía corrió a llamar a Diego, que estaba en la oficina del zoológico hablando con el veterinario, el Dr. Mauricio, sobre la posibilidad de trasladar al gorila. “¡Don Diego, venga a ver esto!”, gritó ella jadeando. “¿Qué pasa ahora, Sofía? ¿Es el niño? ¿Está con Emperador?”

Diego y el Dr. Mauricio corrieron al recinto. Lo que vieron los dejó sin palabras. Samuel había subido a una pequeña pila de heno y estaba acariciando el cuello del gorila, que permanecía completamente tranquilo. “Esto es imposible”, murmuró el Dr. Mauricio ajustándose los lentes. “Este animal ha atacado a todos los que se acercan. Solo la semana pasada Carlos casi recibió un golpe.”

Diego se acercó lentamente a la cerca. “Samuel, ven aquí, pequeño, despacito, cariño.” El niño miró a Diego y sonrió por primera vez desde que había llegado al zoológico. Dio un golpecito cariñoso al gorila y caminó tranquilamente hacia la cerca, donde Diego lo levantó en brazos.

“¿Cómo hiciste eso?”, preguntó el cuidador a un incrédulo Samuel. El niño se encogió de hombros. “Estaba triste”, dijo con su voz fina de niño, “igual que yo cuando llegué aquí.”

El Dr. Mauricio se acercó al cercado y observó a Emperador con atención. El gorila seguía tranquilo, masticando apaciblemente. “Es la primera vez en meses que veo a este animal relajado”, comentó el veterinario. “Normalmente se pone nervioso solo con verme llegar.”

Diego puso a Samuel en el suelo y se agachó a su altura. “Escucha bien, Samuel, ese gorila es peligroso. No puedes acercarte a él cuando no hay nadie cerca, ¿entendido?” El niño asintió, pero sus ojos seguían fijos en Emperador.

Esa noche, durante la cena, Sofía no paraba de hablar sobre lo sucedido. “Nunca vi algo igual, don Diego. El niño tiene un don.”

“Eso fue suerte”, respondió Diego, cortando un pedazo de carne. “Un gorila no es un juguete. En cualquier momento puede atacar.”

“Doña Alejandra siempre decía que algunas personas nacen con un talento para tratar con animales”, continuó Sofía. “Recuerdo que ella contaba que su padre, don Joaquín, era así. Los animales se calmaban solo con su presencia.”

Samuel comía despacio, prestando atención a la conversación de los adultos. De vez en cuando miraba por la ventana hacia el recinto donde Emperador debía estar durmiendo. “¿Puedo visitarlo mañana?”, preguntó el niño tímidamente.

“No”, respondió Diego firme. “Ya dije que es peligroso.” El niño bajó la cabeza, decepcionado.

Pero al día siguiente, muy temprano, Samuel despertó antes que todos. El sol aún no había salido completamente cuando salió de la casa descalzo, con solo un short, y caminó hacia el recinto. Emperador estaba parado en el centro del cercado y, al ver a Samuel acercarse, se acercó a la reja. El niño tomó un balde pequeño que estaba en el suelo y fue al pozo a buscar agua fresca. “Debes estar sediento”, dijo Samuel, colocando el balde cerca de la reja. El gorila bebió el agua mientras Samuel le hablaba en voz baja, contándole sobre su sueño de la noche anterior y cómo extrañaba a su madre.

“Sé que extrañas al tío Luis”, susurró el niño. “Doña Sofía me dijo que él cuidaba de ti, pero ahora puedo ser tu amigo.”

Esta rutina se repitió durante varios días. Samuel despertaba temprano, llevaba agua fresca a Emperador y hablaba con él unos minutos antes de regresar a casa. Nadie sospechaba, pues el niño siempre estaba de vuelta antes de que los adultos despertaran.

Los otros empleados del zoológico comenzaron a notar cambios en el comportamiento del gorila. Carlos, el tratador más antiguo, comentó con Diego: “Patrón, Emperador está diferente. Ayer pasé cerca del cercado y ni siquiera me prestó atención. Antes venía corriendo hacia mí.”

“Debe estar enfermo”, respondió Diego. “Voy a pedirle al Dr. Mauricio que lo revise.” Pero cuando el veterinario llegó para examinar a Emperador, encontró a un animal completamente sano y mucho más tranquilo de lo esperado. “No entiendo”, dijo el Dr. Mauricio guardando sus instrumentos. “Por los exámenes está perfecto, hasta parece otro animal.”

Fue Andrés, el hijo de 16 años de Carlos, quien descubrió el secreto de Samuel. Una mañana despertó temprano para ir a pescar en el lago del zoológico y vio al niño hablando con Emperador. “¡Papá, no vas a creer lo que vi!”, le contó Andrés a Carlos durante el almuerzo.

“¿Qué fue, hijo?”

“Samuel estaba en el recinto hablando con Emperador como si fuera una persona.”

Carlos dejó caer el tenedor. “¿Cómo que hablando?”

“Lo juro, papá. Estaba hablando bajito y el gorila prestaba atención a todo, hasta parecía que entendía.”

La noticia llegó a oídos de Diego esa misma tarde. Furioso y preocupado, fue a buscar a Samuel, que estaba jugando en el patio con ramitas. “¡Samuel, ven aquí!”, llamó Diego con voz seria. El niño se acercó lentamente, ya sintiendo que estaba en problemas. “¿Es cierto que has ido al recinto a escondidas?” Samuel bajó la cabeza y asintió. “¿Cuántas veces te dije que es peligroso?” Diego alzó la voz, haciendo que el niño se encogiera. “¡Podrías haberte lastimado!”

“Pero él no lastima”, susurró Samuel. “Es mi amigo.”

“¿Amigo?” Diego se agachó sosteniendo los hombros del niño. “Samuel, tienes 5 años. Un gorila no es amigo de nadie. Es un animal peligroso que puede lastimarte sin querer.” Los ojos de Samuel se llenaron de lágrimas. “No iré más”, prometió con la voz quebrada.

“Exacto. Y para asegurarme voy a pedirle a Carlos que ponga candados nuevos en el cercado.”

Esa noche, Samuel lloró tanto que Sofía tuvo que ir varias veces a su cuarto para consolarlo. “¿Por qué don Diego no me deja visitar a Emperador?”, preguntó el niño sollozando.

Sofía se sentó en la cama y le pasó la mano por el cabello. “Está preocupado por ti, pequeño. Tiene miedo de que te lastimes.”

“Pero no me voy a lastimar. A Emperador le caigo bien.”

“Lo sé, pequeño, pero don Diego ya perdió a personas importantes en su vida. No quiere perderte a ti también.” Samuel se acurrucó en el regazo de Sofía. “¿Perdió a la tía Alejandra?”

“Sí. Y le dolió mucho en el corazón. Por eso se pone bravo cuando te ve haciendo cosas peligrosas.”

“No sabía”, murmuró Samuel. “Ahora a dormir y mañana hablarán bien, ¿de acuerdo?”

Pero al día siguiente, Diego mantuvo su decisión. Ordenó a Carlos instalar dos candados nuevos en la puerta del recinto de Emperador y prohibió terminantemente que cualquiera se acercara al animal sin su autorización. Samuel pasó días sin hablar mucho con nadie. Se sentaba en el porche mirando hacia el recinto. A veces Sofía lo encontraba con los ojos rojos de tanto llorar.

“El corazón de un niño sufre igual que el de un adulto”, comentó ella con Diego. “Estás siendo muy duro con el pequeño.”

“Prefiero que esté triste a que esté herido”, respondió Diego inflexible.

Mientras tanto, Emperador también comenzó a mostrar señales de que extrañaba a Samuel. Volvió a estar inquieto, golpeando las manos en el suelo y rugiendo cada vez que alguien pasaba cerca. No comía bien y pasaba horas parado junto a la reja mirando hacia la casa. “El gorila está raro otra vez”, observó Carlos. “Parece que está buscando algo.”

Una semana después de la prohibición, ocurrió algo que lo cambió todo. Una tormenta violenta azotó la región durante la madrugada. Vientos fuertes y lluvia torrencial despertaron a todos en el zoológico. Diego salió de casa con una linterna para verificar si todo estaba bien con los animales. Fue entonces cuando escuchó un estruendo proveniente del recinto de Emperador. Corriendo bajo la lluvia, llegó al cercado y vio que un árbol había caído sobre parte de la reja, abriendo una brecha lo suficientemente grande para que el gorila pasara. Emperador ya no estaba allí.

“¡Carlos! ¡Andrés!”, gritó Diego, despertando a los empleados. “¡Emperador se escapó!”

En pocos minutos, todos los hombres del zoológico estaban despiertos, organizando una búsqueda con linternas y cuerdas. La preocupación era grande, pues un gorila de ese tamaño suelto en la propiedad podría causar accidentes graves.

Samuel despertó con los gritos y corrió a la ventana, viendo toda la movilización. Entendió de inmediato lo que había pasado. Sofía entró en su cuarto para explicar la situación. “Emperador se escapó por la tormenta, pequeño. Los hombres fueron a buscarlo.”

“Está asustado”, dijo Samuel, preocupado. “Asustado por la lluvia y el ruido. No le gusta la tormenta.”

Samuel se quedó en la ventana, observando las linternas moviéndose por la propiedad. De repente, sintió una certeza extraña de dónde podría estar Emperador. “Sofía, ¿puedo salir solo un momentito?”

“¡De ninguna manera, Samuel! Está lloviendo mucho y es peligroso.”

Pero el niño no podía quedarse quieto. Algo dentro de él le decía que sabía exactamente dónde encontrar a Emperador. Esperó a que Sofía saliera del cuarto y muy despacio abrió la ventana. La lluvia había disminuido, pero aún caía una llovizna fina. Samuel salió por la ventana y corrió descalzo por la propiedad, siguiendo un instinto que no podía explicar. Pasó por el jardín, por la zona de los pájaros, por el lago, y entonces vio, cerca del antiguo galpón que no se usaba desde hacía años, una sombra grande y familiar.

Emperador estaba parado bajo el tejado parcialmente destruido del galpón, temblando, no de frío, sino de miedo. El animal inmenso parecía perdido y asustado.

“¡Emperador!”, llamó Samuel suavemente, acercándose despacio. El gorila levantó la cabeza y, al ver al niño, dejó escapar un sonido bajo, casi como un suspiro de alivio. Samuel caminó hacia él, extendió su pequeña mano. Emperador bajó la cabeza y permitió que el niño lo tocara.

“Sé que tuviste miedo”, dijo Samuel, acariciando el hocico del animal. “Pero ahora estoy aquí. Regresamos a casa.”

Como si entendiera cada palabra, Emperador siguió a Samuel hacia el recinto. El niño iba adelante, hablando en voz baja, mientras el gorila de casi 200 kg lo seguía dócilmente.

Así fue como Diego los encontró. Después de dos horas buscando a Emperador por todo el zoológico, el cuidador regresaba a casa cuando vio una escena que lo dejó sin palabras: Samuel caminando tranquilamente bajo la llovizna, seguido por el gorila que durante meses había aterrorizado a sus empleados.

“¡Samuel!”, gritó Diego, corriendo hacia ellos. El niño se giró y saludó sonriendo. “Lo encontré, don Diego. Estaba asustado en el galpón viejo.”

Diego se detuvo a unos metros de distancia, aún sin creer lo que veía. Emperador seguía tranquilo, parado junto a Samuel como un perro obediente. “¿Cómo… tú…?”, Diego sacudió la cabeza sin palabras.

“Vino conmigo”, respondió Samuel simplemente.

Otros empleados comenzaron a llegar, atraídos por las voces: Carlos, Andrés e incluso Sofía, que había descubierto que Samuel no estaba en su cuarto. “¡Samuel!”, gritó Sofía aliviada. “¡Qué susto me diste!”

“Perdón, Sofía, pero sabía dónde estaba.”

El Dr. Mauricio, que había sido llamado para ayudar en la búsqueda, llegó en ese momento y observó la escena con incredulidad. “En 30 años de veterinaria, nunca vi nada igual”, murmuró.

Diego se acercó lentamente al niño y al gorila. “Samuel, ¿cómo sabías dónde estaba?”

El niño pensó por un momento. “No sé explicarlo bien. Es como cuando sé que estás triste, incluso cuando no dices nada. A veces me pongo triste cuando miras la foto de la tía Alejandra.”

Diego se sorprendió. No sabía que Samuel había notado eso. “Y con Emperador es lo mismo.”

“Sí. Siento cuando está triste o con miedo o enojado.”

“¿Y no le tienes miedo?” Samuel negó con la cabeza. “¿Por qué tendría miedo? Él nunca me lastimaría.”

“¿Cómo estás tan seguro?”

“Porque le caigo bien. Igual que él me cae bien.” La simplicidad de la respuesta conmovió a Diego de una manera que no esperaba.

“Samuel, ¿y si te dejo visitar a Emperador todos los días, pero solo cuando yo o Sofía estemos cerca?” Los ojos del niño se iluminaron. “¿En serio?”

“En serio. Pero tiene que ser como yo diga, ¿entendido?”

“¡Entendido!” Samuel saltó de la cama y abrazó a Diego. “¡Gracias!” Fue la primera vez que el niño lo abrazó desde que llegó al zoológico. Diego sintió algo cálido extendiéndose por su pecho. “Ahora a dormir. Mañana puedes ir después del desayuno.”

A la mañana siguiente, Samuel despertó temprano, entusiasmado con el permiso que había recibido. Desayunó rápidamente y corrió al recinto donde Emperador lo esperaba. “¡Buenos días, Emperador!”, dijo Samuel alegremente. “Hoy puedo quedarme aquí todo el día.”

Sofía observaba desde el porche, sonriendo. “No es hermoso, don Diego?”, comentó cuando el cuidador se acercó.

“Es una gran responsabilidad”, respondió Diego, pero su voz ya no tenía la dureza de antes.

El Dr. Mauricio llegó al zoológico a media mañana para acompañar la primera visita oficial de Samuel al gorila. “Quiero documentar este comportamiento”, explicó. “Puede ser útil para otros casos similares.” Samuel pasó toda la mañana en el recinto hablando con Emperador, llevándole agua fresca e incluso intentando enseñarle algunos comandos simples. “¡Siéntate, Emperador!”, dijo el niño, haciendo gestos con las manos. Para sorpresa de todos, el gorila se agachó hasta quedar en una posición similar a un perro sentado. “No lo creo”, murmuró el Dr. Mauricio, anotando todo en un cuaderno. “¡Levántate ahora!”, pidió Samuel, y Emperador obedeció.

Carlos, que observaba desde lejos, se acercó. “Patrón, en 30 años trabajando con animales, nunca vi a un gorila obedecer un comando así.”

“Ni yo”, admitió Diego.

Durante el almuerzo, Samuel contó animadamente sobre su mañana con Emperador. “Aprendió a sentarse y levantarse cuando le digo”, dijo el niño emocionado. “Mañana voy a enseñarle a venir cuando lo llame.”

“Despacio, campeón”, dijo Diego. “Una cosa a la vez.”

“Pero aprende rápido y le gusta aprender.”

Sofía sirvió más comida en el plato de Samuel. “Come bien, que gastaste mucha energía hoy.”

“Sofía, ¿puedo hacer una pregunta?”

“Claro, pequeño.”

“¿Cómo era la tía Alejandra?” Diego dejó de masticar. Era la primera vez que Samuel preguntaba por su esposa. Sofía miró a Diego, pidiendo permiso silenciosamente para responder.

“Era una persona muy especial”, dijo Sofía cariñosamente. “Le gustaban mucho los animales, como a ti. Tenía una guacamaya llamada Estrella que solo le obedecía a ella.”

“¿Como Emperador conmigo?”

“Parecido, sí.” Samuel miró a Diego. “¿La extrañas?” La pregunta directa tomó a Diego desprevenido. “Sí”, respondió sinceramente. “La extraño mucho.”

“Yo también extraño a mi mamá”, dijo Samuel. “Pero Sofía dijo que las personas que amamos siguen en nuestro corazón, incluso cuando ya no están aquí.”

“Sofía tiene razón. Entonces tal vez la tía Alejandra esté feliz viendo que ahora cuido de Emperador.” La frase simple del niño conmovió profundamente a Diego. Por primera vez desde la muerte de su esposa, sintió una paz extraña, como si ella realmente estuviera aprobando la situación.

Por la tarde, Samuel regresó al recinto, acompañado por Sofía. Emperador lo recibió con entusiasmo, agitando los brazos, haciendo sonidos bajos de alegría. “Mira cómo se pone feliz cuando te ve”, observó Sofía.

“Me dijo que me extrañaba”, dijo Samuel naturalmente.

“¿Te dijo?”

“No con palabras, pero entiendo lo que quiere decir.”

Sofía observó al niño interactuando con el gorila y tuvo una sensación extraña, como si estuviera presenciando algo demasiado especial para ser una coincidencia. Esa noche fue al cuarto de Diego, donde él estaba organizando algunos papeles. “Don Diego, ¿puedo preguntarle algo?”

“Claro, ¿qué?”

“¿Qué decía doña Alejandra sobre Samuel cuando era bebé?” Diego dejó de escribir. “Samuel nunca vino aquí cuando era bebé, ¿estás segura?”

“Claro que estoy segura, Sofía, ¿por qué preguntas?”

“Es que hoy estaba organizando las cosas de doña Alejandra y encontré unas fotos antiguas. Hay un niño que se parece a Samuel.” Sofía mostró una foto amarillenta donde aparecía Alejandra sosteniendo a un bebé junto a una mujer joven. Diego tomó la foto y la miró con atención. “Esa es Carmen, la prima de Alejandra”, dijo, señalando a la mujer. “Y ese debe ser su hijo. Carmen no era la madre de Samuel.” Diego se detuvo a pensar. “La asistente social dijo que Samuel era hijo de una prima lejana, pero no recuerdo el nombre. ¿Y si fuera Carmen? Si fuera, significa que Samuel ya estuvo aquí antes.” Los dos se quedaron en silencio, procesando el descubrimiento.

“Busca más fotos”, pidió Diego. “Quiero estar seguro.”

Sofía pasó el resto de la noche revisando los álbumes de Alejandra. Encontró varias fotos de la prima Carmen visitando el zoológico, siempre acompañada de un bebé que creció hasta convertirse en un niño pequeño muy parecido a Samuel. En la última foto, fechada hace tres años, aparecía un niño de aproximadamente 2 años jugando en el patio del zoológico. En el fondo de la imagen se podía ver a un cachorro de gorila en el recinto.

“¡Dios mío!”, susurró Sofía. “¡Es Samuel! ¡Y ese cachorro…!” Corrió al cuarto de Diego. “¡Don Diego, despierte! ¿Qué pasa ahora, Sofía? ¡Mire esta foto!”

Diego se puso los lentes y examinó la imagen. “Es Samuel, de verdad. Ya estuvo aquí. ¡Y mira el cachorro al fondo!” Diego miró más de cerca. “¡Ese es Emperador cuando era cachorro!”

“¡Exacto! Se conocen desde pequeños.”

El descubrimiento lo cambió todo. A la mañana siguiente, Diego buscó a Samuel en el patio. “Samuel, ven aquí, quiero mostrarte algo.” Se sentó en el suelo junto al niño y le mostró las fotos. “¿Recuerdas haber venido aquí antes?”

Samuel miró las fotos con atención. “Creo que recuerdo algunas cosas. Hay una canción que la tía Alejandra cantaba.”

“¿Qué canción?” Samuel comenzó a tararear una melodía baja. Era la misma canción que Alejandra solía cantar mientras cocinaba.

“¡Lo sabía!”, dijo Diego emocionado. “Ya eras de la familia antes de venir a vivir aquí. Y Emperador… él también se acuerda de ti. Por eso se llevan tan bien.” Samuel miró las fotos otra vez. “¿Puedo quedarme con una?”

“Claro.” El niño eligió una foto donde aparecía en los brazos de Alejandra con un Emperador cachorro jugando cerca de ellos. “Ahora entiendo por qué me siento en casa aquí”, dijo Samuel.

“¿Y por qué Emperador confía tanto en ti?”, completó Diego.

A partir de ese día, la relación entre Diego, Samuel y Emperador se volvió aún más especial. El cuidador comenzó a ver al niño no como una carga, sino como una parte importante de la familia que había regresado. Samuel empezó a ayudar con otros animales del zoológico, descubrieron que tenía el mismo efecto calmante en leones, elefantes e incluso en las guacamayas. Su presencia transformó la rutina del zoológico de una manera que nadie esperaba.

“Nunca vi a los animales tan tranquilos”, comentó Carlos. “Parece que el niño trajo paz aquí.”

Diego comenzó a enseñar a Samuel sobre el cuidado de animales, la administración del zoológico e incluso algunas lecciones básicas de veterinaria con la ayuda del Dr. Mauricio. “Este niño tiene potencial para ser un gran veterinario”, dijo el Dr. Mauricio durante una visita.

“O tal vez un especialista en comportamiento animal”, respondió Diego. “Todavía tiene solo 5 años. Tiene mucho tiempo para decidir qué quiere ser.”

“Cierto, pero es bueno empezar a sembrar las semillas desde temprano.”

Samuel se desarrollaba rápidamente. Aprendió a leer con Sofía, hacía cuentas básicas con Diego y absorbía todo lo que los adultos le enseñaban sobre animales. Emperador se convirtió no solo en su mejor amigo, sino también en una especie de compañero de trabajo. El gorila ayudaba a Samuel a enseñar a otros animales del zoológico, sirviendo como ejemplo de comportamiento tranquilo y obediente. “Mira, Emperador”, decía Samuel al gorila, “el león tiene miedo a la inyección. Muéstrale cómo se hace.” Emperador se acercaba al león y permanecía inmóvil mientras el Dr. Mauricio aplicaba una inyección de demostración. El león, al ver que el gorila no tenía miedo, también se calmaba. “Es impresionante”, murmuraba el Dr. Mauricio cada vez que presenciaba estas escenas.

Pero no todo era color de rosa. Un día, un hombre llamado Ricardo Gómez apareció en el zoológico interesado en comprar a Emperador. “Escuché que tienen un gorila excepcional”, dijo Ricardo a Diego.

“Emperador no está a la venta”, respondió Diego de inmediato.

“No he dicho el precio todavía. Pago 15.000 pesos por él.” La cantidad era tentadora. Diego sabía que el zoológico pasaba por dificultades financieras desde la muerte de Alejandra. 15.000 pesos resolverían muchos problemas.

“Necesito pensarlo”, dijo Diego, reacio.

“¿Pensar qué? Es una buena oferta por un gorila que solo sirve para exhibición.”

“Sirve para otras cosas también.” Ricardo rió. “¿Qué otras cosas? Un gorila sirve para atraer visitantes, nada más.”

Samuel, que estaba jugando en el patio, escuchó la conversación y corrió hacia los adultos. “¿Van a vender a Emperador?”, preguntó preocupado.

“Solo estamos hablando”, respondió Diego.

“Este es el niño que dicen que doma gorilas?”, preguntó Ricardo, mirando a Samuel de arriba abajo.

“No doma a nadie”, dijo Diego a la defensiva. “Son amigos.”

“¿Amigos?”, Ricardo soltó una carcajada. “Un gorila no tiene amigos. Amigo tiene dueño.”

Samuel miró a Ricardo con antipatía. “Emperador no es mío, es mi amigo.”

“Claro, pequeño, y yo soy amigo de mis gallinas también.” La ironía de Ricardo irritó a Samuel, pero el niño no dijo nada.

“Entonces, ¿qué dices?”, insistió Ricardo con Diego. “15.000 pesos al contado.”

“Voy a pensarlo y te doy una respuesta mañana.”

Después de que Ricardo se fue, Diego se quedó caminando por el zoológico pensando en la propuesta. 15.000 pesos pagarían las deudas atrasadas y aún sobraría dinero para mejoras en la propiedad. Samuel lo encontró cerca del recinto de Emperador. “Don Diego, ¿de verdad va a venderlo?”

“No sé, Samuel. El zoológico necesita dinero.”

“Pero, ¿y si Emperador se pone triste en su nueva casa?”

“Se acostumbrará.”

“¿Cómo sabes?”, Diego no supo responder. “¿Y si se pone como cuando el tío Luis se fue?” La pregunta de Samuel tocó una herida que Diego intentaba ignorar. Emperador había quedado muy mal cuando Luis se fue. ¿Quién garantizaba que no estaría peor si lo vendían?

“Samuel, a veces hay que tomar decisiones difíciles.”

“Pero él confía en nosotros. Sería como si nosotros nos fuéramos y lo dejáramos solo.” Diego miró a Emperador, que estaba comiendo tranquilamente ajeno a la conversación que definiría su destino. “Voy a hablar con Sofía sobre esto.”

Esa noche, Diego expuso el dilema a la empleada. “15.000 pesos, Sofía, es mucho dinero.”

“Sí, don Diego, pero ¿vale la pena?”

“¿Cómo que vale la pena? Romperle el corazón a Samuel y a Emperador.”

“Sofía, no exageres, es solo un gorila.”

“Para Samuel no es solo un gorila, es su mejor amigo. Y para Emperador, Samuel es la única persona en quien confía.”

Diego suspiró. “¿Crees que estoy siendo demasiado sentimental?”

“Creo que estás siendo humano. Doña Alejandra estaría orgullosa.”

“¿Cómo sabes?”

“Porque ella siempre decía que el dinero va y viene, pero el amor verdadero es para siempre.”

A la mañana siguiente, Samuel despertó temprano y fue directo al recinto de Emperador. El gorila parecía sentir que algo estaba diferente porque se quedó más cerca del niño de lo normal. “No sé si vas a seguir aquí”, dijo Samuel abrazando el cuello de Emperador, “pero quería que supieras que nunca te olvidaré.” Emperador hizo un sonido bajo y bajó la cabeza hasta tocar la de Samuel. Sofía, que observaba desde el porche, tuvo que secarse los ojos.

Cuando Ricardo llegó para recibir la respuesta de Diego, encontró al cuidador esperándolo en el porche. “¿Y entonces, te decidiste?”

“Decidí. Emperador no está a la venta.”

“¿Cómo que no está a la venta? Ofrecí 15.000 pesos.”

“Y agradezco la oferta, pero no está a la venta.”

“¿Por qué? ¿Es por el niño?”

“Es por toda la familia. Emperador es parte de nuestra familia.” Ricardo sacudió la cabeza molesto. “Se van a arrepentir. Un gorila viejo no vale nada.”

“Entonces mejor me quedo con él.”

Después de que Ricardo se fue, Samuel apareció corriendo. “Don Diego, ¿el hombre se fue? ¿Eso significa que Emperador se queda?”

“Se queda.” Samuel saltó de alegría y abrazó a Diego con fuerza. “¡Gracias! ¡Gracias!”

“Pero vas a tener que ayudarme aún más en el zoológico, ¿de acuerdo? Ya que no vendimos a Emperador, tendremos que trabajar el doble.”

“¡Ayudo! ¡Ayudo en todo!”

La decisión de mantener a Emperador trajo una nueva energía al zoológico. Samuel, motivado por la gratitud, comenzó a dedicarse aún más al cuidado de los animales. Diego notó que la presencia del niño no solo mejoraba el comportamiento de los animales, sino también la productividad general del zoológico. Los visitantes, al enterarse de la inusual amistad entre Samuel y Emperador, comenzaron a llegar en mayor número. La historia del niño que calmaba al gorila se extendió más allá de Cali, atrayendo la atención de medios de comunicación y especialistas en comportamiento animal de todo el país.

El zoológico San Benito, que antes estaba en dificultades, floreció. Diego, con la ayuda de Samuel y el apoyo de Sofía y los demás empleados, implementó nuevas estrategias de enriquecimiento ambiental para los animales, creando un entorno más feliz y saludable para todos. Samuel creció en el zoológico, convirtiéndose no solo en un joven brillante sino también en un protector apasionado de los animales. La conexión que compartía con Emperador se mantuvo a lo largo de los años, un testimonio viviente del poder del amor, la confianza y una amistad incondicional que trascendió las barreras de las especies. Emperador vivió muchos años más, siempre tranquilo y feliz, bajo el cuidado de su mejor amigo, Samuel, y la atenta mirada de su familia del zoológico.