Capítulo 1: El Frío de una Traición

Le dije que no, pero mi cuerpo ya me estaba traicionando. Era la forma en que su palma se posaba en mi cintura, la manera en que su aliento cálido rozaba el lado de mi cuello. Debería haberme apartado. Dios sabe que debería, pero cuando has pasado meses hambrienta de contacto, incluso las migajas saben a festín.

Se llama Chike. Treinta y seis años. Alto, moreno, de esos hombres que no necesitan hablar demasiado porque sus ojos ya dicen lo que la boca no se atreve. Es el hermano menor de mi esposo —dos años menor que yo— y antes de que me juzgues, déjame decirte que este no es el tipo de historia que alguna vez imaginé vivir. Me casé con Ebube a los veintiséis. Ahora tengo treinta y dos. Seis años de matrimonio, y puedo contar con los dedos de una mano cuántas veces en el último año me ha tocado como una mujer merece ser tocada. Él dice que es estrés del trabajo, pero los dos sabemos que hay más detrás. Ahora duerme en la habitación de invitados, dice que ronca y no quiere molestarme. Así hemos vivido —bajo el mismo techo, pero como vecinos que solo se saludan en el pasillo.

Chike se mudó hace tres meses cuando lo trasladaron a Lagos y necesitaba un lugar antes de que su propio departamento estuviera listo. Al principio, todo estaba bien. A veces reíamos juntos en la cocina, cocinábamos cuando Ebube llegaba tarde. Me ayudaba a llevar las compras desde el coche, me molestaba por mi terrible voz al cantar. Pensé que era inofensivo. Pensé que estaba a salvo.

Esa tarde, Ebube había llamado para decir que trabajaría hasta tarde otra vez. Yo estaba en la cocina haciendo ñame en salsa cuando Chike entró, sin camisa, con el sudor aún pegado a su pecho después de su carrera vespertina. Dijo que quería agua, pero en lugar de ir al refrigerador, se acercó. Demasiado cerca. —Tu esposo tiene suerte —murmuró, su voz tan baja que casi pensé que lo había imaginado.

Me giré para decirle que estaba loco, pero sus ojos —Dios, esos ojos— me paralizaron. Le dije que no, que se detuviera, pero mi mano ya había rozado su brazo, mi respiración ya se aceleraba de formas que no podía controlar. Entonces mi teléfono vibró en la encimera. Un mensaje nuevo. Era de Ebube. Solo cuatro palabras:

—No confíes en Chike esta noche.

Capítulo 2: La Sombra del Secreto

El mensaje fue un latigazo de agua helada. En un instante, el deseo se evaporó, reemplazado por una punzada de miedo y una confusión abrumadora. Me aparté de Chike como si su piel me quemara. Él, con su sonrisa despreocupada, pareció no notarlo. —¿Quién es? —preguntó, su voz ahora más fuerte, normal, como si la intimidad de hace un segundo no hubiera existido. —Nadie —mentí, con la voz temblando. Tomé el teléfono y me lo guardé en el bolsillo.

Chike me miró de forma extraña, una chispa en sus ojos que no había visto antes. Era una mezcla de curiosidad y algo más, algo oscuro y calculador. La inocencia de su sonrisa desapareció. Él no era el Chike de las bromas. Este era otro hombre.

—¿Estás bien? —preguntó, acercándose de nuevo. —Estoy bien —dije, apartándome de nuevo—. El ñame se está quemando. Me di la vuelta y me concentré en la olla, mi corazón latiendo en mi garganta. El aroma dulce del ñame se mezcló con el olor acre del humo. El teléfono vibró de nuevo en mi bolsillo, pero no me atreví a sacarlo.

—Déjame ayudarte —dijo, su voz dulce y cariñosa. No. Ya no. La confianza se había roto. —No. Puedo hacerlo yo sola —dije con brusquedad. Se rió, un sonido hueco. —Pareces nerviosa. ¿Qué te ha dicho Ebube? El mensaje. Él lo sabía. El miedo me invadió. Chike no era solo un hermano coqueto; era un depredador. La forma en que sus ojos me miraban, el leve giro de sus labios. Era como si pudiera leer mis pensamientos.

—No me ha dicho nada —mentí de nuevo, el sabor a traición en mi boca. Chike se acercó, su mano en mi hombro. —Déjame ayudarte. Por favor. Me di la vuelta y lo miré a los ojos. Había algo más. Algo que mi esposo, el hombre que no me había tocado en un año, sabía. ¿Y qué era?

—Tengo que irme —dije—. Tengo que irme. —¿Adónde vas? —preguntó Chike. —A la habitación de invitados —dije, mi voz temblando. Se rió. —¿Por qué? —Porque quiero dormir. —Pero si no estás cansada, ¿qué tal si te quedas un rato más? —No. Estoy cansada —dije, y corrí hacia el pasillo.

Capítulo 3: La Pista del Pasado

Corrí a la habitación de invitados, cerré la puerta con llave y me senté en la cama, mi corazón latiendo en mi pecho. Saqué mi teléfono y leí el mensaje de Ebube. Eran cuatro palabras. “No confíes en Chike esta noche”. Debía haber más. Le respondí: “¿Por qué?” No hubo respuesta. La curiosidad se apoderó de mí.

Me quedé en la habitación, esperando, pero no pasó nada. Ebube no llamó. Chike no vino a la puerta. El silencio en la casa era un muro de hielo. Alrededor de las 3 de la mañana, Ebube llamó. Mi corazón dio un salto. —¿Estás bien? —preguntó, su voz suave y preocupada. —Estoy bien —dije—. ¿Dónde estás? —En la oficina. ¿Qué ha pasado? —No lo sé. Me mandaste un mensaje de texto. “No confíes en Chike esta noche”. ¿Qué significa eso? Ebube suspiró, un sonido cansado y amargo. —Es una larga historia. Lo sabrás. ¿Y por qué no has respondido a mis llamadas? —Estaba durmiendo. —No te preocupes. Estoy bien. Solo asegúrate de cerrar con llave la puerta de la habitación. —Ya lo hice. —Bien. Mañana a primera hora estaré en casa. No te preocupes por nada. Solo ten cuidado.

La llamada terminó. Me senté en la cama, la cabeza girando. ¿Por qué Ebube me había abandonado? ¿Por qué se había alejado de mí? Y ahora, me enviaba un mensaje de texto para advertirme que no confiara en su propio hermano. ¿Qué secreto había entre ellos? ¿Qué había pasado?

Capítulo 4: El Velo de la Traición

A la mañana siguiente, me levanté temprano. Chike estaba en la cocina, haciendo café. Me sonrió, un gesto que parecía genuino. —Buenos días —dijo—. ¿Dormiste bien? —Sí —mentí. —¿Te gustaría que te preparara el desayuno? —No. No gracias. Tengo prisa. —¿Por qué? —Tengo que ir a la ciudad —dije. —¿A la ciudad? —preguntó. —Sí. A comprar cosas.

Chike se rio, un sonido que me hizo temblar. —No seas tonta. No me digas que no me extrañas. —No —dije, mis ojos llenos de ira. —No mientas. Te gusta que te toque. —¡No! —dije, levantando la voz. Se rió. —Lo sé. Te gusta. Yo sé que me necesitas.

Me alejé de él, mi corazón latiendo en mi pecho. Fui a la sala, me senté en el sofá y me puse a ver televisión. La televisión estaba encendida, pero no podía ver nada. Mi mente estaba en blanco.

Alrededor de las 10 de la mañana, Ebube llamó a la puerta. Chike abrió la puerta. —Hola, hermano —dijo Chike, su voz llena de amor. —Hola, Chike —dijo Ebube, su voz un susurro—. ¿Cómo estás? —Estoy bien —dijo Chike—. ¿Y tú? —Estoy bien. ¿Puedes ir a la tienda? Necesito algunas cosas. —Claro, hermano —dijo Chike.

Chike se fue. Ebube entró en la casa, se quitó el abrigo y se sentó en el sofá, junto a mí. Me miró a los ojos, su rostro tenso y cansado. —¿Estás bien? —preguntó. —Estoy bien —dije. —¿Qué pasó anoche? —preguntó, su voz llena de preocupación. —No lo sé. Me mandaste un mensaje de texto. Me dijiste que no confiara en Chike. ¿Por qué? Ebube me miró. —No me has dicho la verdad.

Mi corazón se detuvo. —¿Qué verdad? —Sé lo que pasó anoche. Estuve observando —dijo. —¿Qué? —Puse una cámara en la cocina. Quería saber si Chike era la razón por la que te habías alejado de mí. —¡¿Pusiste una cámara en la cocina?! —grité, mi voz llena de ira. —Sí —dijo, su voz tranquila y llena de tristeza—. Lo hice porque tenía miedo. Miedo de que él te hiciera daño.

Capítulo 5: La Confrontación Final

Ebube me contó todo. Chike no era solo su hermano. Era su rival. Habían sido socios en la empresa, pero Chike lo había traicionado. Había robado dinero y había intentado arruinarlo. Ebube lo había descubierto, pero no lo había expuesto. Solo lo había despedido. Chike había jurado vengarse. —Te lo prometo —dijo Chike. —Haré que te arrepientas de haberme despedido. —¿Y qué vas a hacer? —preguntó Ebube. —Te quitaré lo que más quieres —dijo Chike—. Y te arrepentirás de haberme despedido.

Ebube se asustó. Le contó a Chike que había vendido la empresa y se había mudado a la ciudad. Chike lo siguió. Se hizo amigo de mí para acercarse a él. —Lo sabía —dijo Ebube—. Sabía que iba a usar su encanto para hacerte daño. Y no iba a dejar que lo hiciera. —¿Y por eso te alejaste de mí? —pregunté, mi voz llena de tristeza. —Sí. Quería protegerte. Quería que pensaras que la vida conmigo era aburrida. Quería que te enamoraras de alguien más. Alguien que no fuera Chike. —¡Me hiciste pensar que me habías dejado de amar! —Lo sé. Y lo siento. Pero creí que era lo mejor.

El corazón se me rompió. Mi esposo me amaba. Pero su forma de amarme fue haciéndome sufrir. En ese momento, Chike regresó. Traía una bolsa de compras en la mano. —Hola, hermano —dijo—. ¿Todo bien? Ebube se levantó. —Chike. Tenemos que hablar.

Chike se rio. —¿Qué pasa, hermano? ¿No puedes dejar de trabajar? —No. Se acabó. No tienes nada que hacer aquí. —¿Qué quieres decir? —Sé lo que has hecho. Y sé lo que quieres hacer. Y no lo voy a permitir.

Chike se rio, pero su risa era diferente. Ahora era una risa llena de maldad. —¿Qué sabes? ¿Sabes que Ebube ha estado mintiendo? ¿Sabes que ha estado con otras mujeres? —preguntó, mirándome a mí. —¡No es verdad! —dijo Ebube—. No la escuches. —Sí lo es. Lo vi con mis propios ojos. Ha estado con otras mujeres. Y me dijo que no me quería. ¡Por eso se ha ido a dormir a la habitación de invitados!

La cabeza me daba vueltas. El engaño, la mentira, la traición. No podía creerlo. Chike me miró, con una sonrisa malvada en su rostro. —Lo único que quería era que estuvieras conmigo. —¡No! —dije, mi voz llena de ira—. Te odio. —No me odies. Te prometo que te amaré.

Me miró a los ojos, y por un momento, la ira se disipó. Pude ver el dolor en sus ojos. Y la mentira. Me dio una patada en el estómago, un golpe que me hizo caer al suelo. Me caí, mi cabeza golpeó la pared y perdí la conciencia.

Epílogo: La Lucha por el Amor

Cuando me desperté, Ebube estaba a mi lado. Estaba en la cama, con la cabeza vendada. Chike no estaba. —¿Dónde está Chike? —pregunté. —Se ha ido —dijo Ebube—. No volverá. —¿Qué pasó? —Peleamos. Lo golpeé y se fue. —No te vayas. —No me iré. Te lo prometo.

Ebube y yo nos sentamos en la cama, hablando durante horas. Me contó toda la verdad. Me dijo que me amaba, y que había mentido para protegerme. Le perdoné. Y él me perdonó a mí. Nos dimos cuenta de que nuestro matrimonio no era perfecto, pero que el amor que teníamos era real.

Ahora, un año después, Ebube y yo estamos juntos. Ya no duerme en la habitación de invitados. Dormimos en la misma cama. Y aunque nuestra vida no es perfecta, somos felices. Aprendimos que el amor no se trata de perfección, se trata de perdón. Y que la traición puede ser superada.

Y Chike, se fue. Nunca lo volvimos a ver. No sé si regresará. Pero no tengo miedo. He aprendido a perdonar, a amar, y a ser fuerte. Y con Ebube a mi lado, sé que podemos superar cualquier obstáculo. El amor es un camino difícil, pero es el mejor camino de todos.