Capítulo 1: Las Dos Caras de la Misma Moneda
En el corazón de la colonia, donde las casas de colores brillantes se apretaban unas contra otras y el aroma a tortillas recién hechas flotaba en el aire, vivían dos amigas que eran tan inseparables como la luz y la sombra. La gente del barrio las conocía como “las dos caras de una misma moneda”: Chulita y Romina. Su amistad, forjada en los juegos de la infancia, las unía desde que tenían memoria, a pesar de sus personalidades opuestas.
Chulita era la cara de la moneda que brillaba con una luz tranquila y constante. Su nombre, un diminutivo cariñoso que le puso su abuela, le venía como anillo al dedo. Era una joven noble, con el corazón en la mano, siempre dispuesta a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Su sonrisa era tímida, pero genuina, y sus ojos, grandes y amables, reflejaban la calma de su alma. Era reservada, prefería la compañía de un buen libro o una tarde de conversaciones profundas a la algarabía de una fiesta. Mientras sus amigas soñaban con el último vestido de moda, Chulita tenía un sueño mucho más sencillo y puro: ser enfermera, un trabajo donde pudiera cuidar a los demás, y formar una familia en un hogar lleno de amor y risas. Su felicidad no dependía de la atención externa, sino de la paz que encontraba en su propio interior.
Romina, en cambio, era la otra cara de la moneda, la que brillaba con un fulgor deslumbrante y a menudo artificial. Su belleza era innegable, con una melena de rizos oscuros que caían sobre sus hombros y unos ojos que sabían cómo lanzar miradas coquetas. Era extrovertida, la líder natural de su círculo social, y su risa resonaba en cada esquina. Romina había aprendido desde pequeña que la atención era su moneda de cambio. Su sonrisa podía encantar a cualquiera, pero bajo esa máscara de carisma se escondía una oscuridad que muy pocos conocían. Su sueño no era ser, sino tener. Tener más atención que Chulita, más ropa que las demás, más seguidores en las redes sociales, y sobre todo… más amor. Pero no era amor genuino lo que buscaba, sino el trofeo de la conquista. Para Romina, la vida era un juego, y la única forma de ganar era tener lo que los demás querían. Y si su amiga Chulita quería algo, por el simple hecho de que ella lo deseara, Romina lo quería aún más. No por amor, sino por un ego insaciable y una envidia que crecía como una mala hierba en su interior.
Capítulo 2: La Llegada de Ezequiel y el Despertar del Corazón
El equilibrio de sus vidas, frágil como el cristal, se rompió con la llegada de Ezequiel. Era un joven nuevo en la colonia, recién llegado de un pueblo lejano para trabajar en la ferretería del barrio. Ezequiel era alto, de hombros anchos, con una sonrisa sincera que le iluminaba el rostro. Era amable, trabajador y educado, un hombre de buenos modales que rápidamente se ganó la admiración de los vecinos.
Fue en la panadería, en una mañana soleada de sábado, donde Chulita lo vio por primera vez. Ella estaba eligiendo unos bolillos, y él la saludó con una sonrisa que la hizo temblar. El corazón de Chulita, que nunca había latido tan rápido, se sintió cautivado al instante. No era el tipo de hombre que había imaginado en sus sueños, pero había algo en su mirada que le transmitía una paz y una seguridad que la atrajeron irremediablemente. Él parecía corresponder a sus sentimientos.
Comenzaron a hablar, en encuentros tímidos y casuales. Se veían en el parque, se cruzaban en el mercado, y sus conversaciones se alargaban, revelando un mundo de afinidades que los unía. Chulita descubrió que Ezequiel también soñaba con una vida sencilla, con formar una familia y trabajar duro para construir un futuro sólido. La química entre ellos era innegable, una conexión profunda y honesta que crecía con cada día que pasaba. Un mes después, en el mismo parque donde se habían encontrado, Ezequiel la tomó de la mano y, con una voz suave, le dijo que quería formalizar con ella. Quería una relación seria. La felicidad de Chulita era tan grande que sentía que su corazón iba a estallar. Finalmente, después de tanta espera, había encontrado a alguien que la valoraba por lo que era.
Capítulo 3: La Semilla de la Malicia
Pero Romina, siempre al acecho, lo había notado también. Desde el momento en que vio a Ezequiel en la ferretería, su mente se había puesto a maquinar. No porque estuviera enamorada de él, no. Romina no conocía el amor verdadero, solo el deseo de poseer. El simple hecho de que a Chulita le gustara, y de que Ezequiel pareciera corresponderle, era suficiente para que ella lo quisiera también. No por amor, sino por ego. Por la envidia que le quemaba por dentro, una llama que se avivaba cada vez que veía a Chulita con algo que ella no tenía. Le molestaba que su amiga, la chica reservada y noble, tuviera un hombre que la quería de verdad, un hombre que no le daba a ella la atención que demandaba.
Y así, Romina comenzó su juego sucio. Un juego de mentiras y manipulación que había perfeccionado con los años. Se acercó a Ezequiel bajo la excusa de la amistad, de la necesidad de hablar, de conocer a los nuevos vecinos. Mientras Chulita estaba en su casa, ilusionada con el futuro, Romina se encargaba de envenenar su felicidad. Le contaba a Ezequiel, con un tono de voz lleno de falsa preocupación, que Chulita hablaba mal de él. Le decía que su amiga solo estaba jugando con sus sentimientos, que lo consideraba un hombre “demasiado sencillo” para ella. Para darle más credibilidad a su mentira, Romina incluso fingía llorar en su hombro, diciendo que ella lo amaba en secreto desde antes, pero que no podía permitir que le rompieran el corazón a un hombre tan bueno como él.
Ezequiel, confundido y con un corazón noble que no podía concebir tal maldad, comenzó a alejarse de Chulita. Dejó de llamarla, sus conversaciones se hicieron más cortas, sus miradas ya no tenían la misma ternura. Chulita no entendía por qué. Pensaba que había hecho algo mal, que tal vez él se había arrepentido. Su corazón se encogía con cada día que pasaba, y su felicidad se desvanecía en la incertidumbre. La semilla de la malicia que Romina había sembrado comenzaba a dar sus frutos.
Capítulo 4: La Confrontación y la Puñalada en el Corazón
La verdad, cruel e inevitable, la golpeó de frente un atardecer. Chulita regresaba a casa del mercado, con el peso de la tristeza en el pecho, cuando los vio. Justo frente a su casa, como si no existiera el respeto, como si su amistad de años jamás hubiera existido, estaban Romina y Ezequiel. Romina tenía sus brazos alrededor del cuello de Ezequiel, y él la besaba con una pasión que a Chulita le destrozó el alma.
El corazón de Chulita se le cayó a los pies. El sonido de su bolsa de compras cayendo al suelo fue la única señal de su presencia. Ambos se separaron al escuchar el ruido. Chulita se quedó de pie, paralizada, con el corazón en las manos y las lágrimas ya corriendo por sus mejillas.
—¿Cómo pudiste, Romina? ¡Tú sabías que yo lo amaba! —le gritó Chulita, con la voz rota por el dolor.
Romina, con una risa venenosa que nunca antes había escuchado, se acercó a ella. Su rostro, antes lleno de una falsa amabilidad, se contorsionó en una mueca de triunfo.
—¿Envidia yo? ¡Chulita, para nada! Si hasta me quedé con el hombre que te gustaba a ti…
La frase, cargada de una crueldad que Chulita no creía posible, la golpeó más fuerte que cualquier golpe físico. Fue una puñalada en el corazón. Romina no la había traicionado por amor, sino por envidia. No quería a Ezequiel, solo quería quitárselo a ella. En ese momento, Chulita comprendió la oscuridad que se escondía detrás de la sonrisa coqueta de Romina.
Capítulo 5: La Sanación y el Nuevo Amanecer
Desde ese día, Chulita rompió toda relación con ella. El dolor la envolvió por completo, pero en lugar de dejarse consumir por él, lo usó como combustible. Se dedicó a sanar sola, a estudiar, a crecer.
Se prometió a sí misma que nunca volvería a confiar ciegamente en quien decía llamarse amiga. Se concentró en su sueño de ser enfermera, se esforzó en sus estudios y se graduó con honores. Con su primer sueldo, compró una pequeña casa en un barrio tranquilo, lejos de las mentiras de su pasado. Allí, con el tiempo, conoció a alguien que sí supo valorar su corazón limpio. Un hombre que la amaba por su nobleza, su bondad, y su fuerza interior. Juntos construyeron una familia, un hogar lleno de risas, de amor incondicional y de la paz que siempre había buscado.
Mientras tanto, la vida de Romina se convirtió en la prueba de que el mal tiene un precio. Romina y Ezequiel se quedaron juntos, pero su relación, construida sobre una mentira, no podía ser sólida. Romina vivía entre infidelidades, celos y gritos. Ezequiel, por su parte, se dio cuenta tarde de la mujer con la que se había metido. Se arrepintió, pero ya era demasiado tarde. La felicidad de Romina era tan efímera como la atención de las redes sociales, y su sonrisa, la que un día había sido su mejor arma, se desvaneció, dejando al descubierto la amargura que guardaba en su alma.
Porque al final, como decía la abuela de Chulita, con la sabiduría que solo los años dan: “Lo que empieza con mentira, termina con dolor”. Y en el caso de Romina, el dolor fue el único trofeo que se quedó para toda la vida.
FIN
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