En el año 1799, en una hacienda azucarera al sur de la Ciudad de México en la región de Cuernavaca, ocurrió una historia tan perturbadora que las autoridades virreinales intentaron eliminar cada rastro de su existencia.

Durante 17 años, una mujer esclavizada llamada Simena fue víctima sistemática de abusos sexuales por parte de su amo, don Fernando de Aguirre y Mendoza. Pero en mayo de 1799, después de un acto final de crueldad que quebró algo fundamental en su alma, Simena tomó control absoluto de la hacienda durante 3 días de horror calculado.

Capturó a la condesa Beatriz de Aguirre y a su hija adolescente Leonor. Invirtió completamente las estructuras de poder. Las obligó a servir como esclavas, experimentando cada humillación que ella misma había sufrido durante años. Y al tercer día las degolló a ambas con el mismo cuchillo usado para procesar caña de azúcar.

Esta es su historia completa, reconstruida de documentos judiciales fragmentados que sobrevivieron a intentos de destrucción deliberada, testimonios preservados en tradición oral afromexicana y confesiones registradas bajo tortura que revelaron verdades que la aristocracia colonial desesperadamente quería enterrar. Simena nació en el año 1772 en una pequeña plantación de algodón en la costa de Veracruz.

Su madre, Ayotl era indígena Nawatl, que había sido capturada durante una de las expediciones punitivas españolas contra comunidades que resistían el control colonial. Su padre era desconocido, probablemente uno de los múltiples hombres blancos que habían violado a Jotl durante sus primeros años en la plantación.

Esta mezcla de sangre indígena y española en cuerpo de esclava hacía Simena particularmente vulnerable en jerarquías raciales complejas de la sociedad colonial mexicana. Ayotl murió cuando Simena tenía apenas 7 años. Fue muerte lenta por enfermedad pulmonar que consumía a muchos trabajadores en plantaciones, combinación de trabajo extenuante, malnutrición crónica y exposición constante a elementos sin protección adecuada.

Simena estuvo con su madre durante sus últimos días, escuchando su tos que sacudía todo su cuerpo frágil, viendo sangre manchar los trapos que usaba para cubrirse la boca. Las últimas palabras de Ayotla a su hija fueron mezcla de advertencia y disculpa. Perdóname por traerte a este mundo, hija. Perdóname por no poder protegerte de lo que viene. Los hombres blancos te van a querer usar como me usaron a mí.

Resiste cuando puedas, sobrevive siempre y si alguna vez tienes oportunidad de venganza, no dudes. Simena, con 7 años no entendía completamente el significado de estas palabras, pero las recordaría toda su vida. Huérfana a los 7 años, Simena se convirtió en propiedad que pasaba según necesidades económicas del dueño de plantación.

Cuando tenía 10 años fue vendida por primera vez. El nuevo dueño era ascendado que poseía plantación más grande en interior de Veracruz. Allí trabajó en campos de tabaco durante 5 años, su infancia consumida por trabajo que ningún niño debería realizar. Pero algo estaba cambiando en su cuerpo. A los 15 años, Simena había desarrollado rasgos que hombres blancos encontraban atractivos.

Piel color canela que reflejaba su herencia mixta, rasgos faciales delicados que combinaban herencia indígena con rasgos europeos, cuerpo que estaba madurando a pesar de malnutrición. Y entonces comenzó el infierno que definiría los próximos 17 años de su vida. El primer incidente ocurrió cuando Simena tenía 15 años. Capataz de plantación, hombre español de unos 40 años llamado Sebastián, la acorraló un día en almacén donde se guardaban herramientas. No hubo conversación, no hubo cortejo, no hubo ninguna pretensión de que esto era algo

más que ejercicio de poder absoluto. Simplemente la tomó por fuerza mientras ella intentaba resistir, golpeándola cuando luchaba, amenazándola con castigos peores y gritaba. Cuando terminó, la dejó sangrando en el suelo del almacén sucio y se fue como si nada hubiera pasado. Simena no le contó a nadie. No había a quien contar.

El sistema entero estaba diseñado para proteger a hombres como Sebastián y para silenciar a mujeres como ella. Si reportaba la violación, sería castigada por causar problemas. Probablemente sería azotada públicamente por seducir al capataz.

Entonces guardó silencio limpiando sus heridas lo mejor que pudo y regresó al trabajo al día siguiente como si su vida no hubiera sido violentamente destrozada. Pero Sebastián regresó y regresó otra vez y otra. Durante 2 años, hasta que Simena cumplió 17, Sebastián la violó regularmente, dos o tres veces por semana, siempre lugares donde no serían interrumpidos, siempre con violencia suficiente para recordarle que ella no tenía poder, que su cuerpo no era suyo.

Simena aprendió a disociarse durante estos encuentros, enviando su mente lejos mientras su cuerpo sufría, técnica de supervivencia que sería crucial en años venideros. En 1789, cuando Simena tenía 17 años, fue vendida nuevamente. Esta vez fue comprada por don Fernando de Aguirre y Mendoza, propietario de Hacienda Santa Inés, una de las plantaciones azucareras más grandes y productivas de la región de Cuernavaca.

Don Fernando era hombre de 35 años, aristócrata de quinta generación en Nueva España, educado en España, casado con condesa Beatriz de Santillana, que le había dado una hija, Leonor. Era considerado pilar de sociedad colonial en Cuernavaca, devoto católico que asistía a misa diariamente, benefactor de la iglesia local, hombre de honor y valores cristianos.

Era también monstruo que vería en simena oportunidad perfecta para satisfacer apetitos que no podía satisfacer con su esposa aristocrática. Simena llegó a Hacienda Santa Inés en julio de 1789 junto con otros dos esclavos que don Fernando había comprado para expandir operaciones de plantación.

Fue asignada inicialmente a trabajar en casa principal como sirvienta doméstica, limpiando, cocinando, sirviendo a familia Aguirre. Para Simena, esto parecía inicialmente mejor que trabajo brutal en campos. No entendía aún que don Fernando la había comprado específicamente para trabajo doméstico, precisamente porque le facilitaba acceso constante a ella. El primer encuentro ocurrió apenas tres semanas después de su llegada.

Don Fernando la llamó a su estudio privado una noche, supuestamente para darle instrucciones sobre limpieza de ciertos objetos valiosos. Cuando cerró la puerta detrás de ella, Simena sintió inmediatamente el peligro. había aprendido a reconocer esa mirada en ojos de hombres, esa mezcla de deseo y crueldad que significaba que su cuerpo estaba a punto de ser violado nuevamente.

Don Fernando no fue tan brutal como Sebastián había sido. No la golpeó, no usó violencia física extrema. En cambio, usó algo potencialmente más efectivo, poder institucional absoluto que tenía sobre ella. Le dijo calmadamente que ella era su propiedad, que podía hacer con ella lo que quisiera sin consecuencia.

le recordó que si resistía o causaba problemas, él podía venderla a las minas de plata donde esclavos morían rutinariamente en cuestión de meses. Le recordó que él controlaba no solo su vida, sino las vidas de otros esclavos en hacienda que ella había comenzado a conocer y luego la violó lentamente mientras ella permanecía inmóvil, entendiendo que resistencia solo empeoraría su situación.

Esto se convirtió en patrón que continuaría durante los siguientes 10 años. Don Fernando la llamaba a su estudio dos o tres veces por semana, siempre por la noche cuando su esposa Beatriz estaba dormida o distraída con actividades sociales. La violaba a veces de maneras que eran físicamente dolorosas, otras veces de maneras diseñadas para humillarla psicológicamente. Hablaba durante el acto diciéndole que ella debería estar agradecida por su atención, que era afortunada de ser deseada por hombre de su estatura, que su cuerpo existía para su placer. Simena desarrolló mecanismos de supervivencia.

Aprendió a disociarse completamente durante estos encuentros, creando espacio mental donde don Fernando no podía alcanzarla. Aprendió a obedecer sin resistir porque resistencia solo prolongaba el sufrimiento. Aprendió a limpiar cualquier evidencia del abuso antes de volver a sus cuartos para que otros esclavos no hicieran preguntas.

y aprendió a guardar la rabia, cada gota de humillación y dolor, almacenándola en algún lugar profundo de su alma donde crecía lentamente como tumor maligno. La condesa Beatriz sabía, no de manera explícita quizás, pero sabía de la manera en que esposas en sociedades patriarcales siempre saben cuando sus esposos están usando sexualmente a mujeres bajo su control.

sabía y elegía no hacer nada, porque hacer algo habría requerido confrontar realidades incómodas sobre el hombre con quien estaba casada, sobre el sistema que sostenía su propio poder y privilegio. En cambio, desarrolló odio profundo hacia Simena, culpando a la víctima en lugar del perpetrador. Beatriz comenzó a tratar a Simena con crueldad, asignándole las tareas domésticas más degradantes, castigándola por infracciones menores que habría ignorado en otros esclavos.

Había algo visceral en su crueldad, como si Simena fuera recordatorio viviente de aspectos de su matrimonio que Beatriz no quería confrontar. En una ocasión, Beatriz hizo que Simena fuera azotada públicamente frente a otros esclavos por supuestamente haber roto Plato valioso, aunque todos sabían que plato había sido roto por Leonor, la hija.

Simena soportó 20 latigazos sin gritar, su espalda desgarrada mientras Beatriz miraba con satisfacción fría. Leonor, la hija de don Fernando y Beatriz, era diferente cuando era niña. Nacida en 1785, era 4 años menor que el tiempo de servicio de Simena en Hacienda. Cuando era niña pequeña, Leonor a veces mostraba amabilidad hacia Simena pidiéndole que le contara historias, tratándola casi como persona en lugar de propiedad.

Pero a medida que Leonor crecía y era socializada en valores de aristocracia colonial, esa amabilidad se erosionó. Para cuando Leonor tenía 14 años en 1799, había absorbido completamente actitudes de su madre hacia Simena, tratándola con desprecio casual que caracterizaba a su clase.

En 1795, cuando Simena tenía 23 años, quedó embarazada. era inevitable después de años de violaciones regulares. Cuando comenzó a mostrar señales de embarazo, don Fernando inicialmente pareció complacido de manera perversa, como si el embarazo fuera prueba adicional de su virilidad y control sobre ella. Pero Beatriz estaba furiosa.

La idea de que Esclava estuviera embarazada de su esposo, aunque nunca se hablara explícitamente de la paternidad, era humillación que no podía tolerar. Beatriz ordenó que Simena fuera trasladada a trabajar en campos de caña durante su embarazo. Trabajo brutal físicamente que esperaba resultaría en aborto espontáneo.

Simena trabajó bajo sol abrasador, cortando caña con machete pesado, su vientre creciendo a pesar del trabajo agotador. Pero el bebé sobrevivió. En febrero de 1796, Simena dio a luz a una niña a quien llamó Itsel, nombre Nawatl que su propia madre le había enseñado, significando estrella o lucero. Por 6 meses, Simena tuvo a Itzel. Amamantaba a su hija mientras trabajaba en campos, llevándola atada contra su pecho, robando momentos para mirarla y maravillarse de que algo tan puro pudiera existir en mundo tan corrupto. Itzell se convirtió en razón de vivir de Simena, la única cosa

hermosa en vida de horror interminable. hacía planes imposibles de escapar con su hija, de encontrar manera de comprar su libertad, de darle a Itzsel vida diferente. Entonces, en agosto de 1796, Beatriz ordenó que Itzel fuera vendida.

La niña de 6 meses fue arrancada de los brazos de Simena y vendida a comerciante que pasaba por la región, destinada a ser vendida nuevamente eventualmente a quien quiera que pagara precio correcto. Shimena rogó literalmente de rodillas, suplicando que no le quitaran a su hija. Don Fernando observó todo esto sin intervenir, sabiendo que Itzel era su hija biológica, pero no mostrando ninguna compasión. Beatriz sonrió mientras Simena gritaba cuando su bebé fue llevado.

Algo murió en Simena ese día. La parte de ella, que todavía tenía esperanza, que todavía creía que podía sobrevivir esto con su humanidad intacta, simplemente dejó de existir. En su lugar creció algo más oscuro y más peligroso, deseo absoluto de venganza sin importar el costo.

Simena continuó siendo violada regularmente por don Fernando durante los siguientes 3 años, pero ahora respondía de manera diferente. no disociaba más. En cambio, permanecía completamente presente, memorizando cada detalle de sus encuentros, estudiando a don Fernando con atención que el malinterpretaba como su misión.

Estudiaba sus rutinas, sus debilidades, momentos cuando su guardia estaba baja y esperaba. En mayo de 1799, don Fernando cometió error final que sellaría su destino y el de su familia. Durante uno de sus encuentros nocturnos con Simena, mencionó casualmente que Leonor, quien ahora tenía 14 años, pronto sería casada con hijo de otra familia aristocrática.

Estaba emocionado por la alianza que esto crearía. Y luego, con crueldad casual que caracterizaba todos sus tratos con Simena, añadió, “Tu hija Itsel probablemente también será vendida para matrimonio eventualmente. Escuché que fue comprada por Burdel en Veracruz. estarán entrenándola para trabajar allí cuando tenga edad suficiente.

Sonrió mientras decía esto, como si estuviera compartiendo chisme inofensivo. Simena no respondió, pero en ese momento tomó decisión final e irrevocable. Iba a matar a don Fernando, iba a matar a Beatriz, iba a matar a Leonor y antes de matarlos iba a hacer que sufrieran exactamente como ella había sufrido.

Simena comenzó a planear con cuidado meticuloso que demostraba inteligencia extraordinaria. Sabía que tendría una oportunidad, posiblemente solo horas antes de ser capturada y ejecutada. Entonces el plan tenía que maximizar el sufrimiento de sus víctimas en ese tiempo limitado, mientras aseguraba que su mensaje sería entendido por cualquiera que eventualmente escuchara la historia. El momento llegó en la tercera semana de mayo de 1799.

Don Fernando tenía que viajar a Ciudad de México por negocios, viaje que tomaría dos semanas. Esto significaba que Beatriz y Leonor estarían en Hacienda con supervisión reducida. La mayoría de guardias y administradores masculinos acompañarían a don Fernando. Era oportunidad que Simena había estado esperando.

La noche antes de la partida de don Fernando, Simena contactó secretamente a dos otros esclavos de la hacienda en quienes confiaba. Jolotley, mujer mayor que había sido amiga de su madre a Yotla años atrás. Y Tlalock, hombre joven que había sido violado por los mismos capataces que habían abusado de Simena. Les contó su plan. No les pidió que participaran activamente, solo que no la detuvieran y que no alertaran a autoridades durante tres días.

Después de eso, podían hacer lo que quisieran. Ambos aceptaron sin dudar. Don Fernando partió al amanecer. Para el anochecer de ese día, Simena había puesto su plan en movimiento. Esperó hasta medianoche cuando estaba segura de que Beatriz y Leonor estaban durmiendo profundamente.

Los pocos guardias que quedaban en Hacienda estaban patrullando perímetro externo o dormidos en sus propios cuartos. Simena se movió silenciosamente por casa principal que conocía íntimamente después de 10 años de servir allí. Primero fue a habitación de Leonor. La joven dormía pacíficamente en cama con sábanas de seda importada.

rodeada de lujos que nunca había cuestionado como su derecho natural. Simena la despertó cubriendo su boca con una mano mientras sostenía cuchillo contra su garganta con la otra. “No digas nada o te mato ahora mismo”, susurró Simena. Leonor, aterrorizada, asintió. Simena la ató con cuerdas que había preparado, amordazándola con tela. Luego fue a habitación de Beatriz aplicando mismo procedimiento.

Beatriz intentó resistir brevemente, pero Simena era más fuerte de lo que parecía, fortalecida por años de trabajo físico y por rabia que había estado acumulando durante década. Pronto, Beatriz también estaba atada y amordazada. Simena arrastró a ambas mujeres a sótano de la casa, área usada para almacenamiento que raramente era visitada. Allí las encadenó a vigas de madera con cadenas que normalmente se usaban para asegurar barriles.

Se aseguró de que las cadenas fueran lo suficientemente largas para permitir movimiento limitado, pero cortas suficientes para prevenir escape. Entonces quitó las mordazas. Beatriz inmediatamente comenzó a gritar amenazas. Serás ejecutada por esto. Serás torturada hasta la muerte. Mi esposo te hará sufrir de maneras que no puedes imaginar.

Leonor simplemente lloraba demasiado aterrorizada para hablar. Simena esperó hasta que Beatriz terminara de gritar. Luego habló con voz calmada que de alguna manera era más aterradora que cualquier grito. Durante 10 años tu esposo me ha violado regularmente dos o tres veces por semana. En su estudio, a veces en este mismo sótano, tú lo sabías y no hiciste nada, excepto castigarme a mí en lugar de a él.

Arrancaste a mi hija de mis brazos y la vende. Y ahora voy a hacer que experimentes exactamente lo que yo he experimentado. Beatriz intentó responder, pero Simena no le dio oportunidad. Durante los siguientes tres días, Simena invirtió completamente las estructuras de poder de la hacienda, forzó a Beatriz y Leonor a realizar tareas de esclavas.

Las hizo limpiar suelos del sótano con sus manos desnudas. Las hizo lavar ropa sucia en agua helada sin jabón. Las obligó a comer sobras podridas que esclavos normalmente recibían. Las azotó con látigo que había sido usado en su propia espalda años atrás, contando cada golpe en voz alta. La crueldad de Simena era calculada y sistemática.

Cada humillación que infligía era reflejo directo de algo que ella misma había experimentado. Cuando obligó a Beatriz a arrodillarse y suplicar por comida, le recordó las veces que ella misma había tenido que hacer eso. Cuando azotó a Leonor hasta que su espalda sangraba, le explicó que esto era exactamente lo que le habían hecho a ella por romper un plato que Leonor había roto.

Pero el horror culminante llegó en la noche del tercer día. Simena había guardado esto para el final. desnudó a ambas mujeres completamente, humillándolas de la manera más degradante posible. Luego explicó con voz desprovista de emoción lo que venía a continuación. “Van a morir”, dijo simplemente.

“Pero primero quiero que entiendan completamente por qué están muriendo. Beatriz, estás muriendo porque permitiste que tu esposo me violara durante años y luego me castigaste por ser su víctima. Leonor, estás muriendo porque creciste viendo mi sufrimiento y lo aceptaste como natural y correcto. Ambas son culpables, ambas van a pagar.

Simena tenía cuchillo grande que se usaba para procesar caña de azúcar, hoja afilada como navaja. Se acercó primero a Leonor. La joven gritaba y rogaba, prometiendo cualquier cosa si Simena la perdonaba, pero Simena era inmune a súplicas. Había rogado ella misma incontables veces y nunca había recibido misericordia.

El degollamiento no fue rápido. Simena lo hizo lentamente, deliberadamente, asegurándose de que Beatriz observara cada segundo de la muerte de su hija. Leonor murió en agonía mientras su madre gritaba con desesperación que rompía cualquier cosa humana. Entonces, Simena se volvió hacia Beatriz. La condesa ya no gritaba amenazas.

Rogaba ahora prometiendo libertad, dinero, cualquier cosa. Pero Simena simplemente negó con la cabeza. degolló a Beatriz de la misma manera lenta, mirándola directamente a los ojos mientras la vida se drenaba de ella. Cuando ambas estaban muertas, Simena limpió el cuchillo cuidadosamente y salió del sótano. No intentó huir. Sabía que no había escape posible y no quería uno. Había logrado lo que vino a hacer. El resto era irrelevante.

Yolotli y Tlalock, fieles a su promesa, no habían alertado a nadie durante los tr días. Ahora con Beatriz y Leonor muertas, finalmente contactaron a autoridades. Simena fue encontrada sentada calmadamente en cocina de casa principal esperando. Cuando don Fernando regresó dos días después y descubrió lo que había pasado, sufrió colapso completo.

El hombre que había proyectado tanto control y poder se desmoronó en soyosos incontrolables. Exigió que Simena fuera torturada de las maneras más brutales posibles antes de su ejecución. El juicio de Simena fue breve. confesó completamente, describiendo cada detalle de lo que había hecho y por qué. Cuando fiscal le preguntó si se arrepentía, respondió con voz clara, “Solo me arrepiento de no haber actuado antes.

” Durante juicio, Simena también reveló públicamente años de violaciones por don Fernando. Esto causó escándalo masivo. Aunque muchos en aristocracia colonial sabían que tales abusos ocurrían rutinariamente, hablarlos públicamente era tabú. Don Fernando intentó negar todo, pero su negación sonaba hueca incluso para sus defensores. La revelación pública de Simena sobre 17 años de violaciones sistemáticas causó fisuras en estructura social que aristocracia colonial había trabajado siglos en mantener intacta. El juicio, que había comenzado como espectáculo diseñado para demostrar

poder colonial y advertir contra rebelión, se transformó en algo completamente diferente. Exposición pública de hipocresías y horrores que sostenían todo el sistema fiscal. inicialmente intentó desestimar acusaciones de Simena como mentiras desesperadas de criminal condenada, pero entonces algo extraordinario sucedió.

Jolotli, la esclava mayor que había conocido a madre de Simena, pidió permiso para testificar. Normalmente testimonio de esclava no sería permitido en juicio contra aristócrata, pero juez, quizás movido por curiosidad o por sentido de justicia que raramente se manifestaba en tribunales coloniales, permitió que hablara. Jolotley testificó con voz que temblaba, pero no se quebró.

Describió cómo había visto a don Fernando llamar a Simena a su estudio regularmente durante 10 años. Describió como Simena regresaba de estos encuentros con ropa desgarrada, caminando con dificultad, ojos vacíos. describió embarazo de Simena y como todos en Hacienda sabían quién era el padre, aunque nadie se atrevía a decirlo, describió como Itzel, la bebé tenía rasgos faciales que claramente reflejaban linaje de don Fernando. Entonces, Tlalock testificó también.

Él habló de su propio abuso por capataces de hacienda, abuso que don Fernando conocía y permitía porque creaba clima de terror que mantenía esclavos dóciles. Habló de otros casos de violación sistemática en Hacienda Santa Inés, de mujeres esclavizadas que habían quedado embarazadas y cuyos bebés habían sido vendidos o matados.

Estos testimonios crearon murmullo incómodo en sala de tribunal. Aristocracia presente no podía negar completamente lo que estaba siendo revelado porque todos sabían que tales abusos eran comunes. Pero había diferencia entre saber algo en privado y tenerlo declarado públicamente en Tribunal Oficial.

Don Fernando intentó defender su honor, se puso de pie, rostro rojo de furia y humillación y negó todas las acusaciones con voz que subía hasta convertirse en grito. “Simena es mentirosa”, gritó. está inventando estas historias viles para justificar sus crímenes monstruos. Nunca la toqué, nunca violé a nadie.

Estas son calumnias de esclava rebelde que merece muerte más horrible imaginable, pero su negación sonaba hueca incluso para sus propios defensores. Había demasiados detalles en testimonio de Simena, demasiada especificidad en descripciones de Yolotle, demasiada coherencia en relatos de múltiples testigos y había algo en manera en que don Fernando negaba desesperación en su voz que sugería culpa en lugar de inocencia.

juez, hombre llamado don Rodrigo de Alvarado, quien había servido en tribunales coloniales durante 30 años, se encontró en posición imposible. Legalmente, testimonio de esclavos contra aristócrata debería ser desestimado automáticamente, pero algo en este caso era diferente. Si Mena ya estaba condenada a muerte, no tenía nada que ganar mintiendo y testigos corroboraban su historia de manera que era difícil ignorar. Don Rodrigo tomó decisión que era extraordinaria para su tiempo.

Aunque confirmó sentencia de muerte de Simena, también ordenó investigación oficial de alegaciones contra don Fernando. Era compromiso incómodo que no satisfacía a nadie, pero que al menos reconocía que preguntas serias habían sido planteadas. Esta decisión causó reacción furiosa en aristocracia colonial de Cuernavaca y Ciudad de México.

Investigar aristócrata basándose en testimonios de esclavos establecía precedente peligroso que potencialmente podía desestabilizar todo el sistema. Varias familias aristocráticas escribieron cartas al virrey demandando que don Rodrigo fuera removido de su puesto.

Don Fernando mismo apeló directamente a autoridades virreinales, argumentando que su honor había sido manchado injustamente, pero daño ya estaba hecho. Historia de Simena y sus acusaciones contra don Fernando se extendieron más allá de sala de tribunal. En mercados y plazas, en barracones de esclavos y casas de mestizos, se susurraba historia con cada repetición. Detalles se amplificaban. Algunas versiones decían que don Fernando había violado a docenas de esclavas durante su vida.

Otras decían que Beatriz había participado activamente en Tortura de Simena. La verdad se mezclaba con especulación, pero núcleo permanecía. Aristócrata poderoso había abusado de mujer esclavizada durante años y cuando ella finalmente se vengó, fue ella quien fue castigada por sistema legal.

En días antes de su ejecución, Simena recibió visitas inesperadas. Varias esclavas y mujeres libres de descendencia africana e indígena vinieron a prisión a verla trayendo pequeños regalos de comida y tela. No hablaban mucho, solo sostenían sus manos a través de barras de celda, transmitiéndole solidaridad silenciosa.

Simena se había convertido en símbolo de algo más grande que su acto individual de venganza. Representaba a todas las mujeres que habían sufrido abuso sexual sistemático bajo esclavitud y que nunca habían podido responder. Una de estas visitantes era mujer joven llamada Sitlali, esclava de apenas 18 años que trabajaba en hacienda vecina.

Sitlali le dijo a Simena en voz baja, “Estoy siendo violada por mi amo de misma manera que tú fuiste cada noche durante año. Tu historia me ha dado coraje para resistir de formas pequeñas. Todavía no puedo hacer lo que tú hiciste, pero algún día quizás. Gracias por demostrar que es posible. Simena respondió con voz cansada, pero firme. No te agradezcas. Lo que hice destruyó mi vida. Pero si mi destrucción puede ayudar aunque sea una mujer a resistir, entonces valió la pena.

Resiste como puedas, sobrevive y cuando llegue tu momento, si llega, actúa sin dudar. sacerdote también visitó a Simena repetidamente, intentando obtener su confesión y arrepentimiento. Padre Miguel era hombre mayor que había servido como confesor de varias familias aristocráticas en Cuernavaca durante décadas.

Creía genuinamente en misericordia de Dios y en posibilidad de redención incluso para pecadores más grandes. Pero también estaba profundamente inmerso en estructura de poder colonial que hacía imposible para el entender completamente perspectiva de Simena. Hija mía, le decía padre Miguel durante cada visita, has cometido pecados terribles. Asesinato de dos personas, una de ellas niña inocente.

Pero Dios es misericordioso. Si te arrepientes verdaderamente, si confiesas tus pecados y pides perdón, tu alma puede ser salvada de condenación eterna. Simena lo escuchaba pacientemente, pero siempre respondía de misma manera. Padre, su Dios es Dios de amos, no de esclavos. Si existe Dios verdaderamente justo, ese Dios entenderá por qué hice lo que hice.

Y si su Dios me condena por vengar 17 años de violaciones y venta de mi hija Burdel, entonces no quiero salvación de ese Dios. Padre Miguel estaba profundamente perturbado por estas respuestas. Intentó varios argumentos teológicos citando escrituras sobre perdón y obediencia.

Pero Simena tenía su propia teología forjada en fuego de sufrimiento que padre Miguel nunca había experimentado y nunca podría entender completamente. Finalmente, después de quinta visita, padre Miguel se rindió. Reportó a sus superiores que Simena era impenitente y probablemente hereje, lo que añadió a gravedad de sus supuestos crímenes.

Durante última semana en prisión, Simena también fue visitada por escriba llamado Antonio de la Cruz. Antonio era mestizo, que había aprendido a leer y escribir contra todas las probabilidades y trabajaba ocasionalmente para tribunales coloniales registrando testimonios. Pero Antonio tenía sensibilidad a injusticias de sistema, de manera que muchos escribas no tenían. Venía de familia pobre.

Su madre había sido indígena y había presenciado suficiente sufrimiento para entender que historia de Simena era importante de preservar. Antonio le pidió permiso a Simena para registrar su historia completa por escrito. No para tribunales, explicó, sino para futuro, para que generaciones venideras supieran lo que realmente había pasado.

No solo versión oficial que autoridades coloniales inevitablemente crearían. Simena aceptó. Durante dos días dictó su historia completa a Antonio mientras le escribía meticulosamente cada palabra. Comenzó con recuerdos fragmentados de su madre a Yotl, describiendo sus advertencias finales antes de morir.

Describió su propia infancia de trabajo duro y las primeras violaciones por Sebastián. Describió en detalle doloroso cada año en Hacienda Santa Inés. Cada violación por don Fernando, cada humillación infligida por Beatriz. Describió nacimiento de Itzel y alegría breve que su hija le había dado antes de ser arrancada y vendida.

describió planificación cuidadosa de su venganza y tres días durante los cuales había invertido estructuras de poder. Y describió degollamiento de Leonor y Beatriz sin omitir ningún detalle, aunque sabía que estos detalles la harían parecer monstruosa para muchos lectores futuros.

Antonio escribió todo sin juzgar, su pluma moviéndose constantemente por páginas de papel que había comprado con su propio salario escaso. Cuando terminaron, tenían manuscrito de casi 50 páginas. Antonio le prometió a Simena que haría copias y las escondería en lugares diferentes, asegurando que al menos algunas sobrevivirían. “Mantendré esta historia viva”, le prometió. No serás olvidada. Ejecución de Simena fue programada para el 15 de junio de 1799 en Plaza Principal de Cuernavaca.

Autoridades coloniales decidieron que debía ser muerte pública y espectacular para servir como advertencia máxima contra futura rebelión. Método elegido fue muerte por fuego, considerado apropiado para herejes y asesinos más depravados. Día antes de ejecución, don Fernando visitó a Simena en prisión. Era primera vez que la veía desde su captura. estaba completamente transformado. Hombre que había proyectado tal confianza y control parecía ahora quebrado.

Rostro estaba demacrado, ojos hundidos con círculos oscuros, manos temblaban constantemente. Muerte de su esposa e hija lo había devastado de manera que claramente no había anticipado. Vino a confrontar a Simena, a exigir explicación, a intentar entender como mujer que había violado rutinariamente durante años había sido capaz de tal venganza horrible.

se paró frente a su celda, mirándola con mezcla de odio, dolor y algo que podría haber sido comprensión emergente de su propia culpa. ¿Por qué? Preguntó don Fernando con voz quebrada. ¿Por qué mataste a Leonor? Ella era solo niña, no te había hecho nada. Simena lo miró sin expresión durante largo momento. Entonces respondió con voz fría como hielo.

Leonor creció viendo mi sufrimiento y lo aceptó como natural. Creció sabiendo que yo era violada por su padre y no sintió compasión. creció en privilegio construido sobre mi degradación. Era inocente de actos, pero no de complicidad. Y tú me preguntas por qué la maté.

Yo te pregunto, ¿por qué violaste a mi madre hasta que murió? ¿Por qué me violaste durante 17 años? ¿Por qué vendiste a mi hija a Burdel? Responde esas preguntas primero. Don Fernando no tenía respuesta. Intentó hablar varias veces, pero palabras no venían. Finalmente se volvió y salió de prisión, espalda encorbada como si llevara peso insoportable. Simena nunca lo volvió a ver.

Mañana de 15 de junio amaneció clara y calurosa. Simena fue despertada antes del alba, lavada y vestida en túnica simple. Sus manos fueron atadas frente a ella. Fue colocada en carreta que la llevaría a través de calles principales de Cuernavaca hasta plaza donde había sido construida plataforma de ejecución.

Mientras Carreta se movía lentamente por calles, miles de personas se alineaban para verla. Reacción de multitud era dividida y compleja. Miembros de aristocracia gritaban insultos, arrojaban objetos, demandaban su muerte inmediata, pero entre gente común, entre esclavos e indígenas y mestizos pobres, reacción era diferente. Algunos miraban con horror, aterrorizados de lo que Simena representaba, pero otros la miraban con algo parecido a admiración, aunque mezclado con tristeza profunda por destino que la esperaba. Cuando Carreta llegó a plaza, estaba

completamente llena. Autoridades coloniales habían ordenado que todas las personas de Cuernavaca asistieran, especialmente esclavos, como advertencia de lo que pasaba a aquellos que se revelaban. Plataforma había sido construida en centro de plaza con estaca alta donde simena sería atada y leña apilada alrededor.

Oficial del birrey leyó sentencia públicamente describiendo crímenes de Simena en detalle diseñado para horrificar a audiencia. Pero sorprendentemente oficial también mencionó alegaciones de Simena contra don Fernando. Esto no había sido anticipado y causó murmullo en multitud. Autoridades coloniales habían debatido sin incluir esta información. Algunos argumentaban que debía ser omitida completamente.

Otros argumentaban que mencionarla y luego desestimarla ayudaría a desacreditar a Simena. Eventualmente, segundo argumento, ganó. Oficial declaró que aunque Simena había hecho acusaciones de violación contra don Fernando de Aguirre, estas acusaciones eran mentiras desesperadas de criminal, intentando justificar actos inescusables.

Don Fernando era hombre honorable de familia distinguida, cristiano devoto y no había evidencia creíble de ningún delito de su parte. Investigación ordenada por juez había sido cerrada sin encontrar base para proceder contra don Fernando. Pero para muchos en multitud, especialmente aquellos que habían escuchado testimonios de Yolotle y Tlalock, esta desestimación no era convincente.

Sabían que evidencia había sido ignorada por razones políticas, no por falta de credibilidad. Y esta desestimación solo añadía a simbolismo de ejecución de Simena. Ella estaba siendo matada no solo por lo que había hecho, sino por lo que había revelado. Simena fue llevada a plataforma. Sacerdotes se acercaron una última vez, ofreciendo oportunidad final de confesar y arrepentirse.

Simena los rechazó silenciosamente, negando con cabeza. Fue atada a estaca, cuerdas tan apretadas que cortaban su piel. Leña fue apilada cuidadosamente alrededor de sus pies y piernas. Entonces, antes de que Verdugo pudiera encender fuego, Simena levantó su voz. Había sido instruida a permanecer en silencio, pero nadie podía detenerla ahora.

Con voz que cortaba por encima de murmullo de miles, gritó sus últimas palabras. Soy Simena! Gritó. Durante 17 años fui violada regularmente por don Fernando de Aguirre. Mi hija fue arrancada de mis brazos y vendida a Burdel, donde probablemente está siendo abusada mientras hablo. Cuando finalmente me vengué, cuando hice que mis opresoras experimentaran fracción del sufrimiento que yo había experimentado, soy yo quien es ejecutada mientras mi violador permanece libre y honorable. Esta es la justicia de su sistema colonial.

Esta es la cristiandad de su iglesia. Esta es la civilización que afirman traer al nuevo mundo. Autoridades intentaron silenciarla, guardias gritando órdenes para acelerar ejecución, pero Simena continuó. Voz creciendo más fuerte. Que cada esclava que escucha esto recuerde, el sistema está diseñado para destruirlas, pero pueden resistir, pueden luchar, pueden vengarse.

Mi muerte no será en vanos inspira, aunque sea a una mujer, a rechazar su opresión. Que cada aristócrata que escucha esto recuerde, su poder no es absoluto. Sus víctimas eventualmente responderán. El costo de su crueldad puede ser su propia vida. Teman. Porque mientras haya opresión habrá resistencia. Mientras haya esclavitud habrá rebelión.

Y algún día este sistema caerá. Verdugo, desesperado por silenciarla, encendió fuego prematuramente. Llamas comenzaron a subir alrededor de pies de Simena, pero ella continuó gritando incluso mientras Humo comenzaba a ahogarla. No me arrepiento. Lo haría mil veces más. Beatriz y Leonor murieron porque fueron cómplices de sistema que me destruyó.

Don Fernando vive porque su clase lo protege. Pero historia recordará verdad. Recordará que Simena fue víctima que se convirtió en justiciera. Recordará que su voz fue cortada cuando humo llenó sus pulmones. Llamas crecían rápidamente ahora, consumiendo leña y alcanzando su cuerpo. Dolor debe haber sido insoportable.

Pero Shimena mantuvo ojos abiertos, mirando directamente a multitud hasta que finalmente perdió conciencia. Su cuerpo ardió durante casi una hora. Multitud fue forzada a permanecer y observar durante todo ese tiempo parte de lección que autoridades querían enseñar, pero algo había cambiado en esa plaza. Palabras de Simena habían sido escuchadas por miles. Se repetirían en susurros durante días, semanas, años siguientes.

Y aunque autoridades intentarían suprimirlas, se grabarían en memoria colectiva de oprimidos. Después de que llamas finalmente se apagaron, restos de simena fueron recolectados y según sentencia debían ser dispersados para que no hubiera tumba que pudiera convertirse en lugar de peregrinación.

Pero algunos de sus huesos fueron secretamente recogidos por simpatizantes en multitud. Estos restos se convertirían en reliquias de tipo diferente pasadas entre comunidades de esclavos como recordatorios de que resistencia era posible. Antonio de la Cruz, escriba que había registrado historia de Simena, cumplió su promesa.

Hizo cinco copias del manuscrito, escondiendo cada una en diferente ubicación. Una fue sellada en muro de iglesia pequeña en pueblo rural. Otra fue enterrada en caja metálica en campo fuera de Cuernavaca. Tercera fue escondida en biblioteca de monasterio donde Antonio tenía contacto. Cuarta fue confiada a familia de confianza con instrucciones de pasarla a próxima generación.

Quinta Antonio la mantuvo el mismo, aunque sabía que era riesgoso. Don Fernando vivió otros 12 años después de muerte de Simena, pero no eran años de paz o prosperidad. Nunca se recuperó completamente de pérdida de Beatriz y Leonor. Bebía excesivamente, descuidaba manejo de Hacienda, se volvió paranoico y aislado. En 1811 murió en circunstancias que algunos dijeron era suicidió, aunque oficialmente fue registrado como muerte natural.

Hacienda Santa Inés pasó a herederos distantes que eventualmente la vendieron. Historia de Simena sobrevivió de múltiples maneras. Manuscrito de Antonio fue redescubierto en 1890 por historiador mexicano que estaba investigando resistencia esclava. Tradición oral en comunidades afrodescendientes e indígenas había preservado versión de historia durante generaciones.

Historia se había filtrado en folclore regional, transformándose en leyenda, pero manteniendo núcleo de verdad. En siglo XX, cuando estudios académicos de esclavitud en México comenzaron a incluir perspectivas de esclavizados mismos, historia de Simena fue redescubierta como caso crucial.

Representaba no solo resistencia individual, sino exposición de hipocresías fundamentales de sistema colonial. Demostraba como género y raza se intersectaban en crear vulnerabilidades particulares para mujeres esclavizadas y planteaba preguntas profundas sobre justicia, venganza y límites morales de resistencia contra opresión extrema.

Hoy, más de 200 años después de estos eventos, no hay monumento oficial a Simena en Cuernavaca. Autoridades locales han resistido esfuerzos de activistas para crear uno, argumentando que Simena fue criminal, que no merece conmemoración. Pero en comunidades que descienden de personas esclavizadas, su nombre es recordado.

Pequeño altar informal existe en campo fuera de ciudad, donde descendientes de esclavos ocasionalmente dejan flores y velas. Historia de Simena nos obliga a confrontar realidades incómodas sobre pasado y presente. No es historia con moraleja simple o lección clara. Es historia de sufrimiento extremo provocando violencia extrema, de víctima transformándose en perpetradora, de justicia y venganza entrelazándose de maneras que resisten categorización fácil.

Simena mató a dos personas, una de ellas adolescente. Estos actos fueron brutales y horribles, pero ocurrieron después de 17 años de violación sistemática, después de que su hija fue vendida a burdel contexto de sistema que negaba su humanidad completamente y no proporcionaba ningún recurso legal para justicia.

Como juzgamos sus acciones, depende de cuánto peso damos a contexto versus absolutos morales. Su legado es complejo, pero innegable. Simena demostró que incluso víctimas más oprimidas podían eventualmente responder cuando empujadas más allá de todo límite.

Demostró que venganza contra opresores individuales era posible incluso cuando revolución contra sistema completo no lo era. Y demostró que testimonios de víctimas, aunque eventualmente desestimados por autoridades, podían persistir en memoria colectiva y eventualmente encontrar audiencia. Esta es historia de Simena. Nació en 1772 como esclava. murió en 1799 en llamas, ejecutada como criminal, pero en tres días entre capturar a sus opresoras y su propia muerte, había sido completamente libre. Había ejercido poder absoluto sobre aquellos que habían ejercido poder absoluto sobre ella.

Había forzado reconocimiento de su humanidad en sistema diseñado para negarla. Esa libertad le costó vida, pero era libertad genuina. Y durante esos tres días era más libre que Beatriz o Leonor habían sido alguna vez con todo su privilegio. Recordar a Simena no significa glorificar violencia o defender asesinato.

Significa entender completamente contexto que produjo esos actos. Reconocer que desesperación extrema provoca acciones extremas. Confrontar legado de esclavitud y abuso sexual sistemático que la precedió. Solo entendiendo historias como la de Simena completamente, con toda su complejidad moral perturbadora, podemos comenzar a comprender costos humanos reales de sistemas de opresión. Que su historia nunca sea olvidada.

Que su sufrimiento sea reconocido, que su resistencia sea entendida en su contexto completo y que nunca olvidemos que detrás de cada estadística histórica sobre esclavitud había personas reales como Simena, con nombres, historias, humanidad que ningún sistema podía destruir completamente y capacidad de resistir cuando todo lo demás había sido arrebatado.