Mi novio y yo robamos un supermercado. Después de llevarnos con éxito lo que habíamos venido a buscar, mi novio disparó al gerente.
—¿Por qué? ¿Por qué hiciste eso? —estaba enfadada.
—Ese hombre no es de fiar y además me vio la cara por error —dijo él.
Me quité la máscara al entrar en el coche, él también se la quitó.
Arranqué el coche y me fui. Estaba enfadada, no debería haber matado al hombre. Robar el dinero ya era suficiente.
—Cariño, mira, lo siento —dijo él.
—Tú por matar no… —estaba furiosa—. ¿Y si la policía viene a buscarnos? ¿Qué harás? —le pregunté en inglés pidgin.
—No te preocupes, lo maté para que no queden pruebas —respondió.
El silencio llenó el ambiente.
Me sentí aliviada porque al menos teníamos el dinero que vinimos a buscar, pero seguía asustada y créeme, mis temores se hicieron realidad.

Mi nombre es Faith. Mis padres murieron cuando yo tenía siete años y fue entonces cuando empecé a vivir en la calle. Comencé a hacer trabajos pequeños para poder comer, vendía botellas de agua y dormía debajo del puente porque estaba sin hogar.
La vida era dura y la calle no era amable, era oscura, peligrosa y llena de cuchillos.
Fue entonces cuando conocí a Justice, él también estaba sin hogar. Aquella noche, como siempre, unos chicos llegaron al puente molestando, buscando dinero y comida. Me tocaban y les grité que pararan, pero no lo hicieron.
Justice se acercó a nosotros y dijo:
—Aléjense, dejen a la chica.
Así fue como me dejaron sola. Pero la vida era irónica porque esos tres chicos que me molestaban se convirtieron en parte de la pandilla.

Justice y yo nos hicimos amigos, él también me daba cosas. Cuando tenía diecisiete años pudo alquilar una casa compartida.
Me pidió que me uniera a él cuando yo tenía catorce. Nunca intentó nada conmigo.
Me gustaba y pronto empezamos a salir juntos, le di mi virginidad el día que cumplí dieciséis años, así que desde entonces éramos nosotros contra el mundo y él era todo lo que tenía.

La calle era competitiva, si tú no lo hacías, siempre había alguien dispuesto a hacerlo. De alguna manera Justice comenzó a hacer trabajos sucios para un político.
Con el tiempo, para evitar ser acosado, formó una pandilla con esos chicos que me molestaban antes.
Seven, Dagger y K_boy eran sus nombres en la calle y me olvidé de mencionar que Justice y yo también teníamos apodos.
JK y yo nos llamaban “la Luna”.
Me gustaba el nombre, de todas formas fue idea de Justice, así que me parecía bien.

Fumábamos, vendíamos marihuana, bebíamos alcohol, llevábamos ese tipo de vida.
No estaba en contra porque esa era la vida en la calle.

Un día Seven vino a donde JK y yo vivíamos porque nuestra casa era como un punto de reunión. Trajo información que había oído en la calle.
—Oye, escuché que llegó un pez gordo —así era su forma de decir que alguien rico había llegado a la ciudad.
Dagger le respondió, soltando humo mientras yo me envolvía en el humo escuchándolos:
—¿Estás seguro de que esa noticia es legítima? Así decías la otra vez.
—Amigo, hablo en serio. De hecho, fue Destiny quien me lo contó. Destiny dijo que vio al tipo, que llegó fresco y trajo chicas para esa zona.

Los ojos de mi novio se volvieron agudos cuando preguntó:
—¿Entonces dónde está ese tipo?

Seven soltó una bocanada de humo y exhaló lentamente.
—Una gran mansión en el este. La seguridad es muy buena, pero ese tipo no está allí, anda merodeando por aquí. Se esconde muy bien.

JK sonrió de lado.
—Pez gordo, mucho dinero, alto riesgo. Pero eso es justo lo que podemos usar para mejorar nuestra capacidad de ganar dinero.

Miré a JK, sintiéndome emocionada y preocupada a la vez.
—¿Estás seguro de que estamos listos para algo así? No, de nuevo somos unos niños.

Él se volvió hacia mí con voz grave pero decidida:
—Faith, la calle es igual. Si no nos movemos, nos ahogamos. Tenemos que aprovechar esta oportunidad.

Las noches siguientes, nuestra pandilla estuvo inquieta. Planes susurrados en las sombras de la vieja casa. Hablábamos sobre cómo irrumpir en la mansión, cómo pasar a los guardias, cómo sacar el dinero de esos matones.

Una noche, mientras estaba sentada afuera con JK, tomé su mano.
—¿Estamos jugando con fuego?

Él apretó mi mano.
—El fuego arderá, pero somos lo suficientemente fuertes para atravesarlo.

Asentí, sabiendo que tenía razón, pero el miedo dentro de mí no desaparecía.

La noche en que decidimos actuar, la tensión lo llenaba todo. Vestimos ropa oscura, con máscaras listas. El grupo estaba preparado. Sentí mi corazón latir con fuerza mientras nos acercábamos a la mansión: luces parpadeantes, cámaras por todas partes.

JK dio la señal y nos movimos rápido como fantasmas, silenciosos como sombras. Cada paso calculado, cada respiración contenida.

De repente, la voz de un guardia rompió el silencio:
—¿Quién anda ahí?

JK disparó al aire.
—¡No hagan ruido! No estamos aquí para perder tiempo.

Estalló el caos. Peleamos con todas nuestras fuerzas, empujamos la puerta y finalmente entramos.

Fue entonces cuando lo vi: un pez gordo. Estaba tranquilo, sentado como si fuera dueño del mundo. Pero su mirada era fría, llena de cálculo.

JK se acercó:
—No hemos venido por tu vida. Hemos venido por tu dinero.

El hombre sonrió ligeramente.
—Muchos antes que ustedes han venido con esa idea.

Metió la mano bajo la mesa y sacó un pequeño control remoto. De repente, las puertas se cerraron con llave, la alarma sonó ensordecedora y hombres armados salieron de habitaciones secretas.

Miré a JK —nuestro plan se estaba derrumbando.

—¡Faith, corre! —gritó.

Pero no pude moverme. Mis ojos estaban fijos en el hombre. En ese instante, vi no solo un objetivo, sino también una advertencia: la calle no es lugar para cazar, y el precio de la ambición es muy alto.

Intentamos huir, solo logramos salvar nuestras vidas y una pequeña bolsa de dinero. La victoria fue amarga, llena de miedo y pérdida.

De regreso al refugio seguro, JK me abrazó.
—Vivimos un día más.

Asentí, con lágrimas mezcladas con sudor.
—Seguiremos luchando. Juntos.

Porque en este mundo, el amor es lo único que vale la pena arriesgarlo todo.

Después de aquella noche, supimos que habíamos tocado una fuerza con la que no se podía jugar. Aunque estábamos vivos, mi mente estaba hecha un nudo. Esa sensación que llamaban “victoria” era al mismo tiempo como estar al borde de la muerte, una sombra que no me abandonaba.

Unos días después, JK y yo estábamos sentados en una habitación oscura, mientras la lluvia golpeaba el techo de lámina oxidada. La tenue luz iluminaba su rostro, delgado pero firme.

—Hicimos demasiado, Luna —suspiró JK—. No son solo gente común, sino una organización peligrosa. Si no tenemos cuidado, no habrá mañana para nosotros.

Lo miré, con el corazón vacío.
—¿Crees que podemos escapar? ¿O tenemos que pelear hasta el final?

JK inclinó la cabeza pensativo.
—Escapar es fácil, pero lo perderemos todo. Pelear hasta el final es peligroso, como jugar con la muerte. Pero no tenemos otra opción.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

A la mañana siguiente, una llamada desconocida me sobresaltó. Una voz ronca de hombre resonó:

—Luna, JK, están jugando con fuego. No enfaden al jefe. Si no, no se quejen.

Miré a JK y vi en sus ojos la misma preocupación que sentía.

—En unos días tenemos que irnos. Aquí ya no es seguro —dijo.

Preparamos nuestras cosas, planeando abandonar la ciudad. Pero en lo profundo sabía que no podía correr para siempre. Necesitaba un plan, una salida no solo para mí, sino para JK y para el hijo que llevo dentro, un secreto que nunca había contado.

El día que planeábamos partir, de repente se oyó un ruido extraño en la puerta.

—¡Prepárate! —susurró JK.

La puerta fue derribada. Figuras oscuras irrumpieron, con armas en mano. El tiroteo comenzó en un instante. Sentí mi corazón latir como si fuera a estallar.

En medio del caos, vi a JK lanzarse hacia mí, tirándome al suelo.

—No dejes que te atrapen, Luna. ¡Protege a nuestro hijo!

Asentí, con lágrimas corriendo por mi rostro. En ese momento entendí que solo una cosa me haría sobrevivir: el amor y la fuerza interior.

Cuando todo se calmó, logré escapar en la oscuridad de la noche, sabiendo que nuestra batalla apenas comenzaba.

La sangre y el humo de los disparos todavía manchaban el suelo cuando corrí hacia la oscuridad. Mi corazón latía con fuerza, no solo por el miedo, sino por una determinación ardiente dentro de mí. Sabía que esta no sería la última vez que nos enfrentaríamos a ellos; no dejarían pasar esto tan fácilmente.

A la mañana siguiente, en la casa alquilada y precaria, JK y yo nos sentamos frente a frente. Su mirada era fría como el acero.

—No son solo unos matones comunes, Luna —dijo—. El jefe de ellos es un zorro viejo, experto en trucos y psicología. Si nos lanzamos a una guerra armada, moriremos o nos atraparán.

Asentí. Sabía que pelear directamente no era la única forma de sobrevivir. Necesitábamos jugar otro juego, uno de inteligencia donde la sabiduría, la astucia y el coraje deciden quién vive y quién muere.

—Tendremos que usar sus propias tácticas —dije, apretando la mano—. Yo usaré mis viejas conexiones para obtener información, y tú distraerás a los demás.

JK sonrió con sarcasmo.
—Suena fácil, pero tenemos que tener cuidado. Un paso en falso y nos enterrarán.

Planeamos cuidadosamente: yo fingiría ser uno de ellos para infiltrar y reunir información desde adentro; JK mantendría el contacto y estaría listo para actuar en cualquier momento.

Al día siguiente, salí a la calle con la cara y la ropa sucias, pareciendo una niña de la calle, como en los viejos tiempos. Volví a ser quien fui: alguien que vivía en la oscuridad y debía sobrevivir a toda costa.

La vida dentro del grupo no era fácil. Cada palabra, cada gesto debía medirse con cuidado. Aprendí a leer la psicología humana: cuándo decían la verdad, cuándo mentían, cuándo tenían miedo.

Una noche, en un bar destartalado, escuché una conversación importante entre los mayores.

—Chicos, el jefe sospecha de JK y Luna —dijo uno—. Tenemos que actuar rápido antes de que nos traicionen.

Contuve la respiración y empecé a trazar un plan en mi mente.

Esa misma noche, envié un mensaje secreto a JK:
“Nos sospechan, necesitamos un plan nuevo.”

JK respondió:
“Entendido. Crearé una distracción en otro lugar. Cuídate.”

A la mañana siguiente, sentí que caminaba sobre una cuerda floja sobre un abismo. Un paso en falso y todo acabaría.

Pero dentro de mí había un fuego que nunca se apaga. Pensé en el hijo que llevo dentro, en el día que podría salir de esa oscuridad y vivir una vida verdadera.

Y también pensé en JK, quien siempre estuvo a mi lado, sin dejarme caer incluso en la tormenta.

JK y yo decidimos contraatacar juntos.

Reunimos a amigos leales, personas que, como nosotros, habían sufrido la injusticia de los jefes.

Esa noche, en la vieja casa, la luz tenue iluminaba rostros decididos.

JK me dijo con voz fuerte:
—Luna, pase lo que pase, no dejaré que tú ni nuestro hijo sufran.

Tomé su mano, sintiendo su calor y protección.

La batalla esa noche no fue fácil. Las balas silbaban, gritos resonaban en la oscuridad.

Pero al final, con coordinación e inteligencia, ganamos.

El jefe fue capturado y la banda se desintegró.

Llegó un nuevo día, con el sol brillando en nuestra pequeña casa. Me senté junto a la ventana, abrazando mi vientre, llena de esperanza.

JK estuvo a mi lado, apretando suavemente mi mano.

—Lo logramos —dijo, mirándome con amor.

—Esto es solo el comienzo de una nueva vida, ¿verdad?

—Sí —respondió JK—, por ti y por nuestro hijo, haré todo para protegerlos.

Sabía que, sin importar lo que la vida nos trajera, éramos lo suficientemente fuertes para superar cualquier prueba. El amor, la fe y la inteligencia serían nuestras armas para vencer.

Los días después de la victoria, todo comenzó a calmarse poco a poco. Pero en mí todavía quedaban heridas difíciles de sanar — no por las balas ni las peleas, sino por los dolores profundos en el alma. Sabía que no podía olvidar esos días oscuros, ni a las personas que me traicionaron y me hicieron caer. Pero aprendí a perdonar — no por ellos, sino para liberarme a mí misma.

Cada mañana, al despertar y mirar mi vientre que crece, sentía una fuerza distinta — la fuerza de la vida, de una nueva esperanza. Ya no era la chica que vagaba por las calles, luchando día a día para sobrevivir. Yo era Moon — madre, compañera y guerrera de mi propia vida.

JK siempre estuvo a mi lado, no solo como mi amor, sino como mi aliado y apoyo firme. Cuando me sentía débil, él me ayudaba a levantarme y seguir adelante. Cuando dudaba de mí misma, me recordaba mi valor.

Recordaba esos días — cuando pensé que la oscuridad me devoraría y no habría salida. Pero esas dificultades me fortalecieron, me hicieron más fuerte y decidida.

La nueva vida se abría ante mí, llena de retos pero también de oportunidades. Ya no tenía miedo. Le enseñaría a mi hija que, aunque la vida sea cruel, mientras haya fe y valentía, la luz siempre brillará al final del camino.

Y eso era lo que elegía — vivir, amar y luchar por un futuro mejor.

Aunque la vida me haya empujado al límite, nunca más dejaré que me derrote.

Porque yo soy Moon. Y he encontrado mi propia luz.