La Sombra Detrás de la Sonrisa Perfecta
Valeria se sentó junto a la ventana, con la mirada fija en el lujoso automóvil negro que acababa de detenerse frente a la puerta de su casa. El sol de la tarde se reflejaba en el metal pulido, hiriéndole los ojos, pero no apartó la vista. Un hombre bajó del auto. Ajustó su traje impecable y sonrió con una perfección ensayada al ver a Elena, la madre de Valeria, esperando en el umbral con la ansiedad de una adolescente enamorada.
—Elena, estás hermosa como siempre —dijo Andrés, su voz era un barítono suave mientras se acercaba y besaba la mejilla de la mujer.
Elena soltó una risa radiante, el sonido de alguien que ha estado sola demasiado tiempo y cree haber encontrado un milagro. —Siempre tan halagador —respondió ella, tomándolo del brazo.
Desde la ventana, Valeria cruzó los brazos frente al pecho. Un frío inexplicable se instaló en su estómago. No sabía por qué, pero había algo en Andrés que le erizaba la piel. Era demasiado perfecto, demasiado cortés, como una máscara de cera que ocultaba algo podrido. Cuando entraron a la casa, Andrés alzó la vista hacia Valeria.
—Hola, Valeria. ¿Cómo estás hoy? —preguntó con dulzura, aunque sus ojos no sonreían. —Normal —contestó la niña secamente, sin parpadear. —¡Valeria, no seas grosera! —le reprendió Elena suavemente, frunciendo el ceño.
Andrés soltó una risa despreocupada, agitando la mano. —No te preocupes, Elena. Es normal a su edad. Pero, Valeria, espero que podamos ser amigos.
La niña no respondió. Por un segundo, captó un destello fugaz en los ojos de él. Fue tan rápido que casi se lo pierde: una mirada fría, calculadora, vacía de cualquier emoción humana. Esa noche, cuando Andrés se marchó, Valeria tomó la mano de su madre.
—Mamá, ¿de verdad crees que él es una buena persona? —preguntó, su voz temblaba de impotencia. Elena suspiró, agotada de la misma conversación. —Otra vez con eso, Valeria. Andrés es un buen hombre. Te quiere mucho. Tienes que dejar de tratarlo así.
Valeria mordió su labio. Su instinto gritaba peligro, pero el amor de su madre estaba ciego.
La Investigación
A la mañana siguiente, en la escuela, Valeria buscó refugio en su mejor amiga, Camila. Apoyadas en la cerca de la cancha de baloncesto, Valeria desahogó sus miedos. —Te lo juro, hay algo raro con él. Camila, pragmática como siempre, puso los ojos en blanco. —No te cae bien porque no quieres que tu mamá se case. Es un empresario exitoso, tiene dinero, es guapo. ¿Qué peligro podría ser?
—Ese es el problema —replicó Valeria—. Es demasiado perfecto.
Esa noche, la sospecha se convirtió en terror. Valeria leía en su cuarto cuando, por el espejo de su tocador, vio el reflejo del pasillo. Andrés estaba allí, parado inmóvil, mirando directamente hacia su habitación a través del reflejo. Su sonrisa estaba torcida, deformada en una mueca siniestra. El corazón de Valeria dio un vuelco. Se giró rápidamente, pero el pasillo estaba vacío.
La sensación de miedo se aferró a ella como una segunda piel. Intentó hablar con su madre de nuevo, pero Elena, estresada por los preparativos de la boda, no quiso escuchar. —Valeria, estás imaginando cosas. Basta.
Desesperada, Valeria decidió actuar. Aprovechando que su madre había salido, se coló en la habitación principal y abrió la laptop de Elena. Buscó “Andrés Cortés”. El cursor parpadeó en la pantalla blanca. Cero resultados. Nada. Ni un perfil de LinkedIn, ni una mención en noticias empresariales, ni una red social. Un “empresario exitoso” sin huella digital en el siglo XXI no existía. Era un fantasma.
Durante la cena, Andrés la puso a prueba. Le ofreció un trozo de carne con una amabilidad que parecía una amenaza velada. —Siempre has sido tan terca, ¿verdad? —dijo él, limpiándose la boca con la servilleta—. Espero que te acostumbres a mí. Aunque, a veces, ser demasiado lista no es bueno.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Valeria se paralizó. Él sabía que ella sabía.

Aliados y Secretos
La falta de información digital llevó a Valeria a reclutar a Manuel, el genio informático de la escuela. Junto con Camila, se reunieron en un café. —No existe —confirmó Manuel tras teclear furiosamente—. Ni siquiera su número de teléfono está a su nombre. Pero puedo intentar rastrear las IP de sus llamadas anteriores.
Esa noche, el teléfono de Valeria vibró con un mensaje de Manuel que le heló la sangre: “Su número fue usado para comunicarse con una mujer que desapareció hace dos años. Se llamaba Adriana Gómez.”
Valeria sintió náuseas. No solo era un mentiroso; estaba vinculado a una desaparición. Intentó decírselo a su madre, pero Elena, cegada por la promesa de un futuro feliz, se negó a escuchar sin pruebas físicas. —¡Solo quieres arruinar mi felicidad! —gritó Elena antes de encerrarse en su cuarto.
Valeria sabía que el tiempo se agotaba. La boda era inminente. Intentó buscar pruebas en el coche de Andrés, pero él la atrapó. —¿Qué esperabas encontrar en el auto de tu tío? —susurró él, apareciendo detrás de ella como un espectro. Su voz era baja, peligrosa—. Estás jugando un juego peligroso, Valeria.
La tensión en la casa se volvió insoportable. Manuel descubrió más: Adriana Gómez había sido novia de Andrés antes de desaparecer. Ella había denunciado que la seguían días antes de esfumarse. Valeria intentó robar el celular de Andrés durante una cena, creando una distracción con Camila por teléfono, pero él fue más rápido. Le agarró la muñeca con una fuerza que prometía violencia, aunque su rostro mantenía una sonrisa cordial para el beneficio de Elena.
—De verdad crees que soy idiota… —le susurró él cuando Elena salió de la habitación.
La Prueba Definitiva
Manuel propuso un último plan: un dispositivo que interceptaría los datos del celular de Andrés si se conectaba al Wi-Fi de la casa. Valeria logró deslizar el aparato bajo el sofá antes de la cena. Esa noche, mientras Andrés hablaba de “mudarse a un lugar aislado donde nadie los moleste”, Manuel descargaba la verdad.
Al día siguiente, en la cafetería, Manuel giró su laptop hacia Valeria y Camila. —Tienes que ver esto. Las imágenes eran una pesadilla. Eran fotos de Adriana Gómez. Primero atada, luego en una habitación oscura, y finalmente… su cuerpo sin vida. Camila se tapó la boca para no gritar. —Es un asesino —susurró Valeria, con lágrimas de rabia y terror—. Y le va a hacer lo mismo a mi mamá.
Necesitaban una confesión. Las fotos eran digitales, él podría alegar que fueron plantadas o que era un montaje. Valeria, armada con una grabadora oculta en su bolsillo, decidió confrontarlo esa misma noche.
Se sentó frente a él mientras Elena estaba en la cocina. —Sé lo de Adriana Gómez —soltó Valeria. La máscara de Andrés cayó. Por primera vez, mostró al monstruo real. Se recostó, divertido. —¿Ah sí? ¿Y qué vas a hacer, niña? —Tengo pruebas. Sé que la mataste. Andrés se rio, una risa seca y hueca. —Eres lista, pero no lo suficiente. Nadie te va a creer.
Justo en ese momento, Elena entró en la sala. —¿Qué pasa aquí? —Tu hija cree que soy un asesino, amor —dijo Andrés con tono de víctima. —¡Mamá, tengo la confesión grabada! —gritó Valeria, metiendo la mano en su bolsillo.
Pero su bolsillo estaba vacío. Valeria palideció. Alzó la vista y vio que Andrés sostenía la pequeña grabadora en su mano. Se la había sacado con la destreza de un carterista profesional en algún momento que ella no notó. —Pobrecita —dijo Andrés, guardándose el aparato—. Está obsesionada con fantasías. Creo que necesita ayuda profesional, Elena. Elena miró a su hija con decepción y fatiga. —Valeria, vete a tu cuarto. Mañana es la boda y no quiero escuchar una palabra más.
El Desenlace
Valeria subió las escaleras llorando, escuchando cómo Andrés consolaba a su madre abajo. Se sentía derrotada. Cerró la puerta de su cuarto y se dejó caer contra ella. Todo había terminado. Él había ganado.
Pero entonces, su computadora emitió un pitido. Era una videollamada de Manuel. —Valeria, ¿estás bien? —preguntó él, visiblemente agitado. —Me quitó la grabadora, Manuel. Mi mamá no me cree. Se van a casar mañana… Manuel negó con la cabeza, una sonrisa nerviosa cruzó su rostro. —La grabadora era solo el Plan B, Valeria. Nunca confié en que funcionara. —¿De qué hablas? —Esas fotos… no solo te las enseñé a ti. Envíe todo el paquete de datos a la unidad de delitos cibernéticos de la policía hace dos horas. Incluí la geolocalización de las fotos. Coinciden con una propiedad a nombre de un alias de Andrés.
Los ojos de Valeria se abrieron de par en par. —¿La policía? —Ya van en camino.
A la mañana siguiente, el jardín de la casa estaba decorado con flores blancas. Los invitados llegaban, la música suave sonaba. Elena estaba radiante en su vestido blanco, y Andrés la esperaba en el altar improvisado bajo un arco floral, luciendo triunfante. Valeria bajó las escaleras. Andrés la vio y le guiñó un ojo, un gesto de victoria final. La ceremonia comenzó. El juez de paz inició su discurso.
—Si hay alguien presente que conozca alguna razón por la cual esta pareja no deba unirse en matrimonio, que hable ahora o calle para siempre.
El silencio reinó en el jardín. Andrés sonrió, tomando la mano de Elena. Pero el silencio fue roto por el sonido de sirenas. Tres patrullas de policía frenaron bruscamente frente a la casa. Los oficiales irrumpieron en el jardín con las armas desenfundadas.
—¡Andrés Cortés! —gritó el oficial al mando—. ¡O mejor dicho, Julián Somozas! Queda arrestado por el asesinato de Adriana Gómez y por fraude de identidad.
La copa de champán cayó de la mano de Elena, haciéndose añicos contra el suelo. Andrés intentó correr, pero dos oficiales lo placaron contra el césped, esposándolo frente a todos los invitados atónitos. Mientras lo levantaban, Andrés buscó a Valeria con la mirada. Ya no había burla, solo un odio puro y destilado. —¡Maldita niña! —gritó mientras lo arrastraban hacia la patrulla—. ¡Te arrepentirás!
Elena, temblando y en shock, miró a los policías y luego a su hija. Un oficial se acercó a Elena. —Señora, encontramos restos humanos en una propiedad vinculada a este hombre. Su hija y sus amigos nos dieron la clave para atraparlo. Le salvó la vida.
Elena rompió a llorar y corrió hacia Valeria, abrazándola con una fuerza desesperada. —Perdóname, mi amor, perdóname —sollozaba Elena en el hombro de su hija—. No te creí, estaba tan ciega.
Valeria abrazó a su madre, mirando por encima de su hombro cómo la patrulla se llevaba al hombre que casi destruye sus vidas. Camila y Manuel aparecieron en la entrada de la casa, asintiendo con la cabeza.
La boda se había arruinado, sí. El vestido estaba manchado de césped y lágrimas, y la fiesta había terminado antes de empezar. Pero mientras Valeria sostenía a su madre bajo el sol de la mañana, supo que, por primera vez en mucho tiempo, estaban realmente a salvo. La sombra había desaparecido.
FIN
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