My Wife Always Baths in Blood After We Make Love — But Now I Understand Why
Episode 1
The first time it happened, I brushed it off as a coincidence. We had just tied the knot, and I was too blinded by love to question anything unusual. Zara, my wife, was the most stunning woman I’d ever laid eyes on — quiet, enigmatic, and utterly captivating. There was something ancient in her gaze, like she’d lived countless lives and still kept secrets buried deep within.
I met her in a tiny, forgotten town during a business trip. She worked at her grandmother’s herbal shop, and there was something almost magical about the way she handled the plants — whispering to the roots, speaking softly to the earth. It felt like she wasn’t just caring for herbs but invoking life itself.
Within weeks, I proposed, and without hesitation, she said yes. Our courtship was brief, and the wedding was private — no one from my family was invited, only hers. Their silence towards me during the ceremony was unsettling. They danced and chanted in a language I couldn’t understand, presenting her with gifts wrapped in black cloth.
That first night as husband and wife, after our intimate moment, she quietly rose, wrapped a crimson cloth around her waist, and left the room. I followed her silently. From a crack in the wall, I watched her go to the backyard, light a small clay lamp, and pour a deep red liquid into a wooden basin. Slowly, she dipped her hands in and began to wash herself while humming an eerie melody.
I told myself it was some cultural ritual, an herb bath I wasn’t familiar with. The next night, after we made love, she did the same. And again the night after that. The same red basin, the same lamp, the same haunting tune.
I never asked questions — I thought I could handle it. But then came last Friday.
That night was different. After we finished, I noticed fresh, claw-like scratches across my back — marks I had no explanation for. When I asked, she just laughed, saying I must’ve scratched myself while asleep. But I hadn’t even closed my eyes.
She kissed me, stood, wrapped her red cloth once more, and left. This time, I followed her closer, hiding behind the banana plants in the yard. She lit her lamp again, took the basin, and began undressing.
Then, something changed. She started chanting in a voice deeper than I’d ever heard from her — almost like two voices merged: hers and something darker.
As she rubbed the blood over her chest, her reflection in the mirror beside the basin moved out of sync. It smiled when she didn’t, raised its hand when hers was lowered.
I gasped, and her head whipped towards me. “Who’s there?” she growled, but the voice wasn’t hers anymore. It was guttural, echoing.
I ran, locked myself inside our room, and pretended to sleep when she returned. She curled up beside me, whispering my name softly — but my heart was pounding.
The breaking point came the next morning. I woke to find the sheets stained red. I was bleeding from my sides, yet had no memory of injury.
Zara was in the bathroom, humming that same eerie tune. I pushed the door open — what I saw nearly made my knees buckle.
She wasn’t bathing in blood. She was drinking it. Her lips stained crimson, eyes glowing faintly red. She stared at me emotionless.
“You weren’t meant to see this,” she whispered. “Not yet.”
I couldn’t speak or scream. I turned and fled outside — only to find the villagers who had danced at our wedding standing silently in our yard.
No one said a word. No one moved. Just eyes — watching.
The air turned ice cold.
That night, I packed a bag and slept in my car. I couldn’t leave town — my tires had been slashed, my phone dead, no signal. I was trapped.
The next morning, she knocked softly on the window, dressed all in white, eyes calm.
“Come back inside, love,” she said. “You deserve to know the truth.”
Against every instinct, I followed. Because something deeper than fear was pulling me back. Something ancient. Something bound in blood.
Episode 2: La verdad bajo la luna roja
Al entrar en la casa, el aire se sentía denso, cargado de una energía que me erizaba la piel. Zara me llevó de la mano hacia el altar pequeño que había en una esquina del salón, cubierto con velas negras y hierbas secas.
“Esto no es sólo una tradición,” empezó, con voz suave pero firme, “es un pacto que mi familia hace desde generaciones para protegernos del… Otro Mundo.”
Me explicó que su linaje era parte de una antigua secta de guardianes que mantenían el equilibrio entre nuestro mundo y un reino oscuro donde criaturas sedientas de sangre y almas vagaban libremente.
Cada vez que ella se bañaba en esa mezcla roja —que no era sangre humana, sino una mezcla ritual de hierbas y sangre de animales sacrificados—, estaba fortaleciendo una barrera que impedía a esas criaturas atravesar y atacar a los vivos.
Los arañazos en mi espalda, me dijo, eran marcas de esas criaturas que intentaron alcanzarme pero fueron rechazadas.
“¿Y si no haces ese ritual?”, pregunté, con miedo.
“Ellos vendrán por nosotros,” respondió, “y no sólo por mí, sino por todo aquel que rompa el pacto.”
Me mostró un libro antiguo, con páginas amarillentas, escrito en un idioma que parecía un cruce entre latín y algo desconocido.
“Quiero protegerte,” susurró, “pero para eso tienes que aceptar esta realidad.”
Mi mente daba vueltas, pero el miedo era más fuerte que mi incredulidad.
Episode 3: El pacto de sangre
Zara me llevó a conocer a su abuela, una mujer pequeña y arrugada con ojos penetrantes que parecía ver a través de mí. En su casa había símbolos tallados en madera, amuletos colgando del techo y frascos con líquidos burbujeantes.
“Este pacto se hizo con un ser de otro mundo,” explicó la abuela, “a cambio de protección, debemos ofrecer sacrificios y mantenernos fieles a las tradiciones.”
Me advirtieron que romper el pacto significaba abrir una puerta a la oscuridad, pero también que existía una forma de liberarse, aunque peligrosa.
Era una antigua profecía: un descendiente no marcado, alguien que no pertenecía a la sangre de Zara, podría romper el ciclo y liberar a la familia y al pueblo de esta carga.
Mi cabeza dolía intentando asimilar todo.
Episode 4: La llegada de la amenaza
En las siguientes noches, cosas extrañas empezaron a ocurrir. Sombras moviéndose en los rincones, susurros en idiomas desconocidos, ventanas que se rompían sin razón.
Una noche, al salir de la casa para enfrentar lo que fuera, me topé con los mismos aldeanos que nos observaron el día de nuestra boda. Ahora estaban vestidos con túnicas negras, ojos brillando en la oscuridad, y me advirtieron:
“Has visto demasiado. Si rompes el pacto, el Otro Mundo vendrá a reclamar.”
El miedo se convirtió en urgencia. ¿Qué podía hacer? ¿Seguir la tradición o rebelarme y enfrentar lo desconocido?
Episode 5: El sacrificio
Zara y yo decidimos investigar la forma de romper el pacto. La abuela nos reveló un ritual que requería un sacrificio —no de sangre, sino de renuncia a lo oscuro.
Para hacerlo, debía encontrar la fuente del poder: un antiguo relicario escondido en un cementerio olvidado, protegido por fuerzas sobrenaturales.
Una noche, bajo la luna llena, fui hasta el cementerio con Zara. Sentí presencias, vi sombras que se movían entre las lápidas. Finalmente, hallamos el relicario —una caja tallada con símbolos que parecían vivos.
Al tocarla, sentí un dolor punzante en el pecho, como si algo dentro de mí despertara.
Zara comenzó a cantar en el idioma antiguo, y la caja se abrió liberando una luz blanca que iluminó todo.
Episode 6: La liberación y el precio
Con el relicario abierto, el poder oscuro empezó a disiparse. Las marcas en mi espalda desaparecieron, y sentí la barrera entre mundos hacerse más fuerte y segura.
Pero el precio fue alto: Zara perdió parte de su fuerza vital, sus ojos ya no brillaban como antes y parecía más frágil.
“Este es el fin del ciclo,” dijo débil, “pero nuestra familia deberá vivir con las consecuencias.”
La comunidad, liberada del miedo constante, empezó a cambiar. Los aldeanos que antes eran fríos y distantes comenzaron a acercarse y pedir perdón.
Episode 7: El nuevo comienzo
Pasaron meses. Zara se recuperaba lentamente, aunque no completamente. Nuestra relación se fortaleció, ahora basada en la verdad y la aceptación.
Yo me convertí en guardián del relicario, prometiendo protegerlo para que nadie más tuviera que sufrir.
El pueblo empezó a prosperar, y la antigua oscuridad quedó confinada a leyendas.
Antes de que todo terminara, Zara me confesó:
“Te elegí a ti porque eras diferente, no marcado por esta sangre antigua. Juntos rompimos una cadena que nos ataba a un destino de sufrimiento.”
Nos tomamos de las manos, mirando hacia un futuro incierto pero libre.
Epílogo: Más allá de la sangre
Unos años después, nuestro hijo nació con una marca en la palma, un símbolo antiguo. Un nuevo guardián, quizás.
Pero esta vez, no había miedo.
Sólo esperanza.
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