Capítulo 1
¿Son realmente algunas chicas de iglesia quienes dicen ser? Estamos a punto de descubrirlo en la historia de Rebecca.
Rebecca era la chica que todos admiraban. Con su sonrisa radiante, voz suave y corazón amable, era la hija perfecta del pastor. A sus 19 años, era todo lo que una chica de iglesia debía ser: modesta, obediente y dedicada a Dios. Cada domingo, lideraba la alabanza con una voz que hacía llorar a la gente. Nunca faltaba a la devoción matutina. Nunca cuestionaba las reglas. Para el mundo, Rebecca era impecable.
Pero por dentro, se sentía atrapada.
Estaba cansada de reglas que ella no había creado. Cansada de ser la hija del pastor que debía cumplir expectativas. Cansada de fingir no notar lo diferente que era el mundo afuera: más ruidoso, más libre, más emocionante.
En la escuela, las otras chicas susurraban sobre fiestas de fin de semana, clubes VIP y hombres ricos que las consentían con regalos. Se maquillaban, vestían ropa de marca y vivían sin preocuparse por el juicio de una congregación. Rebecca escuchaba en silencio, nunca participaba.
Pero la curiosidad… la curiosidad es algo peligroso.
Y entonces apareció Jessica.
Jessica era todo lo que a Rebecca le habían advertido: deslumbrante, segura de sí misma y con un glamour natural. Olía a perfume caro, caminaba como si el mundo le perteneciera y siempre tenía un teléfono nuevo, un bolso nuevo y nuevas historias sobre hombres adinerados que la adoraban.
Y Rebecca no podía apartar la mirada.
Jessica no seguía reglas. Era el tipo de chica de la que Rebecca había sido advertida. Hermosa. Segura. Indómita.
Una tarde, Jessica se deslizó en el asiento junto a Rebecca en la cafetería, sus dedos arreglados revolviendo perezosamente su jugo.
—Siempre tan callada, chica de iglesia —murmuró, con una sonrisa pícara.
Rebecca respondió con una pequeña sonrisa educada.
—Simplemente no hablo mucho.
Jessica la observó un momento, luego se inclinó un poco, bajando la voz.
—Pero escuchas mucho, ¿verdad? Y también observas bastante —pausa—. Y sé que te preguntas cómo sería ser como yo.
Los hombros de Rebecca se tensaron.
—¿A qué te refieres?
Jessica inclinó la cabeza, sus ojos brillando con diversión.
—La vida. La diversión. La libertad. Sin reglas. Sin expectativas. Nadie vigilando cada movimiento tuyo esperando que seas perfecta.
Rebecca quiso protestar, pero no encontró palabras.
Jessica rió suavemente.
—Relájate. No estoy aquí para convertirte. Solo creo que serías peligrosa si dejaras de fingir.
Rebecca tragó saliva.
Jessica no tenía idea de cuán cierta era esa afirmación. Rebecca ya pensaba muy seriamente en esas palabras y su curiosidad crecía.
La primera mentira fue pequeña.
Su padre le había dicho que fuera directo a casa después del ensayo del coro. En cambio, fue a la casa de Jessica. Solo por una hora, se dijo. Solo para ver.
La casa de Jessica no tenía nada que ver con el estricto hogar de Rebecca. No había versículos bíblicos enmarcados en las paredes. No había toque de queda. No se escuchaban oraciones susurradas en la noche. En cambio, la música retumbaba por toda la casa, sacudiendo las paredes. El aroma a perfume caro flotaba en el aire. Chicas se recostaban en sofás de terciopelo, sus risas mezclándose con la luz de los anillos mientras grababan TikToks.
Jessica le lanzó un vestido —corto, ajustado, nada parecido a lo que Rebecca había usado—.
—Pruébatelo —la animó—. Nadie se enterará.
Rebecca dudó, rozando la tela con los dedos. Luego, lentamente, se lo puso.
En el espejo, un extraño la miraba. No la hija del pastor. No la chica callada y obediente. Alguien más. Alguien peligroso.
Y por primera vez, Rebecca se preguntó si toda su vida había estado viviendo en la equivocación.
La primera vez que se escapó fue demasiado fácil.
Sus padres estaban en una vigilia en la iglesia. Sus hermanos dormían profundamente. El mensaje de Jessica apareció en su pantalla:
—¿Lista?
Rebecca se cambió, aplicando el maquillaje con manos firmes, imitando a Jessica. Al mirarse al espejo, no reconoció a la chica que la miraba. La emoción vibraba bajo su piel mientras salía, el corazón golpeando con fuerza.
Se metió en el asiento trasero de un taxi esperando.
En el club, la música era ensordecedora. Las luces, cegadoras. El aire estaba cargado de perfume, sudor y algo más que no podía identificar. Las chicas se movían con una gracia despreocupada. Los hombres las miraban como trofeos esperando ser reclamados.
Jessica se inclinó y susurró:
—Bienvenida al mundo real, chica de iglesia.
Rebecca respiró hondo. Y dio un paso adelante.
No tenía idea de que acababa de entrar en la parte más peligrosa de su vida.
Debería haber tenido miedo. Debería haberse ido a casa esa primera noche.
Pero no lo hizo.
En cambio, quiso más. La forma en que la miraban con ese vestido. La emoción de romper las reglas. La libertad en la risa de Jessica —desenfrenada e indómita. Aquella noche despertó algo dentro de ella. Algo salvaje. Algo peligroso.
Y apenas era el comienzo.
La primera mentira fue pequeña. La segunda, sin esfuerzo.
—Voy a dormir en la casa de Grace para el estudio bíblico —le dijo a su padre.
El pastor James sonrió orgulloso.
—Esa es mi niña.
Por un momento, la culpa apretó su pecho.
Pero entonces escuchó la bocina del carro de Jessica afuera, llamándola a la noche.
Y así, la culpa desapareció.
No era solo una noche en el club. Era una fiesta exclusiva en la azotea.
Y esta vez, Rebecca no dudó.
La azotea brillaba como un sueño. Sofás de terciopelo. Copas de champán. Risas que se derramaban en el aire nocturno. Chicas con vestidos de diseñador, bebiendo tragos que costaban más que la mesada mensual de Rebecca. Hombres con trajes a la medida, sus relojes brillando bajo las luces de la ciudad.
Rebecca se sentía diferente allí.
Se sentía poderosa.
Jessica la empujó hacia un hombre.
—Rebecca, él es David.
Él era mayor, quizá 35 años. Su traje impecable. Su sonrisa más afilada aún. Sus ojos la escudriñaban lenta y deliberadamente.
—Eres nueva —murmuró.
Rebecca asintió, de repente insegura.
David rió.
—No estés nerviosa, chica de iglesia. Estás en buenas manos.
Su respiración se detuvo.
—¿Cómo supo…?
Jessica rió, poniendo un brazo sobre los hombros de Rebecca.
—Ella es especial, David. Sé amable.
David sonrió con malicia.
—Oh, seré muy amable.
Rebecca no lo sabía entonces, pero esa noche acababa de hacer un trato con el diablo.
David era diferente a los chicos de la escuela.
Era un hombre.
Le enviaba regalos: perfumes, zapatos de diseñador, el último iPhone.
—Te mereces cosas bonitas —le decía. Y por primera vez en su vida, Rebecca se sintió deseada.
Pero los regalos siempre tienen un precio.
Una noche, David la recogió en su auto: un Mercedes negro y elegante que olía a cuero y peligro.
—Eres hermosa —murmuró, apartándole un mechón de cabello del rostro.
El corazón de Rebecca latía con fuerza.
Entonces él se acercó.
Y ella entendió el precio.
La respiración se le cortó. Le habían gustado los regalos, la atención, la emoción. Pero esto… ¿estaba lista para esto?
Los dedos de David recorrieron su mandíbula, esperando una respuesta.
En ese momento, Rebecca tuvo que decidir: ¿seguía siendo la hija del pastor?
¿O era alguien más ahora?
Ella eligió.
Y fue la elección equivocada.
Capítulo 2: La caída y la lucha
La noche se volvió oscura, no solo por la ausencia de luz, sino por la tormenta que comenzaba a formarse dentro de Rebecca. Cada caricia de David, cada susurro, le robaba un pedazo de la inocencia que había tratado de proteger durante tanto tiempo. Pero el brillo de los regalos y la promesa de una vida distinta nublaban su juicio.
Al día siguiente, cuando regresó a casa, evitó la mirada de su padre, del pastor James. Su corazón latía con culpa, miedo y confusión.
—Rebecca, hija —la llamó suavemente su madre, como intentando leer su alma—. ¿Todo está bien?
Ella solo pudo asentir, con la voz atrapada en la garganta.
Pronto, los videos comenzaron a circular en redes sociales. Clips cortos donde se veía a Rebecca en fiestas, bailando con desconocidos, riendo con despreocupación, tan opuesta a la hija ejemplar que la iglesia conocía.
El escándalo estalló en la comunidad.
Algunos la juzgaban sin piedad; otros se preguntaban qué había pasado realmente con la chica perfecta.
Rebecca se sintió atrapada, expuesta, vulnerable.
Pero en medio de la tormenta, algo cambió.
Recordó las palabras de Jessica: “La vida es libertad”, pero también comprendió que la libertad sin dirección puede ser una prisión.
Decidió que no sería definida por sus errores ni por los juicios.
Buscó ayuda.
Una amiga de la iglesia, Sara, que había pasado por sus propias batallas, la acogió.
—No estás sola, Rebecca —le dijo—. Todos podemos caer, pero lo importante es levantarse.
Con el tiempo, Rebecca comenzó a asistir a un grupo de apoyo para jóvenes que luchaban con sus propios demonios.
Allí aprendió que la verdadera libertad no está en romper reglas a ciegas, sino en encontrar paz consigo misma.
Aunque el camino era duro, cada paso hacia la sanación era una victoria.
Y mientras la iglesia debatía su destino, Rebecca estaba decidida a escribir una nueva historia.
Una en la que ella fuera la protagonista, no la víctima.
Capítulo 3: Renacer en medio de la tormenta
Rebecca entró en la sala del grupo de apoyo con un corazón lleno de confusión, pero también con una chispa de esperanza. Las miradas cálidas y las palabras sinceras de quienes habían atravesado caminos difíciles como ella le hicieron sentir que ya no estaba sola.
Cada historia contada, cada herida compartida, era como un remedio que poco a poco ayudaba a sanar las profundas heridas en su alma.
Pero afuera, la vida no perdonaba tan fácilmente.
Las noticias sobre los videos filtrados seguían presentes, causando revuelo en la comunidad de la iglesia y en la familia. Algunos criticaban, mientras que otros llamaban a la comprensión y al amor.
Su padre, el pastor James, luchaba internamente entre el amor hacia su hija y la presión de la comunidad.
En un servicio dominical, él se dirigió a la congregación con voz entrecortada:
—No somos personas sin errores. Somos personas que saben amar y perdonar.
Rebecca escuchó esas palabras y las lágrimas le brotaron.
Sabía que no podía cambiar el pasado, pero sí podía empezar de nuevo desde ahora.
Comenzó a participar en muchas actividades sociales, ayudando a jóvenes en dificultades, inspirando con su propia historia.
Poco a poco, dejó de ser la “hija del pastor abandonada” y se convirtió en un símbolo de renacimiento y esperanza.
Jessica también continuó en contacto, ofreciéndole consejos y apoyo. Su relación dejó de ser solo curiosidad y admiración para convertirse en una amistad sincera.
Rebecca aprendió a equilibrar los valores de su familia con el mundo exterior.
Sabía que el camino por delante era largo, pero esta vez caminaba con determinación y valentía.
Capítulo 4: Luz después de la tormenta
Meses después, Rebecca se encontraba nuevamente en el altar de la iglesia, pero esta vez no como la hija perfecta que todos esperaban, sino como una joven que había encontrado su propia voz y camino.
Había vuelto para contar su verdad, para compartir su historia de lucha, caída y redención con la congregación.
Con voz firme y ojos brillantes, habló:
—No vine aquí para ser juzgada ni para esconder mi pasado. Vine para decirles que todos merecemos una segunda oportunidad, que la fe no es perfección, sino amor y crecimiento.
Las lágrimas corrían por las mejillas de muchos, entre ellos su padre, el pastor James, cuyo orgullo y amor se mezclaban en una sonrisa llena de esperanza.
Jessica y Sophie estaban entre el público, orgullosas y emocionadas.
Rebecca se había convertido en un puente entre dos mundos, capaz de entender tanto las exigencias de la iglesia como la realidad de la vida fuera de sus muros.
Había aprendido que la verdadera libertad nace del perdón, de la aceptación y del amor propio.
Su camino no sería fácil, pero estaba lista para recorrerlo con valentía.
Y mientras las luces de la iglesia iluminaban su rostro, Rebecca sabía que, aunque había perdido la inocencia, había ganado algo mucho más valioso: ella misma.
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