Capítulo 1:

Jane le pidió a Austin que se marchara de su casa después de descubrir que él solo había vuelto porque se enteró de que el bebé en realidad pertenecía a su hermana.

—Esta casa me pertenece a mí —dijo Austin con firmeza.

—¿En serio? ¿Ahora vas a hacer esto? —respondió Jane, incrédula.

—Solo quiero ayudarte —insistió Austin.

—¿Me estás diciendo que el niño es de tu hermana? ¿Que la madre fallecida es tu hermana? —preguntó Jane, buscando confirmación.

—Sí, eso dije —contestó él.

Jane frunció el ceño:

—Si realmente es tu hermana, ¿por qué me dejaste ir sola al taller mecánico para intercambiar al bebé? ¿Por qué me arriesgaste la vida para conseguir la recompensa por tener al bebé todo este tiempo?

Austin bajó la mirada.

—No me habrías creído si te lo hubiera contado. Yo tampoco me lo habría creído. Por eso te permití hacerlo, con la condición de que llevaras al bebé en el auto. ¿Por qué estabas tú en el taller para la negociación? —replicó.

—¿Por eso querías quedarte con el bebé? ¿Porque me fui sola al taller? —preguntó Jane, desconfiada.

Austin guardó silencio.

—Espera, ¿de verdad planeabas dejarme y huir con el bebé? ¿Por qué estabas en ese taller? —Jane había descubierto la verdad.

—No fue así —dijo Austin con sinceridad.

—Pero ese era tu plan, dejarme abandonada. Eres un monstruo —exclamó Jane.

—No es cierto, Jane. Te esperé —respondió él.

En ese instante, el bebé comenzó a llorar. Jane fue al dormitorio a buscar su leche, pero la bolsa estaba vacía.

Al volver, encontró a Austin colgando una llamada.

—¿A quién llamaste? —le preguntó.

—Te lo dije, tengo un amigo en la policía. Lo llamé para que viniera. Él nos ayudará, limpiará tu nombre y asegurará la protección del bebé —contestó Austin.

—Tu hermana no hubiera querido que involucraras a su hijo con la policía, Austin —advirtió Jane.

—Es lo mejor que podemos hacer ahora —insistió Austin.

Mientras Jane le daba leche al bebé, llamaron a la puerta. Austin abrió y vio a su amigo policía.

—Tunde, ¿cómo estás? —saludó.

—Pareces urgente, suerte que estaba cerca —respondió Tunde.

—El niño que aparece en las noticias es hijo de mi hermana fallecida. Solo quiero protección para él y para Jane —le explicó Austin.

Tunde miró a Jane y preguntó:

—¿Quién es ella?

—Mi cocinera —respondió Austin.

—¿La cocinera famosa? —se sorprendió Tunde.

—Sí, la que mató al líder de una pandilla —dijo Austin.

—¿Podrán protegernos? —preguntó Austin con urgencia.

—Es famosa, pero nadie sabe cómo es su rostro —comentó Tunde—. ¿Pueden ayudarles? Claro que sí.

—¿Qué necesitas? —preguntó Austin.

—Solo hacer una llamada —respondió Tunde.

Jane llevó al bebé a la habitación para cambiarle el pañal y envió un mensaje a Austin: “No confío en tu amigo”.

Austin entró rápido a la habitación.

—Tunde es el único en quien podemos confiar ahora. Es un amigo de años —le dijo a Jane.

Cuando volvieron, Tunde comentó que habían tardado mucho.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Austin.

—Nos quedaremos aquí y esperaremos —respondió Tunde.

—¿Esperar qué? —preguntó Jane.

—Una respuesta de mi jefe confirmando que no hay peligro para que podamos estar seguros —contestó.

—¿Tu jefe sabe de nosotros? —intervino Jane.

—Claro, alguien debe saberlo. Yo no soy la jefa, ella es quien garantiza su seguridad —contestó Tunde.

Jane pidió el teléfono de Tunde.

—¿Qué haces? —preguntó Austin.

—Dame tu teléfono, por favor —insistió Jane.

—¿Sabes que hablas con un policía? —dijo Tunde.

—Si no nos ocultas nada, dámelo —respondió Jane.

—Austin, habla con esta loca —bromeó Tunde.

—Jane, cálmate —le pidió Austin.

De repente, Jane sacó una pistola del bolsillo de Tunde, la apuntó y exigió que le entregara el teléfono.

Con cuidado, Tunde desbloqueó el dispositivo y se lo dio.

Jane revisó los mensajes y vio que Tunde había enviado un aviso a un grupo con su ubicación y que tenía a la cocinera.

—¿Nos traicionaste? —preguntó Jane.

—¿Qué? —exclamó Austin, tomando el teléfono para ver los mensajes.

—Hay mucho dinero por ella, mató al líder de una banda peligrosa —confesó Tunde mientras intentaba sacar su arma, pero Jane fue más rápida y disparó.

El disparo resonó fuerte.

Austin quedó paralizado al ver a su amigo caer sin vida.

En ese momento, se escucharon coches acercándose a la entrada.

—Tenemos que salir por atrás —dijo Jane, tomando al bebé y corriendo.

Austin no podía creer que su cocinera hubiera matado a un policía.

Capítulo 2: La Fuga

El disparo resonó en el silencio del salón, un sonido final y rotundo que se incrustó en la memoria de Austin. Cayó sobre la alfombra de un color crema, con un impacto suave y mortal. Su amigo, su único amigo, Tunde, estaba muerto. El mundo de Austin se desmoronó en ese instante, en un torbellino de incredulidad y terror.

—Tenemos que salir por atrás —dijo Jane, tomando al bebé y corriendo.

Su voz era tranquila, serena, como si acabara de decidir el menú de la cena. El contraste con la realidad, con el cuerpo inerte en el suelo, era tan brutal que a Austin le costó reaccionar. Su mente se había quedado atascada, repitiendo la imagen de la pistola en la mano de Jane, de la chispa del disparo, del eco que aún vibraba en las paredes.

—Austin, ¡muévete! —gritó Jane desde la cocina.

El sonido de las sirenas se hizo más fuerte, y eso, al menos, fue suficiente para sacarlo de su parálisis. Sus piernas se movieron sin que él las controlara, siguiendo a Jane. Salieron por la puerta trasera, que daba a un pequeño jardín sin vallar. El olor a tierra húmeda y a hojas podridas le llegó como un puñetazo, un olor de vida en medio de la muerte. La calle estaba llena de coches de policía, con luces rojas y azules que se reflejaban en los cristales de las casas.

—¡El coche! —dijo Austin.

—¡No podemos ir en coche! —replicó Jane—. Está en la entrada.

Corrieron por el callejón de atrás, cruzando jardines vecinos, esquivando arbustos y vallas. El bebé, acunado en los brazos de Jane, dormía, ajeno al caos que se desataba a su alrededor. Jane corría con una agilidad sorprendente, su cuerpo se movía como el de una atleta, un reflejo de una vida que Austin no conocía.

—¡Es por aquí! —dijo Jane, doblando una esquina y entrando en un callejón estrecho y oscuro.

El corazón de Austin latía con fuerza, sus pulmones ardían. Nunca había corrido así, ni siquiera en el instituto. El miedo lo empujaba, el miedo a ser atrapado, a ser juzgado, a ser un criminal. Su vida, que hasta hacía unos días era tan normal, tan predecible, se había convertido en un caos, en una película de acción en la que él no quería ser el protagonista.

Al final del callejón, Jane se detuvo frente a un coche viejo y sucio, con la puerta sin seguro. Lo abrió de un tirón y metió al bebé en el asiento trasero.

—Súbete —dijo, la voz más baja.

Austin se subió al asiento del pasajero y se agachó. Jane se puso al volante, metió la mano en su bolso y sacó un alambre, un alambre que parecía un pasador de pelo. Lo metió en el volante y el coche arrancó. Austin la miró, incrédulo.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó.

—No hay tiempo para preguntas —dijo Jane, metiendo la marcha y saliendo del callejón.

Condujo con cuidado, sin levantar sospechas, mezclándose entre el tráfico. Sus ojos miraban el espejo retrovisor, viendo las luces rojas y azules que se alejaban en la distancia. Estaban a salvo, por ahora.

Capítulo 3: La carretera y la verdad

El sol de la mañana los encontró en la carretera, lejos de la ciudad. El bebé dormía, el coche se movía con un ritmo constante. El silencio en el coche era un peso, un muro entre Austin y Jane. Él miraba por la ventana, viendo el paisaje pasar, y ella, con las manos en el volante, tenía la mirada fija en el camino.

—¿Por qué? —preguntó Austin, la voz ronca. —¿Por qué qué? —respondió Jane, sin mirarlo. —¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué mataste a Tunde?

Jane guardó silencio. Luego, con una calma aterradora, dijo: —Nos iba a entregar. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que me quedara y me dejara atrapar? ¿Y qué pasaría con el bebé?

Austin se quedó sin palabras. Sabía que tenía razón, pero el hecho de que Jane hubiera matado a un hombre, un policía, con tanta facilidad, lo aterraba. Su “cocinera famosa” no era una cocinera, sino una asesina.

—¿Quién eres tú en realidad, Jane? —preguntó Austin, su voz llena de incredulidad. —Soy Jane. Y la madre de este bebé es tu hermana —respondió ella, sin emociones en la voz.

Austin se sintió un traidor, un estúpido. Había confiado en un hombre que quería entregarlos y había dudado de la mujer que los había salvado. Su mente se llenó de preguntas. ¿Quién era su hermana? ¿Por qué había tenido que morir? ¿Y por qué el bebé estaba en este lío?

—Háblame de tu hermana —dijo Austin.

Jane suspiró. Se detuvo en un área de descanso. Salió del coche, fue a un baño y regresó con agua fría para lavarse la cara. Austin se quedó con el bebé en el coche, sintiendo que su vida ya no era suya. Al verla regresar, ella lo observó con una mirada fría y le dijo: —Mi hermana se llamaba Elena, y era la madre de este niño. Murió por una sobredosis de heroína. Austin, me dijo que el bebé es tu sobrino y que te lo entregara a ti para que lo cuidaras, que era lo mejor para él. No tuve otra opción que involucrarme. Cuando lo descubriste, te hice una trampa, ¿recuerdas? Fui sola a la negociación del intercambio del bebé y mi vida corrió peligro porque la policía nos estaba siguiendo la pista a mí y a ti, no solo por la recompensa, sino porque yo había matado al líder de una banda, tal como le dijiste a Tunde. Austin, tienes suerte de que estemos vivos.

—¿Y tú crees que podemos escapar de la policía ahora? Mataste a un policía, Austin. Yo no. Tú eres el único al que la policía rastreará —dijo Jane.

Austin la miró con sorpresa. —¿Por qué yo? —preguntó. —Porque yo no existo, Austin. No soy una cocinera famosa, soy una fantasma. Me busqué en todos los registros, en todas las bases de datos. No existe ninguna cocinera que haya matado a un líder de una banda y haya desaparecido sin dejar rastro. La policía ha seguido la pista de los dos, pero ahora solo te rastrearán a ti. Eres un policía fugitivo. Eres un fantasma.

Austin se quedó sin palabras. Jane había hecho un plan perfecto, y él no sabía qué hacer con esa información. La había traicionado, había matado a su amigo, y ahora ella le decía que era un fantasma.

—¿Por qué me hiciste esto, Jane? —preguntó Austin. —Porque eres el padre de este bebé, Austin. No es tu sobrino, es tu hijo —dijo Jane.

Austin se quedó en shock. ¿Cómo podía ser? Él no había tenido una relación con su hermana. No recordaba que se hubieran conocido.

—¿Mi hermana? ¡Pero si no nos conocíamos! —dijo Austin. —¿No? Nos conocimos en una fiesta de tu amigo Tunde. Eras un policía borracho y te acostaste con mi hermana, la madre de este bebé. Ella se enamoró de ti, pero tú nunca te enteraste. Yo soy la única que sabe la verdad. Me dejó el bebé a mí, y a ti, porque eras el padre.

Austin se quedó en silencio. No sabía qué hacer con esa información. Su hermana era la madre de su hijo. Y su amigo era un asesino. Y él, un policía fugitivo.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Austin. —Ahora, vamos a un lugar donde nadie nos conozca. Un lugar donde podemos ser una familia. Austin, tu vida ya no es la misma. Tienes que elegir entre ser un fantasma y ser un padre.

—No sé qué hacer —dijo Austin. —Yo tampoco —dijo Jane—. Pero no podemos seguir corriendo. Tenemos que encontrar un lugar seguro, y esperar.

Y así, la carretera se convirtió en su hogar. Condujeron durante días, deteniéndose en moteles de carretera, comiendo en restaurantes de mala muerte. El bebé, ajeno a todo, crecía, con sus ojos llenos de luz y sus risas que rompían el silencio del coche.

Capítulo 4: El reencuentro

Meses después, Austin y Jane habían encontrado un hogar en un pueblo pequeño, en la frontera con el desierto. Era un lugar donde el sol brillaba con una fuerza brutal, y donde la gente era amable y silenciosa. Jane había abierto un pequeño restaurante, y su comida, con su sabor a especias y a sabores del mundo, se había convertido en la favorita del pueblo. Austin, por su parte, se había convertido en un padre.

Se levantaba por las mañanas, le daba el biberón al bebé, le cambiaba los pañales, lo bañaba, lo acunaba para dormir. El bebé, que ahora tenía un nombre, Lucas, era su vida. Austin, el policía estricto y recto, se había convertido en un padre cariñoso y protector. Ya no era Austin, el fantasma, sino Austin, el padre.

Una tarde, mientras Austin jugaba con Lucas en el jardín, un coche se detuvo en la entrada de la casa. Era una patrulla de policía. Austin se quedó paralizado. Su corazón latía con fuerza, sus manos temblaban. Había llegado el momento. El pasado había vuelto a por él.

La puerta del coche se abrió y de él salió un hombre alto y fornido. Era un policía, pero no uno cualquiera. Era un policía con una insignia de la DEA, el departamento de control de drogas. Austin lo miró, y supo que su vida no había acabado. Había empezado una nueva.

—Austin, ¿cómo estás? —dijo el policía. —¿Cómo me has encontrado? —preguntó Austin. —Tunde, tu amigo, era un agente encubierto de la DEA. No estaba muerto, fingió su muerte para atrapar a la banda de la que Jane era parte.

Austin se quedó sin palabras. ¿Tunde era un agente encubierto? ¿Y Jane era parte de la banda?

—¿Y Jane? —preguntó Austin. —Jane también era una agente encubierta. Estaba en la banda para atrapar al líder, y lo consiguió. Pero cuando te conoció, se enamoró de ti. Y cuando descubrió que el bebé era tuyo, no tuvo otra opción que involucrarte.

Austin se quedó en silencio. Su vida, de repente, se había convertido en una serie de mentiras, de secretos, de engaños.

—¿Y ahora? —preguntó Austin. —Ahora, el caso se ha cerrado. La banda ha sido desarticulada, y Tunde, tu amigo, está en un hospital, recuperándose de la herida que le hiciste. Tu vida, Austin, no ha sido un error, ha sido un plan.

Austin se quedó sin palabras. La vida, que había creído que había perdido, era ahora un lienzo en blanco. Y él, el hombre que había creído ser un fantasma, era ahora un padre.

Capítulo 5: El final feliz

Austin, Jane y Lucas se quedaron en el pueblo. La vida era tranquila, la gente era amable, el sol brillaba con una fuerza brutal. Jane, con su restaurante, era una celebridad local, y Austin, con su amor por Lucas, era un padre feliz.

El pasado se había quedado atrás. El futuro, con sus promesas y sus secretos, era un misterio. Pero ellos, Austin, Jane y Lucas, estaban juntos, en un pueblo pequeño, en la frontera con el desierto. Habían encontrado su hogar, su familia, su vida.

Y un día, Austin, con Lucas en sus brazos, le preguntó a Jane: —¿Por qué me mentiste, Jane? ¿Por qué no me dijiste que eras un agente encubierto?

Jane sonrió, una sonrisa que iluminó su rostro. —Porque tenías que elegir entre ser un fantasma y ser un padre. Y elegiste ser un padre.

Austin la besó. Lucas, en sus brazos, reía, con sus ojos llenos de luz, el futuro de la familia que se había formado en un desierto, en un pueblo pequeño, en un hogar que se había encontrado en un lugar inesperado.

La vida, a veces, es un misterio. Pero a veces, el misterio se resuelve con el amor. Y el amor, a veces, es lo único que importa.